Su modo de proceder
¿Cómo
podría
influenciar
la espiritualidad jesuítica el
pontificado del papa
Francisco?
por James Martin S.J. (Artículo publicado en la revista América el 29 de abril de 2013)
Las semanas siguientes a la elección del papa Francisco, el primer
jesuita elegido para ese cargo,
vieron a más gente formulando
preguntas sobre los jesuitas que cualquier otro momento en los últimos 25 años. La mayoría de los lectores de America saben ya lo que es un jesuita, pero hay
otra
cuestión que merece reflexión: ¿Cómo podría la
espiritualidad ignaciana influenciar a nuestro nuevo
papa y cómo le
ha influenciado ya?
La espiritualidad ignaciana se basa en la vida y las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, el soldado convertido en místico que fundó la
Compañía
de Jesús en 1540.
Mucho de esa espiritualidad fluye de su texto clásico, los Ejercicios espirituales, una especie de manual para un retiro de cuatro semanas que invita a la persona a entrar con la imaginación en las contemplaciones de la vida de Cristo. Los Ejercicios son más que
una mera lectura
del Nuevo Testamento. Se invita
a los ejercitantes a imaginarse a
sí mismos con toda la viveza posible en
las
escenas del Evangelio. Como escribió Joseph Tetlow, S.J., “el ejercitante
no se queda observando a distancia, sino que entra fervientemente en el templo o se sumerge hasta tocar fondo en las aguas del Jordán”. Por
medio de esos intensos encuentros con las narraciones evangélicas, la
persona que ora entra en
una relación
personal profunda con Jesús.
Todos los jesuitas
“hacen” los
Ejercicios, por lo menos, dos veces en
la
vida: primero en
el
noviciado, y, años más tarde, como final del período de formación durante
un tiempo conocido como “tercera probación”. Por consiguiente, sabemos que el papa Francisco
los ha hecho también. Más aún, al final de
la década
de 1960, Jorge Mario Bergoglio, S.J., fue maestro de novicios en la Provincia Argentina, lo que significa que también dirigió a
los novicios en sus Ejercicios Espirituales. Tiene, por tanto, una profunda
familiaridad con la espiritualidad
ignaciana.
Hay una serie de temas clave incrustados en los Ejercicios. A los jesuitas y a todos los
que los hacen se les invita a desprenderse de todo lo que puede impedirles
seguir a Dios. Se
supone que somos “indiferentes”, abiertos a todo, sin preferir, -según la
famosa formulación ignaciana-
riqueza a pobreza, salud a enfermedad, vida larga a vida corta. Esto es una exigencia espiritual extraordinaria, pero para
los jesuitas es una meta
clara. Finalmente, deben estar disponibles, prontos para ir a cualquier
parte que quiera Dios, que actúa por medio
de los
superiores.
Esto puede ayudar a explicar el sorprendente acceso del papa Bergoglio al pontificado.
¿No debe
la mayoría
de los jesuitas hacer
voto, al final de su formación, de no procurar altos cargos en la Iglesia y en la Compañía de Jesús? Respondiendo brevemente: sí. Ignacio era opuesto al carrerismo clerical que veía en su tiempo, e incorporó a los últimos votos una
salvaguarda contra este tipo de ascenso. Pero la
libertad es también algo intrínseco a la espiritualidad ignaciana. Y, si un jesuita
es
llamado por la Iglesia a hacer algo, está disponible. (Respondiendo a una cuestión técnica complicada, hay
que decir
que el papa Francisco sigue siendo jesuita, conforme al canon 705, que
establece que
un religioso que es ordenado obispo sigue siendo
“miembro de su
instituto).
Otras fuentes de la espiritualidad ignaciana
se encuentran en la lacónica autobiografía del santo, en las Constituciones de la Compañía de Jesús escritas por
san
Ignacio, en las vidas de los santos jesuitas; y, como destaca John O’Malley en su extraordinario libro Los primeros jesuitas, en las actividades de San Ignacio y sus primeros compañeros. Como advierte el Padre O’Malley, una cosa es saber que los jesuitas en el siglo XVI estaban suficientemente disponibles para emprender
cualquier
tipo de ministerios que pudiera “ayudar a las almas”, y otra completamente distinta
saber que abrieron en Roma
una casa para prostitutas arrepentidas y enviaron
teólogos al Concilio
de Trento.
Algunas características ignacianas
Pero, ¿cuáles son las características distintivas de la espiritualidad ignaciana (término
más
amplio, usado actualmente como complementario de “espiritualidad jesuítica”), y cómo podrían ellas influir en el papa Francisco? Voy
a sugerir solo algunas y
mostrar cómo podríamos haberlas visto ya en
las primeras y pocas semanas de su
pontificado.
Primero. Una
de las frases más populares para
resumir concisamente la espiritualidad ignaciana es “encontrar a Dios en todas las cosas”. Para Ignacio Dios no está
encerrado
entre
las paredes
de
una
iglesia. Además de la Misa,
los
otros
sacramentos
y la
Escritura, se puede encontrar a Dios en cualquier momento del día: en
la
gente, en el trabajo, en la
vida de familia, en la naturaleza y en la
música. Esto proporciona al Papa
Francisco una espiritualidad que abraza el mundo, en la que se
encuentra a Dios en cualquier lugar y en cualquier persona. El hecho, ahora ya famoso, de lavar los pies en un centro de
detención juvenil en Roma, en la liturgia del Jueves Santo, lo está
subrayando. A Dios se le encuentra no solo en una
iglesia, ni solo entre católicos, sino
también en una prisión, entre jóvenes no-católicos y musulmanes, y entre hombres y
mujeres.
Segundo. El jesuita pretende ser
un “contemplativo en la
acción”, una persona
con
el corazón a
la escucha en un mundo sobrecargado de
ocupaciones. Esta
cualidad quedó
evidenciada en los primeros minutos
de su pontificado. Cuando Francisco subió
al balcón abierto sobre
la plaza
de San Pedro, no comenzó con la acostumbrada bendición
papal sino con la
petición de las oraciones del pueblo. En medio de la ruidosa
muchedumbre, pidió un momento de oración silenciosa e inclinó su cabeza. Ofreciendo
quietud en medio del tumulto, fue contemplativo
en la acción.
Tercero. Como los miembros de todos los institutos religiosos, los jesuitas hacen voto de pobreza. Lo hacemos dos veces en la vida, en los primeros y
en
los últimos votos.
Como
decía san Ignacio, debemos amar la pobreza “como madre”. Hay tres razones para ello: para
imitar a Jesús, que vivió como un pobre; para liberarnos de la necesidad
de poseer; para estar con los pobres, a los que amó Jesús.
Pero Ignacio advirtió que los jesuitas deben no solo aceptar la pobreza, sino elegirla
activamente
para asemejarse
“a Cristo pobre”. Hasta ahora
el
papa Francisco se ha
abstenido de usar algunos de los tradicionales ornamentos pontificios.
Antes de subir al
balcón de
San Pedro dejó
de lado
la elaborada muceta que los papas llevan normalmente, y
desde entonces su modo de
vestir ha sido sencillo. Ha decidido vivir no
en el grandioso Palacio Apostólico, sino en la pequeña suite de dos habitaciones en la Casa de Santa
Marta, donde se habían alojado los
cardenales durante
el
cónclave. Está
eligiendo hasta
ahora
la opción más pobre. Esto no es
exclusivo de los jesuitas (y muchas de las ideas de Ignacio sobre la pobreza fueron
inspiradas por san Francisco de
Asís,), pero es un elemente constitutivo de nuestra espiritualidad.
Hay otra
característica, aludida ocasionalmente en los comentarios sobre la espiritualidad ignaciana: la
flexibilidad. Ésta es recomendada insistentemente en las Constituciones de
la Compañía a los superiores jesuitas. Recordemos que
el
Padre Bergoglio, antes de ser arzobispo de Buenos Aires, fue maestro de
novicios, director de
estudios y superior provincial, tres diferentes nombramientos como superior. Estos cargos requieren conocimiento de
lo que Ignacio entendía
por flexibilidad. Al mismo tiempo que las Constituciones formulan normas precisas para
la vida de los jesuitas,
Ignacio reconocía
la necesidad de
hacer
frente creativamente a las necesidades que se presentaran. Después de una larga descripción de lo que
se requería precisamente en un determinado aspecto de la
vida de comunidad, él añadía
frecuentemente una
salvedad, reconociendo
que las circunstancias imprevistas requieren flexibilidad. “Si
alguna otra
cosa fuera conveniente para un individuo en particular”, escribe Ignacio sobre los estudios, “el superior considerará el asunto con prudencia y podrá conceder una
excepción”. La flexibilidad es una nota distintiva del documento, y lo mismo parece que ocurre con Francisco, que parece feliz cuando en sus homilías se aparta del texto
escrito
y cuando se adapta a las necesidades de la situación concreta – por ejemplo, haciendo como
parar el papamóvil
en medio de la gente para abrazar a un
niño discapacitado.
Jesús
como amigo
Dos observaciones más sobre
la herencia ignaciana del papa Francisco. Su homilía
en
la Vigilia pascual parecía estar impregnada de temas ignacianos (al menos, me parecía
a mí, ¡pero esto obviamente puede ser mi predisposición jesuítica!). Comenzó invitando a
sus oyentes a
meterse dentro de
la historia, una de las técnicas clave
de los Ejercicios. Imaginaos, sugería él, como una de las mujeres que
iban al sepulcro el domingo de
pascua. “Podemos imaginar
sus sentimientos cuando iban hacia la tumba, una cierta
tristeza, pena de que Jesús las había dejado, había muerto, su vida
había terminado”,
decía el papa.
“La vida continuaría como antes. Pero las
mujeres sentían amor, el
amor a Jesús que
las
llevaba ahora
a su tumba”. Más adelante en la homilía, el papa
pedía a sus oyentes que consideraran a
Jesús como un amigo. “Saludarle como a un amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora le habéis mantenido a distancia, dad un paso al frente; él os recibirá
con
los brazos abiertos”. Era fácil escuchar
ecos de los Ejercicios Espirituales, donde Ignacio nos pide varias veces que hablemos a
Jesús “así como un amigo habla a otro”; es un
modo especialmente cálido
de mirar al Hijo de Dios.
Sería
equivocado decir que el conocimiento de las tradiciones espirituales del papa permite predecir lo que él va a hacer. Pero sería igualmente equivocado decir que no sabemos nada sobre su espiritualidad y que esta no va a tener influjo alguno en su ministerio. Como todo jesuita, especialmente un antiguo maestro de novicios y superior,
el
papa Francisco está profundamente cimentado en la espiritualidad de San Ignacio y
de la Compañía de Jesús, cuyo sello ha
puesto en su escudo papal. Yo presiento poder
ver
cómo la espiritualidad ignaciana puede ayudarle en su nuevo
cargo.
James
Martin, S.J., del equipo
editorial de América y autor
del libro «Más en las obras que en las palabras» Una guía ignaciana para (casi) todo, Sal Terrae 2011. Extractos de
este artículo han aparecido en la revista The Tablet (Londres).
(Traducción provisional de Urbano Valero
SJ)
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