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sábado, 13 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)


Primera Lectura: Num 21,4b-9
Salmo Responsorial: Salmo 77
Segunda Lectura: Flp 2,6-11
Evangelio: Jn 3, 13-17


               

Es normal que muchas veces nos sintamos cansados y hasta desconcertados por tanto sufrimiento en el mundo. Lo vemos en lo grande —guerras, injusticias, desastres—, pero también en lo pequeño y cercano: en la enfermedad de un ser querido, en las dificultades de la familia, en las heridas que llevamos por dentro. Dios ciertamente nos cura desde lo profundo, pero siempre surge la misma pregunta: ¿por qué hay tanto dolor que parece inútil?

La fiesta que hoy celebramos, la Exaltación de la Santa Cruz, puede darnos una luz en medio de esa pregunta.

Una historia que nos ayuda a mirar

La tradición nos dice que santa Elena, madre del emperador Constantino, viajó a Tierra Santa movida por la fe. Quiso visitar los lugares de la memoria de Jesús, donde durante tres siglos los cristianos habían rezado casi en secreto. En el Gólgota, donde se levantaba un templo pagano, mandó excavar y allí, según la tradición piadosa, se halló la cruz del Señor. Era un 14 de septiembre, y aquella cruz fue llevada a Constantinopla en medio de gran veneración.

En pocas décadas, los cristianos que antes eran perseguidos se encontraron exaltando la cruz de Cristo públicamente. Y desde entonces, esta fiesta nos invita a contemplar con seriedad lo que significa la cruz en la vida cristiana.

Una fiesta paradójica

Para quien no comparte la fe, celebrar la exaltación de la cruz puede sonar absurdo y disparatado. ¿Qué sentido tiene alegrarse por un instrumento de tortura? Nuestra sociedad busca el bienestar, la comodidad, el “no sufrir”. Y es lógico que alguien pregunte: ¿no será esto una exaltación morbosa del dolor? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

La respuesta es clara: los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos ni el dolor, ni la tortura y ni la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. En la cruz no está glorificado el sufrimiento, sino la entrega de Jesús, que se hizo solidario con nosotros en todo, incluso en la muerte.

sábado, 6 de septiembre de 2025

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

No sea que no pueda acabarla... (Lc 14, 29)

Primera Lectura: Sab 9, 13-18
Salmo Responsorial: Salmo 89
Segunda Lectura: Flm 1, 9-10.12-17
Evangelio: Lc 14, 25-33


Estamos terminando otro verano más. Un verano que se apaga entre las dudas y vaivenes de la política, en un mundo marcado por la violencia de la guerra. Mientras tanto, el Mediterráneo sigue siendo escenario de un drama que parece no tener fin: miles de personas que buscan un futuro mejor se lanzan al mar, y demasiadas veces no llegan a la otra orilla. Las cifras son frías, pero detrás de ellas están los rostros y las vidas de hombres, mujeres y niños. Desde hace tres décadas, más de 48.000 han muerto en esa travesía.

Y no solo el Mediterráneo: en Gaza, en Ucrania, en el Cuerno de África… los conflictos y las catástrofes obligan a millones a abandonar sus casas, dejando atrás todo lo que conocen. La tierra se convierte en un lugar hostil para los que solo buscan un poco de paz y dignidad.

Son contradicciones que reflejan nuestra condición humana: mientras los poderosos discuten y calculan, los pequeños sufren y mueren. Y nosotros, desde nuestra vida cotidiana, también luchamos contra la violencia que anida en nuestro interior, intentando no caer en la indiferencia, buscando un poco de luz para caminar.

En medio de todo, la Palabra de Dios viene a tocarnos, a abrir grietas en la dureza de nuestro corazón. Nos invita a no resignarnos, a creer que la conversión es posible. Porque si no avanzamos en ese camino, corremos el riesgo de ir muriendo lentamente, devorados por la nada.

Ánimo, pues: el Señor nos ofrece su Sabiduría como horizonte.

Buscar las cosas de arriba

El libro de la Sabiduría nos plantea una verdad sencilla y, a la vez, profunda: “Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos” (Sab 9,14). ¡Cuánta razón tiene! Sabemos mucho de ciencia y de tecnología, nos hemos atrevido a cruzar el espacio y a descifrar la energía, pero seguimos siendo incapaces de responder al vacío interior del joven que se pierde en la droga, o de detener el odio que alimenta la guerra, o de curar la soledad de tantas familias sin casa ni tierra donde asentarse.

sábado, 30 de agosto de 2025

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Eclo 3, 17-21.29
Salmo Responsorial: Salmo 67
Segunda Lectura: Heb 12, 18-19.22-24
Evangelio: Lc14, 1.7-14


El domingo pasado escuchábamos a Jesús invitarnos a entrar por la puerta estrecha. Hoy, con las imágenes del Evangelio, se nos explica mejor en qué consiste esa puerta: en actitudes concretas de humildad y de verdad, frente a la tentación siempre actual de la apariencia y del orgullo.

No es sencillo mantener la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos. La fe no es simplemente cumplir normas; pero es evidente que, si de verdad hemos encontrado a Cristo, nuestra vida cambia: se orienta hacia lo bueno y lo verdadero, y poco a poco se va transformando. Lo mismo que sucede cuando una persona se enamora: sus gestos, su manera de hablar, su mirada, todo se nota.

También nosotros estamos llamados a vivir como personas salvadas, dejando que el Evangelio purifique nuestro corazón y nuestras actitudes, más allá de simples códigos morales.

 Jesús y las apariencias

El Evangelio nos muestra a Jesús observando cómo algunos buscan los primeros puestos en la mesa. Ridiculiza la actitud de los que aparentan grandeza sólo por tener un cargo o un lugar visible. No critica la responsabilidad social en sí, sino el orgullo de quien confunde el servicio con la apariencia, y la dignidad con el poder.

Nuestra sociedad conoce muy bien esa tentación. Vivimos rodeados de ansias de notoriedad: el deseo de “salir en la tele”, de tener seguidores en las redes, de ser reconocidos aunque sea con cosas superficiales. Nuestros jóvenes, y también los adultos, sienten a veces un miedo enorme a pasar desapercibidos. Y tantas veces esa búsqueda de visibilidad acaba vaciando a las personas, convirtiéndolas en copias unas de otras, esclavas del juicio ajeno.

Detrás de todo esto hay una tragedia: se piensa que uno sólo existe si aparece, que sólo vale lo que se ve, que lo demás no cuenta. Pero, hermanos, mientras el mundo juzga y condena con dureza, Dios perdona y levanta siempre.

El mensaje de Jesús

Frente a todo eso, la palabra de Jesús es clara: no necesitas aparentar. Tú vales a los ojos de Dios tal como eres. Tu dignidad no depende de un aplauso ni de una imagen pública, sino del amor de Dios que te ha creado y te sostiene.