El
extranjero nos perturba, nos molesta, nos preocupa. Cualquier extranjero. Tiene
costumbres diferentes de las nuestras, habla una lengua diferente, muchas veces
incomprensible, no conocemos su cultura ni sus costumbres.
Por
supuesto: el concepto de "extranjero", hoy en día, ha cambiado
definitivamente. Hasta mediados del siglo pasado, un extranjero era alguien que
venía del valle de al lado. Luego lo fue el que venía de otras partes de
España. Luego de algún un país europeo vecino. Hoy podemos encontrar por la
calle a cualquier ciudadano de cualquier país del mundo.
Frente
al extranjero podemos hacer el esfuerzo de la identificación y del compartir o
el de la confrontación y de la cerrazón. Como Israel.
Granada
Israel
se consideraba un pueblo elegido, escogido por Dios entre otros pueblos para
revelar al mundo el verdadero rostro de Dios.
Los
rabinos contaban la historieta de un jardín de árboles que no habían dado fruto.
El amo sólo encontró una granada, pero era tan dulce que decidió salvar todos
los árboles.
Esta
peculiaridad del pueblo de Israel, al menos en los primeros siglos, se había
convertido en una cerrazón obsesiva, de tal modo que no era posible ninguna
alianza con otros pueblos, no se permitían los matrimonios mixtos para no
contaminarse.
Fue
el exilio en Babilonia lo que cambió la perspectiva: los judíos prisioneros en
aquella tierra vieron que los paganos también tenían valores morales y que sus
creencias religiosas llevaban en sí algo positivo que incluso acabó influyendo
en la evolución de la fe judía.
El
profeta que encontramos hoy en la primera lectura, el tercero de los escribas del
libro de Isaías, es uno de los que superó aquella estrechez de miras del pueblo
y profetizó que todo pagano tendrá acceso al templo.
En tiempos de Jesús, la situación era parecida: por un lado, en Israel dominaba una sociedad mestiza; por otro había fuertes impulsos conservadores que atrincheraban la fe judía en posiciones defensivas. Como hoy…
Los
primeros cristianos tuvieron que luchar mucho para comprender cuál era la
voluntad de Jesús: ¿dirigirse sólo a las ovejas de Israel, como había hecho él
mismo, o abrirse a los gentiles, como parecían indicar una serie de actitudes del
mismo Jesús?
La
confrontación fue muy amarga, pero, gracias al Espíritu, a la obstinación de
san Pablo y al sentido común, se comprendió que el cristianismo se dirigía a
toda la humanidad. ¡Gracias a Dios!
Maleducado Jesús
En
este contexto leemos hoy un evangelio embarazoso en el que Jesús trata con
dureza a una mujer cananea, no sólo extranjera, sino perteneciente a uno de los
pueblos históricamente hostiles a los judíos. Jesús se muestra desagradable en
su negativa, insultante: primero no se dirige a ella, luego dice que sólo ha
venido para el pueblo de Israel, finalmente apostrofa a la mujer con el
despectivo título de "perra".
¿Es
Jesús un maleducado? ¿Un lunático que no quiere ser molestado?
Sin
embargo, ante la respuesta de la mujer cananea, Jesús se derrite, ¡le hace un
cumplido que nunca había hecho a una israelita! Su fe es grande, grande porque
ha superado la prueba.
Conversiones
Ella,
la mujer cananea, es como nosotros.
Ella
no es discípula, no le importa mucho quién es Jesús, ni lo que hace, ni de qué
habla. Ella tiene un problema grave y dicen que Jesús podría resolverlo. ¿Qué
más se necesita?
Ella
insiste, como se hace con las deidades, o con los gurús, y se presenta respetuosa
y almibarada, para suavizar y convencer.
Igual
que hacemos nosotros cuando, tibios e insensibles, nos enfrentamos a un
problema grave e inmediatamente nos volvemos muy fervorosos. Esparciendo rosarios,
prometiendo peregrinaciones, encendiendo velas, queremos convencer a la divinidad
distraída para que se ocupe de nosotros.
Y
es ahí, precisamente en ese momento, cuando Dios se calla.
¿Por
qué habría de ocuparse de nosotros? Primero deberá ocuparse de sus hijos. De
sus discípulos.
La
provocación de Jesús es una bofetada en toda regla a la mujer cananea. ¿Y qué
hace ella? Porque nosotros nos hubiéramos ofendido, nos habríamos marchado
blasfemando y maldiciendo a aquel profeta arrogante. La mujer, en cambio, no: reflexiona.
Tiene
razón, por supuesto. Es muy de perro pedir un favor sin presentarse de frente. Tiene
razón el amo. Pero a veces hasta los perros pueden lamer las migajas que caen
de la mesa de sus hijos.
Ahora
es cuando Jesús sonríe, porque esta mujer ha entendido.
La
Palabra de hoy nos enseña que Dios quiere hijos, discípulos, no devotos que
sólo acuden a él cuando tienen problemas. Nuestro Dios no es un gurú poderoso
al que hay que seducir, sino un pastor que sabe adónde llevarnos.
Y,
además, hoy la Palabra nos cura de las derivas xenófobas que se ciernen sobre
nuestra Europa y nuestra España y vuelve a poner las cosas en su sitio. Las
migraciones son un problema que no es fácil de abordar, desde luego, pero que
sin embargo hay que debatir desde la perspectiva de la Escritura, porque todos
somos extranjeros ante Dios. “Todos fuisteis esclavos en Egipto…” (Dt
24, 18)
Y
quién sabe si nuestro testimonio de fidelidad y paciencia, como el de Israel y como
el de Jesús, no se convertirá para nuestro hermano no creyente en un estímulo a
la reflexión y a la aceptación del Maestro que cambió nuestros corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.