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sábado, 9 de agosto de 2025

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

Tened encendidas las lámparas (Lc 12, 35)


Primera Lectura: Sab  8, 6-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: Heb 11, 1-2. 8-19
Evangelio: Lc 12, 35-40

En el corazón del verano, una palabra de aliento

En pleno verano, cuando a veces también la vida de fe entra en letargo, el Señor viene a despertarnos con palabras de consuelo y confianza. Jesús nos habla con ternura: aunque seamos un rebaño pequeño, frágil, incluso temeroso… al Padre le ha complacido darnos el Reino.

No somos ovejas sin pastor. Al confiar en Jesús, el verdadero Pastor, evitamos extraviarnos tras esos otros “pastores” que no nos aman, que no nos cuidan, que apenas nos alquilan el pasto y se desentienden de nosotros. Él, en cambio, nos guía hacia la plenitud.

Seguir a Jesús no es cualquier cosa: es, en realidad, la gran aventura de la vida. Lo único —lo único de veras— en lo que vale la pena invertir el alma entera. Y por eso, el Señor nos invita a dejar atrás la ansiedad que nos provocan tantas posesiones: las materiales, pero también las emocionales o relacionales. No todo merece nuestra energía ni nuestro sueño.

¿Cuántas veces hemos visto a personas —quizá nosotros mismos— entregarse en cuerpo y alma a metas vacías, a ambiciones que, aunque prometen plenitud, sólo dejan cansancio y un hueco mayor en el corazón? Esa sed que nunca se sacia, esa montaña que nunca se termina de subir. Porque detrás de cada cima, otra cuesta; detrás de cada conquista, otra espera.

Ser sinceros nos lleva a reconocerlo: no es fácil apaciguar la ansiedad que habita en lo profundo del alma.

Preparaos

Estad preparados”, nos advierte Jesús en el Evangelio (Lc 12, 35-40). No se trata sólo de estar en guardia, sino de vivir despiertos, listos para caminar, incluso para replantearnos lo que creemos seguro. Y también nuestras certezas de fe.

El corazón humano está hecho para lo infinito. Por eso, quien busca a Dios, quien lo ha encontrado, sabe que siempre hay más por descubrir. Este es el verdadero dinamismo del discípulo: vivir el “ya, pero todavía no” de la salvación.

·                 Ya conocemos a Dios… pero todavía no lo poseemos del todo.

·                 Ya hemos amado… pero ningún amor colma del todo el corazón.

·                 Ya nos ha iluminado el Evangelio… pero aún pasamos por oscuridades.

·                 Ya intuimos quiénes somos… pero aún no terminamos de serlo.

Esta tensión —sana, fecunda— nos aparta de la rutina sin sentido y nos devuelve al núcleo de la vida. El Señor nos quiere listos y despiertos… pero nosotros, con frecuencia, acampamos en la noche. ¡Necesitamos mucha fe!

sábado, 2 de agosto de 2025

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Ec 1, 1-2; 2, 21-23
Salmo Responsorial: Salmo  89
Segunda Lectura: Col 3, 1-5.9-11
Evangelio: Lc 12, 13-21
  

En los últimos domingos hemos escuchado el Evangelio del buen samaritano, el de Marta y María, y el de la oración. Hoy, la Palabra nos lleva a desarrollar un tema que ya estaba presente en todos ellos: el de los bienes de la tierra.

Sí, porque ese vino que Marta sirve con tanto esmero, o el “pan de cada día” que pedimos en el Padrenuestro, o la compasión del samaritano que gasta su dinero por amor al herido, nos hablan de lo mismo: de cómo nos relacionamos con lo que tenemos, con lo que poseemos, con lo que pasa por nuestras manos.

La Palabra de hoy baja al terreno de lo concreto. Habla de decisiones, de rutinas diarias, de las relaciones que mantenemos con las cosas… y con el dinero.

Y esto no es un tema marginal. En estos tiempos en los que conceptos como “mercado” o “economía” han dejado de ser abstractos para volverse dolorosamente reales, la mayoría de las personas vive algún tipo de empobrecimiento. Así que no, no estamos hablando de cosas inútiles ni superficiales.

Líos

Que levante la mano quien nunca haya tenido, aunque sea una pequeña discusión, con familiares o amigos… por dinero.

No hace falta que la levantemos, pero todos sabemos que eso pasa. A veces se presentan como discusiones de principios, y seguramente lo son. Pero también sabemos lo que duele sentir que te han engañado, o que no se ha sido justo contigo.

En el Evangelio de hoy, un hombre le pide a Jesús que intervenga para que su hermano reparta con él la herencia. Es muy probable que tuviera razón. Pero Jesús le responde con una sonrisa y un “no, gracias”.

¿Y por qué no?

miércoles, 30 de julio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA (31 de julio)


Primera Lectura: Jer 20, 7-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: 1 Cor 10,31 – 11,1
Evangelio: Lc 14, 25-33


Hoy estamos aquí reunidos no para recordar a uno de los grandes personajes del mundo —ni a un rey, ni a un militar, ni a un sabio— sino para celebrar la vida de un hombre que fue santo. Ignacio de Loyola no fue famoso por el poder ni por la riqueza, sino porque dejó que Dios transformara su vida por completo. Como dice la exhortación Gaudete et exsultate (n. 15) del Papa Francisco, fue alguien que se abrió totalmente a Dios, y que eligió una y otra vez seguirlo con todo lo que tenía.

Lo que no nace de Dios y no responde a su llamada, se va olvidando. Pero la santidad... esa permanece.

En mi debilidad te haces fuerte, Señor

Ahora bien, ¿dónde fue encontrado Ignacio por Dios? No en la gloria ni en el éxito, sino en el dolor, en el límite. Sabemos su historia: por ser el menor, no tenía herencia en su casa. Huérfano joven, tuvo que buscarse la vida. Primero entró al servicio del Contador del Rey, Velázquez de Cuéllar, donde aprendió de la vida cortesana, de las armas, de cómo funcionaba el poder. Pero cuando su patrón cayó en desgracia, Ignacio se vio obligado a empezar de nuevo.

Se unió entonces al ejército del Duque de Nájera, luchando en la frontera. Y allí, en Pamplona, en 1521, una bala de cañón le destrozó la pierna. Fue el comienzo de otro camino. De vuelta a casa, herido, empieza una larga recuperación. Postrado en su habitación de la casa torre de Loyola, con dolores terribles, ve cómo sus sueños de caballero se desmoronan.

Y es en esa cama, sin poder moverse, donde Dios lo alcanza. Igual que Pablo cayó del caballo en el camino de Damasco, o que Francisco de Asís andaba desnudo por las calles, Ignacio fue alcanzado por Dios cuando estaba roto, solo y herido. En lo más bajo.

A veces creemos que Dios está solo en lo perfecto, en lo bonito, en lo exitoso. Pero no: Dios se hace presente justo cuando llegamos a nuestros límites. Donde nosotros ya no podemos, ahí comienza Él.

sábado, 26 de julio de 2025

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Gen 18, 20-32
Salmo Resposorial: Salmo 137
Segunda Lectura: Col 2, 12-14
Evangelio: Lc 11, 1-13

Como María de Betania, podemos hacer la experiencia espléndida de sentarnos a escuchar al Maestro. El corazón descubre entonces una dimensión nueva, un camino que le pone en comunión íntima con Dios.

No se trata de "oír voces" sino del descubrimiento de ese océano de gracia en el cual navegamos sin saberlo. La vida interior, el silencio contemplativo, el encuentro con Dios pasa por la experiencia de la oración.

Lamentablemente, el corazón humano tiende a manipular esta experiencia sublime, convirtiéndola en repeticiones mecánicas o en un último recurso ante las dificultades. “Acordarse de santa Bárbara cuando truena”.

La Palabra de Dios nos ayuda a comprender qué es verdaderamente la oración según el corazón de Dios.

La oración es amistad

El Génesis nos revela el rostro misericordioso de Dios. Sodoma y Gomorra son dos ciudades violentas y depravadas, y Dios decide destruirlas, entregándolas a su propia suerte. Abraham intercede por Sodoma ante Dios, buscando un acuerdo misericordioso. Si hubiera cinco justos, toda la ciudad se salvaría. Pero Sodoma será destruida porque no se llegaron a encontrar ni cinco justos siquiera.

La oración es diálogo íntimo con Dios, intercambio confiado, acuerdo filial. No es una lista de peticiones ni una fórmula mágica, ni mucho menos un intento de corromper al Señor en beneficio propio. La oración está constituida por la escucha atenta de Dios y la intercesión por el mundo, no solo por nuestras necesidades.

La oración es confianza

Jesús nos revela el rostro del Padre: es a Él a quien dirigimos nuestra oración. No a un déspota, sino al Padre que nos trata como a Jesús, su Hijo amado. Un buen Padre conoce lo que necesita su hijo.

jueves, 24 de julio de 2025

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (25 de julio)


Primera lectura: Hch 4,33; 5, 12.27-33; 12,2
Salmo responsorial: Salmo 66
Segunda lectura: 2 Co, 4, 7-15
Evangelio: Mt 20, 20-28

Hoy celebramos la fiesta de un apóstol. Y eso siempre nos lleva a mirar cómo empezó todo en la Iglesia, a volver a lo esencial. Es como recordar las raíces de nuestra fe y dejarnos interpelar por lo que de verdad importa.

En esta fiesta de Santiago el Mayor, al que en España consideramos nuestro patrono desde muy antiguo, vale la pena no quedarnos en lo que dice la tradición popular, sino centrarnos en lo que nos cuenta la Palabra de Dios. Porque eso es lo que hemos escuchado hoy en las lecturas, y eso es lo que da sentido a nuestra celebración.

Nuestros esquemas habituales

El evangelio de hoy empieza con una escena que, si la pensamos bien, es bastante actual: una madre que quiere que sus hijos estén bien colocados. ¿Nos suena? Mucho. Porque en el fondo todos, de una manera u otra, queremos tener poder, estar en un buen sitio, ser reconocidos. Lo vemos en la política, en el trabajo, en la Iglesia… y también en nosotros mismos. A veces más preocupados por figurar que por servir.

En nuestro mundo, y también en nuestras comunidades cristianas, es fácil caer en estas lógicas: querer ser el importante, que se note que mandamos, buscar reconocimiento. A veces incluso utilizamos gestos de cercanía para marcar distancias con elegancia. Controlamos información “por el bien de todos”. Pedimos que todo pase por nosotros. Delegamos poco. Cerramos espacios de participación. Todo muy bien vestido… pero con una lógica de poder.

Y Jesús nos rompe los esquemas: “No será así entre vosotros”.

Los discípulos llevaban ya tiempo caminando con Jesús, pero todavía no lo habían entendido. Santiago y Juan, con ayuda de su madre, querían los mejores puestos. Los otros diez se enfadan, no porque les parezca mal el fondo… sino porque ellos también los querían. Solo que los Zebedeo se les habían adelantado.

sábado, 19 de julio de 2025

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Gen 18, 1-10
Salmo Responsorial: Salmo 14
Segunda Lectura: Col 1, 24-28
Evangelio: Lc 10, 38-42


Estamos llamados a globalizar el amor, no la indiferencia. A aprender a hacernos prójimos, a conmovernos ante el dolor humano.

Cristo es ese Buen Samaritano que derrama sobre nuestras heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. No pasa de largo fingiendo no vernos; no se pregunta si nuestras llagas son fruto de nuestros errores. No teme mancharse las manos con nuestra sangre.

Y nosotros, una vez sanados por dentro, podemos vivir la misericordia y la ternura, y empezar a parecernos a Él.

Cristo es también Aquel que podemos acoger, como hizo Abrahán con los tres misteriosos visitantes en el encinar de Mambré, o como hicieron Marta y María en Betania.

Recibir al Señor es abrirnos a una fecundidad nueva, es comenzar otra vida, como les ocurrió a Abrahán y a Sara.

Betania

Es fácil imaginar la escena: Jesús, al caer la tarde, cuando el calor de Jerusalén da paso a la brisa suave, desciende por el valle del Cedrón y sube el monte de los Olivos hasta llegar a la pequeña aldea de Betania.

Para Él, Betania era el descanso sencillo, una pausa en el camino, un respiro. Tal vez dejando también a los apóstoles, Jesús encontraba en aquella casa de campo los olores, la luz y el ambiente de su Nazaret querido.

Quizás en Betania, al compartir una hogaza bien cocida, Jesús dejaba atrás la tensión que sentía en aquella Jerusalén “que mata a los profetas”; se apartaba del dolor que le iba calando por dentro al ver cómo su misión encontraba resistencia en los dirigentes de su pueblo.

En Betania, Jesús podía hablar con libertad, sentirse acogido. Se quitaba la carga de ser rabino, y “en zapatillas”, por decirlo así, dejaba su papel de acusado para disfrutar —aunque solo fuese por un rato— de la amistad y la cercanía.

Es profundamente humano y conmovedor ver al Señor tejer vínculos, buscar la escucha, sentarse con sencillez en torno a una mesa, reír, compartir.

¡Ay, si alguna vez pudiéramos invitar al Señor a nuestra casa y escucharlo de verdad! Prepararle, como Abrahán, una buena comida y un buen vino...

¡Ay, si aprendiéramos a escuchar su deseo de salvar, sus fatigas, su dolor al ver el mundo herido por la violencia y la fragilidad, y le dijéramos: “Cuenta conmigo para ese mundo nuevo que sueñas!”!

¡Ay, si Betania no fuera solo un lugar, sino nuestro modo de vivir!

Escucha y acción

El relato evangélico de hoy contiene detalles preciosos: María, sentada a los pies de Jesús, escucha con atención sus palabras, como lo hacían los discípulos con sus maestros. Marta, por su parte, acoge y atiende al Maestro.

sábado, 12 de julio de 2025

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Dt 30, 10-14
Salmo Responsorial: Salmo 68
Segunda Lectura: Col 1, 15-20
Evangelio: Lc 10, 25-37


“La ley de Dios está escrita en el corazón humano”

Este es el descubrimiento que realizó un pueblo de nómadas, marcado por la huida de la esclavitud y guiado por un libertador que él mismo había sido liberado. Moisés, un hebreo criado en la corte del Faraón, encontró en el desierto que el verdadero Dios no se parecía en nada a las divinidades del poder, ni a los ídolos servidos por los sacerdotes del imperio.

El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios que se reveló a Moisés, que comunicó su Nombre al pueblo: Yahvéh, “Yo soy”. No es un dios fabricado, ni moldeado a medida. Es el que es. El que siempre está con nosotros.

Y cuando el pueblo descubrió al Dios verdadero, se le abrió también el verdadero rostro del ser humano.

Dios es y habla al corazón. Su ley está inscrita en lo más profundo de cada persona. Pero ese corazón, tantas veces, lo tenemos abandonado. Apenas nos detenemos a escucharlo. Nos cuesta recogernos, entrar dentro, habitar el propio interior.

Las “piruetas” del doctor de la Ley

En el evangelio que hemos escuchado, aparece uno de esos sabios doctores de la Ley. Un teólogo de la época que lanza a Jesús una pregunta típica de los debates morales y religiosos del tiempo.

Entre los 613 preceptos que había elaborado la tradición judía a partir del Decálogo, ¿cuál era el más importante? La pregunta no era retórica: buscaba lo esencial, discernir lo que es central de lo accesorio. Era un ejercicio habitual entre los rabinos. Pero, los cristianos hemos perdido mucho de este arte de buscar lo esencial. A veces por pereza mental, otras por una superficialidad que se va colando por todas partes.

Jesús sabe que el doctor no pregunta por ignorancia. Conoce la Ley. Su planteamiento es teológicamente correcto: habla de heredar la vida eterna, lo que implica que la salvación es un don, no un mérito.

Pero Jesús también percibe que esa fe del doctor es puramente intelectual. Por eso le responde con respeto, e incluso con cierta ironía, invitándolo a exponer su saber: “¿Qué está escrito en la Ley?”

La respuesta del doctor es impecable. Cita la Escritura con precisión. Resume el consenso rabínico: amar a Dios y amar al prójimo. Así de sencillo. Así de grande.

Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza, con toda la mente… Amar con todo, desde todo, porque antes hemos sido amados. Y desde ese amor recibido, poder amar también al otro como Dios nos ama. Porque ese amor transforma incluso al adversario en hermano.

sábado, 5 de julio de 2025

DOMINGO 14º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 66, 10-14
Salmo Responsorial: Salmo 65
Segunda Lectura: Gal 6, 14-18
Evangelio: Lc 10, 1-12.17-20


Setenta y dos discípulos

El pueblo de Israel creía que el mundo estaba compuesto por setenta y dos naciones. Por eso, cada año, en el templo de Jerusalén, se ofrecían setenta bueyes en sacrificio por la conversión de los pueblos paganos.

Hoy, el Evangelio nos habla precisamente de setenta y dos discípulos. Con esto, Lucas está diciendo algo muy claro a las comunidades de origen pagano: que también a ellas, y no sólo a los Doce, se les ha confiado el anuncio del Reino.

Estos discípulos son enviados de dos en dos. No se trata de mostrar las dotes de un posible iluminado, sino de anunciar que la comunión es posible. No van en nombre propio, sino como quienes preparan la llegada del Maestro. No lo sustituyen, no absorben su presencia, sino que se transparentan para que sea Él quien brille.

No somos dueños del Evangelio. Somos servidores de su anuncio.

No hay una casta profesional del anuncio: ni misioneros, ni sacerdotes, ni religiosas tienen la exclusiva. Todo discípulo de Cristo está llamado a anunciarlo, en cada encuentro, a cada persona. Vosotros, también.

Es difícil

Nuestros países, marcados por siglos de tradición cristiana, corren desde hace tiempo el riesgo de dormirse en los cómodos laureles de esa herencia, y confundir una cultura cristiana con una auténtica pertenencia a Cristo. Está bien que ciertos valores del Evangelio sigan presentes en el ambiente, pero eso no significa que el corazón haya encontrado ya a Dios.

¡Qué difícil es anunciar a Cristo a los cristianos! A los católicos que ya se sienten seguros en su fe, como si ya no tuvieran nada que descubrir.

¿Quién va a anunciar el Evangelio a ese 80% de bautizados que no celebran cada domingo la presencia viva del Resucitado?

¿Quién consuela, interpela, alienta y escucha a tantos que “creen creer”?

¿Quién acompaña en el crecimiento de una fe apenas iniciada, frágil, expuesta a los vaivenes de la emoción o incluso rozando la superstición?

Pues… tú. Y yo. Cada uno de nosotros.

Un estilo

He aquí el gran desafío: sacar a Dios del encierro de nuestros templos y llevarlo allí donde Él ha querido estar desde siempre: en medio del pueblo. Quitarle las ropas demasiado estrechas de lo sagrado donde lo hemos recluido, y devolverlo a la humanidad que Él quiso asumir.

Jesús nos marca con claridad el estilo y el modo de anunciar. Es un estilo que estamos llamados a adoptar.

Envía a sus discípulos de dos en dos. No para que conviertan a nadie por sí solos, pues la conversión es obra de Dios. Él es quien toca los corazones. A nosotros nos toca allanar el camino, preparar su llegada.

Somos enviados en pareja porque el anuncio no es una actividad carismática individual, según se me ocurra, sino la expresión de una comunidad que se construye y que, no sin esfuerzo, busca la unidad.

sábado, 28 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO (29 de junio)


Primera lectura: Hch 12,1-11
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda lectura: 2 Tim 4,6-8.17-18
Evangelio: Mt 16, 13-19


Hay aspectos de la Iglesia que resultan difíciles de vivir y comprender, incluso para quienes formamos parte activa de ella y la amamos como el sueño de Dios que es. Sin embargo, hay otros que nos llenan de alegría cada vez que los contemplamos. La fiesta que hoy celebramos es precisamente una de esas sorpresas desbordantes que nos hacen felices y orgullosos de ser cristianos en la Iglesia católica. 

Hoy honramos a los santos Pedro y Pablo. Celebramos su trayectoria, su fe y su lucha. Para redescubrirlos en toda su plenitud, debemos sacarlos de los nichos en los que a veces los encasillamos y atrevernos a verlos como personas normales que tuvieron la gracia de encontrarse con Dios. Por eso se parecen tanto a nosotros. Por eso son tan necesarios. 

Pedro era un pescador de Cafarnaúm, sencillo y tosco, entusiasta e impetuoso, generoso y frágil. Pablo, en cambio, era un intelectual refinado, el perseguidor celoso que se convirtió y ardió en la pasión de su nuevo encuentro con el Señor. ¡Eran completamente distintos! Nada ni nadie habría podido unir a dos personas tan diferentes. Solo Cristo lo hizo posible. 

Pedro: La Roca Frágil

Pedro, el pescador de Cafarnaúm, era un hombre rudo y directo, guiado más por la pasión que por la reflexión. Seguía al Maestro con ardor, ajeno a las sutilezas teológicas. Amaba a Jesús con intensidad, pero su entusiasmo a menudo lo llevaba a actuar de forma impulsiva y fuera de lugar. Acostumbrado al duro trabajo del mar, su rostro estaba marcado por las arrugas y sus manos, agrietadas por las redes y el agua salada. ¿Qué sabía él de profecías o de debates entre rabinos? Era un hombre de sangre caliente, amante de lo concreto, de las redes y los peces. Y sin embargo, Jesús lo eligió precisamente por su terquedad y su temple. 

No fue Juan, el discípulo místico, sino Pedro —el mismo que negaría a Jesús— quien fue escogido para guiar a la comunidad y confirmar en la fe a sus hermanos. Un Pedro desconcertado por este rol que superaba sus capacidades. Su historia es la de una elevación inesperada y brutal: tuvo que ser quebrantado por la cruz de Jesús, enfrentarse a sus límites y llorar su fragilidad para convertirse en el referente de los cristianos. 

viernes, 27 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo C)


Primera Lectura: Ez 34, 11-16
Salmo Responsorial: Sal 22
Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Evangelio: Lc 15, 3-7


Fiesta del Sagrado Corazón: el amor en el centro de la fe

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nacida en el ámbito de la devoción popular y vinculada a las visiones de Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial, pone de manifiesto una verdad sencilla, profunda y esencial: en el centro de nuestra fe está el amor de Cristo. Como nos recuerda el Papa Francisco: “En el corazón de la fe cristiana no hay una idea, una doctrina, un código moral, sino una persona: Jesucristo, en quien se ha revelado el amor del Padre” (Dilexit nos, 2).

A lo largo del tiempo, esta fiesta ha sido envuelta en un lenguaje y una iconografía que, aunque marcaron la piedad de otras generaciones, hoy nos resultan difíciles de integrar. Es posible que nos cueste conectar con ciertas imágenes dulcificadas o representaciones sentimentales de Jesús. Pero más allá de estos estilos devocionales, lo que la solemnidad quiere recordarnos es algo poderoso: Cristo nos ha amado y nos sigue amando con un amor verdadero, firme, sin condiciones ni manipulaciones. Su Corazón —dice Francisco— “no es símbolo de un amor genérico o abstracto, ni de un sentimentalismo devocional, sino de un amor concreto, fiel, compasivo, que sana, perdona y redime” (Dilexit nos, 7).

Ser cristianos no significa otra cosa que haber descubierto ese amor radical y gratuito. No un amor infantil ni culpabilizador, sino un amor adulto, libre, comprometido, que respeta y transforma. En Jesús hemos conocido el rostro del Padre, su fidelidad, su cercanía, su ternura.

El amor de Cristo no es solo un sentimiento: es una decisión. Es su entrega total, su obediencia hasta la cruz, su capacidad de amar incluso a quienes no lo amaban, su fidelidad a pesar del rechazo. Él redefine lo que entendemos por amor y por sacrificio. “Su amor no fuerza, no se impone, no chantajea: se ofrece. Y cuando es acogido, transforma” (Dilexit nos, 21).

Pero la imagen que muchas personas tienen de Dios no siempre nace de la experiencia de este amor. A menudo es una mezcla de prejuicios, supersticiones, noticias sensacionalistas, experiencias personales o ideas heredadas sin discernimiento. Y así terminamos construyendo una caricatura de Dios como un juez implacable, un poder lejano, alguien al que temer o al que hay que contentar. El Papa también lo reconoce con claridad: “Muchos viven con una imagen deformada de Dios: lo imaginan distante, severo, implacable, como si su amor hubiera que ganárselo. Esta idea no viene del Evangelio, sino del miedo” (Dilexit nos, 19).

lunes, 23 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA



Primera Lectura: Is 49, 1-6
Salmo responsorial: Salmo 138
Segunda Lectura: Hch 13, 22-26
Evangelio: Lc 1, 57-66.80

Se nota ya el aire de vacaciones. Termina el curso escolar. En el hemisferio norte acabamos de pasar el solsticio de verano: hemos alcanzado el punto máximo de luz, y a partir de ahora los días empezarán a acortarse y las noches a alargarse, hasta llegar al solsticio de invierno, cuando celebraremos el nacimiento de Jesús, el Sol que no se apaga.

Precisamente en este día, cuando la luz comienza a menguar, la Iglesia celebra el nacimiento de san Juan Bautista. No es casual: él mismo dijo “es necesario que yo disminuya para que él crezca”. Su figura ha nutrido durante siglos el arte, la espiritualidad y la cultura popular: miles de retablos lo muestran vestido con piel de camello, señalando a Cristo con el dedo y sosteniendo una cruz sencilla.

Juan es el único santo del que la Iglesia celebra tanto su nacimiento (hoy), como su martirio (el 29 de agosto). Y Jesús mismo lo llamó “el mayor entre los nacidos de mujer” (Mt 11,11).

Profetas

En medio de tantas crisis —en la Iglesia, en la sociedad, en el mundo—, nos hace bien redescubrir el valor de la profecía. Los profetas no predicen el futuro: no son adivinos, sino amigos de Dios, ungidos por el Espíritu. Son personas que interpretan el presente a la luz de la fe. Que sacuden la conciencia del pueblo. Que denuncian la injusticia, a veces con gestos radicales. Que pagan con su vida la coherencia de su testimonio.

La tradición profética es inseparable de la historia de Israel. Los profetas vivieron seducidos por Dios, haciendo de su vida una catequesis viviente. Supieron leer los signos de cada tiempo y descubrieron en ellos la acción salvadora de Dios.

Siendo compañeros de viaje y amigos de Dios, los profetas vienen invitando a la gente, desde hace tiempo, a mirar hacia el pleno cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Israel, y que se realiza en Jesús de Nazaret.

Juan es su nombre

Entre todos los profetas, Juan Bautista es un gigante. Un asceta del desierto, un predicador duro, un mártir fiel. Preparó al pueblo para la venida del Señor. Y sin embargo, fue el primero en quedar desconcertado por la ternura inesperada del Mesías.

sábado, 21 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Gen 14, 18-20
Salmo Responsorial: Salmo 109
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Evangelio: Lc 9, 11-17


El Pan que transforma

 Es el Espíritu quien nos impulsa a ser verdaderos discípulos, capaces de anunciar el Evangelio, de conocer a Dios en su verdad y de comprender el misterio de la Iglesia.

En este camino de redescubrimiento de nuestra identidad y misión, celebramos hoy la solemnidad del Corpus Christi. Colocamos la Eucaristía en el centro de nuestra reflexión, no como un gesto automático, sino para reordenar nuestros hábitos, despertar a comunidades a veces adormecidas y plantearnos con sinceridad una pregunta decisiva: ¿Qué hemos hecho con este don inmenso que el Resucitado entregó a sus creyentes?

Todavía hoy, la participación dominical en la Misa marca una diferencia entre quienes se consideran “practicantes” y quienes no; entre quienes, por fe y amor, se reúnen cada domingo, y quienes permanecen al margen o alejados.

Pero hay un riesgo: reducir la Misa a una señal externa de pertenencia, a una costumbre sociológica que no toca el corazón ni transforma la vida.
Cuando los sacerdotes nos encontramos, hay tres preguntas recurrentes: ¿Cuántas parroquias tienes? ¿Cuántos habitantes? ¿Qué porcentaje asiste a Misa?

Pero hay una cuarta pregunta, más incómoda, que rara vez se plantea:
Si vinieran todos... ¿realmente eso significaría que el Reino de Dios avanza?
Lo decisivo, hermanos, no es el número de fieles que llenan los bancos, sino cuántos salen transformados, consolados, renovados. Cuántos se convierten en testigos capaces de conectar su vida diaria con el Misterio que acaban de celebrar.

Melquisedec, figura del Pan eterno

Recordemos a Abraham, nuestro padre en la fe. Salió de Ur empujado por una voz interior que le decía: “Lej lejá”, que no significa solo “sal de tu tierra”, sino más profundamente: “sal al encuentro de ti mismo, ve hacia tu plenitud”.
Todos lo tomaron por loco. En la madurez de su vida, dejó lo seguro por lo Absoluto. Ese acto lo convirtió en padre de una multitud: la de quienes, como él, buscan a Dios.

En su camino de fe, tras pruebas y renuncias, se encontró con Melquisedec, rey de Salem – la futura Jerusalén –, rey de shalom, rey de la paz (cf. Heb 6,20).
Melquisedec ofreció pan y vino y bendijo a Abraham (Gén 14,18).

Los Padres de la Iglesia vieron en ese gesto una prefiguración de Cristo, el Pan Eterno que alimenta al peregrino. Como Abraham o como Elías en su desánimo (1 Re 19,5-6), también nosotros encontramos en la Eucaristía el Pan del Camino, el maná que sostiene a los que caminan hacia la Tierra Prometida, hacia la vida plena.