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sábado, 20 de abril de 2024

DOMINGO 4º DE PASCUA (Ciclo B)

Primera lectura: Hch 4, 8-12
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda lectura: 1 Jn 3,1-2
Evangelio: Jn 10, 11-18


Jesús resucitado abre el corazón de Tomás y afloja su dureza y su dolor; el Resucitado se hace presente entre sus apóstoles y les abre la mente a la inteligencia de las Escrituras, para entender la profundidad del Misterio y para revelarnos que él es el único Pastor, que sabe a dónde quiere conducirnos, que lo hace en serio, y que lo hace con pasión. Su muerte no ha sido un accidente laboral o de tráfico, sino la ofrenda de su vida entregada por sus ovejas.

Los apóstoles han vivido con Jesús durante tres largos años, pero sólo después de la resurrección son capaces de superar esa cercanía superficial que han tenido con Jesús, y empiezan a explorar las profundidades del Misterio. Como sucede con nosotros, cristianos viejos - podíamos decir -, que necesitamos la luz del Resucitado para poder descubrir quién es realmente Jesús. Y quiénes somos nosotros.

Una pregunta esencial

¿Yo, a quién le importo? ¿Quién me importa a mí? ¿Yo, para quién soy admirable, importante, esencial? En el recorrido de nuestra vida esta pregunta, antes o después, se va a convertir en la única pregunta esencial.

Cuando experimentamos la fragilidad de nuestro ser y de nuestros límites, cuando vemos que los éxitos más anhelados no llenan nuestro corazón, sino que lo abren a deseos nuevos e insaciables; cuando la vida se estrella contra un muro, nos hacemos esta pregunta simple y terrible: ¿yo, a quién le importo?

En el corazón humano

Importamos a quien nos quiere, a nuestros padres que nos han engendrado, ciertamente. Pero, demasiado a menudo, sabemos que la vida nos hace chocar con los límites de nuestros mayores. Convertirse en adultos significa también, encontrarse con la fragilidad y el egoísmo que habita dentro de cada corazón, y de cada familia y de cada comunidad.

Para muchos, importa la persona con la que se ha construido una vida de pareja y una familia, aunque al pasar los años y al entibiarse los sentimientos se suscite alguna amargura de más, alguna desilusión y algún fracaso.

Para todos, importamos a nuestro jefes y superiores, a los vecinos, a los colegas, aunque sólo sea por el interés, o por un provecho, o una recompensa.

Y nosotros también sabemos, si somos honestos con nosotros mismos, que, casi siempre, queremos a quien nos quiere, o a aquellos de quien esperamos sacar algún beneficio.

sábado, 13 de abril de 2024

DOMINGO 3º DE PASCUA (Ciclo B)


 Primera lectura: Hch 3, 13-15.17-19
Salmo Responsorial: Salmo 4
Segunda lectura: 1 Jn 2, 1-5
Evangelio: Lc 24, 35-48

Los discípulos de Emaús regresan corriendo a Jerusalén y les cuentan a los apóstoles su encuentro inesperado con el caminante. Hablan apasionadamente, mientras que Tomás y Pedro sienten que se les llena, aún más, el corazón.

El caminante, la conversación, los reproches, la posada y aquel gesto, único, extraordinario, espléndido, que han visto hacer cientos de veces: el partir el pan. Pero aquel gesto en aquel momento preciso es diferente, ha cambiado, se ha transfigurado y, con aquel gesto, es como los discípulos han reconocido a su Señor.

Sí, amigos, Jesús está realmente resucitado, esta es la verdad, él es la Revelación del amor del Padre para todo el género humano.

También los dudosos, los heridos, o los dañados como Tomás, pueden tener esperanza. No hay un plazo determinado para convertirnos a la alegría, tenemos todo el tiempo que haga falta para abandonar los sepulcros, y dejarnos habitar por el espíritu del Resucitado.

De vuelta de Emaús

Y mientras los discípulos hablan del resucitado, Jesús aparece y les da la paz. Quizás también os ha pasado a vosotros: Jesús resucitado ha llegado a ti cuando otro te ha hablado de ello, comprometiéndose, abriendo el corazón. Sucede así desde hace dos mil años: el Señor despierta nuestros corazones mediante las ardientes palabras pronunciadas por sus discípulos.

Dios pasa a través de nuestras débiles voces, traspasa la barrera de nuestras incoherencias y de nuestras incongruencias y nos alcanza justo allí donde nunca lo hubiéramos esperado.

También Dios ha llegado a nosotros por la predicación de los testigos del resucitado. Pensemos en los mediadores de nuestra fe: nuestros padres, nuestros catequistas, los cristianos que nos han impactado por su entrega incondicional a los demás, los buenos ejemplos de quienes han devuelto bien por mal, aquellas personas en cuya vida hemos intuido cómo Dios nos ama.

Pero estas personas no han sido ni superhombres ni supermujeres, tal vez incluso pudieron ser poco creyentes, como los dos de Emaús, o como los atemorizados apóstoles, o como las mujeres en el sepulcro. ¿Cómo es posible la presencia de las mujeres en el sepulcro? Pues, sí. Jesús sabe que las mujeres, en Israel, ni siquiera podían hablar en público; su testimonio no contaba. Y es, precisamente, a ellas a quienes les confía el mensaje de su resurrección.

Sí, amigos, a nosotros débiles, frágiles, incoherentes, cojos y vacilantes, es a quien Dios confía el tesoro inestimable de su Palabra.

Las dudas permanecen

Las dudas permanecen incluso después de la resurrección, aunque seamos apóstoles testigos del Señor. Como los discípulos, tantas veces pensamos que Jesús se nos ha de aparecer de modo misterioso, como un fantasma, o de una forma prefijada y calculada, o con pruebas apodícticas e irrefutables. Pero no es así. Nos movemos en otro ámbito, el de la fe, de la confianza, y nadie puede garantizarnos que todo lo que decimos sea absolutamente evidente o medible. En este ámbito, vivimos sólo de fe y de confianza en la vida y en la palabra de Jesús. Sólo con la fe, con la confianza en Jesús, podemos experimentar lo concreto de la ternura de Dios.

domingo, 7 de abril de 2024

Solemnidad de la Anunciación del Señor (8 de abril, en Pascua)


Primera Lectura: Is. 7,10-14; 8,10
Salmo Responsorial: Sal. 39
Segunda Lectura: Heb. 10, 4-10
Evangelio: Lc. 1,26-38

Celebramos hoy, con alguna semana de retraso, la fiesta de la Anunciación, convencionalmente situada nueve meses antes de Navidad. El reclamo de los comienzos de la aventura de Jesús nos permite reflexionar sobre la voluntad salvífica de Dios que desea la salvación del género humano.

Encarnación y Resurrección forman parte de una misma lógica: por amor Dios se convierte en uno de nosotros para revelarse y darse a conocer; por amor decide ir hasta el final, hasta una muerte de cruz para vencer sobre las tinieblas de la muerte resucitando. Demasiado a menudo, en cambio, hemos hecho del nacimiento de Jesús una especie de fiesta aparte, una fiesta llena de emociones infantiles que cosquillea los sentimientos sin llegar a convertir los corazones.

Bien han hecho los hermanos ortodoxos al representar la Navidad en sus iconos pintando un recién nacido envuelto en el sudario y colocado en la tumba como pesebre... Quiere decir, que aquel niño ya es el crucificado y resucitado.

Hoy releemos el encuentro del misterioso y amable ángel Gabriel que habla de igual a igual con esta jovencita de Nazaret y descubrimos cuál es la grandeza del pensamiento de Dios. Porque en aquella minúscula casa de aquel minúsculo país apoyada en un declive rocoso, en el que la gente excavaba las grutas naturales de unas viviendas frescas y secas, allí, sucede lo más inesperado e impensable de Dios. La protagonista es una quinceañera iletrada de un país sometido a la esclavitud de Roma, en los confines del mundo.