El domingo
pasado contemplábamos esa maravillosa transformación del agua del cansancio y
el dolor en el vino de la fiesta. En las bodas de Caná, Jesús nuestro Señor, el
novio de la humanidad, nos reveló que el encuentro con Dios es como una
radiante fiesta de bodas.
En estos
tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, cuando nuestros hogares se ven
invadidos por imágenes desgarradoras de guerras y refugiados, de violencia y
terror, de políticas egoístas que olvidan el bien común, necesitamos más que
nunca aferrarnos a esta Buena Nueva: hay un sentido, hay esperanza, hay una luz
que brilla en medio de cualquier oscuridad. Además, frecuentemente nos topamos
con catástrofes naturales que nos desconciertan, pero todos estos
acontecimientos, por dolorosos que sean, nos recuerdan que somos parte de un
universo en evolución que sufre dolores de parto, como dice San Pablo. Y en
esta creación, somos huéspedes a quienes únicamente Dios otorga verdadera
dignidad. Y es en este contexto donde...
Lucas entra en escena
¡Qué cercano
nos resulta el evangelista Lucas! Como nosotros, venía de un ambiente alejado
de la vida espiritual; como nosotros, se veía bombardeado por mil estímulos y
novedades religiosas; como nosotros, nunca vio a Jesús en persona. Y sin
embargo quedó profundamente transformado por la predicación de un judío llamado
Pablo, que había llegado a Antioquía anunciando a un tal Jesús, muerto y
resucitado. Como nosotros, fue descubriendo paulatinamente que Dios es amor y
misericordia sin límites.
Al leer a
Lucas, podemos seguir su itinerario espiritual, su camino de fe, su
personalidad, como cuando conocemos a alguien a través de sus cartas más
íntimas.
Lucas creció
en la religión de sus padres, rodeado de deidades caprichosas y extrañas,
arbitrarias y pasionales, que en el Panteón reflejaban todas las debilidades
humanas. Eran divinidades lejanas, incomprensibles y hurañas, puestas en
ridículo por la predicación de Pablo.
Dios es
diferente, proclamaba aquel judío de Tarso; Dios es un Padre lleno de ternura,
que busca y ama a cada uno de sus hijos. Y Lucas experimentó esta verdad en su
propia vida.
Movido por
Pablo, después de algunos años de discipulado, Lucas asumió la misión de
escribir un relato ordenado de los acontecimientos que transformaban las
primeras comunidades cristianas.
Como historiador meticuloso y apasionado, dedicó largo tiempo a escuchar a los testigos directos para componer su magnífico evangelio, el evangelio que nos revela la mansedumbre y misericordia de Cristo.
La seriedad de la fe
Lucas se
empeña en mantener el rigor histórico, decidido a fundamentar la fe que ha
transformado su vida: lo que cree no son meras fábulas ni especulaciones
piadosas. Ha invertido tiempo en esta búsqueda y quiere dejarlo claro.
¡Gran Lucas!
Qué bien hizo en documentar todo, porque ni él hubiera imaginado que dos
milenios después, seguiríamos aquí presumiendo de intelectuales sagaces,
cuestionando con suficiencia la historicidad de los evangelios, escrutando con
arrogancia el cristianismo, dejándonos confundir por teorías sensacionalistas
de escritores oportunistas.
Nuestra
sociedad ha llegado a ver la religión como algo útil: "no hace daño",
dicen algunos, "enseña valores"... pero todo queda reducido a una
exhortación piadosa que no resiste el análisis histórico o científico. El
evangelio se reduce a un bello libro religioso más, Jesús es una figura
admirable, y todo se mezcla: la moral, la fábula, la doctrina…
Lucas movería
la cabeza con preocupación, invitándonos a tomar más en serio nuestra fe, a
dedicar tiempo a nuestra formación, a comprender que la fe necesita ser
nutrida, informada, entendida e investigada. Pero no es así: para muchas
personas, a menudo, las pocas nociones aprendidas a regañadientes en el
catecismo son su único contacto con el cristianismo. Algo a todas luces
insuficiente para dar razón de su fe.
Y sin
embargo... nos creemos expertos en materia de fe. ¡Cuántas veces en reuniones
sociales y tertulias escuchamos disertaciones sobre religión de personas que
evidencian una lamentable ignorancia al hablar de ética, de la historicidad de
los evangelios y otras perlas por el estilo!
Seamos
sinceros: el problema es nuestra pereza espiritual, nuestra negligencia. No
invertimos en nuestra vida interior porque, en el fondo, nuestra fe es débil o
está mal fundamentada. Dejemos de jugar a ser ateos, no ocultemos nuestra
mediocridad tras una pretendida erudición superficial, respetemos a quienes,
como Lucas, han buscado, estudiado e investigado con seriedad a lo largo de la
historia.
Qué torpe es
nuestro mundo que delega en otros el análisis de la realidad (analistas,
expertos, "influencers") para luego repetir como loros conclusiones
predigeridas por los tertulianos de turno!
Si quieres
realmente encontrar la fe, investiga. Si buscas sinceramente a Dios, fórmate.
Si anhelas dar sentido a tu vida, confía.
Porque Lucas
nos recuerda que la fe nace del testimonio de quienes han visto y creído.
Buenas noticias
Jesús comenzó
su ministerio en la sinagoga de Nazaret leyendo aquella maravillosa profecía de
Isaías sobre un pueblo de esclavos que retorna del exilio. Jesús es el Mesías
que proclama solemnemente la llegada del Reino, llevando la Buena Nueva a los
pobres, anunciando la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la
liberación a los oprimidos, proclamando el jubileo, el año de gracia del Señor.
Como ha hecho el Papa Francisco, siguiendo la tradición de la Iglesia, al proclamar
el año jubilar de 2025 con el lema «La esperanza no defrauda» (Rom 5,5).
Sabemos bien
que Jesús no fue escuchado, ni entonces ni ahora.
Pero para
quienes tienen el valor de confiar en Lucas y en los demás testigos, para
quienes buscan respuestas con sinceridad, las palabras de Jesús son,
verdaderamente y a pesar de todo, una maravillosa Buena Noticia.
¡Que así
también lo sean para nosotros!
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