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sábado, 31 de julio de 2021

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 


Primera Lectura: Ex 16,2-4.12-15

Salmo Responsorial: Salmo77

Segunda Lectura: Ef 4,17.20-24

Evangelio: Jn 6, 24-35

 

Jesús está aturdido, turbado. Lo que debería haber sido el más importante de los milagros: el milagro del compartir, lo que hubiera marcado la diferencia del sueño de Jesús: un pueblo que pone en juego lo poco que tiene para alimentar a todo el mundo, se convirtió, sin embargo, en un estrepitoso fracaso.

Aquella merienda de un niño, donada generosamente, no animó a la gente a imitarle.

Al contrario. Con el barriga llena y una ligera sensación de náusea, por haber comido hasta saciarse, la multitud se da cuenta de lo que acababa de suceder. Pero no reflexiona sobre el significado del llamativo gesto de Jesús. El murmullo crece, todos están aturdidos, estremecidos, algunos se levantan, otros señalan a Jesús, y se acercan a él para coronarlo rey.

¿Quién no votaría a un gobierno que, en lugar de imponer impuestos, regalara dinero?

La huida

Ante esto, Jesús huye. Huye de nuestras mezquindades, no se deja encontrar, desaparece cuando lo manipulamos, cuando lo utilizamos, cuando le tiramos de la chaqueta para conseguir algo.

La multitud lo alcanza, asombrada por la actitud del Señor. ¿No será que se está haciendo de rogar, antes de aceptar el título de rey?

Jesús se dirige a la multitud, expresando un juicio tan cortante como verdadero: no me buscáis ni por mí ni por mis palabras, sino porque tenéis la barriga llena.

Cierto, muy cierto. A menudo buscamos a Dios con la esperanza de que resuelva nuestros problemas, pero sin poner nada de nuestra parte en juego. Jesús es tajante: Dios no siempre acaricia, a veces la forma de expresar su amor es un servicio a la verdad, cortante e inesperado.

Jesús no se queda en la decepción y les replica: buscad el verdadero pan, el que satisface. Hay, por lo tanto, un pan que satisface y otro que nos sigue dejando con hambre.

Hambres

El hambre de éxito, de dinero, de aprobación, de gratificación, a menudo nos deja un agujero en el estómago.

Mejor será, entonces, seguir el rastro del hambre interior, el hambre de sentido, el hambre de la verdad profunda, del juicio sobre el mundo y la historia que sólo Dios puede dar. Jesús lo subraya: el pan que sacia y que sólo yo puedo dar.

La multitud responde: ¿qué debemos hacer?

Ya estamos con lo de siempre: hacer y hacer… Hacer o no hacer, a eso hemos reducido la fe, a la moral y a los cumplimientos.

Pero Jesús sabe que antes de hacer está el ser y el creer. Por eso responde que lo que hay que hacer es creer en aquel que el Padre ha enviado. Una respuesta simple, lineal y obvia: el hambre interior sólo se satisface con la actitud interior de la fe.

Pero la multitud duda. El gran rabino que alimentó a cinco mil familias ahora ya no parece tan simpático. Y le preguntan: ¿qué señal nos das para que te creamos?

¿Qué más signo queréis? ¿No acaba de realizar el mayor signo que se podía realizar? ¿Cuántas señales necesitamos para creer? ¿Por qué seguimos chantajeando a Dios? ¿Para probarlo?

 El pan del cielo

Aquella gente esperaba el maná, como en el desierto. Moisés fue grande porque los alimentó en el desierto. Pero olvidamos un detalle: el maná llegaba día a día, un poco cada vez, para que no se habituaran, para no acomodarse, para que creyesen que ya habían llegado.

Jesús señala que no fue Moisés quien les dio el maná, sino el Dios de Moisés. El mismo que envía el pan que sacia el corazón y no el vientre; el pan de la vida eterna para un mundo que, de otro modo, no tendría vida.

La multitud, entonces, se queda atónita y pide: danos ese pan.

Pero aquella no era una oración auténtica que convirtiese sus corazones, pues aún no estaban dispuestos a jugársela, ni siquiera un poco.

Jesús les responde que él es el pan de vida, el único que satisface, el único que sacia, el único. Ni la fama, ni el éxito, ni el grato reconocimiento de los demás pueden satisfacer. Sólo el Señor Jesús llena la vida.

Pero ¿cómo? ¿Acaso puede un hombre llenar realmente la necesidad infinita del corazón humano?

Desde luego que no. Pero Dios sí puede. Y Jesús es el Hijo enviado por el Padre para saciar nuestra vida.

Si realmente creemos esto, dejemos de correr tras una idea falsa y aproximada de Dios, confiemos realmente en él. Aprendamos a leer las señales que continuamente se nos dan y que dan testimonio del amor de Dios por cada uno de nosotros. Jesús es el único que puede saciar mi corazón: todas las alegrías humanas, legítimas, aunque deben vivirse con gratitud, nunca podrán colmar ese deseo de nuestro corazón que es la necesidad del infinito.

No busquemos a Dios para que nos conceda nuestros deseos, para que resuelva los problemas en los que nos metemos.

No busquemos saciar nuestra sed con agua de cisternas agrietadas.

No entremos en la loca carrera de la apariencia y de la vanidad pensando que eso va a satisfacer nuestra hambre y nuestra ansia de todo.

Jesús dice que él es el único que satisface nuestra hambre interior. ¿Podrá tener razón el Señor?

 

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