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martes, 9 de abril de 2013

Anuario S.J. 2013 - RELACIONES INTERRELIGIOSAS Y ECUMÉNICAS (R.I.E) EN CAMINO CON LOS “PADRES EN LA FE”


Una particular relación une a la Compañía de Jesús
con los judíos desde el principio.
Muchos jesuitas de la primera generación fueron de origen judío.
Y aún hoy son numerosos los que se dedican
a mejorar las relaciones entre el cristianismo y el judaísmo.


 
El diálogo entre la Compañía de Jesús y el mundo judío es una historia, al mismo tiempo, antigua y nueva. Una historia nueva porque, en 1995, la 34ª Congregación General de la Compañía de Jesús tomó nota del hecho de que el mundo en que los jesuitas cumplen su misión está cada vez más marcado por el pluralismo religioso. La respuesta de la Congregación fue acentuar la dimensión del diálogo en nuestra misión. Del diálogo interreligioso se ha dicho que es “un nuevo modo de ser cristiano" (Decreto 12) añadiendo luego que “ser hoy religioso es ser interreligioso" (Decreto 5)

Una apertura tal no es cuestión de oportunismo o moda: es nuestro arraigo en el catolicismo que nos lleva a las fronteras de la Iglesia. Pero el vínculo de la Compañía con el judaísmo es también una historia antigua, puesto que ya la primitiva Compañía contó entre los suyos con numerosos jesuitas de origen judío. 


En el 2012 se cumple el 500° aniversario del nacimiento de Diego Laínez (1512-1565). Compañero de Ignacio en el período de París y segundo Padre General de la Compañía, provenía de una familia de origen judío y es de esperar que este aniversario sea la ocasión para un acto de la memoria al respecto. También otros compañeros de Ignacio tuvieron los mismos orígenes: Pedro de Ribadeneira, Juan de Polanco, Manuel de Sa, Diego de Ledesma, que fueron los redactores de la Ratio Studiorum (una serie de normas que regulaban la actividad pedagógica y escolar de la Compañía de Jesús y que tuvo gran influjo en los siglos sucesivos, n.d.r.) o, incluso, Francisco de Toledo, el primer cardenal jesuita. Todas estas personas provenían de familias judías convertidas a la fe cristiana. Parece ser que Laínez era un “cristiano nuevo” de la cuarta generación. Sin embargo, la suerte de estas familias no tenía nada que temer en la Iglesia católica de la época. Pero, aparecida en España a finales del siglo XV, la ideología racista de la "pureza" de la sangre (que mantenía que un verdadero cristiano sólo era tal si su sangre era "pura" de cualquier mezcla de sangre judía o mora) fue poniendo progresivamente a los conversos en el bando de la Iglesia. Ignacio de Loyola, por su parte, adoptó una actitud completamente opuesta, abriendo las puertas de la Compañía a candidatos de origen judío. “Nosotros jesuitas estamos contentos de admitir a aquellos que son de origen judío” declaraba Jerónimo Nadal. La libertad de Ignacio en esta materia era extraordinaria. Él manifestó con claridad, en público, que hubiera considerado un don de Dios haber sido de descendencia judía “estando de ese modo emparentado con Cristo Nuestro Señor y con Nuestra Señora, la gloriosa Virgen”. No obstante, la 5ª Congregación General (1593) proclamó que un origen familiar judío (o musulmán) constituía un impedimento para la admisión en la Compañía. El decreto de 1593 sólo fue abrogado trescientos cincuenta años más tarde por la 29ª Congregación General, en 1946. 

Pero esto no impidió que numerosos jesuitas asumieran posiciones comprometidas contra el antisemitismo, sobre todo el de matriz nazi. La Compañía de Jesús cuenta con orgullo, entre sus filas, con figuras heroicas como Rupert Mayer, a quien Juan Pablo II beatificó en 1987, como relevante exponente de la resistencia católica al nazismo. Junto a Mayer se pueden citar también los doce jesuitas reconocidos "Justos entre las Naciones” (el reconocimiento de "Justo de las Naciones” fue concedido por Yad Vashem, el memorial del holocausto con sede a Jerusalén a cargo del Estado de Israel, a los no-judíos que arriesgaron su vida por salvar a uno o más judíos durante la Shoah, n.d.r.). Uno de estos doce fue el P. Juan Bautista Janssens, después General de la Compañía de Jesús de 1946 a 1964.

Hay que citar también a Augustín Bea, Provincial de Alemania Septentrional en la época de la toma de postura de Rupert Mayer contra el nazismo, que se empeñó a favor del diálogo con el judaísmo como fruto de su vocación de biblista. A él, el Papa Juan XXIII le confió la tarea de preparar el texto del Concilio sobre las relaciones con el judaísmo.

Este texto elaborado por el Cardenal Bea se convertiría en el cuarto párrafo de Nostra Aetate (1965), la declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. En 2001 se le dedicó el Centro Cardenal Bea de la Universidad Gregoriana de Roma, el cual permite a los estudiantes católicos conocer la tradición de Israel y a muchos investigadores y profesores judíos enseñar en una universidad pontificia.  El Centro Cardenal Bea, situado en el corazón mismo del catolicismo, ciertamente tiene, al menos, un papel simbólico.

EI diálogo con el judaísmo, no obstante, está marcado por una cierta asimetría: la Iglesia necesita del pueblo judío para entenderse (como recuerda Nostra Aetate, n. 4, “escrutando el misterio de la Iglesia el Concilio Vaticano II recuerda el vínculo que une espiritualmente el pueblo del Nuevo Testamento con la estirpe de Abraham”) mientras que el pueblo judío no necesita a su interlocutor cristiano para comprender sus propios fundamentos. Pero las cosas están cambiando y muestra de ello es el documento, titulado Dabru Emet ("Diréis la verdad", 2000) firmado por más que doscientos rabinos e intelectuales judíos. Merece la pena citar un fragmento al respecto: "En estos últimos años ha tenido lugar un cambio espectacular y sin precedentes en las relaciones entre judíos y cristianos. Durante dos milenios de destierro judío, los cristianos a menudo han definido el judaísmo como una religión en extinción o, en el mejor de los casos, una religión que ha preparado el camino al cristianismo y que encuentra en ello su propio cumplimiento. Sin embargo, en las décadas que siguieron al holocausto, el cristianismo ha cambiado de modo espectacular. Un número creciente de instancias oficiales de las Iglesias, católicas y protestantes, han expresado públicamente sus remordimientos por el mal que los cristianos causaron a los judíos y al judaísmo. Estas declaraciones, además, afirman que la predicación y la enseñanza cristianas pueden y deben ser reformadas de modo que reconozcan la alianza eterna de Dios con el pueblo judío y rindan homenaje por la contribución del judaísmo a la civilización mundial y a la misma fe cristiana. Nosotros creemos que estos cambios merecen una respuesta profundizada por parte judía". Este texto marca un punto de inflexión: los judíos saludan al interlocutor cristiano y se entienden históricamente a partir del recorrido hecho del uno hacia el otro.
 
Otra imagen de la implicación por parte judía es la obra Les versets douloureux (Los versículos dolorosos, 2008) escrita por el rabino David Meyer junto con el musulmán Soheib Bencheikh y el jesuita Yves Simoens. David Meyer sostiene que no habrá diálogo interreligioso auténtico si cada uno no da explicaciones sobre los "versículos dolorosos" de su propia tradición respecto de las otras religiones. Meyer va así directo a los versículos "violentos" del libro de Josué, pero también del Talmud, cuando éste habla de los cristianos y de los musulmanes, y los otros dos autores hacen lo mismo en sus respectivos textos de referencia. Su trabajo, en el fondo, es el mismo que el de los artificieros: se trata de desactivar las bombas. 

Frente a esta apertura es esencial no perder el impulso creado por la declaración Nostra Aetate. En los últimos años esta herencia ha conocido altos y bajos, como los causados por iniciativas del Vaticano explicadas de modo insuficiente y por reacciones demasiado sensibles por parte de algunos judíos. Pero la dimensión irreversible de este impulso ha sido percibida sobre todo en las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Gran Sinagoga de Roma el 17 de enero de 2010: "El acontecimiento conciliar dio un impulso decisivo al empeño de recorrer un camino irreversible de diálogo, de hermandad y de amistad, camino que se ha ahondado y desarrollado en estos cuarenta años con pasos y gestos importantes y significativos". Entre estos gestos hay que recordar las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI a Tierra Santa.

Benedicto XVI está marcando el ritmo de este diálogo con "aperturas" teológicas en las que se reconoce su atención a la singularidad del pueblo judío. Así, en su libro entrevista Luz del mundo (2010), el Papa ha reexaminado la definición del judío como "hermano mayor", expresión creada por Juan Pablo II en su histórica visita a la Gran Sinagoga de Roma (1986). Algunos, por parte judía y católica, dieron a entender que semejante expresión era algo incorrecto ya que, en la Biblia hebrea, el "hermano mayor" no siempre desarrolla un papel positivo y normalmente es el que se pone aparte. Sensible a estas observaciones, Benedicto XVI prefiere la expresión "padres en la fe” que, según él, expresa mejor la relación entre judíos y cristianos. En sus dos volúmenes sobre Jesús (2007 y 2011), Benedicto XVI manifiesta de diferentes formas su atención teológica a la cuestión del pueblo judío. Afronta así los pasajes del Nuevo Testamento que han alimentado mayormente el antisemitismo cristiano a lo largo de los siglos.

Es el caso del empleo de la palabra "judíos" en la narración de la Pasión, particularmente en el Evangelio de Juan. La expresión "judíos", escribe el Papa, se refiere a la aristocracia del "Templo" y "no designa en ningún modo al pueblo en cuánto tal". De modo análogo, a propósito del versículo “Todo el pueblo contestó: ‘¡caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!’ ” (Mt 27,25) Benedicto XVI explica que semejante deprecación puede ser leída como una bendición profética: sin saberlo, el pueblo reclama sobre si la bendición escondida en la sangre de Jesús, el Mesías de Dios. 

También sorprende el Papa por su apertura respecto a la vocación particular de Israel. El apóstol dice: "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no os ensoberbezcáis: la dureza de una parte de Israel durará hasta que no se haya incorporado la totalidad de los paganos. Así todo Israel será salvado” (Rom 11,25-26). Por su parte, Jesús anuncia: "Pero hace falta primero que el Evangelio sea proclamado a todas las naciones (aquí las "naciones" son las naciones paganas, distintas del pueblo judío, n.d.r.)", (Mc 13,10). A partir de estos dos pasajes, Benedicto XVI sostiene que la misión de la Iglesia respecto de los judíos tiene que ser precedida por la misión evangelizadora a las naciones. En otras palabras, en este tiempo - el nuestro -  los judíos deben  hacer un camino de fe paralelo al de la Iglesia (aunque algunos de ellos piden entrar en la Iglesia); Dios y su Mesías dan su cita en la etapa que señalará el fin de la historia. EI Papa abre así nuevas pistas a seguir en el diálogo teológico y en el diálogo de la vida. 

Hasta ahora hemos hablado de diálogo interreligioso y nos hemos situado en el nivel de las relaciones entre la fe cristiana y la fe judía. La relación con el Estado de Israel y la situación política de Oriente Medio es, evidentemente, otra realidad. 

¿Cómo vincular nuestro diálogo religioso con la atención a las cuestiones de la justicia y la paz? ¿Cómo hacerlo como hombres de fe y no como políticos? A nuestro parecer, somos coherentes con ello cuando apoyamos a los judíos en su empeño ético, en particular cuando apoyamos ONG (organizaciones no gubernativas) israelíes ocupadas en la defensa de los derechos civiles: ayudamos a estos amigos israelíes, junto con los palestinos, en su búsqueda de los fundamentos éticos y religiosos de una solución justa y pacífica del conflicto. 

Los frentes no faltan, la prioridad de la Compañía de Jesús es trabajar en red, reuniendo a los jesuitas que se ocupan del judaísmo en el mundo. Redes parecidas existen en el diálogo con el Islam y con otras tradiciones religiosas. En 2007, un encuentro en Georgetown, Washington, reunió a la red de los jesuitas ocupados en el diálogo con el Judaísmo y a la red análoga dirigida al Islam. Este año hemos tenido una nueva cita en los Estados Unidos con ocasión de una conferencia celebrada en el Boston College, del 9 al 13 de julio de 2012, con el título "La trágica pareja: encuentros entre judíos y jesuitas". La palabra "trágica" se utiliza aquí en relación a los períodos difíciles, en particular a la citada cuestión de los jesuitas de origen judío. Pero también expresa la feliz "fatalidad" que empuja a judíos y jesuitas a entenderse. 

Jean-Pierre Sonnet, S.J.

Traducción: Juan Ignacio García Velasco, S.J. 

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