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sábado, 29 de junio de 2024

DOMINGO 13º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Sab 1,13-15; 2,23-24
Salmo Responsorial: Salmo 29
Segunda Lectura: 2 Cor 8,7.9.13-15
Evangelio: Mc 5, 21-43

La hija de Jairo tenía doce años. Desde hacía doce años la hemorroisa venía padeciendo pérdidas de sangre. Doce es el número de tribus que componían el pueblo de Israel. Marcos nos está diciendo que Israel se ha apagado, exangüe, sin vida, abandonada por sus pastores que se apacientan a sí mismos, y que sólo Dios, en Cristo, es quien le devuelve la vida.

Doce es un número de totalidad, como doce son los meses del año. Marcos hoy nos habla de dos situaciones en las que se describe el máximo dolor, y la total desesperación, como la apoteosis de una tragedia, o como cuando una barca es engullida por la tempestad.

La hemorroisa no sólo es una mujer que haya enfermado y haya visitado, sin resultado, todos los médicos del país, sino alguien cuya condición la hacía impura en Israel; no podía tocar a nadie sin contagiarle su impureza. No tiene vida afectiva ni relaciones sexuales, y quizás no tuviera familia ni amistades, porque su condición le hacía estar sola.

La mujer se acerca tímidamente, no quiere hacerse notar. No se arriesga a pedir nada al Maestro, ¿cómo podría hacerlo? Tantos años de soledad le habían convencido de ser un error, de ser pecadora, de ser impura. Le estaba prohibido tocar a nadie porque le transmitiría su impureza.

Pero decide arriesgarse a infringir la ley y toca a Jesús. Para encontrar Dios, a veces, hace falta superar los esquemas religiosos; a veces, para encontrar a Dios, hace falta infringir las reglas. La verdad es que apenas lo roza: acaricia la orla del manto nos dice el evangelio, segura de que el rabí no se daría cuenta.

Potencia

Pero Jesús dice: ¿quién me ha tocado? La mujer queda pálida, los apóstoles se detienen intentando mantener a distancia la muchedumbre. ¿No ves, rabí, que todos te tocan?

Jesús tiene razón: son miles los que se acercan, pero solamente una lo ha tocado. Una ha tocado el corazón de este Cristo de Dios, le ha robado la fuerza y se ha curado. ¿No es, tal vez, la enfermedad un desequilibrio de nuestra armonía interior? El Señor se deja robar, y su fuerza da la curación y la salvación a esta mujer que se cree inadecuada, incapaz de relación y condenada. Jesús nos cura en profundidad, nos salva de cada disonancia en nuestra armonía interior.

Jesús continúa su camino y los apóstoles lo miran inquietos, sin enterarse de lo que está pasando. Jesús mira a la mujer con una mirada amplia y profunda, como es la mirada de Jesús cuando elige a sus discípulos.

viernes, 28 de junio de 2024

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO (29 de junio)


Primera lectura: Hch 12,1-11
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda lectura: 2 Tim 4,6-8.17-18
Evangelio: Mt 16, 13-19


Hay aspectos de la Iglesia que cuestan vivirlos y entenderlos, incluso formando parte activa de ella y amándola como el sueño de Dios que es. Hay aspectos, en cambio, que nos llenan de alegría cada vez que uno piensa en ellos.

 La fiesta que hoy celebramos es, precisamente, una de estas sorpresas desbordantes que le hacen a uno feliz y orgulloso de ser cristiano en la Iglesia Católica.

Hoy celebramos a los santos Pedro y Pablo. Celebramos su recorrido, su fe y su lucha.

Para redescubrirlos en su integridad debemos sacarlos de los nichos en que los hemos puesto, y tener el ánimo de pensar en ellos como en unas personas normales, que han tenido la suerte de encontrarse con Dios. Por eso se parecen tanto a nosotros. Por eso nos son tan necesarios.

Pedro es un pescador de Cafarnaúm, hombre sencillo y tosco, entusiasta e impetuoso, generoso y frágil. Pablo es un intelectual elegante, el celoso perseguidor, el convertido, al que devora la pasión del nuevo encuentro con el Señor. ¡Son completamente diferentes!

Nada ni nadie habría podido poner juntos a dos personas tan distintas. Sólo Cristo.

Pedro

Pedro, el pescador de Cafarnaúm, hombre rudo y simple, de gran pasión e instinto; Pedro que sigue al Maestro con fogosidad, poco acostumbrado a las sutiles disquisiciones teológicas; Pedro que quiere intensamente a Jesús y que escudriña sus pasos; Pedro el generoso que sabe poco de diplomacia y que, en el Evangelio, la mayoría de las veces que interviene lo hace groseramente y a destiempo. Pedro está acostumbrado a la fatiga del trabajo, con el rostro marcado por profundas arrugas, con las manos inflamadas y agrietadas por las sogas y el agua. ¿Qué sabía él de profecías y de abstrusas disputas entre rabinos? Era un hombre con sangre en las venas y amigo de lo concreto, un hombre de mar y de peces, al que Jesús ha elegido por su testarudez y por su temple.

Justamente el elegido es Pedro, y no Juan el místico, para ser el jefe del grupo, para confirmar en la fe a los hermanos. Un Pedro extrañado y confuso por este nuevo rol que se le encomienda, que está absolutamente fuera de sus registros.

La historia de Pedro tiene así un encumbramiento inesperado y brutal; Pedro tendrá que ser triturado por la cruz, tendrá que darse de bruces contra su propio límite, tendrá que llorar amargamente su propia fragilidad para convertirse así en el punto de referencia de los cristianos.

domingo, 23 de junio de 2024

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA



Primera Lectura: Is 49, 1-6
Salmo responsorial: Salmo 138
Segunda Lectura: Hch 13, 22-26
Evangelio: Lc 1, 57-66.80

Se respira ya un aire de vacaciones. Comienzan las vacaciones escolares. En el hemisferio Norte acabamos de celebrar el solsticio de verano. Hemos alcanzado el máximo de luz. A partir de ahora los días irán menguando y las noches crecerán lentamente. Y así será hasta el solsticio de invierno, hasta que celebremos entonces el nacimiento de Jesús, el Sol invicto.

La noche de San Juan ha alimentado y alimenta mitos, ritos y leyendas en muchas partes del mundo.

Y precisamente en este día, la Iglesia ha colocado la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, aquel que dijo: “Es necesario que yo mengüe para que él crezca”.

Juan es una figura extraordinaria en la fe.  Jesús mismo se refiere a él como el hombre más grande que ha vivido, el más grande entre los nacidos de mujer (Mt 11, 11) y es el único santo del que recordamos tanto su nacimiento, hoy, como su muerte, el 29 de agosto.

Su presencia en el mundo del arte es notable. Se le representa en miles de retablos, vestido con piel de camello, sosteniendo con una mano un palo rematado en cruz, mientras que con la otra indica a Cristo.

Es providencial que, en esta época de crisis en la Iglesia y en la sociedad, preocupados todos por la guerras en tantas partes del mundo, por la fragilidad de nuestro sistema mundial y por las catástrofes naturales, podemos fortalecer nuestra fe meditando sobre el don de profecía en la Iglesia.

Profetas

La tradición profética siempre ha caracterizado la experiencia de Israel y ha estado presente en su peregrinar. Los profetas no son personas que predicen el futuro (¡esos son los adivinos!), sino los amigos de Dios, animados por el Espíritu Santo, que indican a la gente la interpretación de los acontecimientos de la vida, advirtiendo y sacudiendo las conciencias, a veces con métodos bastante inusuales y rudos. Los profetas no predicen el futuro, sino que interpretan el presente y ofrecen una lectura de los hechos desde la fe.

Es notable la presencia de los profetas en las Escrituras. Son esas personas seducidas por Dios, que convierten sus vidas en una catequesis viviente, en un recordatorio constante para las demás; que pagan su coherencia y su denuncia con sus vidas; personas que iluminan la oscuridad e invitan a la esperanza. Personas que indagan y analizan los eventos de cada día para decantar la salvación que hay en ellos y que viene destinada a nosotros.

Siendo compañeros de viaje y amigos de Dios, los profetas vienen invitando a la gente, desde hace tiempo, a mirar hacia el pleno cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Israel, y que se realiza en Jesús de Nazaret.

Juan es su nombre

Entre todos ellos, Juan Bautista destaca como un gigante.

sábado, 22 de junio de 2024

DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Job 38,1.8-11
Salmo Responsorial: Salmo 106
Segunda Lectura: Cor 5, 14-17
Evangelio: Mc 4, 35-41


Después de haber retomado la celebración de los domingos del Tiempo Ordinario, seguimos con el evangelio de Marcos que, como sabemos, tras él está la experiencia de Pedro, con su pasión y sus límites, sus equivocaciones y su entusiasmo.

Pedro tuvo que ir creciendo como discípulo, convencido de entenderlo todo, de saber, de ser firme. Pero también, como todos nosotros, tuvo que pasar por la prueba, y superar la tempestad.

La otra orilla

Jesús pide a sus discípulos que pasen a la otra ribera, que atraviesen el lago. Todos nosotros, en algún momento, sentimos la exigencia de pasar a la otra orilla.

Pero no pensemos sólo en la muerte. En la vida misma debemos enfrentarnos muchas veces a la necesidad y búsqueda de sentido y de plenitud, sintiéndonos arrollados precisamente cuando pensamos que ya lo hemos entendido todo, y que ya hemos alcanzado todo lo deseable.

El mismo Jesús nos provoca, nos pide pasar a la otra orilla, que no nos sentemos, que no nos acostumbremos, que aceptemos cambiar siempre. Porque la fe no es una solemne anestesia sino un estímulo permanente al cambio, a la conversión. Muy contrariamente a lo que la mayoría piensa, no hay hada más fluido y dinámico que ser discípulos del Maestro de Nazaret, porque seguimos a alguien que no tiene dónde reposar la cabeza.

Cuando, en la vida y en la fe, pensamos que hemos llegado, el Señor nos impulsa a coger la barca y salir de nuevo.

¿Cuál es la orilla a la que todavía tenemos que llegar?

Tal como estaba

Es simpática la pícara precisión de Marcos: se lo llevaron en la barca, como estaba.

Si queremos, de verdad, pasar a la otra orilla, si queremos hacer un recorrido serio, incluso doloroso si fuera necesario, pero verdadero, un recorrido de crecimiento humano y de vida interior, tenemos que acoger a Jesús tal como es. No el Jesús aleatorio de los políticamente correctos que, cada dos por tres, van adaptando su verdadero rostro, ese “que la pérfida Iglesia nos esconde”; ni tampoco el Jesús dulzón y difuso de la devoción, sino el Jesús completo, tierno y recio a la vez, que profesamos los cristianos.

Paciencia si este Dios es un poco incómodo, paciencia si no siempre nos dice cosas agradables. Es preferible un Dios inquietante y honesto que uno halagador y falso. ¡Tengamos el valor de acoger al Señor tal como es, no como nos gustaría que fuera, según nuestras conveniencias!

Tempestad

Pero resulta que, justo cuando nos decidimos a arriesgar, a lanzarnos, a  tomar a Jesús tal como es en nuestro barco, es cuando se desata la tempestad. ¡Vaya por Dios: justo en ese momento!

Hay momentos en la vida en los que tenemos la impresión de hundirnos, arrollados por el dolor o por nuestras equivocaciones. Creíamos haberlo visto todo y en cambio no es así: ahí está un dolor más fuerte, una prueba insoportable, a pesar de todos nuestros sinceros esfuerzos.  Y nos dan ganas de morir, de desaparecer, de no haber existido nunca.

sábado, 15 de junio de 2024

DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Ez 17, 22-24
Salmo Responsorial: Salmo 91
Segunda Lectura: 2 Cor 5, 6-10
Evangelio: Mc 4, 26-34

Después del largo paréntesis que desde la Cuaresma nos ha llevado hasta la Pascua del Señor resucitado, retomamos ya el tiempo ordinario y lo hacemos hoy junto a Marcos, el primer evangelista, discípulo de Pedro.

Él hoy nos da una sacudida de esperanza y de confianza, en estos tiempos oscuros que tanto asustan.

Es frecuente y hasta habitual que la tierra siga temblando y explotando en una veintena de volcanes en erupción en todo el mundo, de tal modo que nuestra fragilidad ante las fuerzas de la naturaleza nos asusta sobremanera.

Pero otras convulsiones están sacudiendo España y Europa, víctimas de ellas mismas, víctimas de los egoísmos personales y nacionales, de intereses partidistas, de una unión deseada y nunca conseguida, que nos lleva a la crisis y a la quiebra de los valores que anhelamos. Y, para nosotros creyentes, nos fastidian además las no tan pequeñas sacudidas intraeclesiales de los que creen hacer la voluntad de Dios, y dicen buscar el bien de la Iglesia esparciendo veneno en nombre de un falso ideal de la verdad y la ortodoxia.

La desconfianza nace en el día a día de quién, siendo discípulo del Señor, ve que en su parroquia se trabaja, que los curas se agotan y que las comunidades se debilitan. Estamos dando una imagen frágil de la Iglesia, a los ojos del mundo. Es verdad que el Papa Francisco ha traído un nuevo aire esperanzador, pero entre los palacios vaticanos hay elementos que intentan hacer de las suyas poniendo palos en las ruedas de la renovación. Mejor nos iría si entre los muros eclesiales revoloteasen más las palomas del Espíritu que los cuervos de la desesperanza.          

¿Entonces, qué hacer? Hermanos, Dios habita nuestras debilidades. Y ante la desesperanza es el momento justo para reflexionar sobre qué es la Iglesia. Mejor aún, sobre “quién” es la Iglesia.

Destierro

Joaquín, el último descendiente del rey David, fue derrotado y deportado a Babilonia por el feroz rey Nabucodonosor. Todo estaba perdido: la ciudad santa destruida, el templo quemado y el arca de la Alianza arrebatada como botín de guerra. El terremoto de la guerra no ofrece ninguna esperanza, el lozano cedro de la dinastía de David fue impíamente cortado de raíz.

Sin embargo, uno de los deportados, Ezequiel, sacerdote del templo, dice que Dios tomará un brote del árbol cortado y lo plantará, haciéndolo crecer de nuevo. Pero, como sabemos, no será un reino terrenal más lo que va a crecer de aquel brote, sino otra realidad muy distinta: un Reino que pasa por los corazones de cada uno de nosotros.

Aquel brote nuevo de Jesé será para nosotros Jesús el Cristo, el Mesías, el Señor.

Dios no se cansa jamás de la humanidad, no se desanima, no se deja atemorizar por nuestros errores, sino que siempre nos lleva a la plenitud de la vida con unos modos y unos medios que no nos esperamos.

sábado, 8 de junio de 2024

DOMINGO 10º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

Abrazar lo diverso


Primera Lectura: Gen 3, 9-15
Salmo Responsorial:  Salmo 129
Segunda Lectura: 2 Cor 4,13 ‑ 5,1
Evangelio: Mc 3, 20-35

Jesús reunía a mucha gente a su lado. Hablaba de Dios de una manera extraordinaria, escuchaba a todos, hacía que todo fuese sencillo y posible.

Algunos decían que habían sido sanados por sus palabras. Otros por su abrazo.

La multitud lo absorbe y él escucha a todos. Pasa el día sin tiempo para comer. No pide dinero. No aspira a puestos de privilegio. Algo aquí no es normal.

¿Cuándo se ha visto a nadie que trabaje de ese modo? Sin tener un beneficio a cambio y, además, en un ámbito religioso.

Aunque Galilea era una región de mestizaje, quedaba muy lejos y muchos judíos preferían abandonarla a su propio destino pagano, algunos escribas de Jerusalén fueron enviados a analizar la situación y a redactar un informe. El templo recién reconstruido y la renacida casta sacerdotal se arrogaban el derecho de emitir patentes de creencia.

También hoy, por desgracia, algunos en la Iglesia prefieren hacer de policías y revisar documentos, en vez de gozar de la fantasía y de la nueva vida que el Espíritu nos ha dado.

A los controladores les basta con una rápida mirada. No preguntan, no buscan razones, ni siquiera hablan con el sospechoso. No miran al corazón. Simplemente juzgan.

Por eso, certifican ciegamente que Jesús es un traidor. Un endemoniado: ¡tiene dentro a Satanás! Claro, uno que habla de Dios y sana gratis debe estar loco.

Argumentos

Y, además, montan sus argumentos. Jesús expulsa a los demonios porque él mismo es un demonio. Como un intento de análisis, no está mal del todo…

Pero Jesús, fantástico siempre, en vez de mandarlos a aquel sitio intenta discutir las cosas con ellos, razonar, lograr que recuperen el sentido. ¿Cómo va a ser Satanás tan idiota que quiera cazar al mismo Satanás? ¿Qué interés va tener el diablo en luchar consigo mismo? Si Satanás escapa, es porque llega alguien más fuerte que él, alguien que es superior a las tinieblas. Satanás huye cuando Dios irrumpe en la obscura vida de la persona enferma. Así de sencillo.

Pero, por desgracia, la evidencia rara vez logra desmontar los prejuicios obstinados, especialmente los de las personas que se sienten enviadas por Dios.

Es entonces cuando Jesús ahonda aún más y señala como una blasfemia imperdonable el no reconocer la obra de Dios en sus acciones. Es el pecado contra el Espíritu; él único que no será perdonado: “el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene perdón jamás, antes es reo de un delito eterno”, hemos escuchado en el Evangelio de hoy.

Diversidad

Todos damos por supuesto que una persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de él esperan los demás; cuando sabe adaptarse y actuar según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.

Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, o sospechosa. Este es el caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.

viernes, 7 de junio de 2024

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo B)


 Primera Lectura: Os 11, 1b.3-4.8c-9
Salmo Responsorial: Is 12, 2-3.4.6
Segunda Lectura: Ef 3, 8-12.14-19
Evangelio: Jn 19, 31-37

Celebramos hoy la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, una fiesta que, aparentemente, tiene un sabor devocional pero que esconde, en realidad, una gran verdad:  la inmensa medida del amor de Dios.

¿Puede decirnos algo todavía una imagen muy improbable de Jesús con ojos claros y bucles en el pelo, abriendo su capa y dejando vislumbrar un corazón del que salen dardos luminosos? ¿No es ésta la imagen de una devoción decimonónica que nos hace subir la diabetes en el alma? ¿Qué nos dice esta fiesta en el siglo XXI?

Despojada de sus connotaciones culturales e históricas, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos revela una gran verdad: en el centro de nuestra vida, de nuestra fe, de nuestro camino interior está el amor de Dios. El amor es el centro; es lo que nos dice la fiesta de hoy. El centro de nuestra vida y de nuestra fe no es una legítima tradición histórica, no son nuestros razonamientos, no son las conveniencias, ni los fundamentos éticos.

Cada uno de nosotros se hace su idea de Dios, mezclando cosas que ha oído, convicciones personales, experiencias más o menos positivas, el instinto, la cultura, el último artículo sensacionalista sobre la Iglesia y el Vaticano, la transmisión muy poco crítica sobre presuntos milagros... ¡Qué sé yo…!

Y, claro… ¡así se dicen las tremendas cosas que se oyen por ahí! Dan ganas, a veces, de interrumpir a alguien y decirle: “¡Oye, el Dios en el que crees es terrible y espantoso! ¿Por qué no lo dejas a un lado y te decides a creer de verdad en el Dios de Jesucristo?”

Para mucha gente, Dios es ni más ni menos que un bribón al que hay que respetar, sí, pero también alguien al que hay que evitar. ¡Pobre Dios! No debe ser fácil tener que vérselas con nosotros. Tenemos que reconocerlo con honestidad: también es culpa de nuestro cristianismo haber pintado a Dios de un modo terrible, como un Dios juez despiadado, al que hay temer y respetar. Jesús, en cambio, nos desvela el rostro de un Padre que escudriña el horizonte para esperar al hijo que se ha ido, un pastor que busca durante horas a la oveja perdida, el médico que ha venido para curar, el que, incluso pudiendo hacerlo, no juzga a nadie. Todavía tenemos que mucho camino por recorrer, amigos, para convertir nuestro corazón a la asombrosa medida del amor del Corazón de Jesús.

            Si creemos en Dios, si hemos visto y creído en el amor del Padre, descubriremos que sólo él es quien nos empuja a creer y a luchar para dejar que sea el amor quien domine nuestra vida y nuestra fe, algo que no pueda darse por descontado, sino que pide una continua conversión, una opción que a veces resulta dolorosa. Como la de nuestro Maestro y Señor que muestra la medida de su bondad muriendo en la  cruz.

Es lo que el jesuita chileno Cristóbal Fones canta en una preciosa canción al amor de Cristo:

Quiero hablar de un amor infinito

que se vuelve niño frágil,

amor de hombre humillado.

Quiero hablar de un amor apasionado.

Con dolor carga nuestros pecados

siendo rey se vuelve esclavo,

fuego de amor poderoso.

Salvador, humilde, fiel, silencioso.

Amor que abre sus brazos de acogida,

quiero hablar del camino hacia la vida,

corazón paciente, amor ardiente.

quiero hablar de aquel que vence a la muerte.

Quiero hablar de un amor generoso,

que hace y calla, amor a todos

buscándonos todo el tiempo,

Esperando la respuesta, el encuentro.

Quiero hablar de un amor diferente,

misterioso, inclaudicable,

amor que vence en la cruz.

Quiero hablar del corazón de Jesús.

 

Hermanos, dejémonos alcanzar hoy por ese amor que no pone condiciones, que no pesa, que no chantajea, un amor libre como sólo Dios sabe proponernos en el sagrado corazón de Jesús.

sábado, 1 de junio de 2024

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO (Ciclo B)


Primera lectura: Ex 24, 3-8
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda lectura: Heb 9, 11-15
Evangelio: Mc 14, 12-16.22-26

Hemos escuchado en el evangelio que el Maestro dice: “¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Y lo dice cuando está a punto de ser detenido y ejecutado. Los suyos no lo saben, no se enteran: están demasiado concentrados en ellos mismos para poder ver lo que está a punto de suceder.

Jesús, en cambio, tiene plena conciencia de que todo está tocando a su fin y de que está a punto de realizar el más grande regalo, el don de su misma vida.

¿Valdrá eso para algo? ¿Llegaremos a entender que Dios nos ama libremente y sin condiciones? ¿Sabremos rendirnos, por fin, a la evidencia de un Dios que se entrega a nuestras manos por amor?

Estaba cerca la celebración de la Pascua y Jesús sabe que no podrá celebrarla con sus discípulos. Por eso decide adelantarla y busca la hospitalidad de un desconocido que pasaba por allí.

En aquella habitación preparada en el primer piso de una casa, dominando la ciudad sobre el monte Sión, frente al Templo, Jesús está a punto de despedirse de sus discípulos, haciéndoles el regalo más grande que les puede dar:  su presencia eterna.

Ni siquiera sabemos el nombre de aquel fulano, que acababa de sacar agua del pozo y que cruzaba la ciudad, al que los discípulos del Nazareno siguieron para pedir al propietario de aquella casa una habitación donde celebrar la Pascua. Tampoco sabemos el nombre del propietario.

Jesús, en cambio, considera suya aquella habitación. Suya porque permanecerá en ella para siempre. Suya porque quién acoge al Maestro, aún sin saberlo, sin ser consciente de ello, verá transformada su vida para siempre.

“¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”

Tibiezas

He celebrado miles de misas en mi vida y el Señor misericordioso, me ha dado muchas alegrías en la vida. Uno de ellas es el poder conocer muchas comunidades, esparcidas por varias partes del mundo y poder orar con ellas. He participado en asambleas de comunidades vivarachas, atrevidas, en vigilias de intensa oración, en eucaristías llenas de alegría y emoción… aunque esto raramente.

Es más frecuente la participación en misas flojas, tibias, despistadas, apagadas y, a veces, exasperantes.

¡Muchas veces me he encontrado con personas que, muy cercanas al Señor, que se han convertido a la escucha de la Palabra, y tienen dificultades para nutrir su fe y su espíritu en muchas ciudades, llenas de iglesias, sí, pero pobres de fe!

¡Muchas veces he visto con dolor, en vacaciones sobre todo, la participación en celebraciones apañadas, con prisas y sin oración ni recogimiento! Sólo por mero cumplimiento.

Pero el Señor no desprecia a nadie sino que se adapta. En el momento más agobiante de su vida ha querido tener consigo a sus pobres doce apóstoles. Pobres y frágiles como nosotros; inestables y peculiares como nosotros.

Jesús elige hacer “suyas” también esas habitaciones.

“¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”