Traducir

Buscar este blog

sábado, 5 de julio de 2025

DOMINGO 14º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 66, 10-14
Salmo Responsorial: Salmo 65
Segunda Lectura: Gal 6, 14-18
Evangelio: Lc 10, 1-12.17-20


Setenta y dos discípulos

El pueblo de Israel creía que el mundo estaba compuesto por setenta y dos naciones. Por eso, cada año, en el templo de Jerusalén, se ofrecían setenta bueyes en sacrificio por la conversión de los pueblos paganos.

Hoy, el Evangelio nos habla precisamente de setenta y dos discípulos. Con esto, Lucas está diciendo algo muy claro a las comunidades de origen pagano: que también a ellas, y no sólo a los Doce, se les ha confiado el anuncio del Reino.

Estos discípulos son enviados de dos en dos. No se trata de mostrar las dotes de un posible iluminado, sino de anunciar que la comunión es posible. No van en nombre propio, sino como quienes preparan la llegada del Maestro. No lo sustituyen, no absorben su presencia, sino que se transparentan para que sea Él quien brille.

No somos dueños del Evangelio. Somos servidores de su anuncio.

No hay una casta profesional del anuncio: ni misioneros, ni sacerdotes, ni religiosas tienen la exclusiva. Todo discípulo de Cristo está llamado a anunciarlo, en cada encuentro, a cada persona. Vosotros, también.

Es difícil

Nuestros países, marcados por siglos de tradición cristiana, corren desde hace tiempo el riesgo de dormirse en los cómodos laureles de esa herencia, y confundir una cultura cristiana con una auténtica pertenencia a Cristo. Está bien que ciertos valores del Evangelio sigan presentes en el ambiente, pero eso no significa que el corazón haya encontrado ya a Dios.

¡Qué difícil es anunciar a Cristo a los cristianos! A los católicos que ya se sienten seguros en su fe, como si ya no tuvieran nada que descubrir.

¿Quién va a anunciar el Evangelio a ese 80% de bautizados que no celebran cada domingo la presencia viva del Resucitado?

¿Quién consuela, interpela, alienta y escucha a tantos que “creen creer”?

¿Quién acompaña en el crecimiento de una fe apenas iniciada, frágil, expuesta a los vaivenes de la emoción o incluso rozando la superstición?

Pues… tú. Y yo. Cada uno de nosotros.

Un estilo

He aquí el gran desafío: sacar a Dios del encierro de nuestros templos y llevarlo allí donde Él ha querido estar desde siempre: en medio del pueblo. Quitarle las ropas demasiado estrechas de lo sagrado donde lo hemos recluido, y devolverlo a la humanidad que Él quiso asumir.

Jesús nos marca con claridad el estilo y el modo de anunciar. Es un estilo que estamos llamados a adoptar.

Envía a sus discípulos de dos en dos. No para que conviertan a nadie por sí solos, pues la conversión es obra de Dios. Él es quien toca los corazones. A nosotros nos toca allanar el camino, preparar su llegada.

Somos enviados en pareja porque el anuncio no es una actividad carismática individual, según se me ocurra, sino la expresión de una comunidad que se construye y que, no sin esfuerzo, busca la unidad.

sábado, 28 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO (29 de junio)


Primera lectura: Hch 12,1-11
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda lectura: 2 Tim 4,6-8.17-18
Evangelio: Mt 16, 13-19


Hay aspectos de la Iglesia que resultan difíciles de vivir y comprender, incluso para quienes formamos parte activa de ella y la amamos como el sueño de Dios que es. Sin embargo, hay otros que nos llenan de alegría cada vez que los contemplamos. La fiesta que hoy celebramos es precisamente una de esas sorpresas desbordantes que nos hacen felices y orgullosos de ser cristianos en la Iglesia católica. 

Hoy honramos a los santos Pedro y Pablo. Celebramos su trayectoria, su fe y su lucha. Para redescubrirlos en toda su plenitud, debemos sacarlos de los nichos en los que a veces los encasillamos y atrevernos a verlos como personas normales que tuvieron la gracia de encontrarse con Dios. Por eso se parecen tanto a nosotros. Por eso son tan necesarios. 

Pedro era un pescador de Cafarnaúm, sencillo y tosco, entusiasta e impetuoso, generoso y frágil. Pablo, en cambio, era un intelectual refinado, el perseguidor celoso que se convirtió y ardió en la pasión de su nuevo encuentro con el Señor. ¡Eran completamente distintos! Nada ni nadie habría podido unir a dos personas tan diferentes. Solo Cristo lo hizo posible. 

Pedro: La Roca Frágil

Pedro, el pescador de Cafarnaúm, era un hombre rudo y directo, guiado más por la pasión que por la reflexión. Seguía al Maestro con ardor, ajeno a las sutilezas teológicas. Amaba a Jesús con intensidad, pero su entusiasmo a menudo lo llevaba a actuar de forma impulsiva y fuera de lugar. Acostumbrado al duro trabajo del mar, su rostro estaba marcado por las arrugas y sus manos, agrietadas por las redes y el agua salada. ¿Qué sabía él de profecías o de debates entre rabinos? Era un hombre de sangre caliente, amante de lo concreto, de las redes y los peces. Y sin embargo, Jesús lo eligió precisamente por su terquedad y su temple. 

No fue Juan, el discípulo místico, sino Pedro —el mismo que negaría a Jesús— quien fue escogido para guiar a la comunidad y confirmar en la fe a sus hermanos. Un Pedro desconcertado por este rol que superaba sus capacidades. Su historia es la de una elevación inesperada y brutal: tuvo que ser quebrantado por la cruz de Jesús, enfrentarse a sus límites y llorar su fragilidad para convertirse en el referente de los cristianos. 

viernes, 27 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo C)


Primera Lectura: Ez 34, 11-16
Salmo Responsorial: Sal 22
Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Evangelio: Lc 15, 3-7


Fiesta del Sagrado Corazón: el amor en el centro de la fe

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nacida en el ámbito de la devoción popular y vinculada a las visiones de Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial, pone de manifiesto una verdad sencilla, profunda y esencial: en el centro de nuestra fe está el amor de Cristo. Como nos recuerda el Papa Francisco: “En el corazón de la fe cristiana no hay una idea, una doctrina, un código moral, sino una persona: Jesucristo, en quien se ha revelado el amor del Padre” (Dilexit nos, 2).

A lo largo del tiempo, esta fiesta ha sido envuelta en un lenguaje y una iconografía que, aunque marcaron la piedad de otras generaciones, hoy nos resultan difíciles de integrar. Es posible que nos cueste conectar con ciertas imágenes dulcificadas o representaciones sentimentales de Jesús. Pero más allá de estos estilos devocionales, lo que la solemnidad quiere recordarnos es algo poderoso: Cristo nos ha amado y nos sigue amando con un amor verdadero, firme, sin condiciones ni manipulaciones. Su Corazón —dice Francisco— “no es símbolo de un amor genérico o abstracto, ni de un sentimentalismo devocional, sino de un amor concreto, fiel, compasivo, que sana, perdona y redime” (Dilexit nos, 7).

Ser cristianos no significa otra cosa que haber descubierto ese amor radical y gratuito. No un amor infantil ni culpabilizador, sino un amor adulto, libre, comprometido, que respeta y transforma. En Jesús hemos conocido el rostro del Padre, su fidelidad, su cercanía, su ternura.

El amor de Cristo no es solo un sentimiento: es una decisión. Es su entrega total, su obediencia hasta la cruz, su capacidad de amar incluso a quienes no lo amaban, su fidelidad a pesar del rechazo. Él redefine lo que entendemos por amor y por sacrificio. “Su amor no fuerza, no se impone, no chantajea: se ofrece. Y cuando es acogido, transforma” (Dilexit nos, 21).

Pero la imagen que muchas personas tienen de Dios no siempre nace de la experiencia de este amor. A menudo es una mezcla de prejuicios, supersticiones, noticias sensacionalistas, experiencias personales o ideas heredadas sin discernimiento. Y así terminamos construyendo una caricatura de Dios como un juez implacable, un poder lejano, alguien al que temer o al que hay que contentar. El Papa también lo reconoce con claridad: “Muchos viven con una imagen deformada de Dios: lo imaginan distante, severo, implacable, como si su amor hubiera que ganárselo. Esta idea no viene del Evangelio, sino del miedo” (Dilexit nos, 19).