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sábado, 5 de abril de 2025

DOMINGO 5º DE CUARESMA (Ciclo C)





Primera Lectura: Is 43, 16-21
Salmo Responsorial: Salmo 125
Segunda Lectura: Flp 3, 8-14
Evangelio: Jn 8, 1-11

Dios y el sufrimiento

Dios no nos castiga. No hemos cometido ningún mal para que el Señor nos envíe la muerte o la enfermedad. A menudo, el origen del dolor somos nosotros mismos: nuestra fragilidad y nuestras elecciones equivocadas.

Dios no es un competidor de nuestra felicidad, ni la tiene tomada con nosotros. No necesitamos alejarnos de él para realizarnos como personas. Tampoco es un patrón al que debamos contentar con mil devociones y rezos.

Dios es un Padre que nos espera, que nos respeta y nos deja recorrer el camino de la vida, con la esperanza de que no nos perdamos. Es un Padre bueno, que da pan al hijo que se lo pide y hace llover sobre justos y malvados.

¿No nos basta esto para convertirnos? ¿Aún no es suficiente? Escuchemos entonces la historia de la mujer adúltera.

Traiciones

A Jesús le han tendido una trampa extraordinaria. Eso es evidente.

Una mujer sin nombre, a la que sus acusadores apenas conocen, es sorprendida en flagrante adulterio. ¿Y el hombre con quien estuvo? No existe para ellos. En una cultura profundamente machista, la ley se presenta como justicia, pero es una condena parcial y sesgada.

Esta mujer es llevada ante el carpintero de Nazaret, convertido en rabino. Le preguntan: "Moisés (o, al menos, eso dicen) ordenó que mujeres como ella sean lapidadas, para que quede claro, especialmente a las demás mujeres, que deben permanecer fieles. Jesús, dínoslo tú: ¿qué debemos hacer?"

La trampa es perfecta. Si Jesús confirma la sentencia del Sanedrín, se alinea con el opresor, pues la pena de muerte estaba reservada a los romanos. Si la rechaza, se enfrenta a la ley de Moisés, desafiando una supuesta orden divina.

¿Condenará a la mujer y dará paso al Dios justiciero, despojando al Padre misericordioso de su papel? Es un dilema imposible.