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sábado, 25 de enero de 2025

DOMINGO 3º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Neh 8, 2-6.8-10
Salmo Responsorial: Salmo 18
Segunda Lectura: 1 Cor 12, 12-30

El domingo pasado contemplábamos esa maravillosa transformación del agua del cansancio y el dolor en el vino de la fiesta. En las bodas de Caná, Jesús nuestro Señor, el novio de la humanidad, nos reveló que el encuentro con Dios es como una radiante fiesta de bodas.

En estos tiempos difíciles que nos ha tocado vivir, cuando nuestros hogares se ven invadidos por imágenes desgarradoras de guerras y refugiados, de violencia y terror, de políticas egoístas que olvidan el bien común, necesitamos más que nunca aferrarnos a esta Buena Nueva: hay un sentido, hay esperanza, hay una luz que brilla en medio de cualquier oscuridad. Además, frecuentemente nos topamos con catástrofes naturales que nos desconciertan, pero todos estos acontecimientos, por dolorosos que sean, nos recuerdan que somos parte de un universo en evolución que sufre dolores de parto, como dice San Pablo. Y en esta creación, somos huéspedes a quienes únicamente Dios otorga verdadera dignidad. Y es en este contexto donde...

Lucas entra en escena

¡Qué cercano nos resulta el evangelista Lucas! Como nosotros, venía de un ambiente alejado de la vida espiritual; como nosotros, se veía bombardeado por mil estímulos y novedades religiosas; como nosotros, nunca vio a Jesús en persona. Y sin embargo quedó profundamente transformado por la predicación de un judío llamado Pablo, que había llegado a Antioquía anunciando a un tal Jesús, muerto y resucitado. Como nosotros, fue descubriendo paulatinamente que Dios es amor y misericordia sin límites.

Al leer a Lucas, podemos seguir su itinerario espiritual, su camino de fe, su personalidad, como cuando conocemos a alguien a través de sus cartas más íntimas.

Lucas creció en la religión de sus padres, rodeado de deidades caprichosas y extrañas, arbitrarias y pasionales, que en el Panteón reflejaban todas las debilidades humanas. Eran divinidades lejanas, incomprensibles y hurañas, puestas en ridículo por la predicación de Pablo.

Dios es diferente, proclamaba aquel judío de Tarso; Dios es un Padre lleno de ternura, que busca y ama a cada uno de sus hijos. Y Lucas experimentó esta verdad en su propia vida.

Movido por Pablo, después de algunos años de discipulado, Lucas asumió la misión de escribir un relato ordenado de los acontecimientos que transformaban las primeras comunidades cristianas.

Como historiador meticuloso y apasionado, dedicó largo tiempo a escuchar a los testigos directos para componer su magnífico evangelio, el evangelio que nos revela la mansedumbre y misericordia de Cristo.

sábado, 18 de enero de 2025

DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 62, 1-5
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda Lectura: 1Cor 12, 4-11
Evangelio: Jn 2, 1-11

El domingo anterior veíamos como Dios nos ama mucho y bien. Él nos ama con un amor perfecto que, en su grandeza, nos deja ser libres, nos ayuda a crecer, nos valora por quienes somos, y nos impulsa a volar alto. Es un amor sin ataduras ni manipulaciones, un amor que solo el Dios con nosotros puede darnos.

En este año C del Tiempo Ordinario, que va a estar dedicado al evangelista Lucas, el intérprete de la mansedumbre y misericordia de Cristo, iniciamos el tiempo ordinario con una injerencia de Juan: la narración de las bodas de Caná. ¡Qué hermoso inicio! El Señor nos recuerda que encontrarnos con Él es como estar en una maravillosa celebración nupcial, donde la alegría desborda y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, rodeados de quienes amamos, compartiendo el gozo del amor.

Sin embargo, amados hermanos, a veces caemos en una visión sombría de la fe, donde el gozo es reemplazado por el mero cumplimiento del deber y de la norma, donde la relación con Dios se reduce a la mera rutina, donde el pecado y la culpa se convierten en la única medida de nuestra vida espiritual. ¡Qué error tan grande!

Por eso el evangelista Juan inicia el relato de siete signos de la presencia de Dios con una boda. No es casualidad que este sea el primer milagro de Jesús. Al inicio del año, esta lectura nos invita a redescubrir que la fe es la fuente de la alegría y de la plenitud de vida.

Más allá de lo aparente

La historia de Caná corre el riesgo de ser leída con superficialidad, fijándonos sólo en el insólito y agradable milagro enológico, y en la colosal borrachera colectiva consiguiente; la conclusión, conocida por todos, es que Jesús es un hombre prodigioso que transforma el agua en vino, ¡quién pudiera!

Pero el Espíritu Santo nos invita a profundizar. Observad que es una boda bastante extraña: la novia está ausente, el novio apenas aparece para recibir elogios por algo que no hizo.

sábado, 11 de enero de 2025

BAUTISMO DEL SEÑOR (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 42, 1-4.6-7
Salmo Responsorial: Salmo 28
Segunda Lectura: Hech 10, 34-38
Evangelio: Lc 3, 15-16.21-22


El sol cae a plomo en el desierto de Judea. Entre las cañas que bordean el Jordán, se dibuja un paisaje agreste, casi lunar. Juan el Bautista, alzando su mirada, contempla a cientos de almas que aguardan su turno. Como nos relata el evangelista Lucas, algunos rezan fervorosamente, otros conversan en susurros, y hay quienes derraman lágrimas silenciosas. Todos están en espera.

Juan está exhausto por el desierto y el sol inclemente, por el viento cortante del norte, la luz cegadora y los ayunos... todo ello ha dejado huella en su cuerpo. Siente que su misión está llegando a su fin.

Recordemos que hacía tres siglos que la voz de los profetas se había apagado. La fe se había tornado árida y rígida, dominada por preceptos inflexibles e intransigencia. La gente peregrinaba desde la lejana Jerusalén: abandonaban el templo en busca de un testigo creíble. Algo que no nos resulta ajeno en nuestros días.

Y es entonces, mientras observa la fila de penitentes, cuando Juan divisa a Jesús aproximándose, y siente un pálpito en su interior.

Pecadores

Nuestro Salvador Jesús elige caminar junto a los pecadores, hacerse uno con los penitentes. No necesita perdón, pues no hay ninguna sombra en su corazón, pero no hace de ello un privilegio. Él, que es la luz misma, acepta compartir nuestras tinieblas para iluminarlas con su presencia divina.

Las aguas del Jordán no lavarán pecado alguno en Él, pues no los tiene, pero su presencia santificará esas aguas para siempre.

A diferencia de la predicación ardiente del Bautista, Jesús no viene a castigar con fuego, sino a ser solidario con los pecadores, a buscar la oveja descarriada.

En la primera lectura, el profeta Isaías, desde su destierro en Babilonia tras la caída de Jerusalén, consolaba a su pueblo abatido anunciando la venida del Señor. Como nos recuerda Jeremías en otro lugar, la gloria de Dios abandonó el templo destruido para acompañar a su pueblo en el cautiverio. Jesús es verdaderamente el Dios-con-nosotros, sin apaños ni reservas. Emmanuel.

Hace apenas unos días contemplábamos al Niño Jesús en brazos de María, adorado por los magos. Hoy lo encontramos ya como un hombre adulto, decidido y solidario. Hoy comienza la vida pública de Dios entre nosotros.

En oración

Tras su bautismo, Jesús se retira a orar. Es en la intimidad de la oración donde podemos comprender verdaderamente el significado de los sacramentos que recibimos. Es en la oración donde Jesús experimenta la presencia del Padre. Los cielos se abren, y el Espíritu Santo desciende como una paloma apacible:  son símbolos que revelan la profunda realidad espiritual de lo que está sucediendo.

Jesús descubre que es el Hijo amado, que agrada al Padre, que Dios se complace en Él.

sábado, 4 de enero de 2025

EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 de enero)




Primera Lectura: Is 60, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Ef 3, 2-3a.5-6
Evangelio: Mt 2,1-12

Queridos hermanos: estamos llamados en nuestras frágiles vidas a ver y experimentar la bendición y la sonrisa que Dios nos dirige. Pero sólo podemos hacerlo cuando tenemos el coraje de hacer como María de Nazaret, creando ese espacio de silencio interior donde podemos encontrarnos verdaderamente con el Señor. Es en ese recogimiento donde todo se vuelve posible.

¡Qué misterio tan grande! Dios se hizo hombre, se hizo mirada tierna, sonrisa acogedora. Dios mismo se ha hecho accesible, presente entre nosotros, permitiendo que lo conozcamos, que lo sostengamos en nuestros brazos, como María.

Esta presencia divina lo transforma todo. Como aquellos pastores, despreciados por la sociedad, podemos regresar a nuestras tareas cotidianas con una mirada nueva, porque hemos contemplado la humanidad de Dios. Ahora podemos ver ángeles que suben y bajan en nuestra vida diaria, y anhelar sinceramente la gloria para aquellos a quienes Dios ama, los constructores de la paz.

Esta gloria resplandece en la noche como una estrella en el firmamento. Una luz que orienta, que guía... pero que solo pueden seguirla aquellos que tienen el valor de mirar hacia lo alto.

Estrellas

Cómo hicieron aquellos extraños personajes, los sabios de Oriente. La Escritura los llama simplemente magos, y aunque tradicionalmente los conocemos como Reyes Magos, eran en realidad buscadores de la verdad. No eran adivinos ni astrólogos que predicen por diversión el futuro por unas monedas, sino hombres de ciencia y sabiduría, que anhelaban una comprensión más profunda de la realidad.

Aquellos magos levantaron la vista y se atrevieron a ir más allá, siguiendo su intuición y movidos por un deseo ardiente. Desear en latín – desiderare - , está relacionado con lo sideral, con las estrellas.

Siendo personas de recursos, emprendieron un largo viaje para confirmar sus teorías. Perseveraron en su búsqueda, porque la verdad sólo se alcanza después de atravesar desiertos y pruebas.

viernes, 3 de enero de 2025

DOMINGO 2º DE NAVIDAD (Ciclo C)


 Primera Lectura: Eclo 23, 1-2.8-12
Salmo Responsorial: Salmo 147
Segunda Lectura: Ef 1, 3-6.15-18
Evangelio: Jn 1, 1-18

En este día, el evangelista Juan nos invita a volar alto hacia las alturas del misterio divino. Juan, tocado profundamente por el Espíritu Santo, como sucede a quienes depositan su confianza plena en el Señor, contempla con mirada misericordiosa a quienes nos dejamos arrastrar por una Navidad superficial y consumista. Porque, siendo sinceros, el conocimiento de la fe del cristiano medio en España es bastante decepcionante.

Y es necesario reconocerlo con humildad: muchas veces nos conformamos con un conocimiento básico de nuestra fe, con aquellas nociones elementales del catecismo y algunas frases sueltas de las homilías dominicales. Ante esto no hemos de sorprendernos del proselitismo de nuestros hermanos musulmanes, budistas o de otras creencias?

        El discípulo amado, en su vuelo teológico, condensa en dieciocho versículos toda la profundidad del misterio de la Encarnación. Aborda las grandes preguntas de la existencia: ¿por qué existe Dios?, ¿quién es Jesús?, ¿quiénes somos nosotros, hacia dónde vamos?, ¿cómo termina el libro de la historia?

Lo hace con una perspectiva universal, con aliento cósmico, trascendiendo las limitaciones terrenales. ¿No es esto una invitación para nosotros? Cuando nos sentimos atrapados en la estrechez de nuestra existencia, ¿no será porque permanecemos encerrados en nosotros mismos, incapaces de elevar nuestra mirada al Creador?

Esta dimensión cósmica nos habla de trascendencia, de interioridad profunda, de comprensión del sentido último de la realidad. Juan nos revela a un Dios eterno, plenitud de todo ser, por quien todas las cosas fueron hechas y un fragmento de su gloria está presente en todas ellas.

¡Qué maravillosa revelación! Esta verdad fundamental resuena en toda auténtica búsqueda espiritual de la humanidad: Dios existe y está presente. Sin embargo, ¡cuántas veces nuestra miopía espiritual nos impide contemplar su presencia! Ante la magnificencia de la creación, frecuentemente nos quedamos en la superficie, corriendo el riesgo de idolatrar lo creado. Y no es así. Toda la realidad es como un dedo gigante que apunta hacia el Creador, como las pistas a seguir en un inmenso juego en el que nuestro Dios nos invita a trascender lo material.

Juan nos enseña que en Dios está la vida, y esta vida es la luz de los hombres. Fuera de Él solo hay muerte y tinieblas. Vivir no es meramente existir; es descubrir nuestra existencia como don en la presencia del Señor, comprender el designio divino que da sentido a nuestra vida. Porque la vida no es nuestra, es regalada, y por lo tanto hay que acogerla y respetarla como algo que se nos es dado y que no se nos debe.

Entonces resplandece la luz. ¡Cuánto necesitamos esta luz en nuestras tinieblas! Si reconociéramos humildemente nuestra condición de mendigos espirituales, nos convertiríamos en auténticos buscadores de Dios.