Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta de la familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que cada uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.
Nos guste o no, la familia está y permanece en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación. A menudo es causa de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, también causa de inmensa alegría.
Es hermoso que Dios haya querido experimentar la vivencia familiar.
Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y complicada.
Asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...
Pero no es en esta diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve su propia vida trastocada por la acción de Dios y el delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.
Dura realidad
Todos tenemos sueños, deseos: algunos instintivos, infantiles; otros profundos y adultos. María y José, por su parte, tuvieron el proyecto de estar juntos, de crear una familia: un buen trabajo de honesto artesano para el carpintero, una vida dedicada a la organización cotidiana por parte de la bella María. Después, Dios tuvo necesidad de ellos, y su vida se trastocó.
Durante la Nochebuena estuvimos invadidos por el clima de ternura y consuelo que se respira en Navidad. Es bonito y justo que sea así, es bonito imaginar a los ángeles de rodillas con el arpa y a los pastores delante del pesebre. Pero a la mañana siguiente ya no quedaba ni rastro de los ángeles.


