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viernes, 10 de enero de 2014

Anuario S.J. 2014 - LA COMPAÑÍA DE JESÚS ENTRE LA CONTINUIDAD Y LA DISCONTINUIDAD


Clemente XIII
  
"Que sean como son o que no sean",
respondió Clemente XIII a la propuesta
de cambiar las Constituciones de la Compañía
de Jesús para evitar su supresión.
Este artículo analiza el problema
del período de la supresión
de los jesuitas hasta su restauración.
 
Aut sint ut sunt, aut non sint, (que sean como son o que no sean) habría contestado Clemente XIII al P. General Lorenzo Ricci cuando este último le propuso aceptar un cambio en las Constituciones de la Compañía de Jesús para salvar la Orden, amenazada de expulsión de Francia (podría salvarse en este país creando una estructura de hecho completamente independiente del resto de la orden): los jesuitas debían permanecer como eran, de otro modo su misma existencia no tendría sentido.
 
La misma pregunta sobre la identidad se ha hecho presente más veces en la agitada historia de la Compañía, a menudo en circunstancias difíciles de tensión o conflicto fuera o dentro del orden: desde las discusiones, a caballo entre los siglos XVI y XVII, cuando se cuestionaba cómo avanzar en la búsqueda de consolidación de sus estructuras en fidelidad al carisma original, hasta la propuesta de idénticas preguntas en el contexto de la renovación postconciliar de las últimas décadas, que ha visto muchos cambios como consecuencia de las Congregaciones Generales, sobre todo de la 31 y la 32. Sint ut sunt, han repetido muchas veces también los últimos sucesores de Clemente XIII, pero la tensión entre la exigencia de la fidelidad al propio Instituto, por un lado, y la búsqueda del modo de vivirla en las circunstancias cambiantes, por otro, parece inevitable y como permanentemente inscrita en la suerte de los jesuitas. 


En estas discusiones, tanto antiguas como recientes, el tema de la continuidad y la discontinuidad retorna de varios modos y en contextos diferentes. ¿Es imaginable una orden religiosa sin el coro? se preguntaban cuando Paulo III estaba para aprobar la propuesta de San Ignacio y los primeros compañeros. El desarrollo posterior de esta cuestión (incluso un breve episodio cuando Paulo IV les impuso a los jesuitas el coro) mostraba que la novedad y, por tanto, la discontinuidad respecto de lo que es la norma de la vida religiosa, no fue algo obvio y dado por descontado. No faltan ejemplos para ilustrar esta tensión permanente entre lo que se mantiene en continuidad con los estándares establecidos y reconocidos, y lo que parece causar (o realmente causa) una ruptura con ellos. ¿Debe sorprender que tales tensiones se hicieran sentir también en el contexto del restablecimiento de la Compañía en 1814? En efecto, se sintieron: primero muy fuertemente, cuando se decidía sobre cuestiones vitales para la Orden renacida, luego de un modo más calmado, cuando tales discusiones se volvieron cada vez más académicas, lo cual no quita nada de su interés y su pertinencia. 

Clemente XIV
Uno de los temas que hicieron correr ríos de tinta y llenaron estantes enteros en las bibliotecas, concernía a la supervivencia de la Compañía de Jesús después de 1773 o -más precisamente-  al estatus de los jesuitas que habían quedado en Rusia sin que les fuera proclamado el Breve de supresión. ¿Eran legal y lícitamente religiosos jesuitas a pesar de todo, incluso después de la fatal fecha del 21 de julio de 1773 que figura en el documento clementino? Porque si no lo eran -como sostuvieron algunos autores a los que difícilmente se les podría acusar de excesiva simpatía respecto a la Compañía- tampoco la Orden restaurada por Pío VII podía jactarse de ser la misma que había suprimido Clemente XIV y, por lo tanto, habría sido una congregación religiosa nueva y diferente de la que Paulo III había aprobado en 1540. En este caso, el tema de la continuidad y/o discontinuidad iría bastante más allá del puro debate académico: se trataba de la identidad misma de la Compañía y de sus miembros que, en el momento de resurgir en 1814 se contaban ya en varios centenares, hasta llegar al número de 15 mil al final del siglo XIX, y a más de 36 mil en 1965.

Por tanto algunos historiadores jesuitas (o en todo caso los  bien dispuestos hacia ellos) se esforzaron en mostrar, basándose en lo posible en los documentos de los archivos, que no existieron "dos" diferentes, sino "una" sola Compañía de Jesús y que la continuidad llevaba la mejor parte frente a la discontinuidad en los hechos de los años 1773-1814. Para demostrar que la Orden restaurada en el mundo entero con la bula de Pío VII, Sollicitudo omnium Ecclesiarum, del 7 de agosto de 1814, fue la misma que fundó S. Ignacio, que Paulo III aprobó y que Clemente XIV había suprimido, los jesuitas de aquel período se afanaron por retomar en todo el modo de vivir y las costumbres de sus predecesores. Dada la importancia de la cuestión, se comprende esta insistencia suya. La continuidad a la que aspiraban era una cuestión que fue bastante más allá de los sentimientos de pertenencia a una entidad eclesiástica determinada. Se trataba de la identidad de ellos mismos porque si la Compañía que quedaba en Rusia y la restaurada en 1814 no fueran la misma que la suprimida, esta "segunda" Compañía se encontraría en una situación inferior con respecto de la “primera”. 

La cuestión se convirtió en objeto de estudio que ocupó a no pocos autores. El desafío de resumir la larga discusión historiográfica entre ellos sería demasiado largo para las dimensiones del presente artículo. Sea dicho únicamente que las dos partes se alinearon tras una serie interminable de argumentos y contra-argumentos, valiéndose de documentos existentes sin excluir la existencia de otros que, incluso no encontrados, habrían podido existir. Eso resulta de los testimonios (es el caso de la presunta carta de Clemente XIV a Catalina II, de 1774, en la que el Pontífice habría aprobado la decisión de la emperatriz de mantener en sus estados a los jesuitas suprimidos en otros lugares). Los que estaban a favor de la tesis de una existencia ininterrumpida de la Compañía de Jesús después de 1773, justificaban su posición con los argumentos que giraban alrededor de los puntos siguientes: 

Breve de supresión de la Compañía
1. El Breve Dominus ac Redemptor no había sido comunicado nunca oficialmente a los jesuitas en Rusia. Según las disposiciones pontificias (confirmadas por la costumbre de la época), para que este documento entrase en vigor tenía que ser comunicado oficialmente individualmente a cada comunidad de la Compañía. Sólo entonces la supresión habría sido un hecho consumado, los votos hubieran sido disueltos y los religiosos habrían dejado serlo. Así era el modo de ejecutar la supresión en todas partes. Puesto que eso no ocurrió nunca en Rusia por los motivos conocidos, los jesuitas que quedaron allí eran religiosos a título pleno.
 
Pío VII
2. Los Papas confirmaron a la Compañía permanente en Rusia. Es verdad que no se encontró nunca el texto de algunos documentos que hubieran sido cruciales, como por ejemplo la mencionada carta atribuida a Clemente XIV; pero es igualmente cierto el hecho de que el Santa Sede no protestó nunca, ni desmintió categóricamente tal carta, cuando en otros documentos se hace mención de su existencia. En todo caso queda constancia de la aprobación oral de Pío VI, de 1783, certificada por escrito por Jan Benisławski (1736-1812), enviado por la Zarina a Roma para conseguirla. El texto de su declaración se conserva en el archivo a Romano de la Compañía de Jesús, que posee también el original del Breve Catholicae fidei con el que, el 7 de marzo de 1801, Pío VII formalmente reconoció formalmente la existencia de los jesuitas en Rusia. 

3. Si los Papas hubieran sido contrarios a la supervivencia de la Orden, hubieran podido expresarlo de varios modos más explícitos que les fueron sugeridos con cierta insistencia por los enemigos de los jesuitas, sobre todo de la corte española. Nada de esto sucedió y el breve de Pío VI de 1783, citado por los que apoyaban la ilegitimidad de los jesuitas en Rusia, si se lee bien, no tiene el valor que éstos querían atribuirle. Su único objetivo era calmar el desdén de los Borbones.
 
4. Fue gracias a los jesuitas que permanecían en Rusia como se realizó el proceso de reconstrucción de la Compañía, que tuvo su feliz conclusión en 1814. Al ser ellos la garantía de la autenticidad del carisma original de la Orden, fueron solicitados como tales, ya en el 1794, por el Duque de Parma Fernando, el mismo -ironía de la historia- que treinta años antes los había expulsado de su estado.
 
Por otra parte, los que eran contrarios a la tesis de la continuidad de la Compañía, respondían con una serie de observaciones, como por ejemplo: 
1. Los jesuitas en Rusia habían utilizado hábilmente la protección de la emperatriz para no obedecer al orden del Papa, cuando habrían debido hacer lo que sabían que era la voluntad del Pontífice. 

2. No se ha encontrado nunca el texto de algunos documentos que hubieran justificado la legitimidad de la supervivencia de la Orden después del 1773, mientras que otros textos son apócrifos (por ejemplo un Retractatio atribuida a Clemente que se habría arrepentido de la supresión dictada). Estos documentos han sido utilizados con un objetivo preciso, pero no son auténticos. 

3. La historia de la aprobación oral del 1783 es una invención de Benisławski que en cuanto ex-jesuita no es un testigo confiable. 

4. En el Breve a los Borbones del 1783, Pío VI se manifestó en contra de todo lo que ocurrió en Rusia.
 
Son solamente unos pocos ejemplos de la larga lista de razones aducidas por quienes participaban en el debate para justificar las propias tesis. Con el pasar del tiempo la discusión perdió mucho de su vigor inicial, las polémicas cedieron su puesto al estudio más metódico e imparcial y la polarización de las opiniones, si no desaparecieron completamente, resultan hoy muy redimensionadas. 

Hay que añadir que el firme enfoque de Clemente XIII acerca de la identidad de la Compañía, citado al principio de este artículo, era compartido plenamente por los jesuitas después de 1773. Cuando reconstruyeron en Rusia las estructuras administrativas normales de su gobierno, el ex-asistente polaco y compañero del P. Ricci en la prisión de Castel Sant’Angelo, Karol Korycki (1702-1789) escribió en 1782 al recién elegido Vicario General Stanisław Czerniewicz (1728-1785): "Los nuestros en la Rusia Blanca aut sint ut sunt (es decir, conforme al Instituto) aut non sint. ¡No aceptéis ninguna mezcolanza: más vale desaparecer!". En efecto, los jesuitas no querían ninguna mezcolanza porque... esperaban la restauración universal de la Compañía. 

Giulio Cesare Cordara (1704-1785), el último historiógrafo oficial del orden, escribió en su libro sobre la supresión: Resurget tamen suo tempore e suis cineribus divino nutu exsuscitata Societas Jesu, manebitque in ultimum usque tempus […] ("Por designio divino la Compañía de Jesús resurgirá a su tiempo de las mismas cenizas y vivirá hasta al final de los tiempos […] ". Julii Cordarae De Suppressione Societatis Jesu Commentarii. Padua, 1923-1925, p. 180). La sugestiva imagen de las cenizas de las que resurge la Orden suprimida también ha sido retomada por otros autores que trataron el mismo tema. Por ejemplo, en 1939 un historiador jesuita francés Paul Dudon, 1859-1941, hablaba en un artículo suyo, del fuego que se incubaba en Rusia (La feu qui couve en Russie) viendo la mano de la Providencia en las vicisitudes de la historia: "[...] la Providence, par un jeu paradoxal, c’est servie des caprices impériaux de la Sémiramis du Nord, pour conserver en Russie, comme sous la cendre, le feu allumé à Rome, en 1540, par Ignace de Loyola" ("La résurrection de la Compagnie de Jésus, 1773-1814", en Revue des Questions Historiques 133 [1939], p. 36. 

En resumen, parece poco apropiado hablar de las "dos" Compañías, y si hay que hacerlo tiene que ser entre comillas como en el presente artículo. La distinción entre los dos grandes períodos de su historia, con el corte de la supresión que los divide, se reduce a un fenómeno convencional, a menudo motivado por necesidades prácticas, como por ejemplo en el archivo del gobierno central de la Orden dónde las dos grandes secciones son señaladas en los inventarios con el nombre de "antigua" y "nueva" Compañía. Es justo que los historiadores atribuyan nombres a los períodos del pasado y propongan cortes entre ellos. Es igualmente justo y preciso entender los límites de las denominaciones hechas. Por ejemplo cómo tenemos que llamar a la Compañía después de 1814: "¿nueva", "moderna", "restaurada", "repuesta" o "renacida", dado que en varias lenguas algunos términos asumen un sentido que no es el mismo que en otras? El presente bicentenario ofrecerá a los especialistas ciertamente más de una ocasión de detenerse en los hechos evocados más arriba y así escribir -esperamos que sine ira et studio- un nuevo capítulo de la historia de la única y siempre la misma Compañía de Jesús, independientemente de los adjetivos que se atribuyan a tal o cual período de su pasado. 
 Robert Danieluk, S.J. 

Traducción de Juan Ignacio García Velasco S.J.

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