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sábado, 16 de octubre de 2021

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Is 53, 10-11
Salmo Responsorial: Salmo 32
Segunda Lectura: Heb 4, 14-16
Evangelio: Mc 10, 35-45


Los apóstoles no entendieron nada. La escena del hombre rico se cerró con la apremiante pregunta de los Doce, hecha por Pedro en nombre de todos: ¿y nosotros que lo hemos dejado todo, qué?

Jesús los anima: dejar todo por el Reino significa encontrar cosas nuevas... aquello del ciento por uno... Aplauso y final; se acabó.

Eso se creen, porque luego el evangelio de Marcos continúa con el tercer anuncio de la Pasión. Con un Jesús visiblemente aturdido que les cuenta a sus amigos que está dispuesto a morir con tal que no traicionar a la imagen de Dios que lleva impresa en su corazón.

Ese el evangelio de hoy. Uno de los más terribles que la historia nos ha entregado. Efectivamente, los exegetas hacen notar que, cuando Marcos escribe el evangelio, el arrogante Santiago ya había sido matado, y Juan se pasaba la vida hablando más de Jesús que pensando en ningún cargo de gobierno. Los hijos del trueno aprendieron la lección… a la fuerza.

Un evangelio tan fuerte que Lucas lo salta a pie juntillas y Mateo lo suaviza, atribuyéndole a la madre de los “boanerges” la inconsciente iniciativa que acabamos de escuchar.

Parece que los discípulos lo dejaron todo cuando siguieron a Jesús... pero sólo fue en teoría.

Incomprensión

Los protagonistas hoy, son Juan y Santiago. Juan el perfecto, el místico, el águila, la profundidad, le pide a Jesús una recomendación, pide sentarse a la derecha de Jesús en el momento en que se establezca el Reino de los cielos, concibiéndolo como un reino político e inmediato, a punto de producirse.

No basta con haber tenido grandes dones místicos y señales de la presencia de Dios en la oración para evitar cometer enormes errores. También los hermanos y las hermanas que, entre nosotros, hayan elegido el camino de la contemplación tienen que vigilar siempre el riesgo de la gloria mundana querida y buscada...

La paradoja es buscada por Marcos. No se trata ya de un fervoroso joven que tiene un patinazo tan clamoroso como aquel rico, sino de dos discípulos que, apenas han oído el tercer anuncio de la Pasión, buscan la vía de escape en el poder. ¡Peor aún, los otros diez la toman con ellos por haberse atrevido a ser los primeros en tomar la iniciativa de lo que todos estaban pensando!

Marcos parece remitir aquí a la trágica situación de Israel cuando, muerto Salomón, se dividiría el reino en dos partes, con diez tribus al norte y a dos al sur.

Jesús queda, de nuevo, desconcertado. Sabe que su Reino es servicio, sabe que su postura le va a costar sangre, y estos tipos hablando de privilegios y de cargos, de primas y de beneficios.

Parece que estamos leyendo uno de los miserables informes actuales en los que políticos y personajes, cortos y mezquinos, malversan dinero público o evaden capitales, mientras muchas familias se hunden en la desesperación. Terrible.

Lógicas

Este evangelio es una página sincera, que nos obliga a fijarnos en nuestro modo de ser Iglesia. En particular, en cuantos tienen tareas y responsabilidad dentro de la comunidad: los obispos y sacerdotes, y también los catequistas, formadores y animadores.

Hay, indudablemente, personas extraordinarias, conscientes de sus limitaciones, que consumen su vida en el anuncio del Evangelio. Hay sacerdotes en edad de jubilación y llenos de achaques que todavía llevan el inmenso regalo del Pan de Vida a pequeñas comunidades dispersas por las aldeas; hay jóvenes que dedican su sábado libre a jugar con los chicos en un polvoriento e impracticable campo de fútbol de las periferias.

Pero existe también la tentación del aplauso y de la gloria, del deseo de reconocimiento social del propio esfuerzo; de los resultados que, de algún modo, tienen que ser visibles y cuantificables. Hay también el gusto por desempolvar viejos títulos y privilegios; curas y religiosos jóvenes convencidos de que basta su simple presencia y simpatía para cambiar las cosas. Hay formadores que se ofenden si no se les presta mucha atención, o que se cansan a la primera dificultad.

Hermanos, todavía tenemos que recorrer mucho camino, tenemos que estar atentos a no caer en el engaño de la mundanidad, a mirar siempre y sólo al Maestro que nos ama, sin esperar resultados. Si hay que conseguir algún resultado, será precisamente el de dar cada uno lo mejor de sí, con absoluta humildad y mansedumbre.

Maestro y discípulos

Jesús nos muestra lo qué es ser corderos en medio de lobos. Jesús, ante tanta mezquindad, no se desanima. Él, que necesitaría todo el consuelo, nos da consuelo a manos llenas. Ante la insensatez, él se sienta y nos enseña, una vez más.

Es natural que haya el deseo de sobresalir, de prevalecer, de descollar, incluso en la Iglesia. Pero es propio de los discípulos hacer como él: ponerse al servicio del Reino hasta la muerte.

En estos tiempos en que la Iglesia en salida, siguiendo la solicitud del Papa Francisco, busca cómo contagiar la “Alegría del evangelio” a la gente de hoy, este domingo nos recuerda el estilo con qué hacerlo: sin ceder a las lógicas mundanas del dominio y del poder, incluso en nuestras pequeñas cosas de cada día.

Que así nuestras comunidades, marcadas con la señal de la cruz, se pongan al servicio de la humanidad, se conviertan en misioneras de la misericordia, la ternura, y el servicio. Con esa gratitud, sonrisa y humanidad plena que, recibida de Cristo, contagia a nuestro mundo.

Se trata de pasar de la lógica de la sospecha a la de la confianza, de la lógica del atesoramiento a la del compartir. Así será así entre nosotros si nos acercamos al distribuidor de la gracia, como sugiere la carta a los Hebreos.

Así, desde dentro, desde una profunda conversión interior, es como podemos llegar a ser discípulos del Señor para cambiar el mundo.

 

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