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martes, 31 de diciembre de 2024

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS (1 de enero)


Primera Lectura: Num 6, 22-27
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16 -21


         La Navidad es un misterio que puede colmar nuestras más hondas aspiraciones o quedarse en una mera celebración pasajera que nos deja un sabor amargo. Todo depende de nuestra disposición ante este don supremo. El Señor, en su infinita misericordia, nos ofrece un oportunidad excepcional con el regalo más preciado: su propio Hijo. ¿Cómo respondemos nosotros ante tal muestra de amor? En el Evangelio de hoy, encontramos tres respuestas distintas a esta manifestación divina.

Primero están los pastores, que acogen con sencillez el mensaje angélico y reconocen en el Niño a su Salvador. Ellos aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía en esta mañana de Año Nuevo.  Sabemos que el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Sin embargo, ¡cuán frágil es nuestra fe! Pronto nos dejamos vencer por la impaciencia ante un conductor que va despacio o nos irritamos con la joven madre que va con prisa del trabajo a casa.

El segundo grupo lo forman aquellos que, al igual que los pastores, comparten lo que han presenciado. Se maravillan, sí, pero su asombro es superficial. El Evangelio nos habla de muchos que se admiraban de los milagros del Señor, mas no todos perseveraron en su seguimiento. Su fe es como la de quienes celebran las festividades sin profundidad, Reconocen el regalo del tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan del objetivo que es conocer, amar y servir a Dios, como Ignacio de Loyola nos recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

En el tercer grupo encontramos sólo a una persona: María, la Madre de Dios, que comprende plenamente el misterio que se desarrolla ante sus ojos. Ella "guardaba todas estas cosas en su corazón". Es el modelo perfecto del cristiano que no solo escucha la Palabra, sino que la medita para vivirla. A través de la Encarnación que María hizo posible, Dios, haciéndose hombre, santifica cada fragmento de nuestra existencia: desde un trapo para fregar el suelo hasta la mano grasienta de un mecánico, o al esfuerzo repetitivo de un obrero en la fábrica.

La maternidad divina de María nos revela que ya no hay tiempos ni espacios sagrados separados de lo profano. Sólo existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de cada uno, en la que Dios elige habitar. Para percibir esta transformación necesitamos, como la bella María, el silencio y la oración. Ella contemplaba cada acontecimiento: el bullicio del nacimiento, la sorprendente visita de los pastores, las exigencias cotidianas de cuidar a un bebé que, siendo Dios mismo, hay amamantarlo y cambiarle los pañales como a cualquier recién nacido del mundo.

PAZ

Hoy también conmemoramos la Jornada Mundial de la Paz. ¡Cuánta necesidad tenemos de ella en nuestro mundo actual! Si acogemos a Jesús en nuestros corazones, como lo hizo María, nos encaminamos hacia la paz verdadera. No olvidemos que "la paz esté con vosotros" fueron las primeras palabras que nuestro Señor dirigió a sus discípulos reunidos en el cenáculo la tarde de la Resurrección. Jesús es, según la cita del profeta Isaías, "el Príncipe de la paz". Y no solo él sino todos los profetas han contemplado con gozo la era mesiánica como tiempo de abundancia y paz. Los ángeles en Belén proclamaron "paz a los hombres que ama el Señor". El mismo Jesús envió a sus apóstoles como mensajeros de paz, cumpliendo la profecía de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!". Y después de resucitar, Cristo legó a sus apóstoles este don precioso: "La paz os dejo, mi paz os doy". Verdaderamente, el Evangelio de nuestro Señor es un mensaje de paz.

sábado, 28 de diciembre de 2024

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo C)


Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 42-52


Hoy la liturgia nos presenta la Fiesta de la Familia. No de una familia idealizada, sino de la familia real y concreta - la que cada uno de nosotros tiene, ha formado o anhela formar. En estos tiempos convulsos, esta celebración puede parecer casi provocadora, elevándose por encima de nuestras controversias sociales y políticas, pero precisamente por ello infunde nueva vida a nuestra cotidianidad y da densidad a esta Navidad que el mundo ha vaciado tanto de contenido.

Queramos reconocerlo o no, la familia permanece en el centro de nuestra existencia. Es el núcleo vital de nuestra educación, y aunque a veces sea fuente de dolor y desilusiones, por la gracia de Dios también nos trae inmensas alegrías.

¡Qué maravilloso misterio que Dios mismo haya querido vivir la experiencia familiar! Y aún más, qué significativo es que eligiera una familia tan complicada y llena de dificultades. Algunos podrían sorprenderse de que la Iglesia proponga como modelo esta familia tan peculiar - con una pareja que vive en castidad, un hijo que es el Verbo Encarnado, y unos padres que deben huir por la notoriedad de aquel recién nacido.

Pero no es en estas circunstancias extraordinarias donde queremos imitar a María y José, sino en su fidelidad como pareja cuyas vidas fueron transformadas por la acción de Dios y las circunstancias humanas. En su capacidad de entregarse completamente, sin condiciones ni angustias, a un plan divino que los sobrepasaba.

Contemplemos a María estrechando contra su pecho al Niño Jesús, sintiendo su calor y su fragancia. Veamos a José, más sereno ahora después del agitado nacimiento lejos del hogar. Después de aquella noche extraordinaria llena de señales divinas, el joven carpintero mira el futuro con renovada confianza. Ya han presentado al Niño en el Templo, como mandaba la Ley, donde el anciano Simeón lo tomó en sus brazos y profetizó sobre Él. Tras el doloroso exilio en Egipto, la Sagrada Familia regresa a Nazaret, donde Jesús crece.

Y es en Jerusalén donde, como nos narra el Evangelio de hoy, el adolescente Jesús se separa de sus padres para dialogar con los doctores de la Ley. ¡Qué consuelo para los padres de hoy ver que hasta María y José experimentaron las dificultades de la adolescencia!

Dura realidad

Podríamos llenar páginas enteras narrando las vicisitudes de la familia de Nazaret. Pero a veces, envueltos en la emoción navideña, corremos el riesgo de olvidar el peso real que María y José, como toda familia, tuvieron que sobrellevar.

martes, 24 de diciembre de 2024

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (C)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18

Contemplación

En esta santa Navidad, permitidme compartir una contemplación del misterio del Nacimiento de nuestro Señor.

Ved conmigo a ese Niño en Belén, que llora y gime, hipa y grita como cualquier cachorro humano recién nacido. Sus diminutas manos cerradas, su rostro arrugado buscando el calor maternal. Como todos los bebés, entreabre sus ojitos para luego volver al sueño.

Contemplad a María, nuestra Madre, en su dulce inexperiencia, mojando su dedo meñique en leche de cabra para alimentar a su pequeño. El frío del desierto se cuela en Belén mientras ella, con amor maternal, arropa al Niño desnudo. Y ahí está su esposo José, sentado sobre la paja, agotado también por el viaje y las emociones vividas.

Como nos enseña San Ignacio en la Contemplación del Nacimiento de sus Ejercicios Espirituales, os invito a contemplar las personas: a nuestra Señora, a José y al niño Jesús, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia…

En estos tiempos difíciles que vivimos, cuando el mundo parece sumido en crisis y temores, me sitúo sin molestar en un rincón del establo, en silencio orante. Y pienso en las dificultades que afrontaron María y José, aquella joven pareja. Y sin embargo, ahí mismo está Dios.

¡Qué misterio tan grande, hermanos! Veinte siglos después seguimos maravillándonos: Dios está aquí, en un pesebre. ¡Qué diferente de la espantosa imagen que nos habíamos forjado! Dios es así: un niño indefenso, divinamente frágil, vulnerable por elección propia. Un recién nacido que despierta ternura infinita, que dan ganas de cogerlo en brazos y acariciarlo.

Aquí está Dios… y también el hombre…

MISA DEL GALLO EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 9,1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda Lectura: Tit2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14


Pastores

En esta Noche Santa contemplamos el misterio del Emmanuel, Dios-con-nosotros. Pero Su presencia no siempre corresponde a nuestras expectativas... Aunque dos milenios de tradición navideña nos hayan familiarizado con este prodigio.

Si hemos perseverado en el camino del Adviento, por breve que haya sido, quizás nuestros corazones se conmuevan al contemplar a esa joven Madre que estrecha contra su pecho al Niño Dios.

La Encarnación del Verbo aconteció en un momento preciso de la historia, en aquella pequeña aldea de Judea que las Escrituras nos señalan: Belén. Este acontecimiento histórico, del cual somos herederos y testigos, marcó el inicio de nuestra salvación. Y nosotros, sus discípulos, proclamamos con fe que el Señor Jesús volverá en la plenitud de los tiempos para dar sentido pleno a nuestra existencia temporal.

Pero esta noche, amados hermanos, Cristo desea nacer de nuevo en cada uno de nuestros corazones, invitándonos a renacer con Él a una vida nueva. Solo necesitamos el valor de abrirle las puertas de nuestra alma.

Es cierto que vivimos tiempos difíciles: las crisis que nos agobian, el clima sociopolítico, las crisis humanitarias, la guerra y los enfrentamientos de todo tipo, el vacío existencial que caracteriza nuestra época, todo ello podría desalentarnos. Nuestra propia patria, sumida en divisiones y amarguras, especialmente por la responsabilidad de quienes deberían guiarla para bien, no facilita la esperanza.

¡Qué actualidad cobra el relato evangélico que hemos proclamado esta noche! ¡Cuánto nos parecemos a aquellos pastores que buscaban calor en la gélida noche de Judea! Sus corazones, como los nuestros, estaban marcados por la ira, la resignación, el desencanto – sentimientos propios de quienes han agotado sus fuerzas en la mera supervivencia, muchas veces sin éxito.

sábado, 21 de diciembre de 2024

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Miq 5, 1-4
Salmo Responsorial: Salmo 79
Segunda Lectura Heb 10, 5-10
Evangelio: Lc 1, 39-45


Quedan pocos días para celebrar lo más inaudito de Dios.

Nos encontramos a las puertas de un misterio inefable, a pocos días de celebrar lo más extraordinario que Dios ha dispuesto para la humanidad. No estamos ante una mera conmemoración ritual o una representación teatral del nacimiento de Jesús. No, porque el Señor ya ha nacido, ha muerto, ha resucitado y vive glorioso a la diestra del Padre. Y nosotros, en este tiempo que Dios misericordiosamente nos concede, en esta vida que a veces nos parece mezquina o incompleta, tenemos una misión sagrada: dejar nacer a Dios en nuestros corazones.

Cada Navidad no es un simple aniversario, sino un acontecimiento estrepitoso, extraordinario y único. Hoy estamos llamados a renacer, a permitir que la gracia divina transforme nuestra existencia.

Contemplemos nuestro mundo, tan herido, convulso y violento. Un mundo sacudido por crisis económicas que ahogan el espíritu, por un declive moral que parece consumirnos, un mundo donde el miedo al futuro nos hace más pequeños y vulnerables. Precisamente en medio de esta oscuridad, estamos llamados a renacer, a dejar que Dios nazca en nuestros corazones. No como cuando éramos jóvenes e ingenuos, no como hace un año o tres, sino ahora mismo, en las circunstancias concretas de nuestra vida presente.

Elevemos nuestra mirada más allá de lo inmediato, más arriba de nuestras mezquindades. Miremos al otro y dentro de nosotros mismos. Dios viene. Se hace pequeño, elige nacer entre la miseria, entre el estiércol, en el aire acre de un humilde establo.

María

Fijémonos en María, aquella joven que nos enseña el misterio de la fe. Siente crecer en su regazo algo indescriptible, con aquella intuición poética que Dios regala a las mujeres, sus más perfectas criaturas. El Verbo de Dios crece dentro de ella, y con la Palabra haciéndose carne crecen también sus dudas y sus titubeos.

María busca consuelo en su prima Isabel: ttal vez ella sabrá darle una respuesta definitiva a sus inquietudes, quizás ella sabrá decirle que sí, que todo lo que le pasa es verdad. Y así sucede.

Isabel, con la sabiduría de quien ha experimentado ya lo milagroso, la recibe. Se seca las manos en el mandil y se acerca sonriendo a su pequeña prima María, que ya se ha hecho mujer. "¿Cómo has hecho para creer tanto?", le dice. Sólo una adolescente puede tener el coraje de la fe radical. Sólo quien se atreve puede hacer realidad los milagros.

Recordémoslo en este momento oscuro de la historia, en este inhumano y catastrófico año. Precisamente cuando todo parece perdido, cuando la desesperanza amenaza con consumirnos, estamos llamados a redescubrir una fe que hace bailar, que celebra aún en medio de la adversidad.

Danzas

Isabel lo confirma: todo lo anunciado es verdad. No es una alucinación, no es un espejismo pasajero. Lo incontenible se hace presente. Y María, sacudida por lo extraordinario, comienza a danzar con su divertida prima, bendiciendo a Dios que la salva a ella y nos salva a todos nosotros. En sus palabras advertimos la tensión y el estupor ante lo inaudito que va tomando forma en su vientre.

Es verdad. Dios ha elegido venir y hacerse presente. El Dios de Israel está aquí, en el vientre de aquella pequeña Hija de Sión.

sábado, 14 de diciembre de 2024

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo C)

Compartid, no robéis, no seáis violentos, vivid alegres...

Primera Lectura: Sof 3, 14-18
Salmo Responsorial: Is 12, 2-6
Segunda Lectura: Flp 4, 4-7
Evangelio: Lc 3, 10-18


Todos somos buscadores de felicidad. Nuestra vida se consume en pos de una afanada búsqueda de la alegría y podemos leer nuestras vidas conforme al deseo, que llevamos dentro de nosotros, de vivir en la alegría que buscamos. Todos, para bien o para mal, buscamos la felicidad pero no sabemos bien dónde ni a quién hacer caso.

La Sagrada Escritura no es ajena a este anhelo. No en vano encontramos más de veinticinco expresiones que nos hablan de la felicidad. Desmentimos así aquellas voces que presentan nuestra fe como un camino de tristeza y dolor. La religión no es una carga insoportable, hermanos, sino una fuente de alegría desbordante.

En este tercer domingo de Adviento en la espera del Señor, la alegría es la protagonista de la liturgia. El profeta Sofonías nos muestra un Dios que, ante nuestra infidelidad, no responde con castigo, sino con amor y una nueva alianza. San Pablo nos exhorta a regocijarnos por la presencia del Señor, que viene a visitarnos continuamente allá donde estemos, y Juan el Bautista nos sacude con su mensaje ardiente.

¿Qué debemos hacer?

La gente que había bajado desde Jerusalén hasta las cercanías de Jericó para ver al Bautista quedaba turbada, inquieta, y sacudida. ¿Y si Juan tuviera razón? ¿Y si, de verdad, la vida no fuera ese caos enmarañado que nos da más penas que alegrías? Juan, ¿qué debemos hacer?", le preguntaban. Es la misma pregunta que late en nuestro corazón cuando la vida nos desafía, cuando buscamos una Navidad que no sea mero sentimentalismo, sino auténtica conversión a la luz y al paz, tan necesitada en estos tiempos.

La respuesta de Juan es sorprendentemente sencilla. Incluso banal, en apariencia. Juan responde con pequeños consejos muy distintos de las grandes y solemnes proclamas que esperaríamos. Él responde simplemente: compartid, sed honestos, no robéis, no seáis violentos. Uno se queda asombrado con esto… y hasta un poco decepcionado, la verdad.

Al pueblo creyente y devoto, Juan le pide que comparta, que no permita que la fe se reduzca sólo a oración, o a una vaga pertenencia a un movimiento, sino que haga vibrar esa fe en la vida, que ella contagie nuestras vidas y nuestras opciones concretas. Sin dicotomías. la santidad no está en heroísmos inalcanzables, sino en hacer bien lo cotidiano.

sábado, 7 de diciembre de 2024

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Dom. 2º de Adviento)




Primera Lectura: Gen 3, 9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: De Adviento (Rom 15, 4-9)
Evangelio: Lc 1, 26-38

Hay dos personajes principales en el Adviento, María y Juan, que nos enseñan la actitud correcta para esperar.

La Navidad llega rápidamente y corremos el riesgo de no prepararnos de verdad, de no abrir el corazón para dar la bienvenida al Mesías que viene. Es un riesgo real y siempre presente, aún más evidente en estos tiempos de profunda crisis en la que la esperanza parece extinguirse día a día.

Por eso, debemos mirar más allá de lo concreto, levantar la mirada, atrevernos a creer, encontrar nuestra verdadera dimensión en el alma. La confianza es el único gesto que nos ayuda a permanecer anclados en la vida, a no huir.

Necesitamos urgentemente personas que se conviertan en signos, que sean profecías vivientes. Como María, como Isaías, como Pablo, como Juan, el loco de Dios.

Espera

Nos preparamos a la Navidad para ser acogidos, no abandonados.

Cogidos por la noticia desconcertante de un Dios que se convierte en hombre, de un Dios que arriesga todo convirtiéndose en un niño frágil e indefenso.

Hombres y mujeres nos anuncian la venida de Cristo en gloria, y a nosotros nos toca darle la bienvenida en la historia personal de cada uno.

Isaías, profeta inmenso, sueña con un mundo en el que el Mesías trae la armonía que hemos perdido por el camino. Pablo, al final de su carrera apostólica, escribe a los cristianos de Roma invitándoles a mantener viva la esperanza, comenzando por el consuelo que proviene de escuchar las Escrituras, escritas especialmente para nosotros.

Es cierto que la gran historia está por encima, y más allá, de nuestra capacidad de comprensión. Pero en nuestro camino hacia la total plenitud, la Palabra y la Profecía nos ayudan a mantener la esperanza, esperando la venida del Señor de la gloria.

La bella María y el rudo Juan

La bella María, la niña adolescente de Nazaret nos enseña a permanecer día a día en la fe. María nos sugiere que estemos listos, porque Dios viene cuando menos lo esperas, aunque sea en el escondite de un agujero de un país como Nazaret, desconocido, a las afueras del Imperio.

Dios elige a Nazaret, pero nosotros huimos del Nazaret en el que vivimos. Al elegir a Nazaret como un lugar desde el que comienza la salvación del mundo, Dios está revocando la tabla de nuestras certezas y redefine la lógica del mundo. En la lógica de Dios, el totalmente Otro, es precisamente desde Nazaret donde comienza la historia. La mía también.

Y para nacer en nosotros, Cristo pide acogida, disponibilidad y un corazón transparente como el suyo. Un corazón que sepa cómo reconocer a los ángeles y a tantos anuncios que recibimos cada día. Así, María se convierte en la “ianua coeli”, la puerta del cielo que permite a Dios entrar en la historia. Si lo hacemos así, si, como ella, abrimos nuestro corazón, también nosotros nos convertiremos en un instrumento en las manos del Dios que busca al hombre.

Y el rudo Juan nos remueve con palabras que abofetean, en vez de acariciar.

El Bautista, con su vida, proclama la primacía de Dios en la Historia, llama a todos a salir de una visión estereotipada e inmovilista de la fe para poder encontrar lo inaudito de Dios.

Las personas notables y devotas, como los fariseos, son severamente criticadas porque su gran fe es arruinada por un ritualismo y un moralismo exasperado. Juan los sacude: no es suficiente hacer gestos audaces, cómo recibir el bautismo para convertirse, hay que cambiar la mirada, la perspectiva, el pensamiento y los hábitos. Es una seria advertencia dirigida a aquellos que ya son discípulos, entre los que nos encontramos nosotros. Estamos llamados a preguntarnos continuamente sobre el riesgo de una fe rutinaria, ya resabida y resabiada, por habitual.

Hasta la devoción más auténtica corre el riesgo de acabar en una pura exterioridad, vaciando la fe de lo más importante, que es el encuentro con Dios.