Primera
Lectura: Hch 10, 34a. 37-43
Salmo
Responsorial: Salmo 117
Segunda
Lectura: Col 3, 1-4
Evangelio: Jn 20, 1-9
¡Amigos Jesús está vivo, ha resucitado, y está
presente para siempre!
Lo hemos acompañado entre los olivos de Getsemaní,
cuando nos dormíamos, vencidos por el sueño, sin saber que, junto a nosotros, se
estaba dando el choque titánico entre la tiniebla y el amor.
Lo seguimos de lejos, como Pedro, después de la
detención en el huerto, aturdidos y asustados viendo tanta violencia sobre un
hombre bueno y humilde.
Lo vimos colgado, desfigurado, golpeado,
desgarrado, así lo vimos perdonando a sus asesinos hasta el último aliento de
vida.
Luego, junto a los demás discípulos, nos hemos
cerrado en aquella habitación de la cena. Como si las paredes hubiesen conservado
algo de él. Para darnos ánimo, sin tampoco tener derecho a llorar, devorados
por el miedo.
Parecía que todo había acabado, de la peor
manera, como a menudo ocurre en nuestra vida. Como está ocurriendo con los miles de muertos por el COVID19. Una derrota total, la partida
perdida, el final de los sueños. Era demasiado bonito para que fuera verdad.
Y en cambio, al amanecer el día después
del sábado de la Pascua, María vino a decirnos de fuésemos a la tumba.
Las mujeres, piadosa y devotamente, habían ido a
terminar lo que no habían logrado hacer aquel trágico viernes.
Buscaban a su Maestro, que había sido
dramáticamente atropellado por los acontecimientos. Lo buscaban con desesperación
y resignación.
Querían devolver un atisbo de dignidad a aquel
hombre al que habían amado y seguido. Que las había querido e instruido.
Ilusas. El Señor ya está en otro lugar. Ha resucitado. Nuestros queridos difuntos han resucitado con Él.
Huir del
sepulcro
Tienen que alejarse del sepulcro, no quedarse allí
velándolo. Tienen que ir a otro lugar, allí donde el Señor las espera. El
Nazareno ha resucitado. No está reanimado, ni mucho menos reencarnado, sino espléndidamente
resucitado. Tampoco sabíamos bien qué significaba haber resucitado, pues nadie
había resucitado nunca como él. Lázaro volvió
a la vida, pero murió, de nuevo.
Jesús no. Jesús está vivo. Espléndido y
triunfante. No es una fantasma, ni un ectoplasma. Es exactamente Él y se hace reconocer
por las señales de su presencia, come con sus pasmados discípulos, les da
ánimos. Vive.
Jesús ha resucitado, tanto si nos damos cuenta
de ello como no, tanto si lo creemos más o como si menos. Ha resucitado. Y todo
cambia, cada cosa asume una luz diferente.
El Nazareno, entonces, no es sólo un gran
hombre, un maestro, un profeta. Es mucho más. Es el Dios vivo.
Terremotos
El evangelista Mateo, en su narración, habla de dos terremotos: uno en la crucifixión
y otro en la resurrección. Terremotos interiores, obviamente, que el discípulo
experimenta cuando ve la grandeza del amor de Dios que muere, derrotado, para mostrar
cuánto nos quiere.
Terremoto que somos llamados a vivir cuando
descubrimos que el Maestro está vivo y que podemos encontrarlo.
Conversiones
¡Feliz Pascua! discípulos del resucitado. ¡Feliz
Pascua! vosotros los que habéis superado la cruz y que sembráis esperanza y
luz. ¡Feliz Pascua! también a los que aún están anclados al Gólgota, como a Tomás
o Pedro. Todavía tendremos tiempo para convertirnos a la alegría, después de habernos
convertido a la lógica de nuestro Dios que muere por amor.
¡Feliz Pascua! porque si Jesús ha resucitado tenemos
que buscar las cosas de arriba. Abandonar deprisa el sepulcro, porque la muerte
no ha logrado retener la fuerza inmensa de la vida de Dios en nosotros.
Contadlo, publicadlo, que Jesús está vivo: pocos
lo saben o prefieren ignorarlo. Hasta los cristianos parece que se han olvidado
de ello. Y sin embargo toda nuestra fe está en aquella tumba vacía.
Pero no vengáis diciendo que no sois capaces,
que nadie os escucha. Tened en cuenta lo que parece una broma: ¡Jesús confió el
más precioso mensaje de la historia de la humanidad a unas mujeres que, en
aquel tiempo, no tenían derecho de hablar en público! Y aquí estamos nosotros hoy
proclamando la resurrección de Cristo, gracias a su testimonio.
Ánimo, pues, vivamos de resucitados, busquemos
las cosas de arriba, las cosas de Dios, que es Vida y vida abundante para
todos.
Sepulcros
Y si todavía dudáis os dais una vuelta por
Jerusalén, por uno de los sitios más feos de la cristiandad, una basílica sucia
y caótica en la que prevalecen los gritos de los devotos. En aquella basílica se
conserva aquella tumba vacía, absoluta y extraordinariamente vacía.
Desde hace milenios, millares de hombres y
mujeres han desafiado a la muerte para ir a ver aquella tumba vacía.
Espléndidamente vacía.
Es absurdo: generalmente las personas hacen
viajes para venerar algún mausoleo que custodia los despojos de algún gran
político o cantante u hombre espiritual. Los cristianos van a ver una tumba
vacía.
Porque aquella tumba vacía nos dice que la
muerte no ha vencido. Y no vence nunca. Jamás.
¡Si morimos con Cristo resucitamos con él! Porque en el Señor está la fuerza de la vida y no en el coronavirus que lleva a la muerte.
¡Alegría, hermanos, que el Señor ha resucitado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.