Hay
una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con
María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en
aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin
embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar
su desaparición precoz, según los textos bíblicos.
Hay
una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con
María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en
aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin
embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar
su desaparición precoz, según los textos bíblicos.
De
hecho, cuando empieza la vida pública de Jesús, su padre adoptivo no aparece
nunca. Lógicamente se puede suponer su muerte, pero no hay por qué suponerle por
ello una edad avanzada. Hay que tener en cuenta que la mortalidad era muy grande
y, probablemente, la edad media de los judíos no pasaba de los 30 años. No es,
pues, equivocado suponer que José, el carpintero, fuese un joven de unos 20
años cuando afrontó el dilema ante del misterioso embarazo de María.
Contemplemos,
por tanto, con esta idea la ternura juvenil de aquella pareja y la generosidad quizás
ingenua de José en los primeros momentos, premiada con la revelación que lo
muestra y sitúa tan cercano al Mesías.
Al
pobre José le estaba pasando de todo en la vida. Primero, Dios que le roba a la
chica y, luego, el agobio de un hombre como él - carpintero acostumbrado a la garlopa
y los clavos – con el agobio y la fatiga de tener que comprender la situación
de un niño tan especialmente ordinario y una mujer tan querida, pero toda ella envuelta
en el Misterio.
Tan es así que nosotros los cristianos nos hemos puesto a rellenar los agujeros que el evangelio deja tan ampliamente al descubierto, como si no bastara lo que hoy nos cuenta Mateo de José, inventándonos así una improbable figura del silencioso carpintero de Nazaret que tampoco satisfacer del todo nuestra curiosidad.