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jueves, 28 de diciembre de 2023

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo B)


Primera Lectura: Eclo 3, 2-6.12-14
Salmo Responsorial: Sal 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 22-40

 

Fiesta de la Sagrada Familia, nos dice la liturgia. Fiesta de nuestra familia, añado yo. La familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que ha formado o que desea formar o a la que ha renunciado por seguir una vocación distinta. La familia que hoy día ya no es única, ni unívoca, y de la cual la Iglesia, con el impulso del Papa Francisco, ha tomado buena cuenta y preocupación en el Sínodo celebrado hace unos años sobre ella.

Hoy nos encontramos muchos tipos de familia y todas basadas en el amor: la católica indisoluble, la no-católica pero con un vínculo sagrado que puede ser disuelto según circunstancias, los matrimonios civiles, los divorciados casados antes por la Iglesia y vueltos a casar civilmente, las familias monoparentales, los homosexuales unidos en un vínculo civil, las parejas de hecho con derechos civiles reconocidos por la ley, las parejas que viven juntas sin más.

Por eso, celebrar en estos tiempos esta fiesta es algo a la vez chirriante y necesario, que nos hace reflexionar, como una provocación que vuela sobre nuestros líos políticos y sociales, que da vigor y energía a nuestra vida cotidiana, que da cuerpo a nuestras celebraciones de la Navidad familiar.

Qué nos guste o no, la familia es y queda en el corazón de nuestro recorrido por la vida y de nuestra educación. A menudo es el origen de mucho sufrimiento - ¡cuánto dolor existe en tantas parejas rotas! -, de alguna desilusión y, gracias a Dios, sobre todo de inmensa alegría. Nos dice el Papa: “Tener un lugar a donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama bendición.”

¡Qué bueno es que Dios haya querido experimentar la vida familiar! pero nos da qué pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y tan complicada.

Por otra parte, nos asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, una familia francamente inusual: el padre del niño no es el padre biológico, la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia de la Palabra de Dios y la pareja se ve obligada a escapar a causa de la notoriedad del recién nacido...

Pero no es precisamente por su diversidad por la que queremos seguir a María y José, sino por su concreción de pareja que ve la propia vida rebosante de la acción de Dios, por su capacidad de ponerse aparte, en serio, sin chantajes y con honestidad, sin angustias, para integrarse en un proyecto más grande: el proyecto que Dios tiene sobre el mundo.

La dura realidad

Hoy celebramos la Sagrada Familia, tan diferente de nuestras familias y sin embargo tan idéntica a nuestras en dinámicas afectivas. Escuchad una reflexión del Papa Francisco: Dios quiso nacer en una familia, en un pequeño y apartado pueblo del Imperio Romano. Jesús permaneció en Nazaret alrededor de 30 años, llevando una vida normal, en el seno de una familia israelita piadosa y trabajadora. Entre otras costumbres de la vida cotidiana, se dedicó al cumplimiento de los deberes sociales y religiosos, el trabajo con José, la escucha de la Escritura y el rezo de los salmos. María y José acogieron con amor a Jesús, teniendo que superar muchas dificultades por ello. La suya no era una familia irreal, de fábula. ¡Cuánto podemos aprender de María y de José, y especialmente de su amor a Jesús! Ellos nos ayudan a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cualquier familia. Cada vez que una familia, en cualquier parte del mundo, acoge este misterio, en ella actúa el misterio del Hijo de Dios que viene a salvar el mundo.

La Navidad y la fiesta de hoy nos obligan a preguntarnos si de verdad queremos un Dios tan débil como el nuestro, y la contemplación de esta familia de Nazaret nos proporciona ocasiones aún más incisivas, si cabe.

El día a día

Una primera reflexión deriva justo del trajín cotidiano que María y José viven. Nosotros estamos acostumbrados a considerar el tiempo dividido en laborable y festivo; recorriendo repetitiva y aburridamente un día tras otro, con la excepción de cuando nos preparamos con alegría intensa a algún acontecimiento inusual; con el cansancio del trabajo diario y luego el torbellino de las vacaciones veraniegas.

Así pasa también en la fe: el domingo, si lo logramos, se recortan cincuenta minutos de Misa y luego, en la semana, sólo queda el atropello de las múltiples cosas en las que estamos empeñados.

Nazaret, en cambio, nos enseña que Dios viene a habitar en nuestra propia casa, que podemos realizar el Reino en el día a día y en la repetición de los gestos y las acciones y, desde ahí podemos hacer una experiencia mística y crecer en el conocimiento de Dios.

Se podría elaborar una teología del pañal, un tratado místico de las tareas de los hijos, una espiritualidad del plazo del préstamo a pagar. La extraordinaria novedad del cristianismo es justamente su absoluta vulgaridad de la vida diaria.

Parejas con hijos pequeños, con cansancios y noches toledanas; las relaciones pesadas a causa de ese cansancio y de las preocupaciones, son las mismas que las de María y José.

Amigos con problemas de trabajo: también José pasó noches agitadas antes de pedir un préstamo, para poder ampliar el taller de carpintero.

Hombres o mujeres que consagran la vida a los hijos: también María tuvo un velo de tristeza en los ojos cuando vio en el espejo su primera cana...

Dios ha decidido habitar en la banalidad y llenar el correr de los días.

El Misterio por casa

María y José ven cómo el Misterio de Dios gatea y se tambalea, que pasa las noches lloriqueando por el nacimiento de un diente... ¿No os habéis preguntado cientos de veces cuánta fe habían de tener estos padres para decirse que aquel niño, idéntico a todos los niños, era de verdad el Hijo de Dios?

José, quizá al final del día, miraba a su mujer, incómodo por la inmensidad de su fe, sintiéndose él un poco inadecuado ante tan maravillosa perseverancia.

María, cuando quizá llevaba a media mañana el café a José, con el pelo rizado lleno de virutas, bendecía en su corazón a Dios por haberle dado un compañero tan sencillo y auténtico.

La Sagrada Familia nos invita a mirar a los otros miembros de nuestras familias, del tipo que sean, con una mirada luminosa y de fe, encontrando el Misterio escondido en las personas con las que convivimos y de las que pensamos que son estáticas e inmutables.

Hermanos, confiemos a Dios nuestras familias concretas, las que tenemos o que hubiéramos querido tener, numerosas o monoparentales, unidas o separadas, con todas las fatigas y las alegrías, con las contradicciones y las pobrezas, las emociones y el bien que tantas veces nos sabemos dar a los otros.

Confiemos a Dios nuestras familias porque Él habita en nosotros y en nuestra casa.

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