Abrazar lo diverso |
Jesús reunía a mucha gente a su lado. Hablaba de
Dios de una manera extraordinaria, escuchaba a todos, hacía que todo fuese sencillo
y posible.
Algunos decían que habían sido sanados por sus
palabras. Otros por su abrazo.
La multitud lo absorbe y él escucha a todos. Pasa el
día sin tiempo para comer. No pide dinero. No aspira a puestos de privilegio.
Algo aquí no es normal.
¿Cuándo se ha visto a nadie que trabaje de ese
modo? Sin tener un beneficio a cambio y, además, en un ámbito religioso.
Aunque Galilea era una región de mestizaje,
quedaba muy lejos y muchos judíos preferían abandonarla a su propio destino
pagano, algunos escribas de Jerusalén fueron enviados a analizar la situación y
a redactar un informe. El templo recién reconstruido y la renacida casta sacerdotal
se arrogaban el derecho de emitir patentes de creencia.
También hoy, por desgracia, algunos en la Iglesia
prefieren hacer de policías y revisar documentos, en vez de gozar de la fantasía
y de la nueva vida que el Espíritu nos ha dado.
A los controladores les basta con una rápida mirada.
No preguntan, no buscan razones, ni siquiera hablan con el sospechoso. No miran
al corazón. Simplemente juzgan.
Por eso, certifican ciegamente que Jesús es un
traidor. Un endemoniado: ¡tiene dentro a
Satanás! Claro, uno que habla de Dios y sana gratis debe estar loco.
Argumentos
Y, además, montan sus argumentos. Jesús expulsa a
los demonios porque él mismo es un demonio. Como un intento de análisis, no
está mal del todo…
Pero Jesús, fantástico siempre, en vez de mandarlos
a aquel sitio intenta discutir las cosas con ellos, razonar, lograr que
recuperen el sentido. ¿Cómo va a ser Satanás tan idiota que quiera cazar al
mismo Satanás? ¿Qué interés va tener el diablo en luchar consigo mismo? Si
Satanás escapa, es porque llega alguien más fuerte que él, alguien que es superior
a las tinieblas. Satanás huye cuando Dios irrumpe en la obscura vida de la
persona enferma. Así de sencillo.
Pero, por desgracia, la evidencia rara vez logra desmontar
los prejuicios obstinados, especialmente los de las personas que se sienten
enviadas por Dios.
Es entonces cuando Jesús ahonda aún más y señala
como una blasfemia imperdonable el no reconocer la obra de Dios en sus acciones.
Es el pecado contra el Espíritu; él único que no será perdonado: “el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene perdón
jamás, antes es reo de un delito eterno”, hemos escuchado en el Evangelio de hoy.
Diversidad
Todos damos por supuesto que una persona es normal
y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le toca desempeñar.
Cuando hace lo que de él esperan los demás; cuando sabe adaptarse y actuar
según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.
Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, o sospechosa. Este es el caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.
En definitiva, el Evangelio de hoy subraya uno de
los grandes problemas actuales: aceptar lo diverso y lo nuevo. Y tenemos mucho
nuevo y diverso en nuestra sociedad para acogerlo con el Espíritu de Jesús:
migrantes y refugiados, con sus culturas y religiones diversas; homosexuales en
sus diversas formas y sufrimientos; discapacitados de variadas formas, que no
“pegan” en nuestra sociedad llena de apariencia y falta de misericordia;
minorías a las que vemos más a gusto en los guetos donde las confinamos que integradas
en nuestra sociedad. También Jesús se identifica con todos ellos cuando es
tomado por anormal, sospechoso o demoníaco. Lo
que hicisteis, o dejasteis de hacer, con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicisteis.
A todos ellos, Jesús los acoge, abraza y sana en
lo más profundo de sus vidas. Y nosotros, ¿qué?
Si lo hacemos correremos la suerte del Señor. Si
nos llaman locos, primero Él fue tomado por loco y endemoniado. No tengamos miedo.
Él es nuestra fuerza, a quien invocamos y oramos, a quien seguimos y amamos, a
quien acogemos y escuchamos. Él es el que disipa todas las oscuridades, todos
los demonios, todos los juicios malévolos que hacemos de los demás.
En Nazaret
La fama de Jesús tuvo una gran repercusión. Pero los
líderes de Jerusalén decretaron que Jesús no sólo no estaba autorizado a hacer
lo que hacía, sino que, además, era el hijo del diablo. Y mucha gente se alejó
de él.
La fuerza del poder simplista, que se impone con
autoritarismo, es quien lo trivializa todo e impide que las personas razonen y
juzguen las cosas libremente.
Frente a este poder, es Jesús mismo el que nos
enseña a ser hijos libres, capaces de comprender y de amar. Es él quien nos da
la dignidad, sin delegar nuestras opciones a otros, sin hacer apaños con nuestra
conciencia según lo que digan los demás.
Pero aún hay más. La situación se vuelve embarazosa
para la familia de Jesús que se presenta en el lago para llevárselo, porque
acababa de convertirse en una vergüenza familiar. Y para tener más fuerza, el
clan trae a María, la madre, consigo.
Pero Jesús ni siquiera los recibe y envía a
decirles que ahora forma una familia nueva con los discípulos que viven el
Reino de Dios con él.
Ante una situación nueva, Jesús escoge, hace su
opción. Y también María elige, convirtiéndose en discípula y abandonando la
lógica del clan familiar.
Si seguimos a Jesús de Nazaret, hemos de
prepararnos a tomar decisiones valientes, que exceden la reducida visión
familiar que llevamos en nuestros corazones. Porque Jesús es más que cualquier
afecto, que cualquier familia, o que cualquier papel que tengamos que
desempeñar.
¿Dónde estamos?
Para terminar, preguntémonos dónde estamos. ¿Dónde
estoy en este momento de mi vida? ¿A dónde me dirijo?
En la segunda lectura, San Pablo nos sugiere un
camino: fijar la mirada en las cosas invisibles, escuchar y dar la bienvenida a
los movimientos del alma que nos conducen a toda la verdad. Aunque la persona, exteriormente, se
desmorone, nuestro interior se renueva día a día.
No, Jesús no está loco ni endemoniado. O tal vez si
lo sea, sobre todo hoy, para la lógica mundana. Pero para nosotros, que hemos
sido llamados y tocados por su gracia, Él es más sabio que todos los sabios; el
más cuerdo de todos los sensatos de este mundo. Y felices seremos nosotros si también
somos tomados por locos cuando amamos. Porque seguimos a alguien que está loco
de amor por cada uno de nosotros. Démosle gracias por ello.
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