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sábado, 22 de febrero de 2025

DOMINGO 7º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



 Primera Lectura: 1 Sam 26, 2.7-9.12-13.22-23
Salmo Responsorial: Salmo 102
Segunda Lectura: 1 Cor 15, 45-4
Evangelio: Lc 6, 27-38

¿Podemos decir que vivimos las bienaventuranzas? ¿Podemos afirmar con sinceridad que no nos hemos dejado seducir por tantas falsas promesas y profecías engañosas que nos rodean? ¿Hemos buscado verdaderamente el tesoro escondido en el campo, ese Reino de Dios que es la perla preciosa de nuestras vidas?

Si no es así, hermanos, ¡ánimo! No estamos solos en este camino. Quienes anhelamos la felicidad entre los brazos de Dios sabemos que solo Él puede colmar nuestro corazón. ¡Adelante, los que mantenemos encendida la llama de la esperanza en medio del bullicio de nuestras ciudades y pueblos! A todos los que escuchamos la voz del Señor, él nos interpela con amor y nos pregunta: Dime, ¿en qué cosas concretas vives las Bienaventuranzas?

Dificultades

¡Ay, Señor!, qué difícil es seguirte en todo lo que nos exiges. Y, sin embargo, hermanos, si leemos atentamente el Evangelio, nos damos cuenta de que el Señor no se equivoca. ¿Amamos solo a quienes nos aman? ¡Bien! ¿Perdonamos solo a los que nos han perdonado primero? ¡Estupendo! ¿Prestamos solo a quienes sabemos que nos devolverán? ¡Precioso! Pero, hermanos, ¿qué tiene de extraordinario todo esto? ¡Es lo que hacen todos!

Sí, Señor, tú tienes razón. En el fondo, nuestro cristianismo muchas veces se ha reducido a una vida de sentido común, con un barniz de Evangelio. No se nos ve, o se nos ve poco, casi imperceptiblemente, y vivimos contentos con lo poco que hacemos. Nos contentamos con pequeños gestos que apenas reflejan tu amor, justificamos nuestra tibieza diciendo que, al menos, no somos peores que los demás. Y así nos volvemos mediocres, incluso en la caridad.

Apuntar alto

Pero Jesús no se conforma con eso. Él sueña con nuestra santidad y nos llama a vivir la radicalidad del Evangelio. Nos pide el coraje de la paradoja: perdonar a los enemigos, amar sin esperar nada a cambio, vivir en la transparencia del amor de Dios. El Señor nos invita a seguirle hasta el final, como verdaderos discípulos.

sábado, 15 de febrero de 2025

DOMINGO 6º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)






Primera Lectura: Jer 17, 5-8
Salmo Responsorial: Salmo 1
Segunda Lectura: 1 Cor 15, 12.16-20
Evangelio: Lc 6,17.20-26

Veíamos el domingo pasado cómo Pedro y Andrés, en su encuentro con Cristo, experimentaron una transformación radical. No sólo dejaron sus redes; abandonaron toda una vida para seguir al Maestro. No se detuvieron a ordenar sus pertenencias como solemos hacer nosotros en nuestra cotidianidad. En un acto de fe profunda, comprendieron que el Señor deseaba usar la barca de sus vidas para proclamar el Reino de Dios.

Recordemos, queridos hermanos, que nuestra fragilidad no es impedimento para el Señor. Al contrario, Él nos ama y nos necesita exactamente tal como somos. ¡Qué misterio más conmovedor! Pedro y Andrés se unieron a un grupo verdaderamente diverso: pescadores sencillos, un zelote apasionado, un publicano. ¿Qué es lo que podía unir a personas tan distintas? Solo el deseo ardiente de seguir a aquel Nazareno en quien resplandecía la presencia de Dios.

Y es allí, en las orillas del mar de Galilea, donde Jesús les cuenta a ellos, y hoy a nosotros, cuál es el secreto de la felicidad.

Bienaventuranzas

 "Bienaventurado", “bendito” nos dice. ¡Qué palabra tan llena de promesa! “serás feliz si”, “tendrás el corazón lleno si”, “estallarás de alegría si”: en fin, una auténtica revelación del camino hacia la auténtica alegría que todos anhelamos.

¿No es la alegría lo que buscamos más que cualquier otra cosa? ¿Es que Jesús nos va a mostrar el camino a la plenitud? En definitiva, ¿se decide Dios a desnudarse y a darnos la solución al enigma de la vida?

sábado, 8 de febrero de 2025

DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 6, 1-2a.3-8
Salmo Responsorial: Salmo 137
Segunda Lectura: 1 Cor 15, 1-11
Evangelio: Lc 5, 1-11

El rabino Jesús

Hoy contemplamos una escena entrañable del Evangelio donde Jesús llama a Pedro y Andrés, dos pescadores rudos y cansados, a una misión extraordinaria. Imaginen la escena: un día cualquiera junto al lago de Galilea, donde el desánimo y el cansancio parecen ser los únicos compañeros.

Pedro y Andrés lavan sus redes, agotados tras una noche sin pesca. La crisis económica los abraza, el desempleo los acecha, y sus esperanzas parecen hundirse como sus redes vacías. Y entonces, en medio de ese paisaje de desolación, aparece Jesús.

Para muchos, Jesús era solo un predicador más, un joven entusiasta que hablaba de Dios. El carpintero de Nazaret que se había metido a rabino. Pero para Pedro y Andrés, será el inicio de una transformación radical de sus vidas.

Jesús no llega con grandes discursos ni promesas pomposas. Simplemente pide prestada la barca de Pedro. Un gesto sencillo que será el preludio de una llamada profunda. Pedro, con su rudeza de pescador pero también con su bondad esencial, acepta. Lo hace por educación, porque tiene miedo de parecer un descortés y un maleducado. Lo hace porque, en el fondo, Pedro es un cacho de pan.

Dios

Hermanos, Dios nos alcanza precisamente en nuestros momentos más áridos. Cuando creemos que todo está perdido, cuando la noche de nuestras dudas parece interminable, Él está ahí, esperando únicamente un pequeño gesto de confianza.

Y en el encuentro ocurre lo inesperado: Jesús le pide a Pedro que reme mar adentro y eche las redes. Pedro piensa: ¡Esto ya es demasiado!, pero escéptico y obediente a la vez, lo hace. ¡Y sucede el milagro! Las redes se llenan de peces hasta el punto de casi hundir la barca.

sábado, 1 de febrero de 2025

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - 2 de febrero


 Primera Lectura: Mal 3,1-4
Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda Lectura: Heb 2,14-18
Evangelio: Lc 2,22-40

La liturgia de hoy nos puede parecer más propia del tiempo de Navidad, con sus relatos de la infancia del Señor. Sin embargo, el mensaje central que nos transmite, como hemos escuchado en el Evangelio y proclamaremos en el Prefacio, es la revelación de Jesús por el Espíritu Santo como gloria de Israel y luz de las naciones. Es Él, en verdad, el Mesías largamente esperado.

La esperanza de un pueblo

Todo esto sucederá de una forma desconcertante. Cuando José y María llevan al Niño al Templo, no son los príncipes de los sacerdotes ni las autoridades religiosas quienes salen a su encuentro. De hecho, serán esos mismos quienes, años más tarde, lo entregarán a los romanos para su crucifixión. El Señor no encuentra cabida en una religiosidad autosuficiente que ha olvidado el clamor de los pobres.

Tampoco lo reciben aquellos doctores de la Ley que predican sus "tradiciones humanas" en los atrios del Templo. Los mismos que después condenarán a Jesús por sanar enfermos en sábado, transgrediendo la ley. Nuestro Salvador no es acogido por doctrinas y tradiciones que no sirven para dignificar y sanar la vida humana.

La esperanza mesiánica, cultivada durante siglos en el corazón del pueblo elegido, se encarna en dos ancianos de fe sencilla: Ana y Simeón. Sus vidas enteras han sido una espera confiada en la salvación divina. Son ellos quienes, representando al Israel fiel, acogen al Dios de la gloria cuando el Niño Jesús entra en brazos de sus padres.

Los que acogen al Señor

Entonces, ¿quiénes son los que reciben al Señor? María, la dulce y joven madre, cuya intimidad con Dios la convirtió en instrumento de nuestra redención; José, varón justo que permitió que se realizara el designio divino de salvación (Mt 1, 19-20); Simeón, hombre contemplativo guiado por el Espíritu, que se hace eco de las profecías mesiánicas de Isaías; y Ana, la mujer que "no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones". Todos ellos representan a aquellos que no viven encerrados en sí mismos ni absorbidos únicamente por las preocupaciones terrenas, sino que viven para "el Consuelo de Israel", para su liberación y la salvación del mundo.