La
bendición y la sonrisa que Dios nos dirige, a las que estamos llamados a ver y experimentar
en nuestras frágiles vidas, sólo podemos captarlas cuando tenemos el coraje de
hacer como María: forjar un espacio de silencio e interioridad en nuestras
vidas. Entonces todo se vuelve posible.
Dios
se hizo hombre, Dios se hizo mirada y sonrisa, Dios se ha hecho accesible y
está presente, se deja conocer, se deja coger en brazos.
Así,
entonces, todo cambia. Incluso podemos volver a hacer nuestro odioso trabajo de
pastores, despreciados por todos, porque nuestra mirada ha cambiado. Y podemos
ver ángeles ascendiendo y descendiendo en nuestras vidas. Y podemos desear la
gloria a los hombres que ama el Señor, aquellos que dirigen su voluntad a conseguir
la paz.
Una
gloria que ilumina la noche y que se convierte en una estrella en el cielo. Una
estrella que orienta, que guía, que conduce… Pero sólo a los que son capaces de
mirar hacia lo alto.
Estrellas
Cómo
hicieron aquellos extraños personajes, los magos de Oriente.
Con
recato, hemos traducido este término en nuestras biblias con la expresión de
Reyes Magos. Pero sería más correcto traducirlo, simplemente, como magos.
No
de esos que predicen el futuro y que hacen horóscopos para distracción de la
gente, por favor, de esos no. Sino personas orientadas hacia una mayor
comprensión, que no se detienen ante las apariencias y sin convertirse en
personas crédulas que corren tras un esoterismo de cuatro perras.
Aquellos
magos levantaron la vista y se atrevieron a ir más allá, encendidos por el
deseo. Deseo, un término que tiene que ver, una vez más, con las estrellas, con
el cielo.
Ellos
siguieron su intuición y lo apostaron todo. Eran ricos y podían permitirse afrontar
un largo viaje para verificar su teoría. Ellos fueron constantes y llegaron, porque
la verdad sólo se encuentra después de un largo viaje hecho por desiertos y
estepas.
Pero, al llegar, no había una estrella esperándolos. Sino una corte, un rey sediento de sangre, unos sacerdotes arrogantes y presuntuosos, y la gente de Jerusalén intrigada por la procesión de camellos y caballos por sus calles.
De
las estrellas a los hombres. Esos personajes, mezquinos, torpes y contradictorios
pero que, también, pueden dar indicaciones.
La
descompuesta y asustada reacción de Herodes, que heredó el trono después de
haber matado a sus tres hijos, dice a los magos que van por buen camino.
La
indicación de los escribas y sacerdotes, inmóviles guardianes de la Palabra que
tienen guardada en los cajones, les ha revelado el lugar donde había nacido el
rey Mesías.
El
asombro de la multitud dice algo muy cierto: que no quieren ni necesitan un
Mesías. De hecho, es un obstáculo inmenso en este momento de la historia. Ahí
está el espléndido templo, recién estrenado ¿para qué hace falta que venga un
Mesías?
Son
señales inconsistentes, como lo somos nosotros, como somos los cristianos, como
lo es la Iglesia. Pero también somos capaces de dar indicaciones… a diestro y a
siniestro.
Los
magos, perdidos y confiados a la vez, reemprenden el camino a la ciudad de David.
Belén
En
Belén no les espera ningún rey. Sólo una pareja. Una joven sostiene en sus
brazos a un recién nacido, semejante a todos los recién nacidos.
Ese
es el misterio. Esa es la revelación. Dios escondido entre las cosas pequeñas,
entre las miradas de todos los que nos rodean, y cuanto más pequeño y
necesitado, más escondido y presente está Dios. Dios mismo.
El
cielo se mezcla con la tierra, con nuestra tierra, esta tierra contradictoria y
llena de piedras en el camino.
Ahora,
los magos se rinden, sabiamente se rinden y lo entienden todo.
Comprenden
Ofrecen
al niño unos regalos imposibles, según la forzada narración teológica de Mateo.
Llenos de verdad y asombro le ofrecen oro reconociendo a un rey en el niño;
incienso reconociendo la presencia de Dios en el niño; mirra, un ungüento que
se usaba para limpiar los cadáveres, viendo ya en este niño la cruz, el signo
de contradicción que nos obliga a elegir.
Caminantes
Nunca
como en estos tiempos estamos llamados a ponernos en camino, a seguir el deseo
de plenitud que habita en nosotros, la sed de felicidad que nos atormenta.
Porque el deseo mueve los corazones humanos.
Hoy
es la fiesta del deseo que no se rinde, la fiesta que ve como protagonistas a
los buscadores que pasan su tiempo descubriendo nuevos planteamientos y
verificándolos.
Hoy
es la fiesta de la esencia del ser humano que, en el fondo, cuando logra despojarse
de cualquier condicionamiento, se redescubre sencillamente como un buscador.
Es
lo que somos. Buscadores.
Se acaba la Navidad
Esta
temporada navideña se está acabando con la invitación a abandonar nuestras
supuestas certezas, incluso las certezas de la fe. A atrevernos a seguir las
muchas estrellas que Dios pone en nuestro camino para encontrarlo.
Estrellas
que a veces desaparecen, reemplazadas por las indicaciones de personas cojeantes,
pecaminosas, cobardes y violentas, pero que, sin saberlo, realizan su tarea de
ser signos.
Somos
lo que deseamos. Lo seremos si tenemos el coraje, cada año y en cada instante,
de ser caminantes.
No
vagabundos que viven al día sin saber a dónde van, (y podemos serlo, aunque vivamos
en confortables casas), sino como caminantes que desean algo, que lo buscan y
lo apuestan todo por encontrarlo.
Así
que, hermanos, buen camino y buena vida.
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