Traducir

Buscar este blog

sábado, 13 de diciembre de 2025

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo A)

“Alegraos, siempre en el Señor; os lo repito, estad alegres.
El Señor está cerca." (Flp 4, 4-5)


Primera Lectura: Is 35,1-6a. 8a. 10
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda Lectura: Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11

Hermanos, puede que uno celebre muchas Navidades sin que, en el fondo, Dios llegue a nacer en su corazón. Y la verdad… el Adviento está precisamente para eso: para despertarnos, prepararnos y volver a lo esencial. Hoy la liturgia nos invita a detenernos un momento, casi como quien respira hondo, y dejar que la Palabra nos saque del ruido de cada día. Algo parecido a lo que hizo María: escuchar, acoger, guardar silencio, y reconocer a los profetas —que también hoy— nos señalan a Cristo.

Y quizá lo sentimos: hay una “Navidad fingida” que se pasea por nuestras calles, vistosa pero vacía. Luces que brillan, escaparates que prometen regalos imposibles, y el Niño Jesús… cada vez más escondido, casi borrado en nombre de un respeto mal entendido. Las revistas explican el origen del árbol, del trineo o de Santa Claus, pero casi nunca hablan de Jesús, el de Nazaret, el Hijo de Dios que viene a nacer. Es extraño: celebramos la Navidad sin el que da nombre a la fiesta.

Y, al mismo tiempo, el ambiente no está precisamente ligero. La crisis económica pesa, la guerra y la inseguridad nos llenan de inquietud, las jugadas políticas y diplomáticas siguen llenas de palabras tergiversada, y demasiados hermanos siguen muriendo en los mares de nuestro entorno o atrapados en caminos de pobreza. Las cifras son durísimas: el hambre crónica afectó a más de 670 millones de personas en 2024; cada día mueren 8.500 niños sin apenas hacer ruido. Y uno se pregunta, a veces con cansancio: “¿De verdad ha cambiado algo desde el nacimiento del Señor?”

La soberbia sigue alzando la voz, el egoísmo continúa imponiéndose más de lo que deseamos —a veces incluso dentro de la Iglesia—, y el mundo parece inclinarse hacia los fuertes.

 Juan, el profeta que duda

El Evangelio de hoy nos coloca ante un Juan Bautista distinto al que conocemos. Ya no está en el Jordán, desafiante y ardiente; ahora está en la cárcel, cerca de la muerte, víctima de la rabia de Herodías y de la debilidad de Herodes. Juan había vivido para anunciar al Mesías. Lo reconoció cuando vino a bautizarse, se inclinó ante él, se admiró de su humildad. Pero ahora… ahora está desconcertado.

Porque el Mesías no actúa como él esperaba. Juan hablaba de fuego, de juicio, de purificación. Jesús, en cambio, habla de misericordia, cura heridas, perdona, se acerca a los pobres, no agita al pueblo. Es un Mesías demasiado distinto, casi desconcertante. Y Juan —el mayor entre los nacidos de mujer— duda. Me gusta que el Evangelio no esconda esta fragilidad: también los grandes creyentes atraviesan noches.

domingo, 7 de diciembre de 2025

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (8 de diciembre)


Primera Lectura: Gen 3,9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Ef 1,3-6.11-12
Evangelio: Lc 1, 26-38

             

En pleno tiempo de Adviento, la Iglesia nos presenta la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción de María. No es que se pretenda hacer un paréntesis litúrgico, sino más bien contemplar a uno de los personajes clave de este tiempo de espera y que está en lo más entrañable del camino de nuestra fe: María, la madre de Jesús.

Muy pronto, desde el principio, las iglesias primitivas entendieron que María había desarrollado un papel importante en todo el diseño salvador de Dios y por eso la admiraron siempre con amor, y trataron de imitar sus virtudes. Las pocas referencias a ella que encontramos en los evangelios nos hacen entender que la figura de María y su presencia animaron sin afanes ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo habría que decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, y de todos los cristianos que la contemplamos a lo largo del tiempo no solo como la madre del Verbo hecho carne, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos e invocaciones han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es obvio que la madre del Salvador hubiera recibido de Dios algunos regalos y algunas gracias, no por justo mérito, sino en virtud del favor y de la gratuidad divina. "Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas" (San Juan Damasceno).

María emerge de las narraciones de Lucas y de los otros evangelistas como una chica de gran equilibrio, con una experiencia de vida que se parece tanto a la nuestra. Por eso es el modelo de cada cristiano.

María del Adviento

En este tiempo de Adviento tenemos la necesidad de despertarnos, porque tenemos el peligro de vivir un poco "dormidos", fuera de la verdadera vida; todos atareados en encontrar espacios para distraernos, olvidando lo esencial. También María, joven creyente, se encontraba en el trajín familiar: el trabajo hogareño de aquel tiempo, las amistades, el tiempo libre... Y es en este contexto ordinario cuando ocurre lo inaudito y extraordinario: a María se le pide convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo. Una cosa fácil, ¿no? Y si nos hubiera sucedido a nosotros, si Dios nos hubiera dicho: "Oye, necesito que me eches una mano para salvar el mundo", ¿qué le hubiéramos contestado?

María, lo primero que hace es titubear, preguntar y agobiarse: ¿cómo es posible todo esto? Lo primero que hace la Virgen es preguntar. María pide explicaciones. Y pide explicaciones precisamente porque lo que se le anuncia es un misterio que solo puede ser acogido desde la fe. Algunos piensan que la fe requiere renunciar al pensamiento, que exige una obediencia ciega, y no es así. La fe requiere el pensamiento porque la fe es lúcida y supone la inteligencia. No es para tontos y para crédulos, porque no es cierto que Dios prefiere a los imbéciles. Imbéciles son los que así lo creen.

Y el ángel le recuerda a María que no hay que poner obstáculos a Dios, porque él sabe bien lo que hace. Y María cree, confía en el Señor.

sábado, 6 de diciembre de 2025

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 11, 1-10
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Rom 15, 4-9
Evangelio: Mt 3, 1-12

 Profetas y profecías

Todavía tenemos mucha necesidad de profetas, pero también es verdad que numerosos profetas habitan en nuestras ciudades grises. Personas con apariencia normal y que hasta saben hablar en nombre de Dios, que saben leer el presente a la luz de la fe. Porque el profeta no predice el futuro - esos son los adivinos – el profeta nos ayuda a entender el presente. ¡Y sólo Dios sabe cuántos profetas necesitamos para lograr descubrir un recorrido de fe sin perdernos en la pesada vida cotidiana!

En las lecturas de hoy nos encontramos con dos profetas. Dos gigantes de la fe, dos pilares de la espiritualidad, dos servidores de la Palabra. Juan, el rudo, e Isaías, el seductor. Así de diferentes son en su modo de profetizar, así son de auténticos y actuales.

- Isaías habla a un pueblo que tiene que vérselas con sus agresivos vecinos:  egipcios, asirios y, muy pronto, van a aparecer los babilonios en la escena internacional del momento. Un pueblo asustado por lo que está ocurriendo, por los grandes proyectos de los poderosos, un pueblo pequeño que se siente como unos tiestos de barro entre macetas de hierro.

En esa situación Isaías canta, sueña y diseña un mundo sin armas. Un mundo en el que el violento juega con el recién nacido. Un juego en el que los instintos más malvados se hacen servidores de la vida y de la verdad.

¡Qué Isaías más iluso! Utópico, diríamos hoy.

- El otro es Juan. Un Juan al que el evangelista Mateo dibuja seco, huraño, incisivo e invasivo como el desierto que lo ha consumido. Eficaz y cáustico como sólo los profetas saben ser.

Juan pide conversión, exige acción y solicita una decisión ante opciones concretas. Porque el cambio lo debemos realizar ya, aquí y ahora, sin acomodarnos a nuestras pequeñas o grandes convicciones. Tenemos que apurarnos para no ser arrollados, barridos y destrozados por un conformismo inoperante.

Porque Dios no sólo está con quien simplemente espera, sino también con quien colabora en la construcción de su Reino. Porque, como dice san Agustín, Dios quiere que lo que es un regalo suyo se convierta en conquista nuestra.

Dos estilos

Son dos estilos de vivir la fe, dos modos de articularla, que sólo son antípodas en apariencia. Isaías espera el Reino de Dios desde lo alto. Juan Bautista se afana en realizarlo desde abajo.

Así de diferentes son los modos de vivir la fe, de construir la Iglesia y de experimentar la vida interior. Así de diferentes son las sensibilidades de cada uno de nosotros. Hay quien sólo mira para arriba y quien, primero, mira para abajo. Son modos de ser que no se contraponen, sino que se complementan.

Así son muchos de los modos de leer la realidad que estamos viviendo. Algunos confían en un milagro divino, con fuego y llamas desde el cielo, otros promueven acciones y movimientos para adelantar el Reino de Dios.

Así es la profecía, dulce y amarga, tierna y decidida, de ensueño esperanzado y de perentoria irrupción en la Historia. Así es nuestra fe.

sábado, 29 de noviembre de 2025

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo A)


Primera lectura: Is 2, 1-5
Salmo responsorial: Salmo 121
Segunda lectura: Rom 13, 11-14
Evangelio: Mt 24, 37-44


Vuelve el Adviento, comienza el nuevo año litúrgico, el camino para prepararse y esperar la Navidad, para convertir el corazón a la buena noticia de un Dios que viene a comprometerse con nosotros. Eso significa que estaremos dentro de un mes nuevamente a la mesa abriendo regalos y dándonos felicidades. Al menos quien tenga alguien con quien sentarse y cuatro cuartos para comprar un regalo.

Si miramos alrededor, nos vemos desorientados, como quién, después de una larga noche de batalla, ve el resplandor de la aurora en el oriente. Estamos demasiado cansados para alegrarnos. Hay demasiadas heridas para curar. Demasiada hemorragia de esperanza como para tomar en serio las invitaciones a la alegría, tan poco convencidas, que empezamos a ver en televisión. Llega la Navidad y nosotros aquí en pleno campo de batalla política y social en tantas partes del mundo.

El Adviento es el único instrumento posible que tenemos para resistir y sobrevivir a ese otro nacimiento consumista y comercial. Necesitamos pararnos, al menos algún minuto, y mirar adónde estamos yendo, necesitamos encontrar una cuerda en la que colgar, como en una colada, todas nuestras vicisitudes. Hoy empieza el Adviento y, sinceramente, lo necesitamos.

Anhelos

Son cuatro las semanas que nos preparan para la Navidad, un espacio de salvación que se nos da para tomar conciencia de nuestra vida. Un mes para preparar una cuna a Dios, aunque sea en un establo. No estamos aquí para hacer un simulacro del nacimiento de Jesús, porque él ya ha nacido en la historia y volverá después en gloria. Ahora se trata de que Jesús nazca en mí, aquí y ahora. Ya.

En medio de la crisis de un mundo en descomposición, en medio de la guerra, en medio de los miles de líos que tenemos que afrontar cada día, arrancando con uñas y dientes un tiempo para vivir con seriedad desde lo hondo de nosotros mismos.

sábado, 22 de noviembre de 2025

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (Ciclo C)

Primera lectura: 2 Sam 5, 1-3
Salmo Responsorial: Salmo 121
Segunda lectura: Col 1, 12-20
Evangelio: Lc 23, 35-43



Este es el último domingo del año litúrgico; el próximo domingo comenzamos ya con la celebración del Adviento. Pero hoy celebramos la verdadera locura del cristianismo que, si se tomara en serio, nos haría ponernos de rodillas a todos para adorar la infinita grandeza de Dios.

Hoy celebramos la realeza de Cristo o, como describe pomposamente la rúbrica del Misal, la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

Las instituciones humanas se tambalean. El domingo pasado, la constatación de las ansiedades y las angustias de nuestro tiempo nos oprimía el corazón a todos, más o menos creyentes; por eso no nos disgustaría un bonito desenlace de la historia, con la llegada de los nuestros, del "séptimo de caballería" como en las películas del oeste de los años sesenta del siglo pasado. ¡Ya era hora! ¡Por fin! ¡Nos faltaba algo así! Cristo Rey...

¿Pero de dónde es rey este Jesús?

 Mirar más allá

Las razones para el desánimo no faltan, y la frágil historia hecha de armas y de violencia sigue dictando su ley. No han cambiado mucho las cosas en estos dos mil años de cristianismo, y el Reino de Dios parece ser un bonito proyecto que se ha quedado sobre el papel, una inspiración espiritual de algún soñador.

La fiesta de hoy, en cambio, es una provocación a nuestra fe tibia, que desafía a nuestra frágil cultura actual, a nuestro cristianismo miope hecho de pequeños proyectos.

Que Cristo es rey quiere decir que Él tendrá la última palabra sobre toda la Historia, sobre cada historia y sobre mi historia personal. Decir que Cristo es rey significa no rendirse a lo que parece una evidente derrota de Dios y del hombre; significa creer que el mundo no se está precipitando en el caos, sino en el abrazo tierno y fecundo del Padre. Decir que Cristo es rey significa crear espacios de presencia del Reino allí donde estemos viviendo nuestra vocación a la vida, crear pequeños espacios que digan, como una publicidad, a los extraviados de corazón: ¡Eh, que Dios os quiere!

Hoy es la fiesta en la que la comunidad cristiana mira hacia adelante, más allá, dentro y fuera de nuestros límites y de nuestros esfuerzos, porque la medida para juzgar si somos Iglesia, o no, es y será siempre la realización, o no, del Reino de Dios.

 Un rey extravagante

La realeza de Jesús es, ciertamente, una majestad que contradice nuestra visión de Dios. Porque este Dios es el más derrotado de todos los derrotados, más frágil que cualquier fragilidad. Un rey sin trono y sin cetro, colgado desnudo en una cruz, un rey que necesita un cartel —INRI— para ser identificado. "Mi reino no es de este mundo".

Este es nuestro Dios: un Dios derrotado.

sábado, 15 de noviembre de 2025

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera lectura: Mal 3, 19-20
Salmo responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 2 Tes 3, 7-12
Evangelio: Lc 21, 5-19

La finalidad de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar no es describir el futuro, sino darnos como creyentes fuerza y coraje para que podamos vivir con autenticidad el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades, reconociendo el valor que tiene el tiempo presente.

Está claro que las cosas no van bien, lo sabemos de sobra. Los acontecimientos del mundo nos inquietan y mucho. La tragedia diaria e imparable de los emigrantes tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, los millares de muertos que buscaban una vida mejor (unos 28.000 en los últimos 8 años); la guerra en Ucrania que es una catástrofe de consecuencias imprevisibles; el inestable alto el fuego en Gaza tras su destrucción; la violencia fanática del extremismo islámico; las olvidadas guerras en África que se eternizan, mientras Europa mira hipócritamente para otra parte; la economía mundial que no termina de activarse sino que empeora cada día; la mala política que hace huir de su entorno a las personas normales y honradas que desean un mundo mejor; un mundo occidental que se jacta de haber recuperado, en nombre de la libertad, cualquier forma de suicidio u homicidio: la muerte dulce, el suicidio asistido, la supresión de enfermos mentales. Una absoluta falta de humanismo que parece llevarnos a la destrucción.

Y no hablemos de las situaciones personales. Cada día, en el acompañamiento personal, en el confesionario, o por correo, me llegan realidades dolorosas, a las que a veces no sé cómo responder, pero que siempre llevo a mi oración de creyente. Confío al Señor a quien ha perdido a sus hijos o hermanos en la flor de la vida, o todavía creciendo; a quien sufre la ansiedad por un hijo con una enfermedad que nadie logra diagnosticar; el desaliento de quien estando perdidamente enamorado ve que ese amor se le escurre entre los dedos hasta dar al traste con su matrimonio, sin poder hacer nada... Vosotros mismos podéis ir añadiendo a la lista otras tantas situaciones personales que, sin duda, conocéis.

 Se acabó el tiempo

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el evangelista Lucas se dirige a su comunidad —y a nosotros— hablando de los últimos tiempos, que ya han comenzado con la resurrección de Jesucristo. No nos habla del final del mundo sino de la meta a alcanzar. No nos habla de una explosión destructora del cosmos sino del sentido último de la historia.

sábado, 8 de noviembre de 2025

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN (9 de noviembre)


Primera Lectura: Ez 47,1-2.8-9.12
Salmo Responsorial: Salmo 45
Segunda Lectura: 1Cor 3,9c-11.16-17
Evangelio: Jn 2, 13-22

Hoy, la Iglesia celebra con gozo la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, madre y cabeza de todas las iglesias del mundo. No es San Pedro del Vaticano, como muchos creen, sino este templo el que ostenta el título de omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput, es decir, "madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad y del mundo". Al conmemorar su consagración, recordamos que Roma no es solo un símbolo de primacía, sino de servicio: servicio a la verdad, servicio a los pobres, servicio a la unidad de la fe. Como nos enseñó san Gregorio Magno, Roma es primera entre iguales porque, desde Pedro, ha sido llamada a ser faro de caridad y custodia del Evangelio.

 La Iglesia: más que piedras, comunidad viva

La fiesta de hoy nos invita a reflexionar sobre el sentido profundo de nuestras iglesias. Cuando escuchamos la palabra iglesia, es fácil que nuestra mente se dirija a un edificio, a un templo de piedras y vidrieras, a esos espacios que el arte y la historia han elevado a la categoría de obras maestras. Y es cierto: las catedrales, con su belleza, son un canto de gloria a Dios. Pero, hermanos, el templo solo tiene sentido si alberga a la Iglesia con mayúscula, es decir, a la comunidad de creyentes reunidos por Cristo.

El cristianismo, a diferencia de otras religiones, desacraliza el espacio: no creemos que Dios habite en edificios ─ o esté encerrado en ellos ─ sino en el corazón de su pueblo. Nuestros templos no son museos, sino lugares de encuentro, donde la Palabra se proclama, el pan se parte y la caridad se vive. El riesgo de convertir nuestras iglesias en meros espacios turísticos o en instituciones frías es real. Por eso, hoy Jesús nos interpela con su gesto profético en el templo de Jerusalén, narrado en el Evangelio de Juan: "No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre" (Jn 2, 16). Con un látigo, expulsa a los mercaderes y vuelca las mesas de los cambistas. ¿Por qué? Porque el templo se había convertido en un negocio, en un lugar donde el culto a Dios se mezclaba con intereses humanos.

viernes, 31 de octubre de 2025

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS (2 de noviembre)


Primera Lectura: Is. 25,6-10
Salmo Responsorial: Salmo22
Segunda Lectura: 1Tes 4,12-17
Evangelio: Lc  24, 13-35

En el año 998, el abad Odilón de Cluny estableció que todos los monasterios bajo su jurisdicción celebraran, el 2 de noviembre, la memoria de los difuntos. Más tarde, en el siglo XIV, la liturgia romana adoptó esta celebración el día siguiente a la fiesta de Todos los Santos, subrayando así su continuidad y ofreciendo una clave para interpretar el misterio de la muerte. La alegría de los santos nos ayuda a comprender este misterio y a acoger la buena noticia que Dios nos ofrece incluso en el momento más crucial de nuestra existencia terrenal.

 ¿Qué hacer ante la muerte?

El 2 de noviembre evoca imágenes tradicionales: cementerios llenos de gente, tumbas limpias y adornadas con flores, encuentros silenciosos entre familiares y amigos, y un ambiente de recogimiento. Sin embargo, esta tradición se desvanece con el tiempo, lo que nos invita a enfrentarnos al misterio de la muerte sin intermediarios. Para muchos, especialmente para los jóvenes, estos rituales pueden parecer lejanos o incluso incómodos, como gestos cargados de dolor para quienes han perdido a un ser querido o se enfrentan a la soledad tras una vida de hábitos compartidos.

Hoy, no sabemos muy bien cómo abordar la muerte. A menudo, la ignoramos, evitamos hablar de ella y tratamos de olvidarla lo antes posible. Cumplimos con los trámites necesarios, ya sean religiosos o civiles, y volvemos a nuestra rutina, como si nada hubiera pasado.

Pero la muerte, tarde o temprano, llama a nuestra puerta y nos arrebata a quienes más amamos. ¿Cómo reaccionar ante la pérdida de una madre? ¿Qué actitud tomar cuando un esposo nos dice adiós para siempre? ¿Cómo llenar el vacío que dejan los amigos del alma? ¿Y cómo consolar a unos padres que pierden a un hijo?

Este día nos obliga a reflexionar, pero cada vez más se ve amenazado por la lógica del olvido y el "mejor no pensar", que domina en una sociedad que huye del sufrimiento. Vivimos en una época contradictoria: por un lado, consumimos noticias de violencia y tragedias frente al televisor, y por otro, importamos tradiciones como Halloween, que banaliza la muerte con risas y disfraces, evitando así enfrentarnos a su realidad.

 La Buena Noticia

Quienes han experimentado la pérdida de un ser querido saben que la muerte no puede tomarse a la ligera. La respuesta que demos a este misterio definirá el sentido de nuestra vida. Una actitud madura ante la muerte —ni deprimente ni mágica— marcará nuestra búsqueda más profunda del significado de la existencia.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (1 de noviembre)


Primera lectura: Ap 7,2-4.9-14
Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda lectura: 1Jn 3,1-3
Evangelio: Mt 5, 1-12a

Hoy la Iglesia celebra en una sola fiesta la santidad que Dios derrama sobre todos los que confían en Él. Es una fiesta luminosa, que nos anima a mirar hacia lo alto y a desear con más fuerza parecernos a los santos, esos amigos de Dios que nos muestran que vivir según el Evangelio es posible.

“¡Qué hermoso es ser santo!” No lo decimos solo por las imágenes que veneramos en los templos ni por las velas que encendemos ante ellas, sino porque ser santo es cumplir el sueño de Dios sobre nosotros. Es llegar a ser la obra maestra que Él pensó desde el principio para cada uno. Dios cree en nosotros, nos sostiene y nos ofrece todo lo necesario para alcanzar esa plenitud.

Hoy celebramos, en el fondo, nuestra propia vocación y destino. La Iglesia, santa y pecadora a la vez, nos invita a mirar más allá de las apariencias: en el corazón de cada persona hay un santo en germen. Todos nacemos para realizar el sueño de Dios, y cada uno tiene un lugar y una misión insustituibles en este mundo.

Ser santo no es obra del esfuerzo personal, sino de la gracia que se deja actuar. El santo no es quien se impone metas heroicas, sino quien permite que Dios transforme su vida.

La santidad: don de Dios

La santidad que celebramos hoy no es principalmente nuestra, sino la de Dios. Y al acercarnos a Él, nos dejamos contagiar de su luz, de su amor y de su paz. Él, que es el Santo por excelencia, desea comunicarnos su propia vida.

El Papa Francisco nos recuerda que “la santidad no es algo que conseguimos por nuestras fuerzas o capacidades”. Es un don. “Es el regalo que Jesús nos hace cuando nos toma consigo, nos reviste de sí mismo y nos hace semejantes a Él”. Por eso, añade el Papa, la santidad no es un privilegio de unos pocos elegidos: es una vocación universal, ofrecida a todos. No consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias, como decía santa Teresa del Niño Jesús.

sábado, 25 de octubre de 2025

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Eclo 35,12-14.16-18
Salmo responsorial: Salmo 33
Segunda lectura: 2 Tim 4, 6-8.16-18
Evangelio: Lc 18, 9-14
 

Mantener viva la fe en estos tiempos frágiles no es fácil. Exige constancia, lucidez y una determinación profunda. Los ritmos acelerados de la vida, las mil exigencias que nos dispersan y ese cansancio sutil que se nos mete dentro sin darnos cuenta, acaban apagando la mirada evangélica.

Un cristiano adulto, con familia y trabajo, apenas logra —si tiene suerte— un poco de respiro para la Misa dominical. Y eso, cuando puede. Pero si no encontramos cada día, aunque sea unos minutos, un espacio de silencio, de oración, de encuentro interior con Dios, la fe se va diluyendo, se nos escapa como el agua entre los dedos.

 El fariseo y los estorbos del corazón

Hoy el evangelio nos habla del fariseo y del publicano recaudador.

Los fariseos eran gente devota, celosa de la ley, empeñada en mantener viva la fidelidad de Israel a Dios. Cumplían con todo, hasta en lo más pequeño: el diezmo de las hierbas y las especias. Su lista de méritos es impecable.

¿Dónde está entonces el problema? Jesús lo deja claro: el fariseo está tan lleno de sí mismo, tan convencido de su bondad, que en su corazón ya no cabe Dios. Está lleno… pero de su ego espiritual. No hay hueco para la gracia.

Y lo peor: en lugar de mirarse en el proyecto de Dios, se compara con los demás. Necesita tener enfrente a alguien peor —ese publicano del fondo— para sentirse justo. Es el gran error religioso: poner la mirada en el otro para juzgarlo, y no en Dios para dejarnos transformar por Él.

El Señor no pide prácticas impecables, sino corazones disponibles. Pero con la cabeza llena de preocupaciones y el alma atestada de ruidos y deseos, ¿cómo podrá Dios entrar en nosotros? A veces, después de un retiro o una experiencia intensa, sentimos su presencia… pero al volver a casa, el ruido del mundo vuelve a ocuparlo todo. Y Dios queda fuera.

No es sólo orgullo farisaico; es también el peso de una vida que no se deja liberar, que gira en su propio vacío sin abrirse al Misterio.

Lecciones del publicano

El publicano, en cambio, nos enseña un camino a seguir. Su vida está llena de sombras: dinero ganado de forma injusta, desprecio de sus compatriotas, incluso corrupción, conciencia de haber fracasado. Todo eso ha dejado en él un gran vacío. Pero ese vacío lo entrega a Dios. No se justifica, no presume, no compite. Simplemente se confía. Y ese acto humilde lo salva.

sábado, 18 de octubre de 2025

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera lectura: Ex 17,8-13a
Salmo Responsorial: Salmo 120
Segunda lectura: 2 Tim 3,14 - 4,2
Evangelio: Lc 18, 1-8
 

Los textos de hoy nos hablan de la oración.

A los cristianos nos gusta orar: hablamos de la oración, la necesitamos. Sentimos una fuerza extraordinaria que proviene de la meditación orante de la Palabra. Pero muchas veces rezamos mal y distraídos, igual que hacemos en otras muchas cosas. No siempre logramos levantarnos temprano por la mañana para recortar al día un tiempo para la oración y, por la tarde, a menudo el cansancio se impone a los buenos deseos que tenemos de un momento de pausa al anochecer.

A veces es pesado rezar. Monjas de clausura, amigas mías, que pasan muchas horas al día en oración por los demás, me comentan con humor que, a veces, se cansan de rezar. ¡Parece un chiste!

Convencer a alguien de la necesidad y la importancia de la oración es imposible. Pero, por otra parte, es igualmente imposible que quien haya descubierto el rostro de Dios en la oración llegue alguna vez a abandonarla.

La oración es una experiencia única y personal que se aprende a medida que se practica. Me parece a mí que los libros para enseñar a orar solo sirven al que los escribe.

 Confidencias

La oración es el santuario donde descubrimos el verdadero rostro de Dios, el lugar donde el alma recompone nuestra vida fragmentada e incoherente. Por eso, os confieso que conservar y cultivar una vida interior en este tiempo feroz, en un mundo occidental que ha perdido el alma, tiene algo de heroico.

La experiencia de los orantes nos dice que, a pesar de haber rezado tanto, Dios nunca les dio exactamente lo que pedían, sino todo aquello que deseaban —sin saber cómo—, y además mucho más de lo que esperaban. Ellos mismos descubrieron el sentido profundo de aquel consejo: “Llamad y se os abrirá”, solo que la puerta que se abrió no era aquella a la que estaban llamando.

La puerta de la interioridad, la del verdadero rostro de Dios, la del descubrimiento de uno mismo, solo lograremos abrirla si insistimos, si no nos desanimamos, si aceptamos sentirnos a veces cansados, casi sin fe, y logramos sentarnos desalentados, dejando que alguien nos sostenga los brazos extendidos, como Moisés en la primera lectura.

Es esta una espléndida imagen de la Iglesia: una comunidad en la que nos ayudamos y nos sostenemos mutuamente.

 El juez injusto

Nos dice Jesús que, aun cuando percibiéramos a Dios como un juez incomprensible que no interviene en la vida de los débiles, que nos agobia con normas enigmáticas, que imaginamos ajeno a nuestras inquietudes y a nuestras tragedias, aun cuando Dios fuera ese monstruo que a veces dibuja nuestro inconsciente —y que ciertos cristianos gustan de profesar con insistencia, hasta el hartazgo—, estamos llamados a insistir en la oración.

sábado, 11 de octubre de 2025

FIESTA DE Nª Sª DEL PILAR (12 de octubre)

 

Primera Lectura: 1 Cro 15, 3-4.15-16; 16, 1-2
Salmo Responsorial: Salmo 26
Evangelio: Lc 11, 27-28

 

Tradición

En la leyenda de la venida de la Virgen a Zaragoza “en carne mortal” se trata de una piadosa tradición, según la cual, el apóstol Santiago el Mayor se encontraba en Cesaraugusta, a las orillas del río Ebro, junto a un pequeño grupo de conversos que habían escuchado y creído su predicación. Pero los cesaraugustanos resultaban bastante duros de oído y de corazón, y el apóstol se dio cuenta de que sus fuerzas flaqueaban, y comenzaba a preguntarse si tenía algún sentido seguir predicando el mensaje de Jesús en aquella tierra. Cuando su flaqueza, por el desánimo, le hacía perder su entereza, vio a María, la madre de Jesús, en una gloriosa aparición, rodeada de ángeles que, desde Jerusalén (ella aún no había muerto), que venía para confortarle y renovar sus ánimos.

La Santísima Virgen entregó a Santiago el Pilar, la Columna de jaspe que hoy sostiene la imagen de María, como símbolo de la fortaleza que debía tener su fe. Esto sucedía en la madrugada del día dos de enero del año cuarenta del siglo primero. María conversó con Santiago y le encargó de que fuera levantado un templo en su honor, en ese mismo lugar.

Hasta aquí la tradición.

Actualidad

Si María ha sido grande en la memoria histórica de nuestros pueblos de España y de América, es precisamente, porque Dios, en la persona de Jesús, fue especialmente acogido en estos lugares. ¿Podemos seguir diciendo esto actualmente, que acogemos con devoción al Señor entre nosotros?

La Virgen del Pilar, entre otros muchos sentimientos, evoca la fortaleza de la fe. Aclamar a María, como patrona nos tiene que interpelar en lo más hondo de nuestro ser sobre cómo vivimos nuestra vida de cristianos. El culto a María, no se puede quedar en la belleza estética de un rosario o de una corona enjoyada, en el esplendor de un manto o de un templo levantado en su honor. Eso, aparte de ser expresión de la devoción de un pueblo, sería incompleto si no nos llevase a seguir con todas las consecuencias a Cristo Jesús, a quien María nos trae entre sus brazos.

Conforme a la tradición, la figura de la Virgen del Pilar está asociada a los inicios de la evangelización en España. De nuevo, hoy más que nunca, necesitamos de su estímulo e intercesión para construir nuevos cimientos de fe en las generaciones nuevas, que conviven junto a nosotros sin conocer todavía a Jesús de Nazaret o, si lo conocen, es muy débilmente o con muchas dificultades.

sábado, 4 de octubre de 2025

DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)

Luz para mis pasos... (Sal 118, 105)
  
Primera Lectura: Hab 1, 2-3; 2,2-14
Salmo Responsorial: Salmo 94
Segunda Lectura: 2 Tim 1, 6-8.13-14
Evangelio: Lc 17, 5-10

Vivimos tiempos difíciles, y todos lo vemos.

La crisis económica, social y política parece no dar tregua, y las perspectivas se muestran confusas y preocupantes. Muchas personas sienten que no tienen certezas de futuro, aun siendo trabajadoras y de gran calidad humana. Algunos jóvenes, recién titulados, afrontan la burla de prácticas interminables y contratos precarios, si es que llegan a tenerlos. También muchos padres se sienten desalentados al ver la resignación de sus hijos.

El clima político, con sus insultos y corrupciones, tampoco ayuda a recuperar la confianza. Y en el plano internacional nos sacuden guerras que parecen interminables: la guerra rusa contra Ucrania o la atroz y sanguinaria invasión de Gaza por parte de Israel. Son conflictos que amenazan a todos y ensombrecen la esperanza.

Tampoco en la Iglesia es sencillo. Muchos creyentes se sienten arrinconados socialmente, sosteniéndose sólo en lo esencial de la fe. Ciertamente no ayuda la escalada islamista que ha favorecido a quienes quieren identificar la fe con el fanatismo, ya sea cristiano o musulmán. Con frecuencia los medios presentan noticias dolorosas de escándalos en la vida eclesial. Y así, sin hacer mucho ruido, se va introduciendo la falaz idea de que cualquier tipo de fe se convierte en radicalismo y de que toda institución, especialmente la Iglesia católica, existe para que algunas personas conserven sus privilegios.  Así se va instalando en la sociedad un moralismo duro que sustituye a la sobria moral del Evangelio.

Sin embargo, la ausencia de Dios en la vida diaria no nos deja más libres, sino que nos deja sin la posibilidad de creer en nada. Por eso, hoy como ayer, la Iglesia está llamada a hablar de Cristo con serenidad, sin levantar empalizadas, y sin hablar el mismo lenguaje o usar la misma moneda de enfrentamientos que usa nuestro mundo disparatado.

Y confiando en que el Señor nunca abandona a la Iglesia, aun cuando los cristianos, con nuestras debilidades, hayamos minado su credibilidad.

Ante esta situación, la oración de los apóstoles se convierte en la nuestra: “Señor, auméntanos la fe” (Lc 17,5).

 Habacuc: la fe en tiempos de oscuridad

El profeta Habacuc conoció bien la desesperación de un pueblo pequeño rodeado de gigantes. Israel sufría invasiones, injusticias y violencia. Frente al avance de los caldeos, Habacuc clama: ¿dónde está Dios cuando triunfa el mal?

sábado, 27 de septiembre de 2025

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (CicloC)


Primera lectura: Am 6, 1a.4-7
Salmo responsorial: Salmo 145
Segunda lectura: 1 Tim 6, 11-16
Evangelio: Lc 16, 19-31
 

Seguimos hoy con la catequesis de san Lucas que escuchábamos el domingo pasado. Allí Jesús nos pedía poner en las cosas de Dios el mismo empeño que solemos poner en los asuntos terrenos, especialmente en lo que se refiere al dinero. Recordemos su sentencia clara: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Algunos fariseos que lo escuchaban, amigos del dinero, se reían de él. Pero Jesús no se deja intimidar: denuncia su aparente rectitud, esa altanería que —dice él— repugna a Dios, y a continuación cuenta la parábola que hemos proclamado hoy.

La parábola de Lázaro y el rico, al que llamamos Epulón —no es un nombre propio, sino un apodo que significa algo así como “comilón y marchoso”—. La escena refleja muy bien la contradicción de nuestro mundo: millones de personas mueren de hambre, mientras en otros lugares la obsesión es perder peso.

 El nombre y el anonimato

Dios conoce al pobre por su nombre: Lázaro. En la Biblia, el nombre expresa intimidad, cercanía, relación personal. Dios no es indiferente a su sufrimiento. En cambio, el rico no tiene nombre propio. Vive satisfecho de sí mismo, autosuficiente, aparentemente sin problemas religiosos, pero con un corazón cerrado, indiferente al que muere en su puerta.

No se trata de que Dios haga justicia como venganza, poniendo las cosas al revés, castigando al rico y premiando al pobre. El centro de la parábola está en otra palabra clave: abismo.

 El abismo

Hay un abismo entre el rico y Lázaro, y ese abismo no nace sólo en la otra vida, sino ya en esta. No se condena al rico por tener bienes, sino por la indiferencia que cava un barranco en su corazón. Puede que fuera un hombre religioso, incluso cumplidor, pero nunca atravesó el abismo para salir de sí mismo y acercarse al hermano.

Ese es el drama: el abismo de la autosuficiencia, de la presunción, de las falsas seguridades. El abismo de la omisión. No hacer el mal directamente, pero dejar de hacer el bien posible. Y ese vacío se convierte en una distancia que ni siquiera Dios puede forzar si nosotros mismos no queremos tender puentes.

 Lo social y lo personal

Podemos preguntarnos: ¿qué podemos hacer frente a las inmensas injusticias de nuestro tiempo? A veces nos refugiamos en una limosna ocasional o en una devoción que nos calma la conciencia pero no nos cambia la vida. Y así el abismo permanece.

sábado, 20 de septiembre de 2025

DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera Lectura: Am 8, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 112
Segunda Lectura: 1 Tim 2, 1-8
Evangelio: Lc 16, 1-13


La semana pasada reflexionábamos sobre cómo el encuentro con el Dios de Jesús transforma nuestra vida. Cuando nos acercamos a Él, descubrimos que formamos parte de su inmenso proyecto de amor para la humanidad. Todo adquiere un nuevo sentido: las prioridades cambian, las opciones se iluminan y la vida se llena de un propósito más profundo. Conocer a Dios, al Dios de Jesús, es dejar que Él reordene nuestro corazón y nos guíe hacia lo esencial.

Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a una realidad que parece alejarse de este proyecto divino. Vivimos en un mundo inquieto, a la deriva, donde el mensaje evangélico se diluye entre las voces efímeras de nuestro tiempo. Se olvida lo esencial, transmitido por generaciones, y se cede a una lógica de corto alcance, superficial y oportunista. Lo más doloroso es ver cómo se desmorona el sentido de pertenencia y solidaridad que nuestro pueblo heredó del cristianismo. Una economía indiferente a la ética, sedienta de lucro, está destruyendo sueños, valores y, sobre todo, la dignidad de millones de personas que caen en el desencanto y el sinsentido.

La Palabra de Dios nos ilumina

Ante esta realidad, quienes nos sentimos atraídos por el Señor Jesús y fascinados por su Evangelio, llevamos una pregunta clavada en el corazón: ¿Cómo cambiar la suerte del mundo? ¿Cómo encauzar una economía que pisotea la dignidad humana? ¿Cómo evitar que el capitalismo, en su forma más despiadada, dicte el destino de las personas?

En otros tiempos, los discípulos del Resucitado respondieron con obras concretas: comunidades solidarias, hospitales, obras de caridad. Había claridad: un empresario cristiano actuaba primero como cristiano y luego como empresario. Pero hoy es al revés y todo es más complejo. La nueva economía, la globalización, los mercados y un sistema basado en el beneficio a cualquier precio dominan la política, las guerras y un futuro incierto. ¿Qué podemos hacer nosotros, ciudadanos del mundo y discípulos de Cristo?

Pistas desde el Evangelio

El Evangelio de hoy nos ofrece algunas claves. En primer lugar, nos recuerda que la riqueza y el poder no son cuestiones de cantidad, sino de actitud. No se trata de cuánto tenemos, sino de cómo lo vivimos en el corazón. Aunque no seamos parte de los "grandes" del mundo, incluso con pocos bienes podemos caer en el apego de la riqueza que nos aleja del Reino de Dios.

El profeta Amós, en la primera lectura, denuncia con amargura la corrupción de su tiempo: un poder que oprime al pobre mientras se cubren las apariencias con prácticas religiosas. ¡Cuánto se parece esto a nuestro mundo! Ante la lógica perversa del capitalismo, donde el más fuerte triunfa, nuestra conciencia cristiana debe reaccionar. No basta con limosnas piadosas; es necesario afrontar la realidad con honestidad y proponer una economía que ponga a la persona en el centro, no al capital.