Ha llegado la
Cuaresma y si la tomamos en serio corremos el riesgo de convertirnos: cambiar realmente
nuestra ruta y meternos de lleno en el camino de Jesús.
La escena de “las
tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar a la ligera. Las
tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato
nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del
camino que sigue Jesús. Se trata más de un seguimiento que de un cumplimiento.
Como
Jesús, estamos invitados a hacer un espacio de desierto en nuestras vidas y en
nuestras ciudades y pueblos, a recortar un espacio vital para prepararnos a la Pascua,
a estar atentos en averiguar cuál es nuestro estado de salud espiritual. Como
los atletas que se preparan a la competición, también nosotros estamos invitados
a hacer ascesis, entrenamiento, para hacer posible que nuestra alma nos
alcance.
Es
tiempo de quitar las máscaras. Las de carnaval, ciertamente, pero, mucho más, aquéllas
que no logramos quitarnos en la vida real. Ni siquiera delante de Dios.
Polvo
Quien
haya podido, el miércoles, habrá asistido al antiguo rito de la imposición de
la ceniza. Una celebración sobria, en la que el celebrante, trazándonos sobre
la frente una señal de cruz con la ceniza, nos ha invitado a la conversión, nos
ha recordado que, en el fondo, sólo somos polvo.
Polvo
sin vida, si Dios no insufla su Palabra.
Polvo
inútil, si no estamos llenos de esperanza y de sueños.
Polvo
que sólo Dios llena de inmortalidad.
Ojalá nos recordáramos de ello, cuando gastamos el tiempo en litigar por tantas cosas vanas, cuando las reuniones de diversa índole se transforman en una riña verbal, cuando vemos a las “estrellas” y los opinantes de la televisión meterse codazos y envilecerse unos contra otros para conseguir un poco de atención.
Ojalá
nos recordáramos de ello, cuando perdemos el sueño por un proyecto que no sale,
por un reproche del jefe, por un par de kilos de sobra o una apariencia que no
nos gusta.
Sólo
somos polvo.
En el desierto
Curiosamente,
Jesús inicia su actividad pública... huyendo
de ella.
Va
al desierto para orar, para estar con el Padre y para ayunar. Cómo Israel en el
desierto del Sinaí, cuando el Dios solidario compartió el sufrimiento del
pueblo que no encontraba alivio.
A
veces hace falta tener el valor de largarse… para poder encontrarse con uno
mismo.
Jesús
quiere resolver cómo va a ser Mesías, cómo va a estructurar su ministerio. Jesús
es Dios, cierto, y tiene un conocimiento absoluto acerca de a las cosas de Dios,
porque él es el hijo de Dios. Pero no quiere privilegios respecto de las cosas humanas.
También él tiene que planear, decidir, programar. Y su elección nos da verdaderos
escalofríos.
Mateo,
en la narración que leemos este año, amplía la otra más resumida de Marcos y
cuenta detalladamente las tres tentaciones que Jesús tiene que afrontar a
cuenta de la Palabra de Dios.
Como en las disputas entre los rabinos,
también Jesús argumenta con el diablo. Él conoce la Palabra de Dios, el Señor. Pero
el diablo también la conoce.
Nosotros,
en cambio, a veces ni siquiera sufrimos tentaciones porque hacemos el mal por nuestra
cuenta, solos, ignorantes de la Palabra que nos salva. Pensamos que las
tentaciones son para los santos, no para nosotros que somos unos discípulos
mediocres de Jesucristo.
Jesús
tiene delante de si tres mesianismos para escoger: Uno histórico, ligado a la
restauración del reino de David, el reino del pan, de la política, de la
teocracia; otro ligado a los milagros, a lo extraordinario, mágico y fantasioso,
a los acontecimientos imposibles; y uno más referido a los compromisos y apaños
con el poder, como supieron hacer muy bien los sacerdotes de Jerusalén con los
romanos, o nuestra cristiana Europa con los mercados, girados hacia el poder por
la cuenta que les trae, aunque sea a costa de perder los valores transcendentales.
Jesús
rechaza las tres propuestas del maligno:
-
no propondrá al mundo una revolución política, sino la conversión del corazón;
-
no asombrará a las personas con magias fantásticas, sino que tratará de
convencerlas con la Palabra de Dios;
-
y además, será honesto con el poder, también con el religioso, pero denunciando
los abusos con la verdad.
Iluso
Pobre
Jesús. Su mesianismo es frágil. Bonito pero frágil. Quizás Dios es demasiado
optimista respecto a nosotros seres humanos, quizás piensa que somos mejores de
lo que, en realidad, somos.
Esta
fragilidad se la va a recordar de nuevo el maligno enemigo cuando, en
Getsemaní, vuelva a tentarlo con la idea de que su misión ha sufrido una quiebra
clamorosa. ¿La predicación de Jesús apasionada, amigable, compasiva, adulta, habrá
sido inútil? Tal vez… ¡De nuevo se hace presente la tentación!
¿Y nosotros?
¿Qué
personas queremos ser? ¿A qué Dios queremos celebrar?
No
sigamos la onda de los cantos de sirenas de los medios de comunicación o de nuestras
propias ocurrencias. Dejémonos iluminar en el desierto, como Jesús, para
purificar nuestro corazón. Y no busquemos a un Dios que nos llena la barriga, o
que nos asombra con milagros, o que queda reducido simplemente a un garante del
orden social establecido.
Ese
Dios, al que tantas veces buscamos y, lo que es peor, utilizamos, no es el Dios
de Jesús. Y precisamente por eso no lo encontramos…
Que
tengamos una buena Cuaresma, los que buscamos a Dios, y queremos seguir a ese loco
por amor que es Jesús, el Cristo.
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