Abrazar lo diverso |
Primera
Lectura: Gen 3, 9-15
Salmo
Responsorial: Salmo 129
Segunda
Lectura: 2 Cor 4,13 ‑ 5,1
Evangelio: Mc 3, 20-35
Jesús reunía a mucha gente
a su lado. Hablaba de Dios de una manera extraordinaria, escuchaba a todos, hacía
que todo fuese sencillo y posible.
Algunos decían haber sido
sanados por sus palabras. Otros por su abrazo.
La multitud lo absorbe.
Escucha a todos. Pasa el día sin tiempo para comer. No pide dinero. No aspira a
puestos de privilegio. Algo aquí no es normal.
¿Cuándo se ha visto a
nadie que trabaje de ese modo? Sin tener un beneficio a cambio y, además, en un
ámbito religioso.
Aunque Galilea, una región
de mestizaje, quedaba muy lejos y muchos judíos preferían abandonarla a su
propio destino pagano, algunos escribas de Jerusalén fueron enviados a analizar
la situación y a redactar un informe. El templo reconstruido y la renacida casta
sacerdotal se arrogaban el derecho de emitir patentes de creencia.
También hoy, por
desgracia, algunos en la Iglesia prefieren hacer de policías y revisar
documentos, en vez de gozar de la fantasía y de la nueva vida del Espíritu que
se nos ha dado.
A los controladores les
basta con una rápida mirada. No preguntan, no buscan razones, ni siquiera
hablan con el sospechoso. No miran al corazón. Simplemente juzgan.
Por eso, certifican
ciegamente que Jesús es un traidor. Un endemoniado: ¡tiene dentro a Satanás! Claro, uno que habla de Dios y sana gratis
debe estar loco.
Argumentos
Y, además, montan sus
argumentos. Jesús expulsa a los demonios porque él mismo es un demonio. No está
mal como como un análisis...
Pero Jesús, fantástico, en
vez de mandarlos a aquel sitio, intenta discutir las cosas con ellos, razonar,
hacer que recuperen el sentido. ¿Cómo va a ser Satanás tan idiota que quiera cazar
al mismo Satanás? ¿Qué interés va tener el diablo en luchar consigo mismo? Si
Satanás escapa, es porque llega alguien más fuerte que él, superior a las
tinieblas. Satanás huye cuando Dios irrumpe en la obscura vida de la persona
enferma. Así de sencillo.
Pero, por desgracia, la
evidencia rara vez supera los prejuicios obstinados, especialmente en aquellos que
se sienten enviados por Dios.
Es, entonces, cuando Jesús
profundiza aún más: no reconocer en sus acciones la obra de Dios, no ver en
ello la acción del Señor, es una blasfemia imperdonable. Es el pecado contra el
Espíritu; él único que no será perdonado (Mt. 12, 31).
Diversidad
Todos damos por supuesto
que una persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social
que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de él esperan los demás; cuando sabe
adaptarse y actuar según la escala de valores y las pautas que están de moda en
la sociedad.
Por el contrario, la
persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el
riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, o sospechosa. Este es el
caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus
familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas
fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.
En definitiva, el
Evangelio de hoy subraya uno de los grandes problemas actuales: aceptar lo
diverso y lo nuevo. Y tenemos mucho de nuevo y de diverso en nuestra sociedad,
para acogerlo con el Espíritu de Jesús: migrantes y refugiados, con sus
culturas y religiones diversas; homosexuales en sus diversas formas y
sufrimientos; discapacitados de variadas formas, que no “pegan” en nuestra
sociedad llena de apariencia y falta de misericordia; minorías a las que vemos
más a gusto en los guetos donde las confinamos que integradas en nuestra
sociedad. También Jesús se identifica con todos ellos cuando es tomado por
anormal, sospechoso o demoníaco. Lo que hicisteis, o
dejasteis de hacer, con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicisteis.
A todos ellos, Jesús los
acoge, abraza y sana en lo más profundo de sus vidas. Y nosotros, ¿qué?
Si lo hacemos correremos
la suerte del Señor. Si nos llaman locos, primero Él fue tomado por loco y
endemoniado. No tengamos miedo. Él es nuestra fuerza, a quien invocamos y
oramos, a quien seguimos y amamos, a quien acogemos y escuchamos. Él es el que
disipa todas las oscuridades, todos los demonios, todos los juicios malévolos
que hacemos de los demás.
En
Nazaret
La fama de Jesús tuvo una
gran repercusión. Pero los líderes de Jerusalén decretaron que Jesús no sólo no
estaba autorizado a hacer lo que hacía, sino que, además, era el hijo del
diablo. Y mucha gente se alejó de él.
Es la fuerza del poder que
lo simplifica todo y que se impone con autoritarismo, que impide que las
personas razonen, que impide el juicio de las cosas.
Frente a este poder, es Jesús
mismo el que nos enseña a ser hijos, libres, capaces de comprender y de amar. El
que nos da la dignidad, sin delegar nuestras opciones a otros, sin hacer apaños
con nuestra conciencia por lo que digan los demás.
Pero aún hay más. La
situación se vuelve embarazosa para la familia de Jesús que se presenta en el lago
para llevárselo, porque acababa de convertirse en una vergüenza familiar. Y
para tener más fuerza, el clan trae a María, la madre, consigo.
Pero Jesús ni siquiera los
recibe y envía a decirles que ahora forma una familia nueva con los discípulos
que viven el Reino de Dios con él.
Ante una situación nueva,
Jesús escoge, hace su opción. Y también María elige, convirtiéndose en discípula
y abandonando la lógica del clan familiar.
Si seguimos a Jesús de Nazaret,
hemos de prepararnos a tomar decisiones valientes, que exceden la reducida visión
familiar que llevamos en nuestros corazones. Porque Jesús es más que cualquier
afecto, que cualquier familia, o que cualquier papel que tengamos que
desempeñar.
¿Dónde
estamos?
Para terminar, preguntémonos
dónde estamos. ¿Dónde estoy en este momento de mi vida? ¿A dónde me dirijo?
En la segunda lectura, San
Pablo nos sugiere un camino: fijar la mirada en las cosas invisibles, escuchar
y dar la bienvenida a los movimientos del alma que nos conducen a toda la
verdad. Aunque la persona, exteriormente,
se desmorone, nuestro interior se renueva día a día.
No, Jesús no está loco ni
endemoniado. O tal vez si lo sea, sobre todo hoy, para la lógica del mundo. Pero
para nosotros, que hemos sido llamados y tocados por su gracia, Él es más sabio
que todos los sabios; el más cuerdo de todos los sensatos de este mundo.
Y felices seremos nosotros
si también somos tomados por locos cuando amamos. Porque seguimos a alguien que
está loco de amor por cada uno de nosotros. Démosle gracias por ello.
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