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sábado, 31 de agosto de 2024

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Dt 4, 1-2.6-8
Salmo Responsorial: Salmo 14
Segunda Lectura: St 1, 17-18.21b-22.27


¿A quién iremos, Señor? Después de la prolongada y exhaustiva reflexión de los domingos anteriores, a propósito de la multiplicación de los panes y peces en el Evangelio de Juan, llegamos a una encrucijada: ¿queremos realmente un Dios así? Como Pedro, hemos sido invitados a ir a lo esencial de nuestra fe, y a preguntarnos si existe, en nuestra vida, una posibilidad concreta de vivir sin Cristo.

Hoy, salimos del pantano teológico de Juan para meternos en el avispero de la concreción de Marcos. ¿Qué será peor? Sin embargo, hay un aspecto que vincula a los dos evangelistas: la descripción de un Jesús exigente, sí, pero que no descarta a nadie.

Hoy, Marcos apunta directamente a una actitud ampliamente difundida en la historia del cristianismo (y de toda religión): el legalismo y el pietismo.

Fuera

Enamorarse es espléndido: pasión, entusiasmo, emoción, atracción ...; es una acumulación de sentimientos que nos empuja a hacer verdaderas locuras. Los años, sin embargo, van sopesando este impulso, van vaciando este entusiasmo y los gestos – incluso los gestos del amante - es probable que suenen a falso.

Lo mismo pasa con la fe: el encuentro con Dios te vuelve del revés, te cambia la vida, te hace una persona nueva. Con entusiasmo, se descubre la oración, se celebre la fe, se reescribe la vida moral en torno a los valores del Evangelio. Pero los años también ponen a prueba hasta la fe más pura y, ésta se va deslizando inexorablemente hacia el ritualismo, el formalismo y el moralismo.

Ritualismo: cuando la celebración se convierte en una ceremonia, en una “función” litúrgica, bonita, pero sin el calor del corazón.

Formalismo: cuando realizamos los gestos de la fe, pero con el corazón cansado. Con tanta fidelidad como rutina.

Moralismo: cuando nos sentimos mejor que los demás porque respetamos las normas que, creemos, agradan a Dios.

Jesús, hoy, como un buen profeta, desmantela todas estas actitudes farisaicas.

sábado, 24 de agosto de 2024

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Jos 24,1-2.15-18
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda Lectura: Ef 5,21-32
Evangelio: Jn 6, 60-69


El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el más llamativo, el más extraordinario, marca paradójicamente el principio del fin de Jesús.

El largo y complejo discurso que hemos ido leyendo durante el último mes ha llegado a su fin; el juicio de la multitud sobre Jesús ha cambiado completamente: de ser un gran predicador y profeta, un sanador y taumaturgo capaz de movilizar a cinco mil familias para que le escuchen, ahora Jesús es tomado por un visionario y un loco que se entretiene en discursos incomprensibles e inaceptables.

Es lo que los exegetas llaman la “crisis de Galilea”, cuando la predicación de Jesús parece irse desmoronando.

Mientras Dios nos obedezca y nos satisfaga, lo seguimos; cuando es exigente y pide una adhesión a su persona, lo abandonamos. Hasta los propios apóstoles, consternados, ya no saben qué pensar de su imprevisible rabino.

Pan sangrante

Veíamos el domingo pasado cómo Jesús tocó fondo y pidió a la multitud que se saciara con su carne, que calmara la sed con su sangre. Cristo ya tenía en mente lo que iba a ser su último regalo, la Eucaristía.

Es estremecedora esta decisión que deja al público horrorizado. Jesús, en lugar de irse, de tirar la toalla, piensa en un gesto aún más radical. Ve en el horizonte la incomprensión que se va convirtiendo en odio y violencia, y acepta el reto: él llegará hasta el final, entregará cada fibra, cada gota de su sangre al proyecto de Dios.

El panorama es desolador, es el amanecer de una incomprensión que llevará a Jesús hasta el Gólgota.

Si miramos bien, ¿no es ésta, en síntesis, la historia de la humanidad? ¿No es esto la metáfora y la parábola de nuestra vida espiritual?

Mientras Jesús alimenta a las multitudes es idolatrado, cuando habla del misterio de Dios es abandonado.

Mientras Dios responde a nuestras necesidades y demandas, Él es grande, cuando, en nuestra opinión, esto ya no sucede: lo negamos y rechazamos.

sábado, 17 de agosto de 2024

DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 

Primera Lectura: Prov 9, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: Ef 5, 15-20
Evangelio: Jn 6, 51-58

 Si uno no está acostumbrado a las alturas: abróchese el cinturón; precaución: peligro de mareo… Y de conversión.

Si has seguido la saga de los últimos domingos (la Transfiguración aparte) y la espesa teología de Juan que surge con el discurso de Jesús tras la multiplicación de los panes y los peces, ya sabes -más o menos- dónde nos encontramos.

El milagro de Jesús resultó un fracaso; la multitud, en lugar de captar el sentido profundo de aquel signo, que no era otro que implicarse para atajar los problemas y el hambre de justicia de la humanidad, entendió justamente lo contrario: aquí hay alguien que nos llena la barriga, por fin tenemos un Dios que resuelve nuestros problemas.

Esta inesperada reacción es el punto de partida del audaz discurso de un Jesús decepcionado y desanimado: el hambre que hay que saciar es otra, más profunda y difícil, el hambre del corazón que sólo Dios puede saciar; no cualquier dios, sino el Dios que Jesús viene a revelar. En la búsqueda de la vida verdadera, la llamada vida eterna, Jesús propone un pan, el pan del camino, como el pan que ayudó a Elías a superar el desierto y su propia frustración. Un pan que es él mismo.

 La presencia

Hoy, sorprendentemente, Jesús habla de un pan para comer, un pan que es su presencia.

Podemos imaginar la mirada atónita de la inmensa multitud de (ex) fanáticos de Jesús que, bien saciados tras el milagro de los panes y los peces, ahora se ven llamados a experimentar una forma de canibalismo inaceptable e incomprensible.

A nosotros, hoy, nos parece todo muy claro. Jesús parte el pan repartido para hablar de otro pan que él dará y que es su carne para ser comida y así morar en él. ¿Cómo no pensar en la Última Cena? ¿Cómo no oír en estas palabras el eco del “haced esto en memoria mía” pronunciado por el Maestro antes de ser ejecutado?

Jesús dice que comer el pan que él dará nos hace semejantes a él, produce una “cristificación”, un cambio en nosotros. Es lo que creemos los cristianos. Nos asombra, nos cuesta, nos llena de dudas, pero lo creemos. Confiamos en Jesús, en sus palabras y en sus gestos.

 Eucaristías

Hoy, Jesús habla de lo que hacemos cada domingo y cada vez que celebramos la eucaristía en nuestras comunidades, con cansancio la mayoría de las veces.

¿Lo creemos? ¿Creemos que, gracias a la oración de la comunidad, al don del Espíritu y a la imposición de las manos de un sacerdote (a menudo inconsciente del poder que tiene) Jesús se hace alimento en el camino?

miércoles, 14 de agosto de 2024

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (15 de agosto)


Primera Lectura: Ap 11,19; 12,1-6.10
Salmo Responsorial: Salmo 44
Segunda Lectura: 1 Cor 15, 20-27
Evangelio: Lc 1, 39-56

Para nosotros, cristianos, hoy es la Virgen de Agosto. La fiesta de la Asunción de María, la primera de los creyentes que entra en el cielo, la primera de los resucitados. Es la fiesta de todos nosotros, discípulos del Señor que luchamos por avanzar; es como si la Iglesia, con esta fiesta, nos indicara el destino, el punto de llegada, la cumbre que hemos de coronar.

Desde la antigüedad

La Asunción es una antigua fiesta que tiene sus raíces en la primitiva comunidad cristiana. Por eso nos resulta difícil describirla con términos precisos.

Simplemente y dicho en pocas palabras, creemos que María de Nazaret, la madre de Jesús, la primera de los discípulos, la que crió al Hijo de Dios y estuvo presente al pie de la cruz, la que estaba reunida en oración con la primera comunidad en Pentecostés, ella, fue asumida en el cielo, junto al Padre, en cuerpo y alma.

Dicho esto, caemos en silencio, pues no nos es dado conocer cómo, dónde, cuándo, ni en qué sentido se realiza lo que profesamos desde la fe. Nos topamos con el Misterio de Dios. Y lo hacemos con alegría y fiesta ya desde los comienzos de la fe cristiana.

La tradición habla de la fiesta de Dormitio Mariae, del sueño, de la dormición de María en los brazos del Padre.  Es la convicción que bellamente proclamaremos en el prefacio, antes del Sanctus: “No podría haber conocido la corrupción de la muerte, la que había llevado al Dios de la vida en su vientre”.

Hoy día hablamos, más bien, de María como la primera persona resucitada, la primera entre nosotros que llega a conocer y experimentar la totalidad del destino de cada ser humano.

Un malestar de fondo

Sin embargo, da un poco de reparo hablar de este misterio mariano y de esta fiesta. Sobre todo, por ella, por María misma. Una sencilla chica de pueblo, de quince años, con su timidez natural, acostumbrada a trabajar en silencio, sin adornos ni protagonismos.

 Junto a esta simple realidad, nos encontramos con una devoción excesiva a María a lo largo de los siglos, hecha de buena fe, obviamente, pero un tanto peligrosa. Peligrosa porque para muchos hermanos que buscan a Dios en nuestro mundo secular, para los que quieren pasar de un cristianismo sociológico de tradiciones y prácticas a un discipulado de seguimiento de Cristo, todo este exceso de celo y devoción es contraproducente.

Al subrayar tanto las cosas extraordinarias de la madre de Jesús, se corre el riesgo de alejarla años luz de la pobre concreción de nuestra vida. Es decir, que la mayor injusticia que podemos hacerle a María es ponerla en una hornacina y coronarla con una corona de oro y brillantes.

sábado, 10 de agosto de 2024

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 


Primera Lectura: 1Re 19,4-8
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda Lectura: Ef 4, 30 – 5, 2
Evangelio: Jn 6, 41-51

 

Jesús, después de haber multiplicado el pan, se inquieta por la reacción de la multitud que, sin haber entendido nada, quiere hacerle rey. Con su gesto quiso invitar a los discípulos a implicarse, a dar de sí ante los problemas; la gente entendió, por el contrario, que Dios resolvería definitivamente sus dificultades. La multitud corre tras Jesús y lo alcanza. El Maestro comienza un discurso amargo y crudo en el que acusa a la gente de buscarlo por la saciedad, no por el hambre de verdad y de vida...

Incomprensiones

Jesús afirma ser el único capaz de satisfacer el hambre de nuestro corazón, un hambre que no se puede satisfacer haciendo cosas sino creyendo que Jesús es el enviado del Padre. El discurso que tiene lugar entre la multitud alimentada, y cada vez más exaltada, con el rabino de Nazaret es desafiante; un discurso que puede cuestionar nuestra fe y permitirnos dedicar un tiempo de las vacaciones a nuestra vida interior.

La gente está perpleja ante un Maestro que huye de la notoriedad, que se molesta porque la multitud no ha entendido el milagro, porque sólo quiere tener la barriga llena (¿quién puede culparles?). Pero es mejor una búsqueda de otro tipo de saciedad, no basada en el hacer sino en el creer; es mejor no pedir señales… pero esto ya es excesivo. ¿Quién se ha creído éste? ¿El carpintero de Nazaret va a ser capaz de llenar nuestros corazones? ¿El hijo del bueno de José? ¡Esto ya es realmente excesivo!

Esta situación hace sonreír un poco amargamente, porque a Jesús se le acusa de ser poco “religioso”, poco carismático, poco mesiánico.

Todos tenemos una idea de Dios poderoso, glorioso, musculoso e intervencionista. Jesús de Nazaret, en cambio, desconcierta por su normalidad, tan banal en su apariencia. Así es Dios, siempre diferente de lo que podríamos esperar.

Queremos milagros, y él se esconde en lo cotidiano, le pedimos no sufrir, y él sufre con nosotros, le acusamos del dolor de los inocentes, y él nos pide que compartamos ese dolor.

sábado, 3 de agosto de 2024

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 


Primera Lectura: Ex 16, 2-4.12-15
Salmo Responsorial: Salmo 77
Segunda Lectura: Ef 4, 17.20-24
Evangelio: Jn 6, 24-35

 

Jesús está aturdido, turbado. Lo que debería haber sido el más importante de los milagros: el milagro del compartir, lo que hubiera marcado la diferencia del sueño de Jesús: un pueblo que pone en juego lo poco que tiene para alimentar a todo el mundo, se convirtió, sin embargo, en un estrepitoso fracaso.

Aquella merienda de un niño, donada generosamente, no animó a la gente a imitarle.

Al contrario. Con el barriga llena y una ligera sensación de náusea, por haber comido hasta la saciedad, la multitud se da cuenta de lo que acababa de suceder. Pero no reflexiona sobre el significado de aquel llamativo gesto de Jesús. El murmullo crece, todos están aturdidos, estremecidos, algunos se levantan, otros señalan a Jesús, y se acercan a él para coronarlo rey.

¿Quién no votaría a un gobierno que, en lugar de imponer impuestos, regalara dinero?

La huida

Ante esta pretensión, Jesús huye. Huye de nuestras mezquindades y no se deja encontrar; desaparece cuando lo manipulamos, cuando lo utilizamos, cuando le tiramos de la chaqueta para conseguir algo.

La multitud, sin embargo, lo alcanza, asombrada por la actitud del Señor. ¿No será que se está haciendo de rogar, antes de aceptar el título de rey?

Jesús se dirige a la multitud, expresando un juicio tan cortante como verdadero: no me buscáis ni por mí ni por mis palabras, sino porque tenéis la barriga llena.

Cierto, muy cierto. A menudo buscamos a Dios con la esperanza de que resuelva nuestros problemas, pero sin poner nosotros nada de nuestra parte en juego. Jesús es tajante: Dios no siempre acaricia, a veces la forma de expresar su amor es un servicio a la verdad cortante e inesperado.

Jesús no se queda en la decepción y les replica: buscad el verdadero pan, el que satisface. Hay, por lo tanto, un pan que satisface y otro que nos sigue dejando con hambre.