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sábado, 27 de diciembre de 2025

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo A)

Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3,12-21
Evangelio: Mt 2, 13-15

Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta de la familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que cada uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.

Nos guste o no, la familia está y permanece en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación. A menudo es causa de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, también causa de inmensa alegría.

Es hermoso que Dios haya querido experimentar la vivencia familiar.

Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y complicada.

Asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...

Pero no es en esta diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve su propia vida trastocada por la acción de Dios y el delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.

Dura realidad

Todos tenemos sueños, deseos: algunos instintivos, infantiles; otros profundos y adultos. María y José, por su parte, tuvieron el proyecto de estar juntos, de crear una familia: un buen trabajo de honesto artesano para el carpintero, una vida dedicada a la organización cotidiana por parte de la bella María. Después, Dios tuvo necesidad de ellos, y su vida se trastocó.

Durante la Nochebuena estuvimos invadidos por el clima de ternura y consuelo que se respira en Navidad. Es bonito y justo que sea así, es bonito imaginar a los ángeles de rodillas con el arpa y a los pastores delante del pesebre. Pero a la mañana siguiente ya no quedaba ni rastro de los ángeles.

miércoles, 24 de diciembre de 2025

NATIVIDAD DEL SEÑOR (A)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18

Luz y tinieblas

Otra vez la Navidad. Otra vez nos encontramos reunidos para celebrarla.

Una fiesta que querríamos llena de luz, como corresponde, como Dios quiere que sea. Y, sin embargo, también una fiesta que corre el riesgo de quedarse vacía: una Navidad sin el festejado, reducida a emociones dulzonas o a un gran escaparate donde todo se compra y se vende.

Hay quienes llegan a estos días cargados de angustia. Personas para las que la Navidad es casi una maldición que hay que pasar cuanto antes, y a las que no parece alcanzar ningún ángel que las invite a ir hasta aquel establo.

Y, aun así, pese a todo, la luz de Dios se abre paso. Invade los rincones más oscuros, aquieta la ansiedad y transforma el corazón de quienes se dejan sorprender, desarmar y conmover.

Porque, pensándolo bien, ¿quién podría haber inventado algo así?
¿Quién podría haber hecho creíble la noticia más increíble de todas?

La Navidad tiene que ser verdadera. Solo Dios podría realizar semejante despropósito. Solo Dios podría imaginar algo tan desconcertante.

Un Dios que se hace hombre. Que se hace cercano y accesible. Que se hace carne y sangre, ternura y calor, fragilidad y compasión.

Un Dios con sentimientos. Que conoce el cansancio y la emoción, el hambre y la sed, el frío y el calor.

Desde ahora ya no hay frontera entre lo humano y lo divino. El Señor está aquí. Con nosotros.

¿Y por qué? Por qué lo ha hecho? ¿Qué sentido tiene que Dios abandone su perfección para conocer nuestra miseria?

La respuesta es sencilla y desarmante: «Para vosotros ha nacido un Salvador».

Son los pastores —los últimos, los descartados, los perdedores del tiempo de Jesús— quienes reciben esta explicación. A ellos se les confía el corazón del misterio.

Dios se ha hecho hombre porque nos quiere. Y cuanto más frágiles y torpes somos, cuanto más hemos conocido la miseria y la desesperación, más nos quiere. No por nuestros méritos, sino según nuestras necesidades.

Dios se ha hecho hombre para salvarnos, para conducirnos a la plenitud de la vida. Para responder a ese anhelo profundo e indestructible que Él mismo ha sembrado en nuestro corazón, una voz interior que ni el caos en el que a veces sobrevivimos consigue acallar.

Dios se ha hecho hombre para decirnos que nuestro barro está amasado con una chispa divina. Que, desde ahora y para siempre, lo humano y lo divino conviven en un mismo cuerpo: el cuerpo de un recién nacido.

martes, 23 de diciembre de 2025

MISA VESPERTINA EN LA VIGILIA DE NAVIDAD (24 de diciembre)


Primera Lectura: Is 62,1-5
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Hech13, 16-17.22-25
Evangelio: Mt 1, 1-25

Navidad, fiesta de la alianza amorosa

Acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías que Jerusalén, la ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Dios a unirse a él en una alianza de amor, como una novia virgen y joven.

Esta es una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla desbordante el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte que la misma infidelidad.

Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castigue nuestro pecado y desprecie nuestra pequeñez. El Dios de Jesús no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta Vigilia de Navidad, la novia es la humanidad; mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la alegría.

El esposo divino hoy invita a su mujer humana a vivir amando, a amar gozando, a gozar entregándose. Y nosotros lo intuimos bastante bien al considerar este día como una de nuestras fiestas populares más grandes y más bulliciosas, además de ser la más íntima y más familiar del año. Es la noche de bodas de Dios y la humanidad.

Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado ese otro nombre con que la Biblia lo invoca: ESPOSO. Dos esposos son dos seres que se unen en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura del "padre" siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder y, desgraciadamente, hasta de castigo. No así la de "esposo": nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se vuelca totalmente y se hace "hijo" de la tierra, se hace hombre: es Jesús, el Hijo de Dios.