Zar Pablo I |
Los jesuitas en 1772 se encontraban
bajo el gobierno de la Rusia ortodoxa, después de la supresión de la Compañía de Jesús decidieron mantener la existencia de la Orden y la continuidad de la actividad que ya desempeñaban en aquellos territorios.
Los
jesuitas que, en 1772 se encontraban bajo el gobierno de la Rusia ortodoxa,
después de la supresión de la Compañía de Jesús al año siguiente, decidieron,
ante la imposibilidad de seguir la voluntad del Papa Clemente XIV, mantener la
existencia de la Orden y continuar con las actividades que desempeñaban en aquellos
territorios antes de la división de Polonia. Querían asegurar la atención
intelectual y pastoral de los católicos (polacos, lituanos, letones, estonios,
y los nativos de la Rusia Blanca), que con el primer reparto del reino polaco
habían pasado al imperio de los zares. Esta fue también la razón principal para
no dispersarse espontáneamente después de la supresión papal de la Órden.
En
los territorios anexionados por Rusia en 1772, la Compañía de Jesús tenía
cuatro colegios de secundaria (Polock, Orsza, Witebsk, Dyneburg), dos
residencias (Mohylew, Mścisław) con enseñanza media, tres casas de misión y
nueve estaciones misioneras. Durante los primeros diez años, hasta que se
aclaró y definió la situación de los jesuitas en el Imperio Ruso, el objetivo
de su trabajo era simplemente mantener las obras dirigidas por ellos antes de
1772-1773. Su apostolado se llevó a cabo en dos direcciones: la actividad
educativa y el trabajo pastoral.
En
el segundo período, que va desde 1782 hasta 1820, la Compañía en el Inperio
Ruso desarrolló su presencia y su trabajo en la propia Rusia Blanca y extendió
su actividad fuera de esta provincia imperial, e incluso más allá de las
fronteras del Estado zarista. En 1782 los jesuitas, reunidos en la Primera
Congregación de Polock, decidieron mantener la vida religiosa y la estructura tradicional
de la Orden y tomaron medidas para consolidarla. Desde entonces, la Orden,
constituida como "Compañía de Jesús en la Rusia Blanca", se
presentaba en su forma habitual de
Provincia (bajo la jurisdicción del Provincial) y de gobierno central de la Orden
(encabezada por el Vicario General y, desde 1801 en adelante, por el General).
Hasta que, en 1801, la aprobación papal no sancionó oficialmente la legitimidad
de la existencia de la Compañía de Jesús en el Imperio Ruso, los jesuitas se
vieron obligados a defender su identidad y su autonomía respecto del obispo
local, que trataba de someterla a su autoridad. Defendió su autonomía también ante
el gobierno que, presentando un nuevo sistema escolar en el Imperio, quería forzarla
a renunciar a la jesuítica Ratio Studiorum.
En
1800, en el comienzo del pontificado de Pío VII (bien dispuesto hacia la extinta
Compañía de Jesús y a su restauración universal), ésta trabajaba en el Imperio
Ruso e incluso más allá de sus fronteras. Los jesuitas en Rusia eran 214 (94
sacerdotes, 74 escolares, 46 hermanos coadjutores), distribuidos en seis
colegios y otras tantas residencias. El número de miembros aumentó a 349 en
1814. Los años 1801-1815 fueron los más florecientes de esta Compañía. La
amabilidad de los zares Pablo I (1796-1801) y Alejandro I y el breve Catholicae Fidei de Pío VII, le aseguró
una presencia fuerte y segura. La Orden desarrolla sus actividades académicas y
pastorales creando nuevos colegios y algunas misiones en varias partes del
dominio de los zares. De esta manera, los jesuitas no sólo ampliaron su radio
de acción, sino también la influencia de la Iglesia Católica. Con esta extensión
por los vastos territorios del país, los jesuitas mostraron su gran capacidad
de adaptación a otras culturas: capacidad que les permitió, desde el principio,
llevar a cabo su misión en todas las partes del mundo y en cualquier circunstancia.
La influencia sobre la sociedad rusa se llevó a cabo a través de colegios dirigidos
en diferentes partes del imperio en el siglo XIX.
Una
actividad tan amplia fue posible, principalmente, gracias a numerosos ex-jesuitas
y, más tarde, a los nuevos candidatos de Europa occidental que, desde 1780,
comenzaron a llegar a Rusia. Entre ellos se encontraban especialmente numerosos
sacerdotes de diferentes nacionalidades pertenecientes a la Sociedad de la Fe
de Jesús (pacanaristas). De hecho, la noticia de la apertura del noviciado de
Polock, está marcada por la llegada a la Rusia Blanca de ex-jesuitas de varios
países de Europa, para reingresar en la Compañía. El más destacado entre ellos
fue el P. Gabriel Gruber, de origen esloveno, nacido en Viena, un hombre de
gran cultura, que más tarde se convirtió en general de la Compañía (1802-1805).
En los años siguientes comenzaron a llegar de los diferentes países, los
candidatos a nuevas entradas en la Orden y, entre ellos, estaba Jan Roothaan, futuro
General (1829-1853).
La
Compañía de Jesús en el Imperio ruso era una orden internacional. En el año
1820, los documentos especifican el origen de 307 religiosos, de un total de
358. De ellos, 142 habían nacido en Rusia (de nacionalidad polaca, lituana y
letona), 42 en Alemania, 33 en Lituania, 24 en Francia, 21 en Polonia, 20 en
Letonia, 11 en Bélgica, 5 en Suiza, 4 en Italia, y otros 5, respectivamente, en
Bohemia, Dalmacia, Inglaterra, Holanda y Portugal.
La
actividad principal de los jesuitas de la Rusia Blanca fue la educación y la
enseñanza. Ésta fue la razón principal que movió a la emperatriz Catalina II para la conservación de la Orden de San
Ignacio en sus territorios.
Gabriel Gruber |
En
1812, por un ukaz imperial de
Alejandro I, el colegio de Polock fue elevado al rango de Academia. La
inauguración oficial de este ateneo, junto con el anuncio de cinco nuevos
doctores en teología, se llevó a cabo el 7 de diciembre de 1813. La Academia de
Polock tenía tres facultades: Teología; Filosofía y Ciencias Exactas;
Literatura y Lenguas Extranjeras. Tenía el derecho de conferir el título de
doctor en teología, en derecho canónico y en derecho civil. El primer año se
inscribieron 84 estudiantes; la facultad contaba con 25 profesores. El plan de
estudios, apoyando la voluntad del gobierno, favorecía claramente las ciencias,
de ahí la Facultad de Filosofía y Ciencias Exactas. Antes de su clausura, en
1820, todas las escuelas de Polock contaban en total alrededor de 700
estudiantes y 39 profesores. En su corta historia, la Academia promovió más de
100 doctores.
El
segundo centro educativo importante fue el Colegio de San Petersburgo. Llamados
por el zar Pablo I, en diciembre de 1800, llegaron los jesuitas al Neva y asumieron
el servicio pastoral en la iglesia parroquial de Santa Catalina. Predicaban y catequizaban
en cuatro lenguas para los cuatro grupos de fieles (polaco, francés, alemán e
italiano) que formaban la comunidad católica de la capital rusa. De año en año se
daban a conocer cada vez más en los ambientes de San Petersburgo, y su
influencia llegó incluso a los rusos ortodoxos y hasta los que pertenecían a
las altas esferas de la sociedad.
El
13 de febrero 1801 el Colegio abrió sus puertas, y en tres meses de actividad, tenía cerca de 30 estudiantes. Al
inicio del curso escolar 1801-1802 eran ya más de 100, en los siguientes años el
número aumentó a 200. El ciclo de los estudios duraba seis años, incluyendo las
lenguas rusa y latina, además de la filosofía y la teología. El Colegio,
frecuentado en un primer momento por los hijos de católicos que no podían pagar
un profesor particular, en poco tiempo adquirió tal importancia que, dos años
más tarde, abrió un internado para alumnos de familias nobles; en 1806 el internado
se transformó en el Colegio de Nobles (Collegium
Nobilium). El número de alumnos oscilaba siempre entre 60 y 70 jóvenes de
las clases altas de la sociedad rusa. En el vasto programa se dedicaba mucho
espacio a las lenguas modernas, también se prestaba gran atención a la
educación religiosa: los jóvenes ortodoxos participaban en los servicios
religiosos en su iglesia y seguían las clases de religión impartidas por un pope.
Además
de estos dos importantes centros educativos en el Imperio Ruso, los jesuitas dirigían
otros siete. Los antiguos colegios de Dyneburg, Orsza y Witebsk continuaban su
actividad. En 1799, a petición del obispo de la Rusia Blanca, Stanisław
Siestrzencewicz, fueron elevadas al nivel de colegio las residencias de Mścisław
y Mohylew. En 1811 surge el Colegio de Romanow y en 1817 el de Użwałd. En el
plan de estudios se acentuaban las ciencias exactas y en todos ellos se introdujo
la enseñanza de las lenguas modernas, especialmente del francés y del alemán.
La lengua de enseñanza era el latín y, desde 1802, el ruso. En cada colegio había
un internado de nobles; en 1805, vivían en ellos cerca de 220 internos. En
total, en 1796 (año de la muerte de Catalina II) en las escuelas gratuitas de
los jesuitas estudiaban 726 alumnos y, en 1815, cerca de dos mil.
Tras
la expulsión del Imperio Ruso, muchos jesuitas graduados en la Academia de
Polock se trasladaron a centros educativos de toda Europa. Habiéndose formado
en un ambiente internacional, entre profesores y compañeros de estudios de
diferentes países, viviendo en un clima de múltiples nacionalidades, estaban
bien preparados para trabajar en Europa. Muchos de ellos se convirtieron en titulares
de cátedras y promotores de nuevas escuelas o centros de investigación en
varios países. También trabajaron fuera de las fronteras de Europa, ayudando a
organizar la educación superior en los Estados Unidos (al Padre Juan Grassi se
llama el "segundo fundador de Georgetown") y en Oriente Medio (el Padre
Maksymilian Ryłło dio origen a la escuela que más tarde se convertiría en
Universidad San José de Beirut).
De
especial importancia fue también la atención dada por los jesuitas de la Rusia
Blanca a las misiones. Desde 1803 en adelante, se crearon seis nuevos e importantes
centros de misión al Sur y al Este del Imperio Ruso para los católicos de
diversas nacionalidades. Se abrieron misiones en Saratov para los colonos
alemanas del Volga (1803), en Odessa, en el Mar Negro, para los inmigrantes alemanes
e italianos (1804), en Astrakhan, en el Mar Caspio, para los armenios, polacos,
alemanes, franceses y holandeses (1805), en Mozdok, en el Cáucaso, para los
fieles de diferentes países (1806). En 1811 se inauguró la misión de Irkutsk,
en Siberia, para los católicos polacos exilados allí; otra misión más se
estableció en Tomsk, en Siberia (1815). En 1820, en la actividad misionera
(incluyendo las misiones populares) participaron 72 jesuitas, sacerdotes y
hermanos coadjutores. Trabajaban en diferentes condiciones geográficas y
sociales, tratando con personas de diversas poblaciones, diferentes desde el
punto de vista cultural. Su trabajo fue muy significativo y eficaz, aunque su
acción estaba limitada por la prohibición absoluta de realizar conversiones de
los ortodoxos y la actividad entre los católicos se vio obstaculizada por
varios factores (la dispersión de los fieles en un vasto territorio, las
difíciles condiciones de vida, el clima severo de Rusia). Si bien breve, este
trabajo mostró las características más genuinas de la Compañía y dejó una
profunda huella en la población, en su
mayoría de origen alemán. Al expandirse por los vastos territorios del Imperio,
los jesuitas, aunque pocos, demostraron un gran celo misionero y una capacidad
no ordinaria para adaptarse a otras culturas y diferentes condiciones sociales,
económicas, climáticas, etc. Fueron capaces de actuar con rapidez y sacrificio
extraordinarios en nuevos desafíos, entre ellos la misión en China, con la
capacidad que les permitía, ya desde el principio, cumplir la misión en todas
las partes del mundo y en todas las circunstancias.
La
memoria de los jesuitas permaneció viva durante sucesivas generaciones de
colonos alemanes, sobre todo a lo largo del Volga, pertenecientes a la misión
de Sarato. De ello da testimonio Mons. Joseph Werth, jesuita, el primer obispo
de Novosibirsk (desde 1991; Diócesis de la Transfiguración desde 2002), cuyos
orígenes familiares se remontan a los católicos alemanes que se establecieron a
lo largo del Volga en la segunda mitad del siglo XVIII.
La
actividad de los jesuitas bajo el gobierno de la Rusia ortodoxa duró más de
cuarenta años y tuvo un doble objetivo: mantener viva la Compañía de Jesús y
velar por el cuidado pastoral e intelectual de los católicos que permanecieron bajo
el dominio e influencia de la Rusia ortodoxa después de la división de Polonia.
Con perseverancia y determinación consiguieron alcanzar ambos objetivos.
Sin
embargo, con su fidelidad a la Iglesia Católica y a su propia Orden, los
jesuitas atrajeron sobre ellos la hostilidad del poder laico y de la Iglesia
Ortodoxa. En tiempos del zar Alejandro I apareció el iluminismo y el misticismo
ruso, y más tarde la Sociedad Bíblica Rusa, todos hostiles a los jesuitas. Del
mismo modo, la masonería rusa. Crecían los movimientos opuesto al contacto con
Occidente y al influjo de la Iglesia Católica. La restauración de la Compañía
de Jesús en el mundo, en 1814, daba a sus oponentes una nueva razón para la
hostilidad: se quitaba al gobierno ruso la oportunidad de controlar la Orden
(la sede del General tuvo que regresar a Roma). Todo ello produjo la respuesta
negativa a la petición del general Tadeusz Brzozowski para trasladarse a Roma y,
luego, la expulsión
de los jesuitas; primero de San Petersburgo (1815) y más tarde, en 1820, de todo
el Imperio Ruso.
Marek Inglot, S.J.
Traducción de Juan Ignacio García Velasco, S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.