Traducir

Buscar este blog

sábado, 5 de noviembre de 2022

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura:  2 Mac 7, 1 -2. 9-14
Salmo responsorial: Salmo 16
Segunda lectura:  2 Tes 2, 16 - 3, 5
Evangelio:  Lc 20, 27-38
   


 El levirato era una norma mosaica difícil de entender desde nuestra sensibilidad contemporánea. El sentido de pertenencia al clan familiar era tan fuerte en Israel, que un cuñado tenía que dar un hijo a la viuda del propio hermano, si éste moría sin dejar descendencia. El hijo nacido de esa unión habría de tomar el nombre del difunto, garantizando así una descendencia a la familia. Esta norma, todavía practicada en entornos ultra ortodoxos en Israel, da a los saduceos la ocasión de poner en dificultad a Jesús.

La ocasión nace de una discusión entre Jesús y los saduceos. (¡Dichosas discusiones en las que, hoy como entonces, se trata de engolar la voz para escuchar el propio ego mientras se habla y se presume de cultura, sin implicarse realmente en lo que se discute!)

Los saduceos, a diferencia de los fariseos, representaban el ala aristocrática y conservadora de Israel; consideraban la doctrina de la resurrección de los muertos una inútil añadidura a la doctrina de Moisés, que había crecido lentamente en la reflexión del pueblo y había sido formulada definitivamente sólo en tiempo de la revuelta de los Macabeos, de la que se habla en la primera lectura.

Así, entremezclando la teoría no compartida de la resurrección con la costumbre del levirato, le proponen a Jesús un caso paradójico y retorcido: la famosa historia de la viuda "matamaridos."

La viuda matamaridos

El caso es ridículo: una mujer queda viuda siete veces, y es dada en matrimonio a siete hermanos, (¡parece el título de un musical!) pero no consigue descendencia; ¿una vez resucitada, de quién será mujer?

Jesús desvía la cuestión a otro plano e invita al auditorio a no poner la mirada en una visión que proyecta en el más allá de la muerte, lo que simplemente son las ansiedades y los deseos de la vida terrenal.

Jesús propone una nueva dimensión: la resurrección, en la que Jesús cree, que no es la continuación de las relaciones terrenales sino una nueva dimensión, una plenitud iniciada y nunca concluida, que no destruye los cariños. No se trata de una reencarnación, hoy tan de moda. Somos únicos e irrepetibles ante de Dios, no somos reciclables, y la vida no es un castigo del que huir, sino una oportunidad para reconocernos y crecer siempre más, una oportunidad que nos empuja a tener la confianza puesta en un Dios dinámico y vivo, no embalsamado como una momia. En el reino definitivo de Dios nos reconoceremos unos a otros, pero seremos todos en el Todo.

¿Hallowen? No, gracias

Acabamos de celebrar la memoria de nuestros queridos difuntos, entremezclada con la espléndida y alegre Solemnidad de Todos los Santos.

Nuestro tiempo tiende a olvidar y a banalizar la muerte, a pesar de que cada día son mostradas decenas de muertos, verdaderos o simulados, en las pantallas de TV; en realidad, sólo reflexionamos sobre la muerte cuando nos toca el pellejo.

La fiesta de Hallowen, desembarcada prepotentemente en Europa y convertida -obviamente- en un excelente negocio, viene de una tradición anterior a la cristiandad y que el cristianismo ha “bautizado”, haciendo coincidir la fiesta celta del fin del verano – el Samain celta -, con la reflexión sobre el fin de la vida. El éxito de todo esto revela que nuestra catequesis y predicación cristiana sobre la muerte y la resurrección resultan inadecuadas a nuestro tiempo y pobres en lenguajes significativos y comprensibles. Pero Hallowen tampoco ayuda nada.

sábado, 29 de octubre de 2022

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Sab 11,22- 12,2
Salmo responsorial: Salmo144
Segunda lectura: 2 Tes1,11 - 2,2
Evangelio: Lc 19, 1-10


Hoy día es difícil hablar del pecado; difícil y embarazoso.  

Estamos suspendidos entre dos actitudes fruto de nuestro inconsciente y de nuestra cultura. Por una parte, provenimos de un pasado que tuvo muy presente - hasta la saciedad - lo que era pecado. Hasta el punto de que la ley de Dios y la de los hombres se iban mezclando y confundiendo poco a poco, haciendo olvidar lo esencial.

Muchas personas que vivieron todas sus vidas muy atentas a no pecar (“antes morir que pecar”) obedecieron a una moral común, más que al evangelio: eran pecadoras porque era muy fácil serlo en un mundo hipercrítico y controlador. Se dice también que la Iglesia tampoco ayudó mucho a hacer crecer evangélicamente a las personas en aquella situación social, no lo sé, si fue exactamente así, pero es posible.

Hoy, en cambio, vivimos un tiempo en el que parece que se ha abolido el pecado por decreto: la moral común se reduce a la mínima expresión; lo que es justo y lo que no, aunque sea equivocado, lo decide la mayoría; la conciencia, si la hay, se tiene que adecuar al entorno y a lo políticamente correcto, ¡faltaría más! Vivimos un tiempo rodeados de gente muy severa e intransige con los “otros” –los políticos a la cabeza - pero siempre bastante blanda al valorar nuestras propias pequeñas certezas y razones: (¡que le levante la mano quién no haya tenido nunca una excusa lista cuando le han atizado una multa!). La Iglesia, últimamente, también ha acabado en el punto de mira: es fea, sucia y mala; y todos sus miembros también, nadie está excluido de ser sospechoso por el mero hecho de ser creyente. En fin, un buen avispero. Pero tranquilos que todavía lo hay peor.

El interior

Lo peor está en el interior, en el inconsciente, en la parte profunda que sólo conocemos desde algo más de un siglo, gracias a la intuición de un simpático estudioso de la parte escondida de la conciencia, un tal Freud. Desde entonces se ha caminado mucho y hemos entendido lo mucho que influyen en ella la educación, la cultura, lo que los otros se esperan de nosotros.

Algunas personas logran - y se logra fácilmente - hacerse una gruesa costra y arrasan con todo y con todos. Otros, más débiles, viven llenos de miedo y con sentido de culpa.

En medio de todo esto es difícil que Dios nos pueda decir algo, es difícil crear esa sutil armonía que nos acerca a Dios tomando conciencia de nuestro límite, es difícil reconocer y superar los sentimientos de culpa, y es pesado ir reduciendo la parte oscura de cada uno de nosotros.

Pero hoy, hermanos, la Palabra de Dios viene una vez más en nuestra ayuda.

La paciencia de Dios

Dios no quiere el pecado, ni siquiera lo conoce, no lo concibe.

El pecado es el no-yo, la no-persona, la parte tenebrosa que acaba por prevalecer, el pequeño ogro que nace junto a nosotros y que nos acompaña toda la vida.

En hebreo la palabra “pecado” significa “errar el tiro”, como hace un arquero inexperto. Así ocurre y nosotros, todos, venga a decir infantilmente que el blanco está demasiado lejos, que el arco está flojo, que alguien nos ha distraído en el momento de disparar. Dios, en cambio, nos trata como adultos, tiene paciencia con nosotros y nos ama.

Olvidaros, hermanos, de la idea raquítica y demoníaca de un Dios severo sediento de sangre, que juzga duramente sus criaturas: no es así, Él ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho, Él soporta el pecado. Como dice la espléndida primera lectura que hemos escuchado: ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras? Dios nos ama de ese modo porque piensa que podemos conseguir la conversión y la vida.

sábado, 8 de octubre de 2022

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: 2 Re 5,14-17
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 2 Tim 2,8-13
Evangelio: Lc 17, 11-19
 

Jesús va subiendo hacia Jerusalén, con el rostro endurecido, decidido a dar testimonio del amor del Padre, cueste lo que cueste. Los apóstoles no saben que el Maestro ya está intuyendo los derroteros que va tomando su misión y que esta sensación, en lugar de derribarlo, no hace más que motivarlo y empujarlo a la entrega total de sí. 

En el camino se encuentran con diez leprosos que gritan a distancia.  La lepra es una enfermedad terrible y desoladora, que pudre el cuerpo, el espíritu y las relaciones humanas.

De los diez uno era extranjero y hostil, un samaritano; pero la enfermedad y el dolor igualan a todas las personas, sin distinciones de raza o religión o etnia. El sufrimiento es y permanece como la experiencia más común del vagar humano. 

Los leprosos iban gritando su dolor, su abandono, su lento e inexorable pudrimiento. Éste es el cuadro que nos pinta el Evangelio de hoy. 

Jesús no los cura inmediatamente, sino que les dice que vayan a los sacerdotes para ser curados, como estaba prescrito en la ley. Es que, a veces, Jesús nos cura a plazos, nos pide ponernos en camino, salir de nosotros mismos, para luego ver los resultados desde una nueva perspectiva. A veces Jesús, tan simpático él, nos pide que vayamos a un cura para ser curados. 

Normas 

Era algo que quedaba como una herencia del antiguo Israel, cuando los sacerdotes también hacían el oficio de médico, que era el único que podía certificar la curación y la reintegración social de un leproso.  

Esta solicitud, por parte de Jesús, indica su profundo respeto por el pasado de Israel; él no ha venido a cambiar una jota o una tilde de la ley, sino a darle cumplimiento, a perfeccionarla, a reconducir el proyecto de Dios a sus orígenes.

Tampoco la curación es instantánea, exige un camino, un fiarse; Dios no quiere milagros espectaculares, sino que siempre pide conciencia, camino, confianza y mediación.  

Los diez leprosos se marchan y, mientras van de camino, se dan cuenta de que ya están curados. 

También a nosotros nos puede pasar que somos curados por la calle, en el camino cotidiano, cuando dejamos de poner condiciones a Dios y a nosotros mismos. 

Asombrados, inquietos y trastornados, los leprosos curados cumplen la petición de Jesús y van al sacerdote. Excepto uno, el samaritano, aquél que no tiene templo, que no tiene sacerdotes, aquél que no tiene ninguna religión oficial.  

Por eso, el samaritano no sabe adónde ir y vuelve sobre sus pasos.  Vuelve al verdadero Templo, que es Jesús. 

La lepra de la ingratitud 

Uno solo vuelve a dar las gracias, lleno de fe. Jesús, desalentado, constata que fueron diez los sanados, pero sólo uno ha sido salvado.

Una vez curados, vuelven las diferencias: es el misterio de la fragilidad humana. Nueve van al templo y el samaritano, de nuevo solo, sin un templo en donde ser acogido, corre al Templo de la gloria de Dios que es Jesús.  

El samaritano regresa alabando a Dios dando grandes voces, no puede callar, grita su alegría, porque su soledad y su marginación por fin han terminado. ¿Y los otros? pregunta Jesús.  

Nada, desaparecidos. Curar a las personas de su ingratitud es mucho más difícil que curarlas de sus enfermedades.  

sábado, 10 de septiembre de 2022

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Ex 32, 7-11.13-14
Salmo Responsorial: Salmo 50
Segunda lectura: 1 Tim 1, 12-17
Evangelio: Lc 15, 1-32
 
                        Amigos, el domingo pasado veíamos el buen negocio cristiano que tenemos entre manos: con el Señor lo tenemos todo; sin el Señor no tenemos nada. Jesús afirma ser más grande que la alegría mayor y más intensa que humanamente podamos experimentar. Así, para el discípulo que, sintiendo la inmensa sed de infinito que late en el corazón y la aguda nostalgia de absoluto, Jesús propone un camino hacia un descubrimiento inesperado: el verdadero rostro de Dios.

            Nuestro pequeño dios

“Despacio, Padre, - dirá alguien - que yo conozco a Dios y lo sirvo desde niño, yo soy cristiano viejo”. Está bien, muy bien, pero lo que el Señor pide a los discípulos, para no caer en una ensoñación, es confrontarse constantemente con la Palabra. No con cualquier palabra, sino con la Palabra, la única, la de Dios.

Todos tenemos una idea de Dios para creer en Él o rechazarlo. Tenemos una idea espontánea, natural, inconsciente de Dios, una especie de religiosidad innata grabada como una impronta en el ser humano. Pero eso no es suficiente.

Muchas veces, la idea que tenemos de Dios es aproximada y, muchas veces, no demasiado agradable que se diga. Dios existe, por supuesto, faltaría más, y además es poderoso, pero también incomprensible en sus discutibles decisiones. Venga, amigos, seamos sinceros: ¿no habéis pensado más de una vez frente a la estupidez humana que nos rodea, que vosotros habríais gobernado el mundo mucho mejor; que Dios, al menos, debería detener las guerras; que esa madre de familia devorada por el cáncer es un gran despropósito divino; que las catástrofes naturales son un despiste de un dios distraído que no controla las fuerzas de la naturaleza?

Esta idea falsa de Dios tiene que ser iluminada por la revelación de Jesucristo. Jesús y el Padre son uno; Jesús no es sólo un hombre con una inmensa sensibilidad espiritual, no. Creemos, yo creo firmemente, que es la misma presencia de Dios.

             El Dios de Lucas

            De entre los cuatro evangelistas, Lucas es el que más tuvo que dar este salto hacia la divinidad de Jesús y la misericordia divina. Él, un griego de Antioquía, estaba acostumbrado a una religiosidad vinculada a unos dioses y hombres caprichosos como nosotros en todas las cosas. ¡Qué sobresalto debió haber sentido en su corazón al escuchar a aquel tipo de Tarso, hablar de Dios de un modo absolutamente innovador! Dios, decía Pablo, es un Padre lleno de ternura, lejano en años luz de nuestras fobias y de nuestros temores.

Lucas había creído en el Dios que anunciaba Pablo, había recibido el bautismo y la nueva vida siguiendo al Maestro Jesús, el judío. Luego, después de muchos viajes, después de un montón de alegrías, después de una vida de conocimiento, nos da, como en tres perlas, la síntesis del rostro de Dios en las extraordinarias parábolas que hoy hemos escuchado.

viernes, 5 de agosto de 2022

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (6 de agosto)

 


 

Primera Lectura: Dan 7, 9-10.13-14

Salmo Responsorial: Salmo 96

Segunda Lectura: 2 Pe 1, 16-19

Evangelio: Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-10; Lc 9, 28-36


Por medio de la transfiguración de Cristo en la montaña, los discípulos pudieron contemplar su gloria y hacerse capaces de comprender el misterio de la crucifixión libremente aceptada, proclamando que Jesús es el resplandor de la gloria del Padre.

Es esta una fiesta que tiene su origen en la dedicación de las iglesias edificadas en el monte Tabor. Hay ya indicios de ella en el siglo VI.
 
En el Tabor
La experiencia de Transfiguración del Señor ha de servirnos para redescubrir y elegir qué personas queremos ser, de la misma manera que Jesús eligió en el Tabor qué tipo de Mesías quería ser.

Para vivir esta experiencia es necesario subir, como los apóstoles, a ese montículo personal en el que todo creyente encuentra la belleza de Dios.
El Tabor evoca el momento en que Jesús, gran Rabí y carismático profeta, desvela su verdadera identidad, supera los límites y se ofrece a la vista pasmada y asombrada de los apóstoles. El Tabor nos habla de lo absolutamente otro que es Dios, nos habla de su inmensa gloria y de su indescriptible belleza.

El Tabor es la meta de la conversión. Y esto es preciso decirlo y repetírnoslo a nosotros católicos, tan inclinados a las autolesiones, a nosotros que asociamos la fe al dolor, que representamos siempre a Jesús como el crucificado, olvidándonos del resucitado.

El tiempo del dolor llegará, por supuesto, pero será sobre otro monte, una pequeña cantera de piedra en desuso llamado Gólgota, allí lo veremos colgado y podremos dirigir la mirada al que traspasaron.
 
Lo más bello
Pero antes, es imprescindible acordarse de la belleza de Dios, de su embriagante presencia. La liturgia, provocativamente, nos pone delante la transfiguración del Señor para indicarnos el lugar al que tenemos que llegar. Si en mi vida hago gestos de conversión y solidaridad, de renuncia, de oración y de autenticidad es sólo para poder ser libre y llegar a ver la gloria del Maestro y Señor.

sábado, 25 de junio de 2022

DOMINGO 13º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: 1 Re 19, 16.19-21
Salmo Responsorial: Salmo 15
Segunda Lectura: Gal 5, 1.13-18
Evangelio: Lc 9, 51-62

¿Qué tipo de discipulado?

En la opinión de muchísima gente el papa Francisco ha entrado en el corazón de muchas personas, incluso de gente escéptica y lejana de la Iglesia. En realidad todos los que van más allá de las apariencias saben bien que Francisco dice lo mismo que Benedicto y Juan Pablo dijeron. Obviamente el evangelio es el mismo siempre. Sin embargo, muchos “católicos de toda la vida”, clérigos y laicos atados a las tradiciones farisaicas (Mc 7, 1-13) están atacando cada vez con más virulencia, sin darse cuenta del gran daño que causan al Pueblo de Dios y provocando más desafecto a la Iglesia.

Pero, gracias a Dios, Francisco es un discípulo de Jesús que tiene el don de volver a lo esencial. De ser creíble. De ser él mismo. De dejar las cosas segundas y terceras en el segundo y tercer lugar. Con Francisco nos ha visitado el Espíritu.

Hoy el evangelio habla del discipulado. Y fijaros bien que no es ésta precisamente una ligera lectura veraniega.

Llegar a ser discípulos del Dios de Jesús es un empeño que dura toda la vida, que pide mucha energía y mucha verdad con nosotros mismos. La apuesta es alta. Implica el sentido de la propia vida, descubrir la razón de nuestro existir y el designio escondido tras los acontecimientos de la Historia.

Jesús no es un rabino deseoso de discípulos, ni pone el listón bajo con tal de ganarse a la gente, ni cede a compromisos y apaños para suscitar consensos. Diversamente a los gurús de ayer y de hoy no desea ser famoso, ni tener a su alrededor una nube de palmeros alocados.

Él sólo quiere anunciar el Reino, mostrarnos el espléndido e inesperado rostro del Padre. Incluso cuando eso cuesta sufrimiento y sangre.

Contrariamente a cuánto sucedía con los rabinos de su tiempo, Jesús no se hace elegir, sino que él elige a los discípulos y les pone condiciones inesperadas.

Un Maestro audaz

Las condiciones para convertirse en discípulos de Jesús están en relación con el nivel de riesgo que se quiera correr, porque él quiere discípulos dispuestos a ponerse absolutamente en juego, en todo momento y no solamente en los momentos místicos de la vida.

La página evangélica de hoy está introducida decididamente por el hecho de que Jesús se encamina hacia Jerusalén, el lugar dónde el anuncio del Evangelio va a ser puesto a prueba.

Jesús endurece el rostro y asume plenamente el desafío: se encamina sin demora hacia aquella ciudad que mata a los profetas, que destroza cualquier opinión, que destruye toda novedad que parezca peligrosa. Jesús está dispuesto a morir con tal de describir el verdadero rostro de Dios y pretende que sus discípulos tengan esa misma convicción.

 Atención a los misticismos

Una convicción que no puede convertirse jamás en violencia, aunque sólo sea verbal, aunque sea por una buena causa. El papelón que juega el apóstol Juan en el evangelio de hoy, es desalentador; él, el místico que exhorta a los hermanos en el recorrido de fe, y que por él han tenido la alegría de experimentar la dulzura de la oración y la meditación, del silencio y de la contemplación, alcanzando cumbres espirituales no habituales, resulta deprimente.

Porque el haber recibido enormes gracias no nos preserva de clamorosos errores, tanto más peores cuanto motivados por presuntas revelaciones interiores.

El discípulo de Jesús es un amante de la paz, un pacifista apaciguado, alguien que sabe que elegir el Evangelio es, precisamente, una opción libre; alguien que sabe valorar, dentro de la paciente lógica del Evangelio, el fracaso de su propio anuncio, sin querer por ello abrasar en el fuego al que libremente no lo haya elegido.

martes, 1 de marzo de 2022

MIÉRCOLES DE CENIZA 2022

 


Primera Lectura: Joel 2, 12-18

Salmo Responsorial: Salmo 50

Segunda Lectura: 2 Cor 5, 20 – 6,2

Evangelio: Mt. 6, 1-6.16-18

Ceniza

Hoy comienza la Cuaresma en la Iglesia católica latina. Son 40 días de recorrido que nos llevará hasta la celebración de la Pascua. Un tiempo en el que somos invitados a vivir en la renovación y el crecimiento personal y comunitario. ¡Tomemos en serio este tiempo de salvación! Tomar en serio no significa poner el rostro adusto y triste, cara de vinagre… sino tomar la vida en nuestras manos y revisarla junto con el Señor y a través de su mirada tierna y amorosa.

Particularmente, en este año caracterizado por la pandemia acabando y la guerra de Ucrania empezando, el Papa Francisco nos invita a vivir la Cuaresma como una llamada a hacer el bien siempre, a todos y sin cansarnos.

Mensaje

Entre otras cosas, dice el Papa en su mensaje para la Cuaresma de este año:

-          Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

-          No nos cansemos de hacer el bien. Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21).

-          No nos cansemos de orar. Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad. Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte

-          No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. 

-          No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Si es verdad que toda nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37).

 Conversión

Convertíos a mí de todo corazón, escuchamos en la profecía de Joel (1ª lectura). Convertirse significa volver la mirada a Dios, buscarle y dejarnos encontrar por Él.

sábado, 29 de enero de 2022

DOMINGO 4º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)




Primera Lectura: Jer 1, 4-5.17-19
Salmo Responsorial: Salmo 70
Segunda Lectura: 1 Cor 12,31–13,13
Evangelio: Lc 4, 21-30

Encontrar Dios es como enamorarse y participar en una espléndida fiesta. En cambio, para conocerlo y convertirnos en discípulos del Nazareno tenemos que hacer como Lucas: tomar en serio el evangelio, que no es una colección de piadosas exhortaciones ni un manual de moral.

Jesús no está perdido en las aproximaciones de las fábulas, sino que está firmemente anclado en la historia. La fe tiene que ver con las emociones, ciertamente, pero se nutre de la verdad.

Jesús inicia el ministerio en su casa, en la sinagoga de Nazaret. El domingo pasado escuchamos la narración de Lucas sobre la lectura del profeta Isaías, que Jesús hace durante el culto del “shabbat”, una lectura sobre los tiempos mesiánicos. En ella, Isaías profetiza esperanza, consuelo, vuelta del destierro, conversión, paz, luz, en fin una bendición infinita sobre el pueblo de Israel.

Jesús concluye diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura.” Es él quien lleva aquella buena noticia. Él mismo es la buena noticia.

¿Estupendo, no? En este punto un buen guión cinematográfico introduciría, con una música intensa, un primerísimo plano de Jesús que se va extendiendo sobre una muchedumbre estupefacta que se alegra y llora y a la que Jesús abraza.

Pero la vida no es casi nunca una película. Jesús termina la lectura, cierra el rollo del profeta Isaías y la gente comienza a murmurar cada con voz más alta.

“¿Pero no es el hijo de José, el carpintero? ¡Sí, es él! ¡También yo tengo una bonita cómoda que me ha hecho a su padre! ¿Pero qué le pasa? ¿Ha perdido la cabeza?”

Jesús reacciona, cita la Escritura, explica lo difícil que resulta ser profeta en su propia casa, cómo sólo los extranjeros como la viuda de Sarepta o Naaman el sirio, han sabido reconocer a grandes profetas como Elías y Eliseo. Y se monta el gran follón.

Al inicial desconcierto sucede la ofensa y la suspicacia: ¿Pero cómo se permite esto? ¿Pero quién se cree ser este joven pretencioso? ¡Nosotros sabríamos reconocer a Elías o a Eliseo! ¡Sabríamos acoger al Mesías, si Adonai – el Señor - lo enviara!

Verdades incómodas

Hoy tenemos que hablar de los profetas a los que no escuchamos. Hoy tenemos que hablar de cómo Dios ha venido a hablar de sí mismo y cómo nosotros nos negamos a escucharlo.

Las razones del rechazo son evidentes: Jesús es un Mesías insignificante, poco espectacular, que no corresponde a los criterios mínimos de seriedad del profeta estándar de toda la vida.

Así sucede también en nuestro mundo desencantado y cínico: estamos tan empapados de lo que pensamos que es el cristianismo, que no reconocemos el verdadero rostro de Dios.

¿Qué tiene que ver la Iglesia con Dios? ¿Qué tienen que ver con el Evangelio tantas cuestiones abiertas en el ámbito de la ética? ¿Qué tienen que ver nuestras comunidades con Jesús?