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sábado, 16 de julio de 2022

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Gen 18, 1-10
Salmo Responsorial: Salmo 14
Segunda Lectura: Col 1, 24-28
Evangelio: Lc 10, 38-42


Estamos llamados a globalizar el amor, no la indiferencia. A aprender a hacernos prójimos y a llorar por las miserias humanas.

Cristo es el samaritano que vierte sobre nuestras llagas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, el que no pasa de largo simulando que no nos ve, el que no se pregunta si nuestras heridas serán la consecuencia de nuestras opciones equivocadas, el que no tiene miedo de ensuciarse las manos con la sangre de nuestras heridas.

Y nosotros, una vez curados por dentro, somos capaces de misericordia y de ternura, y podemos imitarlo.

Cristo es aquél al que podemos acoger, como hizo Abrahán con los tres misteriosos personajes, en el encinar de Mambré, o como hicieron las hermanas Marta y María en Betania.

Acoger al Señor significa hacerse fecundos, iniciar una nueva vida, como lo fueron Abrahán y Sara.

Betania

Es fácil imaginar la escena: Jesús, al caer de la tarde, cuando el calor de Jerusalén cede el paso a la brisa, bajaba por el valle del Cedrón y subía el monte de los Olivos, para, una vez pasado, alcanzar la pequeña aldea de Betania.

Para Jesús, Betania representaba el reposo de la normalidad, un alto en el camino, un alivio. Dejando también a los apóstoles, posiblemente Jesús encontraba en aquella casa de campo los olores y las luces de su pequeña aldea de Nazaret.

Quizás en Betania, delante de una hogaza bien cocida, Jesús olvidaba la tensión que sentía en aquella Jerusalén “que mata a los profetas”; abandonaba el dolor sordo que le iba creciendo en el corazón al ver que su misión era duramente contrastada por los estamentos judíos.

En Betania Jesús podía hablar libremente, sentirse acogido; despojado de su rol de rabino, “en zapatillas”, abandonaba el papel de acusado para disfrutar, por algún momento, del placer de la amistad y de la complicidad.

Es profundamente conmovedor ver al Señor entretejer una relación, que pide escucha, que le gusta sentarse con sencillez alrededor de una mesa riendo y bromeando.

¡Ay, si pudiéramos, de vez en cuando, invitar al Señor y escucharlo, preparar para él, como Abrahán, una buena comida y un buen vino!

¡Ay, si fuésemos capaces de vez en cuando, de escuchar a Dios y su deseo de salvación, de escuchar sus fatigas y su dolor al ver la humanidad arrollada por la violencia y por la limitación, y decirle que puede contar con nosotros para realizar ese otro mundo que lleva en el corazón!

¡Ay, si hiciésemos de Betania nuestra modo de vida!

Escucha y acción

Hay algunos detalles espléndidos en el relato de hoy: María escucha a Jesús, sentada a sus pies, como hacían los discípulos con los rabinos; y es Marta la que acoge y atiende al Maestro.

Fijaros, Jesús pone en el centro de la acción a dos mujeres, algo impensable por la mentalidad de aquel tiempo. Las mujeres eran las esclavas de los maridos y, los rabinos llegaron a decir que era mejor quemar la Palabra que hacérsela leer a una mujer.

Jesús da la vuelta a esta lógica machista y, como ya había hecho con su madre, propone a una mujer como modelo de la escucha de la Palabra de Dios.

María y Marta representan las dos dimensiones de la vida interior: la oración y la acción.

María escucha con atención las palabras del Maestro, las aprende de memoria, se empapa de ellas. Como muchos, aún hoy día, María está pendiente de los labios del Señor, esperando que él le hable a su corazón.

En el origen de la fe de cada uno, en el corazón de toda experiencia religiosa, está y permanece el encuentro íntimo y misterioso con la belleza de Dios. Dios, al que sólo intuimos entre las espesas nieblas de nuestra limitación humana, pero del que podemos tener también una cristalina experiencia en el tiempo.

Repongamos la oración y el silencio en el corazón de nuestra jornada como manantial de serenidad y alegría.

Marta realiza la bienaventuranza de la acogida, del amor concreto y de la hospitalidad. Ella sabe que la escucha del Maestro es el origen de todo encuentro, pero también sabe que, si este encuentro no llega a cambiarnos la vida en un servicio concreto a los otros, queda estéril y vano.

Marta nutre y sostiene al Cristo que María adora. Por una parte, no existe una auténtica oración que no desemboque en el servicio. Por otra, es estéril una caridad que no empiece y acabe en la contemplación del misterio de Dios.

Marta es invitada a no agitarse (que no es dejar de cocinar…) y a obtener su servicio de la escucha de la Palabra (que no es vivir en clausura...).

Marta y María son la representación de cómo tiene que ser guiada nuestra vida de fe cristiana: acción y oración.

Padecimientos

Permanecer anclados a Cristo, escuchar su palabra, hacerlo el huésped fijo de nuestra vida, suscita y produce en nosotros una profundidad que nada ni nadie podrá quebrantar.

Marta y María, incluso estando gravemente afectadas por el fallecimiento de su hermano Lázaro, sabrán – aunque sea desesperadamente – como dirigirse al Maestro que desbloqueará sus angustias.

Pablo, reflexionando sobre los dolores que están suponiendo su vida de apóstol, en vez de desesperarse, ofrece su dolor para completar el dolor de Cristo. En la lógica del Evangelio, también la noche oscura y la derrota, si están unidas a Cristo Señor de la noche y de la derrota, pueden transformarse en un gesto de amor.

Ya estamos en pleno verano. Ya estemos de vacaciones - los más afortunados - o en las ciudades recalentadas, dejemos entrar el frescor del Espíritu acogiendo de corazón a Cristo en nuestras vidas.

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