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sábado, 14 de junio de 2025

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Ciclo C)

La Trinidad Misericordiosa

Primera Lectura: Pro 8,22-31
Salmo Responsorial: Salmo 8
Segunda Lectura: Rom 5,1-5
Evangelio: Jn 16, 12-15

Nos cuesta entender

Nos cuesta mucho entender quiénes somos, qué es la vida, cómo funciona el mundo. ¿Por qué no deberíamos entonces esforzarnos también en entender quién es Dios? Más aún: ¿por qué, en nombre de qué razón casi sádica, tendríamos que hacer el esfuerzo de entender la extravagante idea cristiana de un Dios que, siendo uno, también es Trino?

Yo creo que en la vida hay temas más serios que andar tras razonamientos teológicos complicados, llenos de palabras gastadas —y muchas veces ininteligibles— como “persona”, “engendrado”, “no creado”, “sustancia”. Seamos honestos: hay un verdadero riesgo de quedar atrapados en un ejercicio inútil y rebosante de retórica clerical.

El Dios demoníaco

Todos llevamos en el corazón una imagen de Dios. Y si somos sinceros, no siempre es una imagen bonita. Es una idea espontánea, inconsciente, cultural, moldeada por la educación recibida y, a veces, nutrida por una escucha distraída de alguna prédica torpe o por las píldoras simplistas del catecismo.

Es verdad: Dios existe. Pero muchas veces se nos aparece como incomprensible, excéntrico, inaccesible.

Decimos que Dios me ama, pero luego vemos a esa mujer que, tres días antes de casarse, descubre que tiene un tumor en fase avanzada… con apenas treinta años.

Decimos que es omnipotente, pero no impide que un niño sea vendido por tratantes para prostituirlo.

Dios, aparentemente, tiene muchas cosas que hacer, pero casi nunca hace lo que le pido… aunque sea para mi bien. Aun así, es mejor halagarlo, por si acaso. No sea que se le ocurra enviarme alguna desgracia.

Y claro, digámoslo todo: tal vez yo lo haría mejor que él. Tal vez sabría cómo arreglar algunos de los grandes problemas del mundo que, con descaro, resolvemos en las tertulias de café.

Seamos honestos: la idea de Dios que llevamos dentro es, como poco, terrible.

El Dios de Jesús

Hasta que llegó un profeta poderoso en palabras y obras. Uno que no estudió para cura, ni era un beato. Uno que, ya adulto, se metió a rabino: Jesús, carpintero de Nazaret, hijo de José.

sábado, 7 de junio de 2025

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 2, 1-11
Salmo Responsorial: Salmo 103
Segunda Lectura: 1 Cor 12, 3-7.12-13
Secuencia: “Ven Espíritu divino
Evangelio: Jn 20, 19-23


No somos capaces... pero Él sí

No somos capaces. Ningún cristiano con los pies en la tierra puede pensar que, por sus propias fuerzas, es capaz de anunciar el Reino de Dios con claridad, coherencia y pasión. Nos falta transparencia. Nos falta valentía. Nos falta verdad.

Y lo vemos cada día, incluso dentro de la Iglesia, donde tantas veces lo más fácil es buscar culpables fuera. Pero Pedro lo tiene claro: el enemigo está dentro. El pecado que habita en nosotros es el verdadero adversario que combatir.

¿Cómo pudo confiar Dios el Reino a esta Iglesia concreta —con sus miserias, sus límites, sus contradicciones— sin que pareciera una broma o una locura?

El Señor, tantas veces, parece ausente. Lo experimentamos mil veces.
Y sin embargo, sabemos que tiene que haber una salida.

Reunidos

Así estaban los Doce, encerrados en el cenáculo. Jesús se había ido. De verdad. Y ellos no sabían qué hacer.

Anunciar el Reino, sí. ¿Pero cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué decir?
Afuera todavía reinaba un aire malo para los discípulos del Nazareno. ¿Qué sentido tenía salir, arriesgarse otra vez a la detención y al rechazo?

Pedro y los demás no se hacían ilusiones. Ya sabían de lo que eran capaces... o mejor dicho, de lo que no eran. Un mes atrás, todos habían huido. Ninguno dio la talla en Jerusalén. ¿Cómo esperar ahora algo distinto?

Discutían. Dudaban. Se ilusionaban por momentos, pero pronto la impotencia los vencía. No eran capaces. Ni solos. Ni entonces ni ahora.

Y de pronto, se empieza a levantar el viento. Es extraño, porque eso casi nunca sucede en primavera, en Jerusalén.

Vigilia de Pentecostés

 


Primera Lectura: Ez 36, 26-29
Salmo Responsorial: Salmo 106
Segunda Lectura: Rom 8, 22-27
Evangelio: Jn 7, 37-39

 Cada vez que la Iglesia nos convoca a una vigilia antes de una gran fiesta, es señal inequívoca de la trascendencia de lo que estamos por celebrar. Así sucede hoy con la solemnidad de Pentecostés.

 Misterio Pascual

Pentecostés es el culmen, el broche de oro del Misterio Pascual. Las tres grandes celebraciones de la Pascua —la Resurrección, la Ascensión y este Pentecostés— nos narran un único y glorioso misterio: Jesucristo, nuestro Señor, que muere y resucita, deja su presencia terrena para, desde el seno amoroso del Padre, enviarnos a su Espíritu Santo. La experiencia de este misterio es una sola, inabarcable en su profundidad, aunque la narración de los Apóstoles y la celebración litúrgica se vayan desplegando a lo largo de estos cincuenta días pascuales.

Hace apenas unos días celebramos la Ascensión del Señor. Una fiesta consecuente con la Encarnación, en la que proclamamos que Jesús es verdadero hombre. Como tal, su presencia física y terrena entre nosotros no podía prolongarse indefinidamente, y por eso, en la Ascensión, Él se retira de nuestra vista.

Pero la Encarnación también nos revela que Jesús es verdadero Dios, y como tal, nos dejó una promesa que resuena en nuestros corazones: “no os dejaré huérfanos”, “yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”. Así debía ser, porque Jesús de Nazaret —verdadero Dios y verdadero hombre— es el Señor para todas las personas, de todos los tiempos y lugares.

En su aparente ausencia, Jesús, el Señor, encomienda a sus discípulos una misión de una magnitud inmensa: la de ser sus continuadores, la de ser su presencia física en el mundo para toda la humanidad. Su mandato es claro: “Id y predicad el Evangelio a toda criatura.”

Y para que puedan cumplir con este mandato sublime, les envía su Espíritu: el Espíritu que será su presencia viva, el Espíritu que actuará a través de los Apóstoles de la misma manera que Jesús actuaba cuando estaba físicamente entre ellos.