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sábado, 8 de enero de 2022

BAUTISMO DEL SEÑOR (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 42, 1-4.6-7
Salmo Responsorial: Salmo 28
Segunda Lectura: Hech 10, 34-38
Evangelio: Lc 3, 15-16.21-22


El sol del desierto cae a plomo. Un accidentado paisaje lunar va desapareciendo entre las cañas cercanas a la orilla del Jordán. Juan levanta la vista y ve centenares de personas esperando su turno. Algunos rezan, otros hablan en voz baja, y otros lloran en silencio. Todos estaban expectantes, nos dice Lucas.

Juan está cansado, agotado, por el desierto y por el sol, por el fino viento del norte y por la luz deslumbrante, por los ayunos y privaciones. Su trabajo está llegando a su fin.

Los profetas llevaban ya tres siglos en silencio y la fe se había oscurecido, se había hecho rígida, llena de reglas y de intransigencia. La gente venía desde lejos, de la capital. Huía del templo para encontrar un testigo creíble; como tantas veces sucede hoy en día.

Y mientras contempla la fila que espera para meterse en el agua, Juan ve a Jesús que se acerca y siente un pálpito en su interior.

Pecadores

Jesús camina con los pecadores, penitente con los penitentes. No tiene que pedir perdón, no hay ninguna sombra en su corazón, pero no hace de ello un privilegio. Él, sin zonas oscuras, acepta compartir nuestra oscuridad para iluminarla con su presencia.

El Jordán no lavará sus pecados, porque no los tiene, pero su presencia santificará sus aguas.

Jesús no será fuego, ni castigará como hace la predicación del Bautista. Será, al contrario, solidario con los pecadores y buscará a la oveja perdida.

Isaías, en la primera lectura, deportado en Babilonia con otros muchos judíos después de la derrota de Jerusalén, anima a un pueblo perdido y frágil hablándole de la venida de Dios. La gloria de Dios, como dice Jeremías en otra parte, ha abandonado el templo destruido y parte encadenado para estar con su pueblo. Jesús es el Dios-con-nosotros, sin reservas y sin apaños.

Hace pocos días dejábamos al niño Jesús en brazos de su madre, adorado por los magos. Hoy lo encontramos adulto, determinado y solidario. Hoy comienza la vida pública de Dios en la tierra.

En oración

Después de su bautismo Jesús se pone en oración. Solamente en la interioridad podemos tomar conciencia de lo que sucede en los sacramentos que recibimos. Y es en la oración donde Jesús experimenta al Padre. El cielo cerrado se abre, la paloma, una animal apacible, desciende sobre él. Son imágenes, signos espirituales, que indican la realidad de lo que está sucediendo.

Jesús descubre que es amado, descubre que agrada al Padre, que Dios se complace en Él.

Igualmente nosotros: solamente en una interioridad cultivada con determinación, podemos experimentar cuánto somos amados por Dios y cómo Él se complace en nosotros.

Sólo en la oración nos encontramos con que la presencia de Dios es un fuego que consume, que ilumina y que transforma. El Espíritu es fuego, eso es lo que nos habita, no el aburrimiento, ni la mediocridad, ni el miedo, ni el pecado, que soportamos como pesadas cargas.

¡El Espíritu es el fuego que nos debería devorar al comienzo de este nuevo año, la llama de la presencia de Dios en nuestros corazones!

Renacer

La mayoría de nosotros hemos sido bautizados de niños: nuestros padres (consciente o inconscientemente) quisieron darnos todo su corazón y su pasión por Dios, apenas nacidos.

Desgraciadamente, sin embargo, la experiencia física sensible (no teológica) permaneció enterrada en el pasado y no somos conscientes de lo que sucedió en la profundidad de nuestro ser.

El bautismo nos ha convertido en hijos de Dios, en conciudadanos de los santos, en personas libres para amar.

Hijos de Dios. Tal vez podamos esperar llegar a ser algo grande, una gran estrella, o un premio Nobel, pero nunca podremos ser algo más grande que hijos de Dios… ¡y ya lo somos!

Conciudadanos de los santos, pertenecientes al gran sueño de Dios que es la Iglesia; hecha no sólo de nosotros pecadores, sino también de los grandes testigos. Y estamos orgullosos de contar con los grandes santos, pidiendo la fe de Pedro o el discernimiento espiritual de Ignacio de Loyola, el espíritu misionero de Francisco Javier o el espíritu de paz, de Francisco de Asís… y así de tantos otros.

Libres para amar. Liberados de la trampa del pecado, de la oscuridad, de la gran decepción de los orígenes, siendo salvados por Cristo, podemos, con la ayuda de su amor y de su gracia, aprender a amar como él ama.

En esta semana continúa nuestra vida habitual, las actividades, los colegios, el trabajo. Hagámoslo con el convencimiento de llevar en el corazón la semilla de la presencia de Dios, semilla para hacerla crecer en frutos de santidad, de justicia, de amor y de paz. Que así sea.

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