Estamos a punto de despedir a Mateo en las
lecturas de este año litúrgico, el publicano convertido en discípulo del Reino
de Dios, al que hemos seguido en su evangelio, para encontrarnos con Marcos,
discípulo de Pedro, e iniciar el recorrido del Adviento.
Pero antes de dejarlo, Mateo nos va a dejar algunas
parábolas comprometidas, ya no dirigidas al auditorio inmediato de Jesús, sino a
las comunidades cristianas que se inspiran en él, pero que corren el riesgo de
vivir adormecidas y de no creer ya en la llegada del Señor, con su regreso en
gloria.
Frente a ellas, Mateo nos dice, que estamos
llamados a mantenernos despiertos y activos. Estamos llamados a hacer presente
el Reino de Dios allí donde vivimos, hasta que él venga. Estamos llamados a
hacer rendir los talentos que el Señor nos ha dado.
Talentos
Mateo, de modo distinto que Lucas, añade algunos
matices a la parábola de los talentos, orientándola hacia la comunidad que escucha
este evangelio. El talento, ya no es un regalo que hemos recibido sólo para el
bien común, como se nos ocurriría pensar de inmediato, sino un regalo precioso
que el Señor hace a cada uno, y que cada uno de nosotros está llamado a hacer
rendir según sus capacidades, una capacidad que, por lo tanto, ya poseemos.
El dueño confía en sus siervos: no les dice cómo
tienen que hacer para que el talento rinda al máximo, será la capacidad
laboriosa de ellos la que los hará rendir y no, como da a entender Lucas, una cualidad
intrínseca al talento; algo que se recibe, y ya está.
Un talento era un gran regalo, no lo olvidemos. Para
que tengamos una idea de su magnitud, un talento correspondía a veinte años de
trabajo de un obrero, por lo tanto, algo así como entre ciento cincuenta y doscientos
mil euros. Al primer siervo se le entrega la sorprendente
cifra de 1,2 millones de euros, ¡como para hacer una buena inversión! Y así sucede: los dos primeros siervos hacen
rendir los talentos, duplicando su valor.
Pero, en la interpretación de Mateo, ¿qué son los talentos?
Son los dones preciosos que Jesús hace a la comunidad cristiana: la Palabra,
los sacramentos, la nueva lógica del Evangelio, la comunidad de la Iglesia. Dones
preciosos que nos han cambiado la vida y a los que estamos llamados a sacarles rendimiento,
y no a dejarlos hacerse rancios.
Es una tristeza ver a nuestras comunidades hacer
como el tercer siervo que entierra el talento del Señor bajo un montón de
prescripciones y ritos externos.
Miedos
Por eso, el tercero siervo es castigado duramente,
incluso de modo exagerado.
Dios se comporta con él como él se imagina que es Dios:
un ídolo vengativo, alguien que “siega donde no siembra y recoge donde non
esparce”.
La persona religiosa que se imagina Dios como un monstruo
horrible, tendrá una experiencia horrible de Dios, pero es un problema de su
imaginación, no de Dios... Si no convertimos nuestro corazón a la novedad del
evangelio, a la confianza en un Dios que nos entrega sus tesoros, confiando en
nosotros, no haremos más qué llevar pesadamente adelante una idea pequeñita y
desalentadora de Él.
Demasiado a menudo, por desgracia, Dios se parece todavía
mucho a las proyecciones de nuestros miedos, al Dios juez severo que me
controla y me hace sufrir. Ese, hermanos, lo repito una vez más: no es el Dios
de Jesucristo.
Una fe que se basa en el miedo no da ningún fruto.
Ante la reacción del tercer siervo, atemorizado
por su idea de Dios, el dueño replica irritado: podrías al menos haber puesto el
talento en un banco para hacerlo rendir más. ¿No estará aquí hablando Mateo de
la comunidad de la Iglesia, donde nuestros talentos personales se multiplican
para el bien común?
El drama, en cambio, es que algunos siervos,
algunos discípulos, habiendo recibido un gran tesoro, no le sacan rendimiento y
obstaculizan a quienes lo harían fructificar. ¡Qué gran verdad es esta!
El mensaje de Jesús es claro. No al
conservadurismo y sí a la creatividad. No a la obsesión por la seguridad, sí al
esfuerzo arriesgado por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el
conformismo y sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios.
Esta tentación de conservadurismo es más fuerte en
tiempos de crisis religiosa. Es fácil entonces invocar la necesidad de
controlar la ortodoxia, reforzar la disciplina y la normativa… Todo puede ser
explicable…, pero ¿no es esto, con frecuencia, una manera de desvirtuar el
evangelio y congelar la creatividad del Espíritu, que nos invita a vivir sin
miedo?