Traducir

Buscar este blog

viernes, 28 de noviembre de 2014

Cardenal Tarancón: 20 años

Hace 20 años que murió el Cardenal Vicente E. Tarancón. Señero hombre de Iglesia en el post concilio y servidor de la convivencia en España en los tiempos de la Transición.

La homilía en la Misa de Coronación del Rey Juan Carlos I es una pieza excelente de proclamación de fe en Dios y de convivencia humana. Valores que, a casi 40 años vista, parecen estar bastante ausentes en nuestra sociedad.


CARDENAL TARANCÓN
HOMILIA EN LA CORONACION DEL REY
(Pronunciada en la Iglesia Parroquial de San Jerónimo el Real
la mañana del 27 de noviembre de 1975)

Majestades.
Excelentísimos señores de las Misiones Extraordinarias.
Excelentísimo señor Presidente del Gobierno.
Excelentísimo señor Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino.
Excelentísimos señores.
Hermanos:

Habéis querido, Majestad, que invoquemos con Vos al Espíritu Santo en el momento en que accedéis al Trono de España. Vuestro deseo corresponde a una antigua y amplia tradición: la que a lo largo de la historia busca la luz y el apoyo del Espíritu de sabiduría en la coronación de los Papas y de los Reyes, en la convocación de los Cónclaves y de los Concilios, en el comienzo de las actividades culturales de Universidades y Academias, en la deliberación de los Consejos.
Y no se trata, evidentemente, de ceder al peso de una costumbre: En Vuestro gesto hay un reconocimiento público de que nos hace falta la luz y la ayuda de Dios en esta hora. Los creyentes sabemos que, aunque Dios ha dejado el mundo a nuestra propia responsabilidad y a merced de nuestro esfuerzo y nuestro ingenio, necesitamos de Él, para acertar en nuestra tarea; sabemos que aunque es el hombre el protagonista de su historia, difícilmente podrá construirla según los planes de Dios, que no son otros que el bien de los hombres, si el Espíritu no nos ilumina y fortalece. Él es la luz, la fuerza, el guía que orienta toda la vida humana, incluida la actividad temporal y política.
Esta petición de ayuda a Dios subraya, además, la excepcional importancia de la hora que vivimos y también su extraordinaria dificultad. Tomáis las riendas del Estado en una hora de tránsito, después de muchos años en que una figura excepcional, ya histórica, asumió el poder de forma y en circunstancias extraordinarias. España, con la participación de todos y bajo Vuestro cuidado, avanza en su camino y será necesaria la colaboración de todos, la prudencia de todos, el talento y la decisión de todos para que sea el camino de la paz, del progreso, de la libertad y del respeto mutuo que todos deseamos. Sobre nuestro esfuerzo descenderá la bendición de quien es el «dador de todo bien». Él no hará imposibles nuestros errores, porque humano es errar; ni suplirá nuestra desidia o nuestra inhibición, pero sí nos ayudará a corregirlos, completará nuestra sinceridad con su luz y fortalecerá nuestro empeño.
Por eso hemos acogido con emocionada complacencia este Vuestro deseo de orar junto a Vos en esta hora. La Iglesia se siente comprometida con la Patria. Los miembros de la Iglesia de España son también miembros de la comunidad nacional y sienten muy viva su responsabilidad como tales. Saben que su tarea de trabajar como españoles y de orar como cristianos son dos tareas distintas, pero en nada contrapuestas y en mucho coincidentes. La Iglesia, que comprende, valora y aprecia la enorme carga que en este momento echáis sobre Vuestros hombros, y que agradece la generosidad con que os entregáis al servicio de la comunidad nacional, no puede, no podría en modo alguno regatearos su estima y su oración.

domingo, 9 de noviembre de 2014

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN (9 de noviembre)


Primera Lectura: Ez 47,1-2.8-9.12
Salmo Responsorial: Salmo 45
Segunda Lectura: 1Cor 3,9c-11.16-17
Evangelio: Jn 2, 13-22


San Pedro del Vaticano no es la Catedral de Roma, como muchos piensan, sino San Juan de Letrán. Y hoy la Iglesia celebra la dedicación de la Basílica que es reconocida como "madre" de todas las basílicas del mundo, la primera entre todas las catedrales. Recordar la fecha de la dedicación, es decir de la consagración de la Basílica, recuerda a todas las Iglesias locales la primacía de la Iglesia de Roma. Roma es la primera entre iguales porque ha tenido el honor de tener como primer responsable a Pedro. Pero, como recuerda san Gregorio Magno, uno de los grandes papas de la historia, es la primera sobre todo en el servicio a los pobres y en la custodia de la verdad.

Iglesia e iglesias
Es curiosa la fiesta de hoy: en todo el mundo los cristianos de la Iglesia Romana celebramos la dedicación de la Catedral de Roma, como si fuera la propia y celebrarla en domingo, como hoy sucede, adquiere un aspecto de reflexión particular. La razón de esta fiesta es sencilla, la liturgia nos recuerda el papel central de la Iglesia de Roma en nuestra experiencia y el papel de las iglesias (con minúscula), de los lugares de culto, para los cristianos.
¿Qué es la Iglesia? Espontáneamente nos viene pensar en un lugar, en un templo, ¿no es verdad? Por otra parte, la historia del arte nos presenta escenarios extraordinarios, competiciones de belleza, catedrales que desafían el tiempo para dar gloria y alabanza a Dios. En el cristianismo, como en cada cultura y civilización, el arte expresa todo lo mejor de sí mismo cuando trata de alcanzar Dios, cuando trata de expresar el concepto absoluto de belleza. Pero, amigos, la iglesia, el templo, tiene sentido solo si contiene en ella una Iglesia (con mayúscula), es decir una comunidad (ekklesía). La visión cristiana del templo es bastante desacralizadora: no existen lugares que contengan a Dios, sino lugares que contienen una comunidad que alaba Dios. Por tanto nuestras iglesias son una referencia continua a la Iglesia formada por personas vivas. Más aún: el riesgo de reducir a museos nuestros lugares de culto es muy real y esto nos tiene que espolear a construir la comunidad.
¿Qué es la Iglesia? Es  el sueño de Dios, es decir, hermanos y hermanas reunidos por su Palabra que, poniendo sus dones y talentos al servicio del Reino, construyen un lugar en el mundo para hacer presente el amor de Dios. Dicho así es poético y bonito; luego, en lo concreto, nos estrellamos con nuestra frágil experiencia de comunidad. Comunidades cansadas administradas semidespóticamente por sacerdotes demasiado atados a su rol clerical, comunidades-hotel que son vividas como una institución distribuidora de servicios; comunidades-fantasma de nuestras ciudades en las que, quién participa, sólo pide ser dejado en paz para cumplir con sus propias devociones. Esto no es así, amigos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (1 de noviembre)


Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda lectura: 1Jn 3,1-3
Evangelio: Mt 5, 1-12a

Hoy la Iglesia celebra en una única fiesta la santidad que Dios derrama sobre las personas que confían en él. ¡Una fiesta extraordinaria, que hace crecer en nosotros el deseo de imitar a los santos en su amistad con Dios! 
  ¡Qué bonito convertirse en santo! Ciertamente no por las imágenes y los devotos que encienden cirios a sus pies.... Sino porque llegar a ser santo significa realizar el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, significa convertirse en la obra maestra que él ha pensado para nosotros. Dios cree en nosotros y nos ofrece todos los elementos para convertirnos en santos, como él es Santo. Sólo Dios es Santo, pero desea compartir esta santidad con nosotros. ¡La santidad, como diría santa Teresa de Lisieux, no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias!
Hoy es la fiesta de nuestro destino, de nuestra llamada. La Iglesia en camino, hecha de santos y pecadores, nos invita a fijarnos en la verdad profunda de cada persona: tras cada mirada, dentro de cada uno de nosotros, se esconde un santo en potencia. Cada uno de nosotros nace para realizar el sueño de Dios y nuestro puesto es insustituible en este mundo.  
El santo es el que ha descubierto este destino y lo ha realizado; mejor aún: se ha dejado hacer, ha dejado que Dios tome posesión de su vida.  
 
El santo  
La santidad que celebramos es la de Dios y, acercándonos a él,  primero somos seducidos y después contagiados. La Biblia a menudo habla de Dios y de su santidad, de su amor perfecto, de equilibrio, de luz, de paz. Él es el Santo, el totalmente otro, pero la Escritura nos revela que Dios desea fuertemente compartir la santidad con su pueblo.  
Dios ya nos ve santos, ve en nosotros la plenitud que ni siquiera nos atrevemos a imaginar, conformándonos con nuestras mediocridades.  
No hay más que una tristeza: la de no ser santos. ¡Qué gran verdad!  
El santo es todo lo que de más bello y noble existe en la naturaleza humana; en cada uno de nosotros existe la nostalgia de la santidad, de lo que somos llamados a ser: escuchemos esa llamada, esa nostalgia. Saquemos a los santos de las hornacinas de la devoción en las que los hemos desterrado y convirtámoslos en nuestros amigos y consejeros, en nuestros hermanos y maestros, repongámoslos en la cotidianidad de nuestra vida, escuchémoslos cuando nos sugieran el recorrido que nos lleva hacia la plenitud de la felicidad. Los que han vivido a Dios en su totalidad desean vivamente que también nosotros experimentemos la inmensa alegría que ellos han vivido.  

domingo, 19 de octubre de 2014

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 45, 1.4-6
Salmo Responsorial: Salmo 96
Segunda Lectura: 1Tes1,1-5
Evangelio: Mt 22, 15-21

¿César o Dios?
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta de Nazaret, defensor de los pobres.
¡Cuántas veces esta frase de Jesús ha sido usada para justificar las más diversas tomas de posición! La han usado los gobiernos laicos para sustentar su autonomía respecto a la injerencia de la Iglesia. La ha usado la Iglesia para defender la legitimidad de la institución en el seno del Estado. Pero también la han usado los gobiernos anticlericales para justificar sus propias y discutibles acciones.
Y algún Papa también, en plan de delirio de omnipotencia, para justificar sus propias reivindicaciones de las cosas terrenales, la política incluida.
Como siempre ocurre, tenemos que tener el ánimo de tomar la Palabra como es, insertándola en su contexto, tratando de entender lo que el Señor quiere decirnos, en este caso, con la afirmación de Jesús que no deja de ser enigmática.

Obstáculo
La primera cosa que Mateo nos hace notar en el evangelio de hoy es que la pregunta está hecha para poner a Jesús en dificultad: es una verdadera trampa lo que se esconde tras la pregunta de sus oponentes.
El pueblo de Israel, desde hace casi un siglo, vivía bajo la dominación romana, unas veces más presente y opresiva, otras, como en el momento en que vivió Jesús, más discreta. ¡Pero, en una y otra situación, cada sujeto del imperio tenía que pagar un impuesto al menos una vez al año y nadie quiere pagar impuestos, faltaría más, sobre todo si luego acaban en manos de un gobierno considerado invasor y opresor!

domingo, 28 de septiembre de 2014

Papa Francisco a los jesuitas en los 200 años de la Restauración de la Compañía de Jesús


El 27 de septiembre de 2014, el Papa presidió las Vísperas de Acción de Gracias por la Restauración de la Compañía de Jesús, hace 200 años. Estas son las palabras dirigidas a los jesuitas en el transcurso de la celebración:
La Compañía distinguida con el nombre de Jesús ha vivido tiempos difíciles, de persecución. Durante el generalato del p. Lorenzo Ricci "los enemigos de la Iglesia llegaron a obtener la supresión de la Compañía" (Juan Pablo II, Mensaje al p. Kolvenbach, 31 de julio de 1990) por parte de mi predecesor Clemente XIV. Hoy, recordando su reconstitución, estamos llamados a recuperar nuestra memoria, recordando los beneficios recibidos y los dones particulares (cf Ejercicios Espirituales, 234). Hoy quiero hacerlo aquí con ustedes.
En tiempos de tribulaciones y turbación se levanta siempre una polvareda de dudas y de sufrimientos, y no es fácil seguir adelante, proseguir el camino. Sobre todo en los tiempos difíciles y de crisis llegan tantas tentaciones: detenerse a discutir las ideas, a dejarse llevar por la desolación, concentrarse en el hecho de ser perseguidos y no ver nada más.
Leyendo las cartas del p. Ricci me impactó una cosa: su capacidad para no dejarse sujetar por estas tentaciones y de proponer a los jesuitas, en el tiempo de la tribulación, una visión de las cosas que los arraigaba aún más a la espiritualidad de la Compañía.
El p. General Ricci, que escribía a los jesuitas de entonces, viendo las nubes que se espesaban en el horizonte, los fortalecía en su pertenencia al cuerpo de la Compañía y a su misión. He aquí: en un tiempo de confusión y turbación hizo discernimiento. No perdió el tiempo para discutir ideas y quejarse, sino que se hizo cargo de la vocación de la Compañía.
Y esta actitud ha llevado a los jesuitas a experimentar la muerte y resurrección del Señor. Antes de la pérdida de todo, incluso de su identidad pública, no opusieron resistencia a la voluntad de Dios, no opusieron resistencia al conflicto, tratando de salvarse a sí mismos. La Compañía -y esto es hermoso- vivió el conflicto hasta el final, sin reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Nunca se salva uno del conflicto con la astucia y con estratagemas para resistir. En la confusión y ante la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar una salida al conflicto de modo aparentemente tranquilo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Is 55, 6-9
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Flp 1, 20-27
Evangelio: Mt 20, 1-16

Difícil historia la del perdón. Una reflexión ácida, dura, que nos inquieta por dentro. El perdón es laborioso, serio, exige una conversión radical. Sin embargo en el perdón se juega gran parte de la credibilidad del cristianismo. El perdón que trastorna la violencia, que se vuelve profecía de un mundo nuevo, que redibuja el rostro humano, transformándolo en imagen de Dios, devolviéndolo a su rostro auténtico.
La comunidad cristiana, con su modo de entretejer relaciones, con su capacidad de discutir (¡ y pelear!) de “otra” manera, con su capacidad de tomar en serio la suerte de cada hermano, se convierte en una anticipación del mundo nuevo.
Todo esto en teoría, porque pasados ya trece años del atentado a las torres gemelas el mundo sigue viviendo en la inquietud y en la violencia, incapaz de convertirse a lo que es obvio: que sólo en el perdón y en la aceptación de la diversidad podremos vivir una vida provechosa para todos.
En cada uno de nosotros, hay un pequeño déspota que quisiera ser el dictador de los demás.
Hemos sobrevivido a dos semanas de Palabra de Dios urticante, y hoy nos encontramos con la parábola del dueño de la viña, que nos muestra la lógica de la gratuidad total, completamente diferente a la lógica basada en los méritos.

Incomprensible
La actitud del dueño de la viña es ciertamente incomprensible: la viña tiene mucha tarea, es grande y necesita muchos obreros para poder llevar a cabo la vendimia. Sale a la calle pronto, por la mañana, para contratar a los primeros obreros. Cuando ve que todavía no bastan, vuelve para buscar más obreros y establece con ellos "lo que es justo" como recompensa del trabajo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)


Primera Lectura: Num 21,4b-9
Salmo Responsorial: Salmo 77
Segunda Lectura: Flp 2,6-11
Evangelio: Jn 3, 13-17


            Tenemos mucha razón al sentirnos cansados muchas veces, incluso atormentados, ante tanto sufrimiento y dolor, no sólo viendo el mundo que nos rodea, sino también en nuestro interior y en lo más cercano y querido: el sufrimiento en nuestras familias y nuestros amigos. Dios nos cura por dentro, en nuestro más profundo interior, cierto, pero ¿por qué tanto sufrimiento inútil?
            La fiesta de la exaltación de la santa cruz, que hoy reemplaza la del domingo, creo que puede ayudarnos.

            Historia
            Es una fiesta que nace de un hecho histórico: la reina Elena, madre de  Constantino, el primer emperador convertido a la fe, aprovechó su posición para organizar una imponente peregrinación a Tierra Santa con la bendición y mucho dinero, de su hijo. Su devoción la empujó a visitar todos los lugares en que se mantuvo la memoria de la presencia del Señor - guardados con devoción por los discípulos durante tres siglos - y a ordenar la construcción de imponentes basílicas. Sobre el lugar de la crucifixión había surgido un templo pagano que la reina no titubeó a hacer demoler hasta encontrar la colina del Gólgota y las tumbas adyacentes.
            Según una piadosa tradición, en una de las cisternas contiguas a las excavaciones se encontraron cruces, entre las cuales presuntamente estaba la de Jesús que fue llevada triunfalmente a Constantinopla, un día 14 de septiembre.
            Este descubrimiento suscitó gran sensación y las comunidades cristianas, en veinte años, pasaron de ser perseguidas a ver la cruz del Señor llevada triunfalmente a Constantinopla. Hoy, para nosotros esto es ocasión de una seria reflexión sobre la cruz.

             Fiesta
            La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?
            Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

domingo, 18 de mayo de 2014

DOMINGO V DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 6, 1-7
Salmo responsorial: Salmo 32
Segunda lectura: 1 Pe 2, 4-9
Evangelio: Jn 14, 1-12

No debemos tener miedo, dice Jesús. Y utiliza el verbo indica que el temor suscitado por la tormenta en el mar.
Es cierto. En las vicisitudes de la vida muchas veces nos sentimos como en medio de una tormenta, incapaces de gobernar el barco. El clima de tensión que vivimos, la inseguridad económica, la desintegración de los valores, la insignificancia de la Iglesia en la sociedad, no hace más que cargar el ambiente. Da la sensación de estar en el final de una era.
No tengamos miedo, nos insiste el Señor, confiemos en él, que nos prepara un lugar en la casa del Padre. En medio de las vicisitudes de la vida el Señor Jesús nos muestra el camino para descubrir el verdadero rostro de Dios y, en consecuencia, el rostro de nosotros mismos.
Son palabras fuertes las que la liturgia nos ofrece hoy; las palabras pronunciadas por Jesús, según el evangelista Juan, durante su última cena, una especie de testamento para los discípulos.

¿Cómo?
A Tomás, Jesús le indica un recorrido, un camino. En los comienzos de la Iglesia, los cristianos eran llamados “los del camino”, los que seguían un camino. En cambio, hoy en día, muchos conciben la fe como una casa, un templo, un refugio, un bunker, un paquete de verdades inamovibles en las que creer. No deja de ser curioso.
Sin embargo, el cristianismo es algo dinámico, que está siempre en camino, ¡alguien que sigue a quien no tiene donde reclinar la cabeza no puede pretender ser un cristiano de una vez para siempre!
Jesús responde al desconcertado Tomás, que acaba de enterarse pero no del todo, que el Señor va delante de nosotros, que va a siempre más allá, que no nos deja solos, sino que nos invita a arremangarnos para la tarea.
Para mantenernos creyentes, dice Jesús, debemos confiar en que él es el camino, la verdad y la vida.

domingo, 11 de mayo de 2014

DOMINGO IV DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 2,14a.36-41
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: 1 Pe 2,20b-25
Evangelio: Jn 10, 1-10

El Señor ha resucitado. Lo han visto, lo han encontrado y abrazado. Los discípulos han llorado y reído; están asombrados, perplejos, turbados. Saben que hace falta tiempo para creer. También lo sabemos nosotros.
Pedro y Juan que corren al sepulcro; María Magdalena que no se separa de su dolor; Tomás y su desgarrador sufrimiento ante la duda; los discípulos de Emaús y su esperanza decepcionada. Convertirse al resucitado no es un asunto que se solventa en un par de minutos, no es un recorrido para personas débiles, sino para hombres y mujeres fuertes y tenaces.
El Señor los alcanza allí dónde están, en la condición en que estén.
Los alcanza y los ayuda a superará cada miedo, cada sufrimiento.
Los alcanza porque los quiere, porque quiere para ellos la plena salvación, porque los ayuda a descubrir a Dios y a descubrirse creyentes.
Lo hace porque su vida, nuestra vida, es preciosa ante sus ojos. Lo hace porque sabe a dónde llevarlos, a dónde llevarnos.

Preciosos
¿Para quién soy yo realmente importante? ¿Para quién soy yo verdaderamente precioso? Instintivamente buscamos a alguien que esté dispuesto a acogernos, a valorarnos, a querernos profundamente más allá de nuestra inevitable pobreza y limitación.
El mundo a nuestro alrededor es desalentador. Las personas son sólo un número, un consumidor o un problema social. Sólo cuentan para los que producen o consumen y, por eso, muchos luchan para salir del anonimato, cueste lo que cueste. Vivimos en una sociedad llena de llamadas confusas que nos seducen para competir y rivalizar, para tener y aparentar. Llamadas que son felicidades incapaces de llenar el corazón humano.
Corremos detrás de un sueño, como quien corre tras una chica que se convierte en princesa, como si se tratara de una bonita fábula. Pero la vida también está hecha de hombres que eligen la parte oscura, y la fábula se convierte en un sueño de muerte, como sucede con tantos terroristas o capos de todo tipo, traficantes y delincuentes. Los ladrones y bandidos de los que nos habla el evangelio de hoy, que se cuelan por tantas falsas puertas de nuestra vida.
Bueno, pues en medio de este desastre, la Iglesia proclama con toda convicción, a pesar de las contradicciones de nuestro tiempo, que cada persona, sea quien sea, es hija de Dios y es preciosa a sus ojos.

jueves, 1 de mayo de 2014

CON EL TIEMPO – José Luis Borges





“Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende que el amor no significa acostarse,
y que una compañía no significa seguridad,
y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas,
y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta
y los ojos abiertos,
y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes…
y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad.

Y uno aprende que si es demasiado
hasta el calor del sol puede quemar.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma,
en lugar de que alguien le traiga flores.

domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch2,42-47
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda Lectura: 1 Pe 1,3-9
Evangelio: Jn 20, 19-31

Las mujeres habían ido al sepulcro cuando todavía era de noche (Jn. 20,1), se habían levantado pronto, antes que los otros, no habían pegado ojo aquella noche, el sueño no les había descansado. Se sentían impotentes, agitadas, sacudidas en lo más profundo de ellas mismas. Todo se había desarrollado tan de prisa, de un modo tan dramático que no sabían qué pensar.
Luego, el sentido femenino de la realidad y de lo concreto les espabiló de sus tinieblas y se organizaron para subir a la tumba de Jesús, para hacer lo que dos días antes, a causa de la víspera de la Pascua, les era prohibido: lavar el cadáver, limpiarlo de la orgía de sangre y humores, de las  tumefacciones y de edemas que habían desfigurado el rostro y ofendido el cuerpo de su Maestro y Señor.
Pero cuando llegaron no encontraron a nadie. Algunos evangelistas hablan de ángeles que las alentaban, que las invitaban a ir más allá, a superar lo que parecía obvio.
Las mujeres abandonaron de prisa el sepulcro y corrieron hacia los doce (Mt. 28, 8) para decirles lo que ha sucedido. Para anunciar que Jesús está vivo, tuvieron que abandonar de prisa el sepulcro, han tenido que superar su dolor, la conciencia del propio límite, la dureza de la violencia que no perdona a los discípulos.

Sepulcros
Pero, ¿es posible abandonar los sepulcros? ¿Lograr, de algún modo, dar cuerpo a la esperanza que nos trae el anuncio de Jesús resucitado?
¿Qué sepulcro tenemos que abandonar de prisa? ¿Qué dolor tenemos dejar de venerar? ¿Qué tumba tenemos que dejar atrás?

DISCURSO DE LA LUNA - JUAN XXIII

Mi persona no cuenta nada;
es un hermano que os habla.


Hace 52 años, de la mano del Papa Juan XXIII, empezó la "primavera de la Iglesia". Actualmente, el Papa Francisco continúa haciendo florecer la esperanza. 
Entonces, el 11 de octubre de 1962, cuando comenzaba el Concilio Vaticano II, el "Papa bueno" pronunció el siguiente discurso:


Queridos hijitos, queridos hijitos, escucho vuestras voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero. Aquí, de hecho, está representado todo el mundo. Se diría que incluso la luna se ha apresurado esta noche, observadla en lo alto, para mirar este espectáculo. Es que hoy clausuramos una gran jornada de paz; sí, de paz: “Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad” (cf. Lc 2,14).
Es necesario repetir con frecuencia este deseo. Sobre todo cuando podemos notar que verdaderamente el rayo y la dulzura del Señor nos unen y nos toman, decimos: He aquí un saboreo previo de lo que debiera ser la vida de siempre, la de todos los siglos, y la vida que nos espera para la eternidad.
Si preguntase, si pudiera pedir ahora a cada uno: ¿de dónde venís vosotros? Los hijos de Roma, que están aquí especialmente representados, responderían: “¡Ah! Nosotros somos vuestros hijos más cercanos; vos sois nuestro obispo, el obispo de Roma”.
Y bien, hijos míos de Roma; vosotros sabéis que representáis verdaderamente la Roma caput mundi, así como está llamada a ser por designio de la Providencia: para la difusión de la verdad y de la paz cristiana.
En estas palabras está la respuesta a vuestro homenaje. Mi persona no cuenta nada; es un hermano que os habla, un hermano que se ha convertido en padre por voluntad de nuestro Señor. Pero todo junto, paternidad y fraternidad, es gracia de Dios. ¡Todo, todo!  Continuemos, por tanto, queriéndonos bien, queriéndonos bien así: y, en el encuentro, prosigamos tomando aquello que nos une, dejando aparte, si lo hay, lo que pudiera ponernos en dificultad.
Fratres sumus. La luz brilla sobre nosotros, que está en nuestros corazones y en nuestras conciencias, es luz de Cristo, que quiere dominar verdaderamente con su gracia, todas las almas.  Esta mañana hemos gozado de una visión que ni siquiera la Basílica de San Pedro, en sus cuatro siglos de historia, había contemplado nunca.
Pertenecemos, pues, a una época en la que somos sensibles a las voces de lo alto; y por tanto deseamos ser fieles y permanecer en la dirección que Cristo bendito nos ha dejado. Ahora os doy la bendición. Junto a mí deseo invitar a la Virgen santa, Inmaculada, de la que celebramos hoy la excelsa prerrogativa.
He escuchado que alguno de vosotros ha recordado Éfeso y las antorchas encendidas alrededor de la basílica de aquella ciudad, con ocasión del tercer Concilio ecuménico, en el 431. Yo he visto, hace algunos años, con mis ojos, las memorias de aquella ciudad, que recuerdan la proclamación del dogma de la divina maternidad de María.
Pues bien, invocándola, elevando todos juntos las miradas hacia Jesús, su hijo, recordando cuanto hay en vosotros y en vuestras familias, de gozo, de paz y también, un poco, de tribulación y de tristeza, acoged con buen ánimo esta bendición del padre. En este momento, el espectáculo que se me ofrece es tal que quedará mucho tiempo en mi ánimo, como permanecerá en el vuestro. Honremos la impresión de una hora tan preciosa. Sean siempre nuestros sentimientos como ahora los expresamos ante el cielo y en presencia de la tierra: fe, esperanza, caridad, amor de Dios, amor de los hermanos; y después, todos juntos, sostenidos por la paz del Señor, ¡adelante en las obras de bien!
Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados por nuestro camino.
A la bendición añado el deseo de una buena noche, recomendándoos que no os detengáis en un arranque sólo de buenos propósitos. Hoy, bien puede decirse, iniciamos un año, que será portador de gracias insignes; el Concilio ha comenzado y no sabemos cuándo terminará. Si no hubiese de concluirse antes de Navidad ya que, tal vez, no consigamos, para aquella fecha, decir todo, tratar los diversos temas, será necesario otro encuentro. Pues bien, el encontrarse cor unum et anima una, debe siempre alegrar nuestras almas, nuestras familias, Roma y el mundo entero. Y, por tanto, bienvenidos estos días: los esperamos con gran alegría.

domingo, 6 de abril de 2014

DOMINGO V DE CUARESMA (Ciclo A)


Primera Lectura: Ez 37,12-14
Salmo Responsorial: Salmo 129
Segunda Lectura: Rom 8,8-11
Evangelio: Jn 11, 1-45

Es magnífico nuestro Dios. Él sacia la sed del alma, devuelve la luz a nuestra ceguera.
La Cuaresma es el tiempo en el que redescubrir lo esencial de la fe, entrando en el desierto de nuestros días atascados de cosas por hacer. Un tiempo para dejar que el alma nos alcance.
Y hoy, al final de este recorrido cuaresmal, nos encontramos con un evangelio escalofriante, la historia de una amistad arrollada por la muerte y la desesperación.
Todo pasa en Betania, una pequeña aldea que se levanta sobre el Monte de los Olivos, en la ladera opuesta a la que domina Jerusalén. Es donde gustosamente se refugia Jesús, en casa de sus tres amigos, Lázaro, Marta y María, para encontrar un poco de clima familiar y hogareño. Para huir de la Jerusalén que mata a los profetas.
¡Qué bonito pensar que hasta Dios necesita una familia. Qué bonito hacer de nuestra vida un pequeño Betania!
Es aquí, en este contexto, donde ocurre el drama: Lázaro enferma, se muere, y Jesús no está.
Como también nos sucede a nosotros, a veces, ante la enfermedad y la muerte de una persona querida, sentimos que Jesús está lejano.

Tragedia
La resurrección de Lázaro está puesta en el evangelio de Juan poco antes de la Pasión de Jesús. Es la última y la más clamorosa de las señales, es lo que determina la decisión, por parte del Sanedrín, de declarar la peligrosidad de Jesús y la necesidad de su inmediata detención, sin dilación alguna.
Como si Juan quisiera decirnos que la vuelta a la vida de Lázaro determina la muerte de Jesús. Es la imagen de un intercambio que, dentro de pocos días, va a ser para todas y cada uno de nosotros.
Jesús nos sacia la sed. Jesús nos da la luz. Jesús entrega su vida por cada uno de nosotros. Por mí.

jueves, 20 de marzo de 2014

Los jesuitas en la Rusia Blanca (s. XVIII)


Pocos meses antes de que Clemente XIV firmara el breve de supresión de la Compañía de Jesús (verano de 1773) parte de los territorios pertenecientes a la Unión Lituano-Polaca había quedado anexionada al Imperio Ruso. Varias casas de las dos provincias que constituían la Asistencia polaca, con doscientos jesuitas, siguieron funcionando aun después de 1773. La razón fue que la Emperatriz Catalina II nunca accedió a la proclamar el documento, a pesar, incluso, de la petición que le dirigieron los mismos jesuitas, que deseaban respetar  la voluntad del Papa y que la supresión se hiciera efectiva. Por el contrario, ante la firme decisión de la emperatriz rusa, tuvieron que continuar la actividad en sus iglesias y colegios. Leer más.

miércoles, 5 de marzo de 2014

domingo, 2 de marzo de 2014

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: Is 49,14-15
Salmo Responsorial: Salmo 61
Segunda Lectura: 1 Cor 4,1-5
Evangelio: Mt 6,24-34

De verdad que estamos viviendo tiempos difíciles. No solamente por la crisis económica, que expone a una dura prueba nuestras familias. Pero sobre todo por la falta de esperanza que está atropellando a los jóvenes, exasperados por la falta de futuro, aturdidos por un mundo que no los quiere más que para consumir y, en muchos casos, para hacer el idiota.
Sin embargo, justo en estos momentos estamos llamados sacar lo mejor de nosotros mismo e ir a lo esencial. Con los pies bien plantados en tierra y con el corazón volando alto sobre los problemas, para mirarlos desde otro ángulo: el de Dios.
Es lo que afirma el inaudito mensaje cristiano: Dios existe y está presente en nuestra historia. No es un severo contable que desde lo alto de su indiferencia nos deja chapotear en nuestras tragicómicas vicisitudes. Dios se ocupa de nosotros, siempre, con entrañas de misericordia.

Ante todo, el Reino
Con esta estupenda certeza la Palabra de hoy nos invita a levantar la mirada de nuestras inquietudes y preocupaciones para mirar a nuestro alrededor, para observar los pájaros del cielo y los lirios del campo, y tener una mirada que sepa asombrarse todavía del hecho de que Dios ha creado el mundo para nosotros, con sabiduría y providencia.
Hoy Jesús nos dice con fuerza en el evangelio que el mayor enemigo de ese mundo más digno, justo y solidario que quiere Dios es el dinero. El culto al dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la Humanidad para progresar hacia una convivencia más humana. “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Es lógico, Dios no puede reinar en el mundo y ser Padre de todos, sin reclamar justicia para los que son excluidos de una vida digna.

domingo, 16 de febrero de 2014

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO (CicloA)


 Primera Lectura: Eclo 15,15-20
Salmo Responsorial: Salmo 118
Segunda Lectura: 1 Cor2, 6-10
Evangelio: Mt 5, 17-37

En muchas ocasiones nos preguntamos cuál es la originalidad de Jesús y del Evangelio y, en consecuencia, aquello que más nos identifica a sus seguidores. Originalidad respecto a la tradición religiosa de su pueblo y originalidad en relación a cualquier oferta que hoy se nos presenta. Podemos afirmar que en Jesús hay una continuidad con la religión judía y, al mismo tiempo, una ruptura con ella, porque presenta una visión de Dios y del hombre, de la ley y su cumplimiento, completamente nueva. Ciertamente, todo un cambio de perspectiva que provoca reacciones contradictorias a los que escuchan a Jesús, desde el máximo atractivo hasta un persistente rechazo.
 Así podemos entender mejor las primeras palabras que hoy hemos escuchado al mismo Jesús: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud».
Jesús desmonta pieza a pieza todo lo que los devotos de su tiempo, y de siempre, pensaban que era lo esencial de la fe. Jesús se permite corregir, mejor aún, reconducir al origen la Ley que Dios ha dado a los hombres, y nos desvela muchas cosas de Dios, de Jesús, y de nosotros.

De Dios
Nos dice que Dios sabe cómo funcionamos, que nos ha creado y su Palabra, su Ley, los “mandamientos”, no son otra cosa que indicaciones para nuestro buen funcionamiento. Dios no se entretiene con hacer que nos volvamos locos, poniéndonos estacas en el camino y haciéndonos sufrir, al proponernos conductas irreprensibles, y aburridas. Dios no está celoso de nuestra libertad y por eso nos la limita. Simplemente sabe cómo funcionamos, y desea intensamente llevarnos al manantial de la bienaventuranza y del bien. Dios es el colaborador de nuestra alegría: es el pecado el mal que nos hace daño.
¡Qué bonito es pensar que Dios se ocupa realmente de nosotros! ¡Y que, él sí, se preocupa de todo corazón por nuestro bien!