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sábado, 29 de marzo de 2025

DOMINGO 4º DE CUARESMA (Ciclo C)


Primera Lectura: Jos 5, 9.10.12
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: 2 Cor 5, 17-21
Evangelio: Lc 15, 3.11-32


En el desierto de la Cuaresma 

Es en el desierto de la Cuaresma donde somos capaces de acoger la novedad absoluta del Evangelio, la revelación del verdadero rostro de Dios que emerge en Jesús. Un Dios hermoso que nos espera en el Tabor, siempre que logremos dejar atrás la estepa de la cotidianidad y la mediocridad. 

Un Dios que no envía catástrofes ni calamidades, pero al que sólo reconocemos como bueno cuando la desgracia nos golpea y necesitamos ayuda. Un Dios que es un Padre cariñoso, que nos ama y nos respeta. 

Lucas construye su Evangelio en torno a tres parábolas de la misericordia, en las que condensa la esencia de su mensaje. Una de ellas, quizás la más conocida, es la llamada, erróneamente, parábola del "Hijo Pródigo". 

 Máscaras 

Los dos hijos protagonistas de la parábola tienen una idea equivocada de Dios. Ambos. 

El hijo menor, el disoluto, ve a Dios como un competidor, un adversario. Para él, Dios es un censor, un juez severo, alguien que no le ayuda. Por eso le exige lo que le corresponde, lo que "le debe"—¿desde cuándo un padre "debe" a un hijo la herencia? — . Pedir la herencia en vida equivale a desear la muerte del padre. 

Este hijo se marcha lejos, quiere distanciarse de su padre y disfrutar de la vida. Con muchos amigos, despilfarra el patrimonio arrebatado, pero cuando el dinero se agota, también desaparecen los amigos. Era previsible. 

¿Es eso la vida? En pocos meses lo ha vivido todo y lo ha quemado todo. Y ahora se ve obligado a cuidar cerdos —los animales impuros por excelencia—, mientras el hambre lo consume. 

Esa hambre le despierta una dosis de realismo que le hace volver sobre sí mismo y razonar: "Soy un idiota. En casa de mi padre hasta el más humilde de los siervos tiene pan en abundancia. Volveré y buscaré una excusa."

Sí, una excusa. No se trata de una conversión sincera desde el inicio. Este hijo no está realmente arrepentido, simplemente tiene hambre y aún cree que su padre es un ingenuo al que puede manipular. Como tantas veces nosotros pensamos de Dios. 

El hijo mayor, en cambio, regresa del trabajo y se ofende por la fiesta que el padre ha organizado en honor del hermano menor. ¿Cómo decirle al padre que se está equivocando? 

sábado, 22 de marzo de 2025

DOMINGO 3º DE CUARESMA (Ciclo C)




Primera Lectura: Ex 3, 1-8.13-15
Salmo Responsorial: Salmo 102
Segunda Lectura: 1 Cor 10, 1-6.10-12
Evangelio: Lc 13, 1-9

Estamos viviendo un tiempo de esencialidad: cuarenta días cuaresmales para seguir a Jesús e imitar su necesidad de silencio y oración, de verdad y elección. Durante este período, queremos mirar a la luz de la Palabra para discernir si estamos satisfechos con lo que hemos llegado a ser y si nuestra fe en Dios es la misma que la de Jesús. El destino de este camino de renovación es el Tabor, la belleza de Dios que nos hace decir, junto con Pedro: “Maestro, es bueno que nos quedemos aquí”.

La Cuaresma es un tiempo fuerte, un período que puede transformar nuestra vida, reavivarla y reorientarla.

Al igual que Abraham, el domingo pasado, también nosotros hemos podido contemplar el rostro de Dios y ofrecerle nuestra vida. Pero, al igual que Abraham con el holocausto, debemos proteger nuestra ofrenda. Hay aves que descienden para devorar las víctimas del sacrificio, y nosotros, como aquel primer buscador de Dios, debemos alejar esas aves de presa que intentan desviarnos del camino cristiano.

Convertirse significa cambiar la mentalidad, redefinir el propio pensamiento a la luz del Evangelio. Y la conversión más desafiante y fundamental es pasar del Dios que imaginamos al Dios de Jesucristo. No basta con llamarnos cristianos para creer en el Dios de Jesús. Es necesario ir más allá, mucho más allá, pues llevamos en nuestro corazón muchas falsas imágenes de Dios.

De la desgracia como tragedia a la desgracia como oportunidad

“¡Qué he hecho mal para merecer esto!”, “¡Qué cruz me manda el Señor!”. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas lamentaciones, incluso como reproches hacia Dios?

El dolor es un misterio difícil y agotador, y todos nos tambaleamos cuando nos golpea. Buscamos respuestas, pero ¿realmente necesitamos respuestas? No. Lo que anhelamos es no sufrir. Sin embargo, Dios guarda silencio y la Biblia no nos da explicaciones definitivas.

Pero el Evangelio de hoy nos ofrece una perspectiva extraordinaria. Jesús, citando dos tragedias de su tiempo, desmantela una creencia popular tanto de entonces como de ahora. Se pensaba que las desgracias, como el derrumbe de la torre de Siloé, eran castigos de Dios para aquellos que habían cometido graves pecados. La enfermedad o la discapacidad se interpretaban como intervenciones divinas, manifestaciones de su justicia y castigo.

martes, 18 de marzo de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ - 19 de marzo




Primera Lectura: 2 Sam 7, 4-5a.12-14a.16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Rom 4, 13.16-18.22
Evangelio: Mt 1, 16.18-21

La juventud de José

Existe una tradición que presenta a José como un hombre maduro cuando se casó con María. Sin embargo, el conocimiento sociológico de la Judea de aquella época indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Esta antigua tradición prefirió presentar a José como anciano para justificar su temprana desaparición en los textos bíblicos.

Cuando comienza la vida pública de Jesús, su padre adoptivo ya no aparece en los relatos. Es lógico suponer su fallecimiento, pero no hay razón para atribuirle una edad avanzada. Considerando que la mortalidad era elevada y la esperanza de vida probablemente no superaba los 30 años, resulta razonable pensar que José, el carpintero, tendría unos 20 años cuando afrontó el dilema ante el misterioso embarazo de María.

Contemplemos, por tanto, la ternura juvenil de aquella pareja y la generosa actitud de José en los primeros momentos, premiada con la revelación divina que lo situó tan cercano al Mesías.

Un hombre ante el misterio

José enfrentó circunstancias extraordinarias. Primero, descubrió que su prometida esperaba un hijo que no era suyo; después, tuvo que asumir la responsabilidad de criar a un niño excepcional. Como carpintero acostumbrado a lo tangible —la garlopa y los clavos—, debió comprender una situación que lo sobrepasaba: un hijo extraordinario y una mujer profundamente amada, ambos envueltos en el Misterio.

Los cristianos hemos intentado completar los vacíos que los evangelios dejan sobre José, como si no bastara lo que nos cuenta Mateo, inventando una improbable figura del silencioso carpintero de Nazaret que, aun así, no satisface completamente nuestra curiosidad.