Amar a Dios sobre todo, y a los demás como Dios nos ama. |
La
religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de
entender y, sobre todo, lo ven como un entramado de leyes demasiado complicado
para vivir correctamente ante Dios.
No
tantas, sin embargo, como las 613 las reglas que el judío piadoso tenía que
cumplir, en tiempo de Jesús. Desde los sencillos diez mandamientos dados a Moisés
para estipular la alianza con el pueblo, se llegó a aquella selva de leyes y normas
para levantar un seto protector alrededor de la Torah, por decreto de los rabinos.
De
todas esas normas, 365 eran prohibiciones, una por cada día del año, y el resto
(248) eran reglas positivas, una por cada hueso del cuerpo humano, según los
conocimientos anatómicos de la época. Las mujeres sólo tenían que observar las prohibiciones:
a las mujeres se les prohibía todo. La gente, lógicamente, no era capaz de
acordarse de todas las reglas y sutiles distinciones de casuística moral que pedían
ciertos mandamientos. Por tanto, desde esa perspectiva, los fariseos y los
doctores de la Ley consideraban que todas las personas eran pecadoras, y que
todas estaban irremediablemente perdidas.
La
gente, por su parte, pensaba equivocadamente que todo el corpus normativo provenía
directamente de Moisés y que, por ello, todas las normas tenían que cumplirse.
Sabemos,
en cambio, que, muchas veces, Jesús distinguía entre la Ley de Dios y las tradiciones
posteriores de los hombres, poniéndose así en abiertamente en contra de los
devotos y piadosos de su tiempo.
Algunos
rabinos se dieron cuenta de lo absurdo de aquella situación y, los más
tolerantes, establecieron un orden jerárquico de las normas para ayudar a los
fieles a observar al menos las reglas más importantes. Sin embargo, otros más
intransigentes consideraban que todas las reglas eran igualmente vinculantes.
Como
el tipo del evangelio de hoy, que trata de contradecir a aquel carpintero de
Nazaret que se hacía pasar por rabino, y que acusaba a los doctores de la Ley
de imponer pesos insoportables a los fieles, proponiéndole la típica pregunta
trampa. Y que, como de costumbre, Jesús lo dejará sin palabras.
Ama a Dios
Jesús
le responde citando la bonita profesión de fe de los judíos, el “shemá” Israel,
la oración que cada judío recitaba por la mañana y por la tarde.
Escucha,
Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.
Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza.
Y
estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: Y las repetirás a
tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y
al acostarte, y cuando te levantes…
¿Qué es lo importante en la vida del creyente?