Queridos
hermanos: estamos llamados en nuestras frágiles vidas a ver y experimentar la
bendición y la sonrisa que Dios nos dirige. Pero sólo podemos hacerlo cuando
tenemos el coraje de hacer como María de Nazaret, creando ese espacio de
silencio interior donde podemos encontrarnos verdaderamente con el Señor. Es en
ese recogimiento donde todo se vuelve posible.
¡Qué misterio
tan grande! Dios se hizo hombre, se hizo mirada tierna, sonrisa acogedora. Dios
mismo se ha hecho accesible, presente entre nosotros, permitiendo que lo
conozcamos, que lo sostengamos en nuestros brazos, como María.
Esta
presencia divina lo transforma todo. Como aquellos pastores, despreciados por
la sociedad, podemos regresar a nuestras tareas cotidianas con una mirada
nueva, porque hemos contemplado la humanidad de Dios. Ahora podemos ver ángeles
que suben y bajan en nuestra vida diaria, y anhelar sinceramente la gloria para
aquellos a quienes Dios ama, los constructores de la paz.
Esta gloria
resplandece en la noche como una estrella en el firmamento. Una luz que
orienta, que guía... pero que solo pueden seguirla aquellos que tienen el valor
de mirar hacia lo alto.
Estrellas
Cómo hicieron
aquellos extraños personajes, los sabios de Oriente. La Escritura los llama
simplemente magos, y aunque tradicionalmente los conocemos como Reyes Magos,
eran en realidad buscadores de la verdad. No eran adivinos ni astrólogos que
predicen por diversión el futuro por unas monedas, sino hombres de ciencia y
sabiduría, que anhelaban una comprensión más profunda de la realidad.
Aquellos
magos levantaron la vista y se atrevieron a ir más allá, siguiendo su intuición
y movidos por un deseo ardiente. Desear en latín – desiderare - , está
relacionado con lo sideral, con las estrellas.
Siendo personas de recursos, emprendieron un largo viaje para confirmar sus teorías. Perseveraron en su búsqueda, porque la verdad sólo se alcanza después de atravesar desiertos y pruebas.
Al llegar a
Jerusalén, no encontraron lo que esperaban sino una corte corrupta, un rey
sediento de sangre y poder, unos sacerdotes soberbios y arrogantes, y una
ciudad intrigada ante la procesión de aquellos nobles extranjeros y sus
cabalgaduras.
Pasaron de las
estrellas del cielo a la realidad de los hombres: aquellos personajes mezquinos,
torpes y contradictorios pero que, también, pueden ser instrumentos de la
Providencia.
La reacción descompuesta
y temerosa de Herodes, que había manchado sus manos con la sangre de sus
propios hijos, fue para los magos una señal. Los escribas y sacerdotes, guardianes
inmóviles de la Palabra, les revelaron el lugar del nacimiento del rey Mesías profetizado.
Y el pueblo, con su asombro, manifestaba su resistencia a la llegada del Mesías
- ¿para qué necesitaban uno, si ya tenían su magnífico Templo?
Son señales inconsistentes
y contradictorias, como lo somos nosotros mismos como cristianos, como lo es la
misma Iglesia. Pero aun en nuestra imperfección, podemos ser instrumentos que
señalen el camino hacia Cristo.
Los magos,
entre la incertidumbre y la confianza, prosiguieron su camino hacia Belén, la
ciudad de David.
Belén
Allí no
encontraron la pompa real que podrían haber esperado, sino una escena de
absoluta sencillez: una joven madre con su pequeño en brazos. Este es el
misterio de la Epifanía: Dios escondido en lo pequeño, en lo cotidiano, en las
miradas de quienes nos rodean. Y cuanto más pequeño y necesitado sea, más
presente está el Señor.
El cielo se
mezcla con la tierra, con nuestra tierra, esta tierra contradictoria y llena de
piedras en el camino.
Ahora, los
magos se rinden, sabiamente se rinden y lo entienden todo.
Comprenden
Ofrecen al niño unos regalos imposibles, según la forzada
narración teológica de Mateo. Llenos de verdad y asombro le ofrecen oro reconociendo
en el niño a un Rey; incienso reconociendo la presencia de Dios en él; mirra,
un ungüento que se usaba para limpiar los cadáveres, prefigurando ya la Cruz
redentora, el signo de contradicción que nos obliga a elegir.
Caminantes
Hermanos, nunca
como hoy estamos llamados a ponernos en camino, a seguir la sed de felicidad
que nos atormenta, ese anhelo de plenitud que Dios ha puesto en nuestros
corazones.
Hoy es la
fiesta del deseo que no se rinde, la fiesta que ve como protagonistas a los buscadores
incansables, a quienes dedican su vida a descubrir y verificar nuevas verdades.
Hoy es la fiesta
de la esencia misma del ser humano que, en el fondo, cuando se libera de cualquier
condicionamiento, se reconoce como un eterno buscador de Dios.
Es lo que
somos: Buscadores.
Se acaba la Navidad
Al concluir este tiempo de
Navidad, recibimos la invitación a abandonar nuestras supuestas certezas,
incluso las de nuestra fe, para atrevernos a seguir las estrellas que Dios pone
en nuestro camino para encontrarlo.
Estrellas que a veces desaparecen, reemplazadas por las
indicaciones de personas cojeantes, pecaminosas, cobardes y violentas, pero
que, sin saberlo, realizan su tarea de ser signos.
Somos lo que
anhelamos. Y lo seremos plenamente si tenemos el valor de ser verdaderos
peregrinos, no vagabundos sin rumbo (que podemos serlo aunque vivamos
cómodamente), sino caminantes movidos por un deseo profundo, dispuestos a
apostarlo todo por encontrar a Aquel que nos busca primero.
Que el Señor
bendiga vuestro camino. Así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.