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sábado, 20 de diciembre de 2025

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo A)

Primera Lectura: Is 7,10-14
Salmo Responsorial: Salmo 23
Segunda Lectura: Rom 1,1-7
Evangelio: Mt 1, 18-24

Acoge la Navidad quien mantiene despierta en su interior la esperanza de ser acogido por Dios. Los profetas —y entre ellos Juan— nos invitan a preparar el corazón para recibir a un Dios que irrumpe, que no deja las cosas como estaban. Como María, también nuestra vida puede convertirse en puerta de entrada de Dios en el mundo.

Este es el desafío del Adviento, de este Adviento concreto que estamos viviendo: hacer espacio dentro de nosotros para que la luz de Dios pueda brillar con toda su fuerza en nuestra vida y en el mundo.

Eso mismo le ocurrió a José. Tal vez el más desconcertado de los santos.

José, el novio desconcertado

José es un hombre al que, humanamente hablando, Dios le ha trastocado la vida. Y hoy, en el último domingo de Adviento, la liturgia nos lo propone como modelo.

Muchos de nosotros, esta semana, nos hemos sentido cerca de Juan, el profeta que duda. Si «el mayor nacido de mujer» pasó por la oscuridad, ¿cómo no vamos a dudar nosotros?

Hoy la liturgia va un paso más allá. Nos pone delante al esposo de María, al padre legal de Jesús, un hombre justo que tuvo que rehacer todos sus planes y convivir con un problema que no se resolvió nunca del todo. El encuentro con Dios no le allanó el camino. Más bien se lo complicó.

No siempre el encuentro con Dios viene acompañado de música celestial y tranquilidad inmediata. Si no, que se lo pregunten a José.

Noches sin dormir

Mateo nos narra el nacimiento de Jesús de forma sobria, desde la perspectiva de José. En un evangelio dirigido a cristianos de origen judío, la figura del padre era esencial: el Mesías debía proceder de la estirpe de David, y José pertenece a ella. Pero su camino fue singular.

José y María estaban desposados, conforme a las costumbres de su tiempo. De María sabemos que era muy joven; de José, poco más. El Evangelio no da detalles: podemos imaginarlo como un hombre sencillo, trabajador, honrado. Nada extraordinario.

Lo decisivo es esto: el único que sabía con certeza que aquel hijo no era suyo era precisamente José.

sábado, 13 de diciembre de 2025

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo A)

“Alegraos, siempre en el Señor; os lo repito, estad alegres.
El Señor está cerca." (Flp 4, 4-5)


Primera Lectura: Is 35,1-6a. 8a. 10
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda Lectura: Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11

Hermanos, puede que uno celebre muchas Navidades sin que, en el fondo, Dios llegue a nacer en su corazón. Y la verdad… el Adviento está precisamente para eso: para despertarnos, prepararnos y volver a lo esencial. Hoy la liturgia nos invita a detenernos un momento, casi como quien respira hondo, y dejar que la Palabra nos saque del ruido de cada día. Algo parecido a lo que hizo María: escuchar, acoger, guardar silencio, y reconocer a los profetas —que también hoy— nos señalan a Cristo.

Y quizá lo sentimos: hay una “Navidad fingida” que se pasea por nuestras calles, vistosa pero vacía. Luces que brillan, escaparates que prometen regalos imposibles, y el Niño Jesús… cada vez más escondido, casi borrado en nombre de un respeto mal entendido. Las revistas explican el origen del árbol, del trineo o de Santa Claus, pero casi nunca hablan de Jesús, el de Nazaret, el Hijo de Dios que viene a nacer. Es extraño: celebramos la Navidad sin el que da nombre a la fiesta.

Y, al mismo tiempo, el ambiente no está precisamente ligero. La crisis económica pesa, la guerra y la inseguridad nos llenan de inquietud, las jugadas políticas y diplomáticas siguen llenas de palabras tergiversada, y demasiados hermanos siguen muriendo en los mares de nuestro entorno o atrapados en caminos de pobreza. Las cifras son durísimas: el hambre crónica afectó a más de 670 millones de personas en 2024; cada día mueren 8.500 niños sin apenas hacer ruido. Y uno se pregunta, a veces con cansancio: “¿De verdad ha cambiado algo desde el nacimiento del Señor?”

La soberbia sigue alzando la voz, el egoísmo continúa imponiéndose más de lo que deseamos —a veces incluso dentro de la Iglesia—, y el mundo parece inclinarse hacia los fuertes.

 Juan, el profeta que duda

El Evangelio de hoy nos coloca ante un Juan Bautista distinto al que conocemos. Ya no está en el Jordán, desafiante y ardiente; ahora está en la cárcel, cerca de la muerte, víctima de la rabia de Herodías y de la debilidad de Herodes. Juan había vivido para anunciar al Mesías. Lo reconoció cuando vino a bautizarse, se inclinó ante él, se admiró de su humildad. Pero ahora… ahora está desconcertado.

Porque el Mesías no actúa como él esperaba. Juan hablaba de fuego, de juicio, de purificación. Jesús, en cambio, habla de misericordia, cura heridas, perdona, se acerca a los pobres, no agita al pueblo. Es un Mesías demasiado distinto, casi desconcertante. Y Juan —el mayor entre los nacidos de mujer— duda. Me gusta que el Evangelio no esconda esta fragilidad: también los grandes creyentes atraviesan noches.

domingo, 7 de diciembre de 2025

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (8 de diciembre)


Primera Lectura: Gen 3,9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Ef 1,3-6.11-12
Evangelio: Lc 1, 26-38

             

En pleno tiempo de Adviento, la Iglesia nos presenta la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción de María. No es que se pretenda hacer un paréntesis litúrgico, sino más bien contemplar a uno de los personajes clave de este tiempo de espera y que está en lo más entrañable del camino de nuestra fe: María, la madre de Jesús.

Muy pronto, desde el principio, las iglesias primitivas entendieron que María había desarrollado un papel importante en todo el diseño salvador de Dios y por eso la admiraron siempre con amor, y trataron de imitar sus virtudes. Las pocas referencias a ella que encontramos en los evangelios nos hacen entender que la figura de María y su presencia animaron sin afanes ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo habría que decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, y de todos los cristianos que la contemplamos a lo largo del tiempo no solo como la madre del Verbo hecho carne, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos e invocaciones han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es obvio que la madre del Salvador hubiera recibido de Dios algunos regalos y algunas gracias, no por justo mérito, sino en virtud del favor y de la gratuidad divina. "Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas" (San Juan Damasceno).

María emerge de las narraciones de Lucas y de los otros evangelistas como una chica de gran equilibrio, con una experiencia de vida que se parece tanto a la nuestra. Por eso es el modelo de cada cristiano.

María del Adviento

En este tiempo de Adviento tenemos la necesidad de despertarnos, porque tenemos el peligro de vivir un poco "dormidos", fuera de la verdadera vida; todos atareados en encontrar espacios para distraernos, olvidando lo esencial. También María, joven creyente, se encontraba en el trajín familiar: el trabajo hogareño de aquel tiempo, las amistades, el tiempo libre... Y es en este contexto ordinario cuando ocurre lo inaudito y extraordinario: a María se le pide convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo. Una cosa fácil, ¿no? Y si nos hubiera sucedido a nosotros, si Dios nos hubiera dicho: "Oye, necesito que me eches una mano para salvar el mundo", ¿qué le hubiéramos contestado?

María, lo primero que hace es titubear, preguntar y agobiarse: ¿cómo es posible todo esto? Lo primero que hace la Virgen es preguntar. María pide explicaciones. Y pide explicaciones precisamente porque lo que se le anuncia es un misterio que solo puede ser acogido desde la fe. Algunos piensan que la fe requiere renunciar al pensamiento, que exige una obediencia ciega, y no es así. La fe requiere el pensamiento porque la fe es lúcida y supone la inteligencia. No es para tontos y para crédulos, porque no es cierto que Dios prefiere a los imbéciles. Imbéciles son los que así lo creen.

Y el ángel le recuerda a María que no hay que poner obstáculos a Dios, porque él sabe bien lo que hace. Y María cree, confía en el Señor.