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sábado, 4 de enero de 2025

EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 de enero)




Primera Lectura: Is 60, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Ef 3, 2-3a.5-6
Evangelio: Mt 2,1-12

Queridos hermanos: estamos llamados en nuestras frágiles vidas a ver y experimentar la bendición y la sonrisa que Dios nos dirige. Pero sólo podemos hacerlo cuando tenemos el coraje de hacer como María de Nazaret, creando ese espacio de silencio interior donde podemos encontrarnos verdaderamente con el Señor. Es en ese recogimiento donde todo se vuelve posible.

¡Qué misterio tan grande! Dios se hizo hombre, se hizo mirada tierna, sonrisa acogedora. Dios mismo se ha hecho accesible, presente entre nosotros, permitiendo que lo conozcamos, que lo sostengamos en nuestros brazos, como María.

Esta presencia divina lo transforma todo. Como aquellos pastores, despreciados por la sociedad, podemos regresar a nuestras tareas cotidianas con una mirada nueva, porque hemos contemplado la humanidad de Dios. Ahora podemos ver ángeles que suben y bajan en nuestra vida diaria, y anhelar sinceramente la gloria para aquellos a quienes Dios ama, los constructores de la paz.

Esta gloria resplandece en la noche como una estrella en el firmamento. Una luz que orienta, que guía... pero que solo pueden seguirla aquellos que tienen el valor de mirar hacia lo alto.

Estrellas

Cómo hicieron aquellos extraños personajes, los sabios de Oriente. La Escritura los llama simplemente magos, y aunque tradicionalmente los conocemos como Reyes Magos, eran en realidad buscadores de la verdad. No eran adivinos ni astrólogos que predicen por diversión el futuro por unas monedas, sino hombres de ciencia y sabiduría, que anhelaban una comprensión más profunda de la realidad.

Aquellos magos levantaron la vista y se atrevieron a ir más allá, siguiendo su intuición y movidos por un deseo ardiente. Desear en latín – desiderare - , está relacionado con lo sideral, con las estrellas.

Siendo personas de recursos, emprendieron un largo viaje para confirmar sus teorías. Perseveraron en su búsqueda, porque la verdad sólo se alcanza después de atravesar desiertos y pruebas.

viernes, 3 de enero de 2025

DOMINGO 2º DE NAVIDAD (Ciclo C)


 Primera Lectura: Eclo 23, 1-2.8-12
Salmo Responsorial: Salmo 147
Segunda Lectura: Ef 1, 3-6.15-18
Evangelio: Jn 1, 1-18

En este día, el evangelista Juan nos invita a volar alto hacia las alturas del misterio divino. Juan, tocado profundamente por el Espíritu Santo, como sucede a quienes depositan su confianza plena en el Señor, contempla con mirada misericordiosa a quienes nos dejamos arrastrar por una Navidad superficial y consumista. Porque, siendo sinceros, el conocimiento de la fe del cristiano medio en España es bastante decepcionante.

Y es necesario reconocerlo con humildad: muchas veces nos conformamos con un conocimiento básico de nuestra fe, con aquellas nociones elementales del catecismo y algunas frases sueltas de las homilías dominicales. Ante esto no hemos de sorprendernos del proselitismo de nuestros hermanos musulmanes, budistas o de otras creencias?

        El discípulo amado, en su vuelo teológico, condensa en dieciocho versículos toda la profundidad del misterio de la Encarnación. Aborda las grandes preguntas de la existencia: ¿por qué existe Dios?, ¿quién es Jesús?, ¿quiénes somos nosotros, hacia dónde vamos?, ¿cómo termina el libro de la historia?

Lo hace con una perspectiva universal, con aliento cósmico, trascendiendo las limitaciones terrenales. ¿No es esto una invitación para nosotros? Cuando nos sentimos atrapados en la estrechez de nuestra existencia, ¿no será porque permanecemos encerrados en nosotros mismos, incapaces de elevar nuestra mirada al Creador?

Esta dimensión cósmica nos habla de trascendencia, de interioridad profunda, de comprensión del sentido último de la realidad. Juan nos revela a un Dios eterno, plenitud de todo ser, por quien todas las cosas fueron hechas y un fragmento de su gloria está presente en todas ellas.

¡Qué maravillosa revelación! Esta verdad fundamental resuena en toda auténtica búsqueda espiritual de la humanidad: Dios existe y está presente. Sin embargo, ¡cuántas veces nuestra miopía espiritual nos impide contemplar su presencia! Ante la magnificencia de la creación, frecuentemente nos quedamos en la superficie, corriendo el riesgo de idolatrar lo creado. Y no es así. Toda la realidad es como un dedo gigante que apunta hacia el Creador, como las pistas a seguir en un inmenso juego en el que nuestro Dios nos invita a trascender lo material.

Juan nos enseña que en Dios está la vida, y esta vida es la luz de los hombres. Fuera de Él solo hay muerte y tinieblas. Vivir no es meramente existir; es descubrir nuestra existencia como don en la presencia del Señor, comprender el designio divino que da sentido a nuestra vida. Porque la vida no es nuestra, es regalada, y por lo tanto hay que acogerla y respetarla como algo que se nos es dado y que no se nos debe.

Entonces resplandece la luz. ¡Cuánto necesitamos esta luz en nuestras tinieblas! Si reconociéramos humildemente nuestra condición de mendigos espirituales, nos convertiríamos en auténticos buscadores de Dios.