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sábado, 28 de septiembre de 2024

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

"No son de los nuestros"
Primera lectura: Num 11, 25-29
Salmo Responsorial: Salmo 18
Segunda lectura: Sant 5, 1-6


"Entre vosotros no será así"

El domingo pasado, el Señor nos recordaba cómo deben ser nuestras relaciones como cristianos, muy diferentes de la lógica del mundo. Mientras que en el mundo se ambiciona el éxito a costa de los demás, entre nosotros, cristianos, debe reinar una lógica distinta.

Es evangélico anteponer las buenas relaciones entre las personas a cualquier otra cosa, servir a los hermanos con verdad y humildad, y reconocer que a veces el sufrimiento se convierte en un instrumento para testimoniar la medida del amor.

"Ese no es de los nuestros"

¡Cuántas veces oímos esta frase en diversos ámbitos del partidismo político, o acerca de la espinosa cuestión de la inmigración o de los refugiados, tan candente últimamente... y, desgraciadamente, cuántas veces se oye decir lo mismo también en las comunidades de los discípulos del Señor! Cuánto sufrimiento provoca el remarcar las diferencias sociales, culturales o ideológicas. Vemos ejemplos de esto en la falta de aceptación de personas de diferentes tradiciones, en la sospecha hacia los extranjeros, en vecinos ignorados porque son partidarios de ideas políticas distintas o alejadas de las mías; personas con orientación sexual diferente señaladas y agredidas violentamente.

En el mundo globalizado, sentimos la necesidad de distinguirnos, de ser reconocibles. Esta legítima necesidad de pertenencia puede degenerar en un sectarismo que contradice el Evangelio.

En cambio

Siempre hay quienes piden que la Iglesia se pronuncie contra alguien o algo. Pero la fe no se transmite a fuerza de prohibiciones y documentos. La Iglesia, gracias a Dios, no concede patentes de catolicidad, y la excomunión es una medida extrema para casos muy graves.

Jesús, con su bondad, es mucho más tolerante que las exigencias de muchos cristianos que se sienten más papistas que el Papa.

No es de los nuestros

En el Evangelio de hoy, los discípulos se quejan de alguien que usa el nombre de Jesús para curar, pero que "no es de los nuestros". Es similar a lo que ocurre en la primera lectura con Eldad y Medad, que reciben el Espíritu sin haber sido escogidos.

Jesús, como Moisés, alienta a sus discípulos y a nosotros. La abundancia del Espíritu es inmensa. El Reino de Dios es mucho más que la Iglesia.

Mezquindades

Sin embargo, cuántas veces nos arrogamos el derecho a decidir quién es cristiano y quién no. El Espíritu sopla donde quiere, e incluso quien parece ajeno a la lógica del Evangelio puede ser instrumento de la gracia de Dios.

viernes, 20 de septiembre de 2024

DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Sab 2, 12.17-20
Salmo Responsorial: Salmo 53
Segunda lectura: Sant 3, 16 - 4, 3
Evangelio: Mc 9, 30-37

En el camino de la vida corremos el riesgo de desorientarnos y de perder la dirección correcta. Es comprensible: hay pocas indicaciones, mucho tráfico interior, obstáculos visibles… Y, sobre todo, nos da apuro pedir información. Además, muchos pueden responder al azar, indicando sitios en los que nunca han estado. Y lo hacen con tal descaro y convicción que parecen creíbles.

Démonos, si no, una vuelta por las redes, o leamos en algún periódico sobre un tema del que conozcamos bien los matices. Descubriremos que todos los participantes y tertulianos facilitan claves de lectura que desorientan y desconciertan, sin ir a lo esencial, y muchas veces con claro desconocimiento de la materia.

Así pasa en la vida: si preguntamos a alguien dónde se encuentra la felicidad, corremos el riesgo de acabar en un vertedero. Siempre ha existido gente confusa que quiere arrastrar a los demás a la confusión; es obvio.

Ya lo decía el libro de la Sabiduría, que fue escrito en griego en la pagana Alejandría, para reforzar la fe de la numerosa comunidad judía allí presente. Mirados con suficiencia por las nuevas tendencias y burlados por los judíos que habían abrazado el paganismo, los que permanecían fieles se sentían muy inquietos por las cosas que oían. Sin embargo, el autor del libro sagrado lo tenía muy claro: creer es una elección libre, es andar en una dirección, es algo que cuesta trabajo pero que merece la pena.

Hoy Santiago nos dice que, combatiendo nuestra parte oscura, el ansia y la violencia que está en nosotros, es como podemos encontrar la verdad. ¿De dónde, si no, esas guerras y de dónde esas luchas entre vosotros? ¿No será precisamente de esos apetitos agresivos que lleváis en el cuerpo? Deseáis y no obtenéis, sentís envidia y despecho y no conseguís nada; lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis, porque no pedís; o sí pedís, no recibís, porque pedís mal, para satisfacer esos apetitos.

Es lo que nos ocurre a cada uno de nosotros: en estos tiempos difíciles el riesgo es aflojar. O, peor, hacer caso a los muchos pesimistas que, desencantados de la vida, parecen gozar haciendo prosélitos de la nada.

Como los discípulos del evangelio de hoy.

El camino

Por segunda vez Jesús nos habla de cruz, de muerte y de resurrección.

Su voluntad de entrega es total. Dios se entrega sin límites y desea más que ninguna otra cosa desvelar su rostro a las personas, aunque éstas lo rechacen. Jesús está motivado y decidido: no está dispuesto a ceder a compromisos y apaños, no está dispuesto a comerciar con el verdadero Dios, aunque eso le lleve a la muerte.

Los discípulos están atónitos, como ya le había ocurrido a Pedro, aunque lo hubiese proclamado Mesías. No entienden absolutamente nada de lo que está hablando el Señor.

La razón de esta incomprensión es evidente: están todos concentrados en establecer sus credenciales, en apañarse una poltrona, en conseguir los máximos beneficios. Están demasiado plegados sobre ellos mismos para darse cuenta del Señor.

sábado, 14 de septiembre de 2024

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

Primera Lectura: Is 50, 5-9a
Salmo Responsorial: Salmo 114
Segunda Lectura: Sant 2, 14-18
Evangelio: Mc 8, 27-35
  

Hoy, puntualmente, al principio de curso, al final del verano, nos encontramos con este evangelio oportuno, insistente, y desestabilizador.

No podemos ser discípulos por costumbre, cansinamente, dejando pasar las cosas año tras año, viviendo en nuestras consolidadas y pequeñas prácticas de vida cristiana. Nuestro Maestro, que no tiene dónde reposar la cabeza, no quiere cristianos a remolque, de simple cumplimiento, ni tampoco agradece las falsas devociones.

Por eso, nos hace las preguntas de forma directa.

Cafarnaúm

Los Doce, complacidos con su situación, ven la posibilidad de tener entre las manos el futuro de una gran carrera política y religiosa, pues parece que Jesús le gusta a la gente, es creíble, tiene éxito, es gratificante. Nos podemos imaginar la escena: ellos discuten alrededor del fuego, se animan, interactúan. Jesús, apartado, los escucha… y sonríe. Luego, como si nada, les plantea la pregunta. ¿Quién dice la gente que soy yo?

Se habla mucho de Jesús, tanto ayer como hoy. En los periódicos, en los debates, entre amigos. Para aceptarlo o para atacarlo. Jesús es un misterio no resuelto, inquietante, difícil de descifrar. ¿Quién es, realmente, Jesús de Nazaret?

Las respuestas las conocemos de sobra: un gran hombre, un hombre apacible, un mensajero de paz, uno de tantos asesinados por el poder.

Todo esto es verdad, pero aquí se queda todo y difícilmente se acepta el testimonio de la comunidad de sus discípulos: Jesús es el Cristo, el Mesías, Jesús es el mismo Dios.

Pero parece que es mejor mantenerse en la vaga y tranquilizadora convicción de que Jesús sea una personalidad de la historia a la que admirar, sin tener nada que ver con nuestra vida; es mejor controlar la relación con Jesús reduciéndolo a un recuerdo histórico, inocuo, pasado, en vez de admitir su inquietante presencia en nosotros.

O, tal vez, hacer caso a las teorías de moda, tan abundantes en el cine o en la novela, para responder y repetir siempre una sobada imagen de Jesús demasiado maravillosa o hasta demasiado simple, pero nunca la del verdadero Jesús, el Hijo de Dios, principio y fin de todo.

Deja en paz a los demás

Jesús no nos encaja bien en nuestra vida y hoy, a quemarropa como a sus discípulos, nos pone a cada uno de nosotros la pregunta: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Y para mí, ¿quién es? Para mí solo, dentro de mí, sin la obsesión de tener que dar respuestas sensatas o a eslóganes que estén de moda, sin fachadas ni imágenes que mantener ni defender. ¿A mí, desnudo en mi interior, Jesús, quién es, qué me dice?

¡Cuántas respuestas! ¿Verdad?

sábado, 7 de septiembre de 2024

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera lectura: Is 35, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda lectura: Sant 2, 1-5
Evangelio:Mc 7, 31-37

Ser sordo, en el Biblia, significa no acoger el mensaje de salvación de Dios. Israel frecuentemente manifiesta esa sordera, como nos recuerda la primera lectura de Isaías.

También nosotros, atropellados por las mil cosas que hacer, rodeados de ruidos, de charlas, de opiniones enfrentadas, de redes sociales, tenemos muchas veces dificultad en escuchar el profundo deseo de sentido que llevamos en el corazón. Tenemos dificultad de buscar Dios.

Es lo mismo que le pasa al protagonista del evangelio de hoy, un sordomudo. O mejor aún, según el griego del evangelio de Marcos, un sordo balbuciente – apenas podía hablar -, que no logra hacerse entender, que intenta relacionarse y no lo logra del todo, quedando condenado a un aislamiento del mundo exterior.

Es la imagen de las personas de hoy día, aisladas y narcisistas, perdidas y en busca de una notoriedad, siempre centradas en una propia realización, que por otra parte es tan improbable y cada vez más inaccesible. Interesa mucho más ser importante y tener poder que buscar la verdad. La insatisfacción es la principal característica de la persona post-moderna. Y, no nos engañemos, también de todos nosotros, aunque seamos más antiguos y menos importantes.

Fuera del recinto

En tiempo de Jesús, se creía que la santidad era inversamente proporcional a la distancia que separaba de Jerusalén. Judea todavía podía salvarse, pero la Galilea y la Decápolis, junto con Samaria, que eran zonas de frontera, con población mestiza, estaban decididamente perdidas.

La Decápolis estaba formada por diez ciudades de mayoría pagana, que Roma quería que fuesen autónomas de la administración hebrea, aplicando la infame política del “divide y vencerás”. Los israelitas devotos, para bajar a Jerusalén, pasaban más allá del Jordán por el camino que atravesaba los territorios paganos, pero sin entrar nunca en las ciudades consideradas perdidas.

Jesús, en cambio, no. Él inicia su predicación precisamente allí, en la zona de las tribus de Zabulón y Neftalí, las primeras que cayeron bajo el poder de los asirios, seiscientos años antes. Porque Jesús ha venido precisamente para los enfermos, y no para los justos. Él no huye de los impuros ni los condena, como hacían los fariseos. No. Él no los juzga, sino que los salva.

La curación del Evangelio de hoy, hace exclamar a la muchedumbre: ¡todo lo ha hecho bien, hace oír los sordos y ver a los ciegos! Sólo alguien que no espera la salvación sabe alegrarse tanto por aquello que le ha sobrevenido sin esperarlo.

Curaciones

El sordo/balbuciente es llevado por los amigos. Siempre son otros los que nos conducen a Cristo, los que nos hablan de él, los que nos lo señalan.

La Iglesia, a pesar de ser a veces incoherente y frágil, es la asociación de los que conducen hacia Cristo. Ésta es la función de la Iglesia, para esto es para lo que sirve la Iglesia:  para guiar las personas a Cristo, para dar testimonio de Jesús, el Maestro.

Pero, bien lo sabemos, nos hace falta humildad para dejarnos conducir. Nuestro mundo ha hecho de la arrogancia un estilo de vida. Cuántas personas hay que lo saben todo, que pontifican, que juzgan sin rebozo alguno, especialmente las cosas concernientes a la fe, pero que no saben ponerse de verdad ellas mismos en tela de juicio.