Primera
Lectura: Is 22, 19-23
Salmo
Responsorial: Salmo 137
Segunda
Lectura: Rom 11, 35-36
Evangelio: Mt
16, 13-20
La
sorprendente página del encuentro con la Cananea del domingo pasado nos reveló
a un Jesús que es capaz de hablar duramente para desenmascararnos a nosotros
mismos. La oración supersticiosa y desesperada de la mujer que intenta todo
para sanar a su hija nos enseña la forma de dirigirnos al Dios de Jesús no como
a un déspota para convencerlo, sino como a un padre que sabe lo que necesitan
sus hijos.
En
este descubrimiento progresivo del rostro del Dios de Jesús, guiados por la
fuerte experiencia de Mateo, el publicano convertido en discípulo, llegamos hoy
a un momento crucial del conocimiento de nosotros mismos: Jesús se muestra por
lo que es, y Simón se descubre como una roca en la que se puede confiar.
Cada
año, al final del verano, llega puntual esta página evangélica. Es una de las
páginas más famosas del Evangelio, cuando Pedro descubre que es Papa.
En
realidad, es una página que presenta mucho más de lo que parece: es la expresión
del inmenso respeto que Dios tiene por cada uno de nosotros. Y que nosotros,
demasiadas veces, no tenemos con él.
Una
vez al año oímos a Jesús preguntarnos: "¿Quién soy yo para ti?".
No
hace diez años, ni hace un año, sino hoy mismo. Hoy estamos llamados a fijar
nuestra mirada en la del Nazareno, para descubrir si todavía queremos ser
discípulos de Jesús Maestro.
Con
respeto, pero con toda claridad, Dios nos pide que hagamos una elección, nos
pide que usemos el inmenso don de nuestra libertad.
Dejando a un lado las encuestas de participación religiosa, las cuestiones políticas, las nauseabundas polémicas que se suscitan ante cualquier tema, aparcando las reflexiones sobre el papel que juega, o debe jugar, la Iglesia en España, los distingos intelectuales y las respuestas asépticas de un catecismo de doctrina sin espíritu, Jesús nos lleva de vuelta a nuestros orígenes, al encuentro entre nosotros y con el Dios de Jesús.
Nos
pone en esa situación para que no esquivemos la cuestión esencial, absoluta e
inevitable.
No
nos invita a discutir sobre “qué papel juega Jesús en nuestra contemporaneidad”,
o “qué relación existe entre el cristianismo y la Iglesia” o de cualquier otro
tema de tertulia vespertina y veraniega (aunque sea muy correcto y oportuno,
faltaría más…).
Secamente,
como una bofetada, como un disparo, como un puñetazo en el estómago, Jesús,
hoy, nos pregunta a bocajarro a cada uno de nosotros, a todos, también a mí
como sacerdote, “¿Quién soy yo para ti?”
Conexión
Necesitamos
detenernos de vez en cuando para hacernos preguntas, para volver a lo esencial,
para recordar las muchas cosas hermosas que el Señor ha hecho y hace por
nosotros.
Pero,
resulta que las cosas bonitas surgen del dolor y eso no nos gusta.
No
quisiéramos fuese así, pero es inevitable. Y tal vez sea necesario. Porque en
el sufrimiento es donde la verdad se hace más clara.
Isaías, en la primera lectura, se desquita con
Sobná, un funcionario corrupto del palacio del rey que será reemplazado por
Eliaquín. Dios usa a un hijo del pueblo para dirigir al pueblo. Una sucesión
perdida en la niebla de la historia, y que la liturgia relee como una profecía
sobre Cristo. Él es la clavija de conexión, Él es nuestra certeza. Cristo es el
único punto de referencia en nuestro caminar.
Es
un modo de proceder que se nos escapa a nosotros que siempre queremos tener
todo bajo control, incluso a Dios y sus obras.
Es
una lógica inescrutable, dice San Pablo respecto de sus hermanos judíos, que tienen
dificultad en reconocer en Jesús al Mesías. Es un rechazo del que,
misteriosamente, surge el acercamiento de los gentiles a la fe cristiana. De
nosotros, paganos y gentiles.
Favores
“¿Quién
soy yo para ti?”
Simón,
el pescador, se atreve a responder y toma partido claramente. Se compromete ene
la respuesta.
Jesús
es un hombre lleno de encanto y misterio. Esto es indudable. Pero es más que
eso. Es un profeta. Más aún, Él es el Mesías de Dios.
Es
fácil para nosotros decirlo. Pero para los que estaban con él, con el
carpintero de Nazaret, es una afirmación desconcertante. Jesús no era un hombre
de cultura, ni tampoco religioso. Tampoco era muy devoto, pues se permitía interpretar
libremente la Ley, aunque en verdad devolviéndola a lo esencial.
Para
Simón, decir que Jesús es el Cristo es un salto mortal. Simón le dice a Jesús: “Tú
eres el Cristo”, lo que significa: “Tú eres el Mesías que hemos estado
esperando”. Es una hermosa, buena y, definitivamente, audaz profesión de fe.
Simón,
reconociendo en el carpintero al enviado de Dios, da un salto cualitativo
decisivo en su historia, un reconocimiento que cambiará su vida.
Y
Jesús le devuelve el favor. Jesús le responde: “Tú eres Pedro”. La roca. Simón
no sabe que él es Pedro. Sabe que es terco e impetuoso. Pero, habiendo
reconocido en Jesús al Cristo, descubre, a la vez, su propio rostro, como una
novedad. Descubre una dimensión desconocida para él, que le llevará a
garantizar la firmeza de la fe de sus hermanos y hermanas.
Él
sabía que era un cabezón, y descubrió que era una roca; sabía que era
impetuoso, de sangre caliente, y el Señor le reveló que sobre ese defecto podía
construir un papel importante, el de ayudar a sus hermanos.
Pedro
revela que Jesús es el Cristo, y Jesús revela a Simón que él es Pedro. Todo un
intercambio de favores.
Cuando
nos acercamos al misterio de Dios, descubrimos nuestro rostro; cuando nos
acercamos a la Verdad de Dios recibimos, a cambio, la verdad sobre nosotros
mismos.
Confesar
la identidad de Cristo nos devuelve nuestra identidad profunda... El Dios de
Jesús no es, para nada, un competidor de mi humanidad. Al contrario, la
favorece.
Algunas
personas están persuadidas de que, al abrirse a la misericordia de Dios, casi
les falta una parte de su humanidad. Muchos tienen la imagen tristemente cómica
del católico como una medio persona, un animal de sacristía (¡por cierto, una
imagen que, a veces, algunos de nuestros devotos se empeñan en confirmar!).
Nada más falso.
Si
el Dios en el que creemos nos hace disminuir en humanidad, será cualquier
divinidad, pero no es el Dios de Jesucristo.
¡Cuánta
gente, habiendo seguido más decididamente la presencia del Señor Jesús, dicen que
han aprendido a ser verdaderamente personas! No tenemos miedo, por lo tanto, de
confiar en este Dios que puede revelarnos verdaderamente quiénes somos nosotros
mismos, con sencillez y verdad.
Piedras
Por
este valor, por su audacia, por su generosidad, por su impetuosidad, Pedro es
elegido para confirmar la fe de sus hermanos, para guardar y proclamar el
Evangelio junto con los otros apóstoles.
Así,
hoy Pedro es un entusiasta argentino octogenario que, a pesar de una dura
oposición, está llevando a cabo fielmente la difícil tarea que se le ha
confiado en las orillas del lago. Recemos hoy con el Papa Francisco, por él,
para que conserve la fe y nos ayude a ir a lo esencial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.