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sábado, 26 de agosto de 2023

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

 

Primera Lectura: Is 22, 19-23
Salmo Responsorial: Salmo 137
Segunda Lectura: Rom 11, 35-36
Evangelio: Mt 16, 13-20


La sorprendente página del encuentro con la Cananea del domingo pasado nos reveló a un Jesús que es capaz de hablar duramente para desenmascararnos a nosotros mismos. La oración supersticiosa y desesperada de la mujer que intenta todo para sanar a su hija nos enseña la forma de dirigirnos al Dios de Jesús no como a un déspota para convencerlo, sino como a un padre que sabe lo que necesitan sus hijos.

En este descubrimiento progresivo del rostro del Dios de Jesús, guiados por la fuerte experiencia de Mateo, el publicano convertido en discípulo, llegamos hoy a un momento crucial del conocimiento de nosotros mismos: Jesús se muestra por lo que es, y Simón se descubre como una roca en la que se puede confiar.

 Decisión y descubrimiento

Cada año, al final del verano, llega puntual esta página evangélica. Es una de las páginas más famosas del Evangelio, cuando Pedro descubre que es Papa.

En realidad, es una página que presenta mucho más de lo que parece: es la expresión del inmenso respeto que Dios tiene por cada uno de nosotros. Y que nosotros, demasiadas veces, no tenemos con él.

Una vez al año oímos a Jesús preguntarnos: "¿Quién soy yo para ti?".

No hace diez años, ni hace un año, sino hoy mismo. Hoy estamos llamados a fijar nuestra mirada en la del Nazareno, para descubrir si todavía queremos ser discípulos de Jesús Maestro.

Con respeto, pero con toda claridad, Dios nos pide que hagamos una elección, nos pide que usemos el inmenso don de nuestra libertad.

Dejando a un lado las encuestas de participación religiosa, las cuestiones políticas, las nauseabundas polémicas que se suscitan ante cualquier tema, aparcando las reflexiones sobre el papel que juega, o debe jugar, la Iglesia en España, los distingos intelectuales y las respuestas asépticas de un catecismo de doctrina sin espíritu, Jesús nos lleva de vuelta a nuestros orígenes, al encuentro entre nosotros y con el Dios de Jesús.

Nos pone en esa situación para que no esquivemos la cuestión esencial, absoluta e inevitable.

No nos invita a discutir sobre “qué papel juega Jesús en nuestra contemporaneidad”, o “qué relación existe entre el cristianismo y la Iglesia” o de cualquier otro tema de tertulia vespertina y veraniega (aunque sea muy correcto y oportuno, faltaría más…).

Secamente, como una bofetada, como un disparo, como un puñetazo en el estómago, Jesús, hoy, nos pregunta a bocajarro a cada uno de nosotros, a todos, también a mí como sacerdote, “¿Quién soy yo para ti?”

Conexión

Necesitamos detenernos de vez en cuando para hacernos preguntas, para volver a lo esencial, para recordar las muchas cosas hermosas que el Señor ha hecho y hace por nosotros.

Pero, resulta que las cosas bonitas surgen del dolor y eso no nos gusta.

No quisiéramos fuese así, pero es inevitable. Y tal vez sea necesario. Porque en el sufrimiento es donde la verdad se hace más clara.

Isaías, en la primera lectura, se desquita con Sobná, un funcionario corrupto del palacio del rey que será reemplazado por Eliaquín. Dios usa a un hijo del pueblo para dirigir al pueblo. Una sucesión perdida en la niebla de la historia, y que la liturgia relee como una profecía sobre Cristo. Él es la clavija de conexión, Él es nuestra certeza. Cristo es el único punto de referencia en nuestro caminar.

Es un modo de proceder que se nos escapa a nosotros que siempre queremos tener todo bajo control, incluso a Dios y sus obras.

Es una lógica inescrutable, dice San Pablo respecto de sus hermanos judíos, que tienen dificultad en reconocer en Jesús al Mesías. Es un rechazo del que, misteriosamente, surge el acercamiento de los gentiles a la fe cristiana. De nosotros, paganos y gentiles.

Favores

“¿Quién soy yo para ti?”

Simón, el pescador, se atreve a responder y toma partido claramente. Se compromete ene la respuesta.

Jesús es un hombre lleno de encanto y misterio. Esto es indudable. Pero es más que eso. Es un profeta. Más aún, Él es el Mesías de Dios.

Es fácil para nosotros decirlo. Pero para los que estaban con él, con el carpintero de Nazaret, es una afirmación desconcertante. Jesús no era un hombre de cultura, ni tampoco religioso. Tampoco era muy devoto, pues se permitía interpretar libremente la Ley, aunque en verdad devolviéndola a lo esencial.

Para Simón, decir que Jesús es el Cristo es un salto mortal. Simón le dice a Jesús: “Tú eres el Cristo”, lo que significa: “Tú eres el Mesías que hemos estado esperando”. Es una hermosa, buena y, definitivamente, audaz profesión de fe.

Simón, reconociendo en el carpintero al enviado de Dios, da un salto cualitativo decisivo en su historia, un reconocimiento que cambiará su vida.

Y Jesús le devuelve el favor. Jesús le responde: “Tú eres Pedro”. La roca. Simón no sabe que él es Pedro. Sabe que es terco e impetuoso. Pero, habiendo reconocido en Jesús al Cristo, descubre, a la vez, su propio rostro, como una novedad. Descubre una dimensión desconocida para él, que le llevará a garantizar la firmeza de la fe de sus hermanos y hermanas.

Él sabía que era un cabezón, y descubrió que era una roca; sabía que era impetuoso, de sangre caliente, y el Señor le reveló que sobre ese defecto podía construir un papel importante, el de ayudar a sus hermanos.

Pedro revela que Jesús es el Cristo, y Jesús revela a Simón que él es Pedro. Todo un intercambio de favores.

Cuando nos acercamos al misterio de Dios, descubrimos nuestro rostro; cuando nos acercamos a la Verdad de Dios recibimos, a cambio, la verdad sobre nosotros mismos.

Confesar la identidad de Cristo nos devuelve nuestra identidad profunda... El Dios de Jesús no es, para nada, un competidor de mi humanidad. Al contrario, la favorece.

Algunas personas están persuadidas de que, al abrirse a la misericordia de Dios, casi les falta una parte de su humanidad. Muchos tienen la imagen tristemente cómica del católico como una medio persona, un animal de sacristía (¡por cierto, una imagen que, a veces, algunos de nuestros devotos se empeñan en confirmar!). Nada más falso.

Si el Dios en el que creemos nos hace disminuir en humanidad, será cualquier divinidad, pero no es el Dios de Jesucristo.

¡Cuánta gente, habiendo seguido más decididamente la presencia del Señor Jesús, dicen que han aprendido a ser verdaderamente personas! No tenemos miedo, por lo tanto, de confiar en este Dios que puede revelarnos verdaderamente quiénes somos nosotros mismos, con sencillez y verdad.

Piedras

Por este valor, por su audacia, por su generosidad, por su impetuosidad, Pedro es elegido para confirmar la fe de sus hermanos, para guardar y proclamar el Evangelio junto con los otros apóstoles.

Así, hoy Pedro es un entusiasta argentino octogenario que, a pesar de una dura oposición, está llevando a cabo fielmente la difícil tarea que se le ha confiado en las orillas del lago. Recemos hoy con el Papa Francisco, por él, para que conserve la fe y nos ayude a ir a lo esencial.


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