Traducir

Buscar este blog

sábado, 20 de septiembre de 2025

DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Am 8, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 112
Segunda Lectura: 1 Tim 2, 1-8
Evangelio: Lc 16, 1-13


La semana pasada reflexionábamos sobre cómo el encuentro con el Dios de Jesús transforma nuestra vida. Cuando nos acercamos a Él, descubrimos que formamos parte de su inmenso proyecto de amor para la humanidad. Todo adquiere un nuevo sentido: las prioridades cambian, las opciones se iluminan y la vida se llena de un propósito más profundo. Conocer a Dios, al Dios de Jesús, es dejar que Él reordene nuestro corazón y nos guíe hacia lo esencial.

Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a una realidad que parece alejarse de este proyecto divino. Vivimos en un mundo inquieto, a la deriva, donde el mensaje evangélico se diluye entre las voces efímeras de nuestro tiempo. Se olvida lo esencial, transmitido por generaciones, y se cede a una lógica de corto alcance, superficial y oportunista. Lo más doloroso es ver cómo se desmorona el sentido de pertenencia y solidaridad que nuestro pueblo heredó del cristianismo. Una economía indiferente a la ética, sedienta de lucro, está destruyendo sueños, valores y, sobre todo, la dignidad de millones de personas que caen en el desencanto y el sinsentido.

La Palabra de Dios nos ilumina

Ante esta realidad, quienes nos sentimos atraídos por el Señor Jesús y fascinados por su Evangelio, llevamos una pregunta clavada en el corazón: ¿Cómo cambiar la suerte del mundo? ¿Cómo encauzar una economía que pisotea la dignidad humana? ¿Cómo evitar que el capitalismo, en su forma más despiadada, dicte el destino de las personas?

En otros tiempos, los discípulos del Resucitado respondieron con obras concretas: comunidades solidarias, hospitales, obras de caridad. Había claridad: un empresario cristiano actuaba primero como cristiano y luego como empresario. Pero hoy es al revés y todo es más complejo. La nueva economía, la globalización, los mercados y un sistema basado en el beneficio a cualquier precio dominan la política, las guerras y un futuro incierto. ¿Qué podemos hacer nosotros, ciudadanos del mundo y discípulos de Cristo?

Pistas desde el Evangelio

El Evangelio de hoy nos ofrece algunas claves. En primer lugar, nos recuerda que la riqueza y el poder no son cuestiones de cantidad, sino de actitud. No se trata de cuánto tenemos, sino de cómo lo vivimos en el corazón. Aunque no seamos parte de los "grandes" del mundo, incluso con pocos bienes podemos caer en el apego de la riqueza que nos aleja del Reino de Dios.

El profeta Amós, en la primera lectura, denuncia con amargura la corrupción de su tiempo: un poder que oprime al pobre mientras se cubren las apariencias con prácticas religiosas. ¡Cuánto se parece esto a nuestro mundo! Ante la lógica perversa del capitalismo, donde el más fuerte triunfa, nuestra conciencia cristiana debe reaccionar. No basta con limosnas piadosas; es necesario afrontar la realidad con honestidad y proponer una economía que ponga a la persona en el centro, no al capital.

sábado, 13 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)


Primera Lectura: Num 21,4b-9
Salmo Responsorial: Salmo 77
Segunda Lectura: Flp 2,6-11
Evangelio: Jn 3, 13-17


               

Es normal que muchas veces nos sintamos cansados y hasta desconcertados por tanto sufrimiento en el mundo. Lo vemos en lo grande —guerras, injusticias, desastres—, pero también en lo pequeño y cercano: en la enfermedad de un ser querido, en las dificultades de la familia, en las heridas que llevamos por dentro. Dios ciertamente nos cura desde lo profundo, pero siempre surge la misma pregunta: ¿por qué hay tanto dolor que parece inútil?

La fiesta que hoy celebramos, la Exaltación de la Santa Cruz, puede darnos una luz en medio de esa pregunta.

Una historia que nos ayuda a mirar

La tradición nos dice que santa Elena, madre del emperador Constantino, viajó a Tierra Santa movida por la fe. Quiso visitar los lugares de la memoria de Jesús, donde durante tres siglos los cristianos habían rezado casi en secreto. En el Gólgota, donde se levantaba un templo pagano, mandó excavar y allí, según la tradición piadosa, se halló la cruz del Señor. Era un 14 de septiembre, y aquella cruz fue llevada a Constantinopla en medio de gran veneración.

En pocas décadas, los cristianos que antes eran perseguidos se encontraron exaltando la cruz de Cristo públicamente. Y desde entonces, esta fiesta nos invita a contemplar con seriedad lo que significa la cruz en la vida cristiana.

Una fiesta paradójica

Para quien no comparte la fe, celebrar la exaltación de la cruz puede sonar absurdo y disparatado. ¿Qué sentido tiene alegrarse por un instrumento de tortura? Nuestra sociedad busca el bienestar, la comodidad, el “no sufrir”. Y es lógico que alguien pregunte: ¿no será esto una exaltación morbosa del dolor? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

La respuesta es clara: los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos ni el dolor, ni la tortura y ni la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo. En la cruz no está glorificado el sufrimiento, sino la entrega de Jesús, que se hizo solidario con nosotros en todo, incluso en la muerte.

sábado, 6 de septiembre de 2025

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

No sea que no pueda acabarla... (Lc 14, 29)

Primera Lectura: Sab 9, 13-18
Salmo Responsorial: Salmo 89
Segunda Lectura: Flm 1, 9-10.12-17
Evangelio: Lc 14, 25-33


Estamos terminando otro verano más. Un verano que se apaga entre las dudas y vaivenes de la política, en un mundo marcado por la violencia de la guerra. Mientras tanto, el Mediterráneo sigue siendo escenario de un drama que parece no tener fin: miles de personas que buscan un futuro mejor se lanzan al mar, y demasiadas veces no llegan a la otra orilla. Las cifras son frías, pero detrás de ellas están los rostros y las vidas de hombres, mujeres y niños. Desde hace tres décadas, más de 48.000 han muerto en esa travesía.

Y no solo el Mediterráneo: en Gaza, en Ucrania, en el Cuerno de África… los conflictos y las catástrofes obligan a millones a abandonar sus casas, dejando atrás todo lo que conocen. La tierra se convierte en un lugar hostil para los que solo buscan un poco de paz y dignidad.

Son contradicciones que reflejan nuestra condición humana: mientras los poderosos discuten y calculan, los pequeños sufren y mueren. Y nosotros, desde nuestra vida cotidiana, también luchamos contra la violencia que anida en nuestro interior, intentando no caer en la indiferencia, buscando un poco de luz para caminar.

En medio de todo, la Palabra de Dios viene a tocarnos, a abrir grietas en la dureza de nuestro corazón. Nos invita a no resignarnos, a creer que la conversión es posible. Porque si no avanzamos en ese camino, corremos el riesgo de ir muriendo lentamente, devorados por la nada.

Ánimo, pues: el Señor nos ofrece su Sabiduría como horizonte.

Buscar las cosas de arriba

El libro de la Sabiduría nos plantea una verdad sencilla y, a la vez, profunda: “Los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos” (Sab 9,14). ¡Cuánta razón tiene! Sabemos mucho de ciencia y de tecnología, nos hemos atrevido a cruzar el espacio y a descifrar la energía, pero seguimos siendo incapaces de responder al vacío interior del joven que se pierde en la droga, o de detener el odio que alimenta la guerra, o de curar la soledad de tantas familias sin casa ni tierra donde asentarse.

sábado, 30 de agosto de 2025

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Eclo 3, 17-21.29
Salmo Responsorial: Salmo 67
Segunda Lectura: Heb 12, 18-19.22-24
Evangelio: Lc14, 1.7-14


El domingo pasado escuchábamos a Jesús invitarnos a entrar por la puerta estrecha. Hoy, con las imágenes del Evangelio, se nos explica mejor en qué consiste esa puerta: en actitudes concretas de humildad y de verdad, frente a la tentación siempre actual de la apariencia y del orgullo.

No es sencillo mantener la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos. La fe no es simplemente cumplir normas; pero es evidente que, si de verdad hemos encontrado a Cristo, nuestra vida cambia: se orienta hacia lo bueno y lo verdadero, y poco a poco se va transformando. Lo mismo que sucede cuando una persona se enamora: sus gestos, su manera de hablar, su mirada, todo se nota.

También nosotros estamos llamados a vivir como personas salvadas, dejando que el Evangelio purifique nuestro corazón y nuestras actitudes, más allá de simples códigos morales.

 Jesús y las apariencias

El Evangelio nos muestra a Jesús observando cómo algunos buscan los primeros puestos en la mesa. Ridiculiza la actitud de los que aparentan grandeza sólo por tener un cargo o un lugar visible. No critica la responsabilidad social en sí, sino el orgullo de quien confunde el servicio con la apariencia, y la dignidad con el poder.

Nuestra sociedad conoce muy bien esa tentación. Vivimos rodeados de ansias de notoriedad: el deseo de “salir en la tele”, de tener seguidores en las redes, de ser reconocidos aunque sea con cosas superficiales. Nuestros jóvenes, y también los adultos, sienten a veces un miedo enorme a pasar desapercibidos. Y tantas veces esa búsqueda de visibilidad acaba vaciando a las personas, convirtiéndolas en copias unas de otras, esclavas del juicio ajeno.

Detrás de todo esto hay una tragedia: se piensa que uno sólo existe si aparece, que sólo vale lo que se ve, que lo demás no cuenta. Pero, hermanos, mientras el mundo juzga y condena con dureza, Dios perdona y levanta siempre.

El mensaje de Jesús

Frente a todo eso, la palabra de Jesús es clara: no necesitas aparentar. Tú vales a los ojos de Dios tal como eres. Tu dignidad no depende de un aplauso ni de una imagen pública, sino del amor de Dios que te ha creado y te sostiene.

sábado, 23 de agosto de 2025

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


La puerta estrecha...

Primera Lectura: Is 66, 18-21
Salmo Interleccional: Salmo 116
Segunda Lectura: Heb 12, 5-7.11-13
Evangelio: Lc 13, 22-30

María, la primera de los discípulos de Jesús, primera entre los resucitados, guía de la larga ascensión al corazón de Dios, es la que se dejó conducir por la Palabra, la que supo reconocer la gran obra de Dios en la Historia y en su pequeña historia. Hoy nos invita a tomar en serio la obra de su Hijo, a hacer —como en Caná— lo que Él nos diga, para que el agua de la costumbre rutinaria se transforme en el vino nuevo de la fiesta sin fin. Ella, la primera entre los resucitados, es un modelo humilde y concreto de lo que significa ser Iglesia, ayer y hoy.

En este tiempo agotador y ambiguo que nos toca vivir, a los discípulos de Jesús se nos plantea el mismo desafío de siempre: hablar de Cristo. La Iglesia —todos nosotros— está llamada a repetir lo esencial: anunciar al Maestro.
En un momento en que el mundo habla mal de la Iglesia casi sin descanso, no nos toca encerrarnos en discursos autorreferenciales ni defensivos. Tampoco atrincherarnos en posturas rígidas o integristas. Hemos sido llamados —como anuncia Isaías— a ampliar la tienda, a que nuestro mensaje sea verdaderamente católico, es decir, universal.

La Palabra de hoy nos invita a mirarnos por dentro, a reconocer y purificar esos riesgos de sectarismo y de arrogancia que, desde siempre, pueden habitar también en el corazón de los convertidos… de nosotros mismos. Y surge la pregunta: ¿Son muchos los que se salvan? El creyente que la formula, colocándose ya en el grupo de los salvados, no sabe bien en qué se mete. Es la vieja tentación: querer saber si estamos “en orden”, si tenemos suficientes puntos acumulados para ganar el “concurso” de la salvación, si podemos estar tranquilos porque ya tenemos reservado un sitio en el paraíso.

 La falsa seguridad

Es la tentación que a veces afecta a los católicos de largo recorrido, cuando perdemos la tensión del discípulo y creemos que las murallas de la ciudad son tan firmes que ya no hace falta la vigilancia del centinela.

sábado, 16 de agosto de 2025

DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

He venido a traer fuego a la tierra (Lc 12, 49)


Primera Lectura: Jer 38, 4-6.8-10
Salmo Responsorial: Salmo 39
Segunda Lectura: Heb 12, 1-4
Evangelio: Lc 12, 49-53

Con la fiesta de la Asunción, que hemos celebrado, comienza el lento declive del verano. Ya se asoman en el horizonte la vuelta a las aulas, la reanudación de tantas actividades que el otoño trae consigo. Sin embargo, la Palabra que nos ha acompañado en estos meses sigue iluminando nuestra vida con fuerza; es una clave de lectura y, al mismo tiempo, un estímulo constante para nuestra conversión.

El Evangelio, ese tesoro que llevamos en el corazón, nos enciende con pasión y alegría. Nos empuja a estar vigilantes, a buscar sin descanso la presencia del Señor.

Como Abraham, estamos llamados a salir de la comodidad y de lo superficial, a dejar libres nuestras almas para mirar más allá de lo cotidiano.

Creer es fiarse. Es acoger la palabra que Jesús nos dice acerca de Dios. Es atravesar las contradicciones que encontramos dentro de nosotros mismos y afrontar las dificultades de la vida manteniendo viva la llama de la esperanza. Creer es aprender a mirar, con la luz del Evangelio, las incoherencias que encontramos tanto en nuestra propia vida como en la de la comunidad cristiana.

Sí, hermanos: creer es una lucha. Una lucha espiritual.

Muchos imaginan la fe como una certeza adquirida, como una especie de seguro de vida o una forma de simplificar los problemas. Pero no es así. Creer es aprender siempre, convertirse una y otra vez, vivir buscando y orientándose hacia lo que aún no se alcanza del todo, aunque ya se posea en germen. Creer es luchar.

 Enfrentamientos

La Palabra de hoy nos sacude al recordarnos que el anuncio del Evangelio es signo de contradicción. El mundo, tan amado por el Padre hasta el punto de entregarnos a su Hijo, recibe a menudo con fastidio la intervención de Dios, y prefiere la oscuridad a la luz.

No es fácil hablar de esto en un tiempo —y también dentro de la Iglesia— donde abundan quienes se dicen creyentes y se presentan como defensores orgullosos de los valores cristianos, pero en el fondo están anclados en sus propios esquemas y cerrados a la novedad de Dios.

Si somos fieles al Evangelio, no podemos dividir el mundo en dos bandos: “los buenos” —nosotros, el trigo, el pequeño resto— y “los malos” —los otros, laicistas, anticlericales, obstinados en el error—. No. Los cristianos estamos hechos de la misma tierra que todos, y llevamos en el corazón las mismas fragilidades y temores. La única diferencia es que hemos sido alcanzados por la luz de Cristo.

jueves, 14 de agosto de 2025

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (15 de agosto)


Primera Lectura: Ap 11,19; 12,1-6.10
Salmo Responsorial: Salmo 44
Segunda Lectura: 1 Cor 15, 20-27
Evangelio: Lc 1, 39-56

Para nosotros, cristianos, esta es la fiesta de la Virgen de agosto: la solemnidad de la Asunción de María. Celebramos hoy que ella, la primera de los creyentes, ha entrado en el cielo; la primera resucitada. En el fondo, esta es también la fiesta de todos nosotros, discípulos del Señor, que caminamos con esfuerzo, con esperanza, hacia esa misma meta. Es como si la Iglesia, en este día, nos señalara el destino final: el horizonte hacia el que vamos, la cima a la que estamos llamados por gracia.

Una tradición que viene de lejos

La Asunción es una de las celebraciones más antiguas del calendario cristiano, enraizada profundamente en la fe de las primeras comunidades. Quizá por eso no es fácil hablar de ella con definiciones precisas o con palabras exactas. Pero lo que creemos, lo decimos con la sencillez de la fe: María de Nazaret, Madre de Jesús, la primera entre los discípulos, la que sostuvo a su Hijo en brazos y permaneció fiel al pie de la cruz, la que oraba con la comunidad en Pentecostés, ella fue llevada por Dios al cielo, en cuerpo y alma, junto al Padre.

Y una vez confesado esto, nos dejamos envolver por el silencio reverente del misterio. No sabemos el cómo, ni el cuándo, ni el modo en que ocurrió; solo sabemos que la Iglesia, desde sus orígenes, lo ha celebrado con gozo.

La tradición ha hablado del “Tránsito” o la “Dormición” de María, como si se tratara de un sueño en los brazos del Padre. Hoy, en el prefacio de la misa, lo proclamaremos con palabras que nos conmueven: “No podía conocer la corrupción del sepulcro aquella que llevó en su seno al autor de la vida”.

Y hoy preferimos expresar que María es la primera persona plenamente resucitada; la primera que ha llegado a conocer y a vivir la plenitud del destino humano según el designio amoroso de Dios.

Una inquietud que permanece

Sin embargo, hermanos, es verdad que este misterio no está exento de cierta incomodidad. No tanto por el dogma en sí, sino por la figura de María. María era una joven sencilla, de un pueblo perdido en Galilea; una muchacha callada, trabajadora, tímida quizá, acostumbrada a vivir con discreción.

Y, sin embargo, con el paso de los siglos, se ha desarrollado en torno a ella una devoción inmensa, sincera, pero a veces excesiva. Y lo digo con cuidado. Porque ese exceso puede acabar alejando a muchos hermanos nuestros —que buscan a Dios con honestidad, en medio de un mundo secularizado— de la verdadera figura de María. Puede dar la impresión de que ella es inaccesible, casi irreal, como si su santidad la hubiera separado de nuestra historia concreta.

Y eso sería una gran injusticia. Porque María fue, ante todo, una discípula de verdad. Una mujer del pueblo. Fuerte, valiente, lúcida. La primera en reconocer el rostro del Dios encarnado. Y nosotros, en vez de aprender de ella, la hemos colocado en lo alto de un altar, coronada de piedras y alejada de nuestra vida cotidiana.

sábado, 9 de agosto de 2025

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

Tened encendidas las lámparas (Lc 12, 35)


Primera Lectura: Sab  8, 6-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: Heb 11, 1-2. 8-19
Evangelio: Lc 12, 35-40

En el corazón del verano, una palabra de aliento

En pleno verano, cuando a veces también la vida de fe entra en letargo, el Señor viene a despertarnos con palabras de consuelo y confianza. Jesús nos habla con ternura: aunque seamos un rebaño pequeño, frágil, incluso temeroso… al Padre le ha complacido darnos el Reino.

No somos ovejas sin pastor. Al confiar en Jesús, el verdadero Pastor, evitamos extraviarnos tras esos otros “pastores” que no nos aman, que no nos cuidan, que apenas nos alquilan el pasto y se desentienden de nosotros. Él, en cambio, nos guía hacia la plenitud.

Seguir a Jesús no es cualquier cosa: es, en realidad, la gran aventura de la vida. Lo único —lo único de veras— en lo que vale la pena invertir el alma entera. Y por eso, el Señor nos invita a dejar atrás la ansiedad que nos provocan tantas posesiones: las materiales, pero también las emocionales o relacionales. No todo merece nuestra energía ni nuestro sueño.

¿Cuántas veces hemos visto a personas —quizá nosotros mismos— entregarse en cuerpo y alma a metas vacías, a ambiciones que, aunque prometen plenitud, sólo dejan cansancio y un hueco mayor en el corazón? Esa sed que nunca se sacia, esa montaña que nunca se termina de subir. Porque detrás de cada cima, otra cuesta; detrás de cada conquista, otra espera.

Ser sinceros nos lleva a reconocerlo: no es fácil apaciguar la ansiedad que habita en lo profundo del alma.

Preparaos

Estad preparados”, nos advierte Jesús en el Evangelio (Lc 12, 35-40). No se trata sólo de estar en guardia, sino de vivir despiertos, listos para caminar, incluso para replantearnos lo que creemos seguro. Y también nuestras certezas de fe.

El corazón humano está hecho para lo infinito. Por eso, quien busca a Dios, quien lo ha encontrado, sabe que siempre hay más por descubrir. Este es el verdadero dinamismo del discípulo: vivir el “ya, pero todavía no” de la salvación.

·                 Ya conocemos a Dios… pero todavía no lo poseemos del todo.

·                 Ya hemos amado… pero ningún amor colma del todo el corazón.

·                 Ya nos ha iluminado el Evangelio… pero aún pasamos por oscuridades.

·                 Ya intuimos quiénes somos… pero aún no terminamos de serlo.

Esta tensión —sana, fecunda— nos aparta de la rutina sin sentido y nos devuelve al núcleo de la vida. El Señor nos quiere listos y despiertos… pero nosotros, con frecuencia, acampamos en la noche. ¡Necesitamos mucha fe!

sábado, 2 de agosto de 2025

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Ec 1, 1-2; 2, 21-23
Salmo Responsorial: Salmo  89
Segunda Lectura: Col 3, 1-5.9-11
Evangelio: Lc 12, 13-21
  

En los últimos domingos hemos escuchado el Evangelio del buen samaritano, el de Marta y María, y el de la oración. Hoy, la Palabra nos lleva a desarrollar un tema que ya estaba presente en todos ellos: el de los bienes de la tierra.

Sí, porque ese vino que Marta sirve con tanto esmero, o el “pan de cada día” que pedimos en el Padrenuestro, o la compasión del samaritano que gasta su dinero por amor al herido, nos hablan de lo mismo: de cómo nos relacionamos con lo que tenemos, con lo que poseemos, con lo que pasa por nuestras manos.

La Palabra de hoy baja al terreno de lo concreto. Habla de decisiones, de rutinas diarias, de las relaciones que mantenemos con las cosas… y con el dinero.

Y esto no es un tema marginal. En estos tiempos en los que conceptos como “mercado” o “economía” han dejado de ser abstractos para volverse dolorosamente reales, la mayoría de las personas vive algún tipo de empobrecimiento. Así que no, no estamos hablando de cosas inútiles ni superficiales.

Líos

Que levante la mano quien nunca haya tenido, aunque sea una pequeña discusión, con familiares o amigos… por dinero.

No hace falta que la levantemos, pero todos sabemos que eso pasa. A veces se presentan como discusiones de principios, y seguramente lo son. Pero también sabemos lo que duele sentir que te han engañado, o que no se ha sido justo contigo.

En el Evangelio de hoy, un hombre le pide a Jesús que intervenga para que su hermano reparta con él la herencia. Es muy probable que tuviera razón. Pero Jesús le responde con una sonrisa y un “no, gracias”.

¿Y por qué no?

miércoles, 30 de julio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA (31 de julio)


Primera Lectura: Jer 20, 7-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: 1 Cor 10,31 – 11,1
Evangelio: Lc 14, 25-33


Hoy estamos aquí reunidos no para recordar a uno de los grandes personajes del mundo —ni a un rey, ni a un militar, ni a un sabio— sino para celebrar la vida de un hombre que fue santo. Ignacio de Loyola no fue famoso por el poder ni por la riqueza, sino porque dejó que Dios transformara su vida por completo. Como dice la exhortación Gaudete et exsultate (n. 15) del Papa Francisco, fue alguien que se abrió totalmente a Dios, y que eligió una y otra vez seguirlo con todo lo que tenía.

Lo que no nace de Dios y no responde a su llamada, se va olvidando. Pero la santidad... esa permanece.

En mi debilidad te haces fuerte, Señor

Ahora bien, ¿dónde fue encontrado Ignacio por Dios? No en la gloria ni en el éxito, sino en el dolor, en el límite. Sabemos su historia: por ser el menor, no tenía herencia en su casa. Huérfano joven, tuvo que buscarse la vida. Primero entró al servicio del Contador del Rey, Velázquez de Cuéllar, donde aprendió de la vida cortesana, de las armas, de cómo funcionaba el poder. Pero cuando su patrón cayó en desgracia, Ignacio se vio obligado a empezar de nuevo.

Se unió entonces al ejército del Duque de Nájera, luchando en la frontera. Y allí, en Pamplona, en 1521, una bala de cañón le destrozó la pierna. Fue el comienzo de otro camino. De vuelta a casa, herido, empieza una larga recuperación. Postrado en su habitación de la casa torre de Loyola, con dolores terribles, ve cómo sus sueños de caballero se desmoronan.

Y es en esa cama, sin poder moverse, donde Dios lo alcanza. Igual que Pablo cayó del caballo en el camino de Damasco, o que Francisco de Asís andaba desnudo por las calles, Ignacio fue alcanzado por Dios cuando estaba roto, solo y herido. En lo más bajo.

A veces creemos que Dios está solo en lo perfecto, en lo bonito, en lo exitoso. Pero no: Dios se hace presente justo cuando llegamos a nuestros límites. Donde nosotros ya no podemos, ahí comienza Él.

sábado, 26 de julio de 2025

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Gen 18, 20-32
Salmo Resposorial: Salmo 137
Segunda Lectura: Col 2, 12-14
Evangelio: Lc 11, 1-13

Como María de Betania, podemos hacer la experiencia espléndida de sentarnos a escuchar al Maestro. El corazón descubre entonces una dimensión nueva, un camino que le pone en comunión íntima con Dios.

No se trata de "oír voces" sino del descubrimiento de ese océano de gracia en el cual navegamos sin saberlo. La vida interior, el silencio contemplativo, el encuentro con Dios pasa por la experiencia de la oración.

Lamentablemente, el corazón humano tiende a manipular esta experiencia sublime, convirtiéndola en repeticiones mecánicas o en un último recurso ante las dificultades. “Acordarse de santa Bárbara cuando truena”.

La Palabra de Dios nos ayuda a comprender qué es verdaderamente la oración según el corazón de Dios.

La oración es amistad

El Génesis nos revela el rostro misericordioso de Dios. Sodoma y Gomorra son dos ciudades violentas y depravadas, y Dios decide destruirlas, entregándolas a su propia suerte. Abraham intercede por Sodoma ante Dios, buscando un acuerdo misericordioso. Si hubiera cinco justos, toda la ciudad se salvaría. Pero Sodoma será destruida porque no se llegaron a encontrar ni cinco justos siquiera.

La oración es diálogo íntimo con Dios, intercambio confiado, acuerdo filial. No es una lista de peticiones ni una fórmula mágica, ni mucho menos un intento de corromper al Señor en beneficio propio. La oración está constituida por la escucha atenta de Dios y la intercesión por el mundo, no solo por nuestras necesidades.

La oración es confianza

Jesús nos revela el rostro del Padre: es a Él a quien dirigimos nuestra oración. No a un déspota, sino al Padre que nos trata como a Jesús, su Hijo amado. Un buen Padre conoce lo que necesita su hijo.

jueves, 24 de julio de 2025

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (25 de julio)


Primera lectura: Hch 4,33; 5, 12.27-33; 12,2
Salmo responsorial: Salmo 66
Segunda lectura: 2 Co, 4, 7-15
Evangelio: Mt 20, 20-28

Hoy celebramos la fiesta de un apóstol. Y eso siempre nos lleva a mirar cómo empezó todo en la Iglesia, a volver a lo esencial. Es como recordar las raíces de nuestra fe y dejarnos interpelar por lo que de verdad importa.

En esta fiesta de Santiago el Mayor, al que en España consideramos nuestro patrono desde muy antiguo, vale la pena no quedarnos en lo que dice la tradición popular, sino centrarnos en lo que nos cuenta la Palabra de Dios. Porque eso es lo que hemos escuchado hoy en las lecturas, y eso es lo que da sentido a nuestra celebración.

Nuestros esquemas habituales

El evangelio de hoy empieza con una escena que, si la pensamos bien, es bastante actual: una madre que quiere que sus hijos estén bien colocados. ¿Nos suena? Mucho. Porque en el fondo todos, de una manera u otra, queremos tener poder, estar en un buen sitio, ser reconocidos. Lo vemos en la política, en el trabajo, en la Iglesia… y también en nosotros mismos. A veces más preocupados por figurar que por servir.

En nuestro mundo, y también en nuestras comunidades cristianas, es fácil caer en estas lógicas: querer ser el importante, que se note que mandamos, buscar reconocimiento. A veces incluso utilizamos gestos de cercanía para marcar distancias con elegancia. Controlamos información “por el bien de todos”. Pedimos que todo pase por nosotros. Delegamos poco. Cerramos espacios de participación. Todo muy bien vestido… pero con una lógica de poder.

Y Jesús nos rompe los esquemas: “No será así entre vosotros”.

Los discípulos llevaban ya tiempo caminando con Jesús, pero todavía no lo habían entendido. Santiago y Juan, con ayuda de su madre, querían los mejores puestos. Los otros diez se enfadan, no porque les parezca mal el fondo… sino porque ellos también los querían. Solo que los Zebedeo se les habían adelantado.