Una particular relación une a la Compañía de Jesús
con los judíos desde el principio.
Muchos jesuitas de la primera generación fueron de
origen judío.
Y aún hoy son numerosos los que se dedican
a mejorar las relaciones entre el cristianismo y el
judaísmo.
El diálogo entre la
Compañía de Jesús y el mundo judío es una historia, al mismo tiempo, antigua y
nueva. Una historia nueva porque, en 1995, la 34ª Congregación General de la
Compañía de Jesús tomó nota del hecho de que el mundo en que los jesuitas
cumplen su misión está cada vez más marcado por el pluralismo religioso. La
respuesta de la Congregación fue acentuar la dimensión del diálogo en nuestra
misión. Del diálogo interreligioso se ha dicho que es “un nuevo modo de ser
cristiano" (Decreto 12) añadiendo
luego que “ser hoy religioso es ser interreligioso" (Decreto 5).
Una apertura tal no
es cuestión de oportunismo o moda: es nuestro arraigo en el catolicismo que nos
lleva a las fronteras de la Iglesia. Pero el vínculo de la Compañía con el
judaísmo es también una historia antigua, puesto que ya la primitiva Compañía
contó entre los suyos con numerosos jesuitas de origen judío.
En el 2012 se cumple
el 500° aniversario del nacimiento de Diego Laínez (1512-1565). Compañero de
Ignacio en el período de París y segundo Padre General de la Compañía, provenía
de una familia de origen judío y es de esperar que este aniversario sea la
ocasión para un acto de la memoria al respecto. También otros compañeros de
Ignacio tuvieron los mismos orígenes: Pedro de Ribadeneira, Juan de Polanco,
Manuel de Sa, Diego de Ledesma, que fueron los redactores de la Ratio Studiorum (una serie de normas que regulaban la actividad
pedagógica y escolar de la Compañía de Jesús y que tuvo gran influjo en los
siglos sucesivos, n.d.r.) o, incluso, Francisco de Toledo, el primer cardenal
jesuita. Todas estas personas provenían de familias judías convertidas a la fe
cristiana. Parece ser que Laínez era un “cristiano nuevo” de la cuarta
generación. Sin embargo, la suerte de estas familias no tenía nada que temer en
la Iglesia católica de la época. Pero, aparecida en España a finales del siglo
XV, la ideología racista de la "pureza" de la sangre (que mantenía
que un verdadero cristiano sólo era tal si su sangre era "pura" de cualquier
mezcla de sangre judía o mora) fue poniendo progresivamente a los conversos en el bando de la Iglesia.
Ignacio de Loyola, por su parte, adoptó una actitud completamente opuesta,
abriendo las puertas de la Compañía a candidatos de origen judío. “Nosotros
jesuitas estamos contentos de admitir a aquellos que son de origen judío”
declaraba Jerónimo Nadal. La libertad de Ignacio en esta materia era
extraordinaria. Él manifestó con claridad, en público, que hubiera considerado
un don de Dios haber sido de descendencia judía “estando de ese modo emparentado
con Cristo Nuestro Señor y con Nuestra Señora, la gloriosa Virgen”. No
obstante, la 5ª Congregación General (1593) proclamó que un origen familiar
judío (o musulmán) constituía un impedimento para la admisión en la Compañía. El
decreto de 1593 sólo fue abrogado trescientos cincuenta años más tarde por la
29ª Congregación General, en 1946.
Pero esto no impidió
que numerosos jesuitas asumieran posiciones comprometidas contra el antisemitismo,
sobre todo el de matriz nazi. La Compañía de Jesús cuenta con orgullo, entre sus
filas, con figuras heroicas como Rupert Mayer, a quien Juan Pablo II beatificó en
1987, como relevante exponente de la resistencia católica al nazismo. Junto a
Mayer se pueden citar también los doce jesuitas reconocidos "Justos entre
las Naciones” (el reconocimiento de
"Justo de las Naciones” fue concedido por Yad Vashem, el memorial del holocausto con sede a Jerusalén a cargo
del Estado de Israel, a los no-judíos que arriesgaron su vida por salvar a uno
o más judíos durante la Shoah, n.d.r.). Uno de estos doce fue el P. Juan Bautista Janssens,
después General de la Compañía de Jesús de 1946 a 1964.
Hay que citar
también a Augustín Bea, Provincial de Alemania Septentrional en la época de la toma
de postura de Rupert Mayer contra el nazismo, que se empeñó a favor del diálogo
con el judaísmo como fruto de su vocación de biblista. A él, el Papa Juan XXIII
le confió la tarea de preparar el texto del Concilio sobre las relaciones con
el judaísmo.
Este texto elaborado
por el Cardenal Bea se convertiría en el cuarto párrafo de Nostra Aetate (1965), la declaración del Concilio Vaticano II sobre
las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. En 2001 se le dedicó
el Centro Cardenal Bea de la Universidad
Gregoriana de Roma, el cual permite a los estudiantes católicos conocer la
tradición de Israel y a muchos investigadores y profesores judíos enseñar en una
universidad pontificia. El Centro Cardenal Bea, situado en el
corazón mismo del catolicismo, ciertamente tiene, al menos, un papel simbólico.
EI diálogo con el judaísmo,
no obstante, está marcado por una cierta asimetría: la Iglesia necesita del
pueblo judío para entenderse (como recuerda Nostra
Aetate, n. 4, “escrutando el misterio de la Iglesia el Concilio Vaticano II
recuerda el vínculo que une espiritualmente el pueblo del Nuevo Testamento con
la estirpe de Abraham”) mientras que el pueblo judío no necesita a su
interlocutor cristiano para comprender sus propios fundamentos. Pero las cosas
están cambiando y muestra de ello es el documento, titulado Dabru Emet ("Diréis la
verdad", 2000) firmado por más que doscientos rabinos e intelectuales judíos.
Merece la pena citar un fragmento al respecto: "En estos últimos años ha
tenido lugar un cambio espectacular y sin precedentes en las relaciones entre
judíos y cristianos. Durante dos milenios de destierro judío, los cristianos a
menudo han definido el judaísmo como una religión en extinción o, en el mejor
de los casos, una religión que ha preparado el camino al cristianismo y que
encuentra en ello su propio cumplimiento. Sin embargo, en las décadas que siguieron
al holocausto, el cristianismo ha cambiado de modo espectacular. Un número
creciente de instancias oficiales de las Iglesias, católicas y protestantes,
han expresado públicamente sus remordimientos por el mal que los cristianos causaron
a los judíos y al judaísmo. Estas declaraciones, además, afirman que la
predicación y la enseñanza cristianas pueden y deben ser reformadas de modo que
reconozcan la alianza eterna de Dios con el pueblo judío y rindan homenaje por la
contribución del judaísmo a la civilización mundial y a la misma fe cristiana.
Nosotros creemos que estos cambios merecen una respuesta profundizada por parte
judía". Este texto marca un punto de inflexión: los judíos saludan al
interlocutor cristiano y se entienden históricamente a partir del recorrido
hecho del uno hacia el otro.
Otra imagen de la
implicación por parte judía es la obra Les
versets douloureux (Los versículos dolorosos,
2008) escrita por el rabino David Meyer junto con el musulmán Soheib
Bencheikh y el jesuita Yves Simoens. David Meyer sostiene que no habrá diálogo
interreligioso auténtico si cada uno no da explicaciones sobre los "versículos
dolorosos" de su propia tradición respecto de las otras religiones. Meyer
va así directo a los versículos "violentos" del libro de Josué, pero
también del Talmud, cuando éste habla de los cristianos y de los musulmanes, y
los otros dos autores hacen lo mismo en sus respectivos textos de referencia. Su
trabajo, en el fondo, es el mismo que el de los artificieros: se trata de
desactivar las bombas.
Frente a esta apertura
es esencial no perder el impulso creado por la declaración Nostra Aetate. En los últimos años esta herencia ha conocido altos y
bajos, como los causados por iniciativas del Vaticano explicadas de modo
insuficiente y por reacciones demasiado sensibles por parte de algunos judíos.
Pero la dimensión irreversible de este impulso ha sido percibida sobre todo en
las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Gran Sinagoga de Roma el 17
de enero de 2010: "El acontecimiento conciliar dio un impulso decisivo al
empeño de recorrer un camino irreversible de diálogo, de hermandad y de
amistad, camino que se ha ahondado y desarrollado en estos cuarenta años con
pasos y gestos importantes y significativos". Entre estos gestos hay que
recordar las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI a Tierra Santa.
Benedicto XVI está marcando
el ritmo de este diálogo con "aperturas" teológicas en las que se
reconoce su atención a la singularidad del pueblo judío. Así, en su libro
entrevista Luz del mundo (2010), el
Papa ha reexaminado la definición del judío como "hermano mayor",
expresión creada por Juan Pablo II en su histórica visita a la Gran Sinagoga de
Roma (1986). Algunos, por parte judía y católica, dieron a entender que semejante
expresión era algo incorrecto ya que, en la Biblia hebrea, el "hermano
mayor" no siempre desarrolla un papel positivo y normalmente es el que se
pone aparte. Sensible a estas observaciones, Benedicto XVI prefiere la
expresión "padres en la fe” que, según él, expresa mejor la relación entre
judíos y cristianos. En sus dos volúmenes sobre Jesús (2007 y 2011), Benedicto
XVI manifiesta de diferentes formas su atención teológica a la cuestión del
pueblo judío. Afronta así los pasajes del Nuevo Testamento que han alimentado mayormente
el antisemitismo cristiano a lo largo de los siglos.
Es el caso del
empleo de la palabra "judíos" en la narración de la Pasión,
particularmente en el Evangelio de Juan. La expresión "judíos", escribe
el Papa, se refiere a la aristocracia del "Templo" y "no designa
en ningún modo al pueblo en cuánto tal". De modo análogo, a propósito del versículo
“Todo el pueblo contestó: ‘¡caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros
hijos!’ ” (Mt 27,25) Benedicto XVI
explica que semejante deprecación puede ser leída como una bendición profética:
sin saberlo, el pueblo reclama sobre si la bendición escondida en la sangre de
Jesús, el Mesías de Dios.
También sorprende el
Papa por su apertura respecto a la vocación particular de Israel. El apóstol
dice: "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no
os ensoberbezcáis: la dureza de una parte de Israel durará hasta que no se haya
incorporado la totalidad de los paganos. Así todo Israel será salvado” (Rom 11,25-26). Por su parte, Jesús
anuncia: "Pero hace falta primero que el Evangelio sea proclamado a todas
las naciones (aquí las
"naciones" son las naciones paganas, distintas del pueblo judío, n.d.r.)", (Mc 13,10). A partir
de estos dos pasajes, Benedicto XVI sostiene que la misión de la Iglesia respecto
de los judíos tiene que ser precedida por la misión evangelizadora a las
naciones. En otras palabras, en este tiempo - el nuestro - los judíos deben hacer un camino de fe paralelo al de la
Iglesia (aunque algunos de ellos piden entrar en la Iglesia); Dios y su Mesías
dan su cita en la etapa que señalará el fin de la historia. EI Papa abre así
nuevas pistas a seguir en el diálogo teológico y en el diálogo de la vida.
Hasta ahora hemos
hablado de diálogo interreligioso y nos hemos situado en el nivel de las
relaciones entre la fe cristiana y la fe judía. La relación con el Estado de
Israel y la situación política de Oriente Medio es, evidentemente, otra
realidad.
¿Cómo vincular nuestro
diálogo religioso con la atención a las cuestiones de la justicia y la paz?
¿Cómo hacerlo como hombres de fe y no como políticos? A nuestro parecer, somos
coherentes con ello cuando apoyamos a los judíos en su empeño ético, en
particular cuando apoyamos ONG (organizaciones no gubernativas) israelíes
ocupadas en la defensa de los derechos civiles: ayudamos a estos amigos israelíes,
junto con los palestinos, en su búsqueda de los fundamentos éticos y religiosos
de una solución justa y pacífica del conflicto.
Los frentes no
faltan, la prioridad de la Compañía de Jesús es trabajar en red, reuniendo a
los jesuitas que se ocupan del judaísmo en el mundo. Redes parecidas existen en
el diálogo con el Islam y con otras tradiciones religiosas. En 2007, un
encuentro en Georgetown, Washington, reunió a la red de los jesuitas ocupados
en el diálogo con el Judaísmo y a la red análoga dirigida al Islam. Este año
hemos tenido una nueva cita en los Estados Unidos con ocasión de una
conferencia celebrada en el Boston College, del 9 al 13 de julio de 2012, con
el título "La trágica pareja: encuentros entre judíos y jesuitas". La
palabra "trágica" se utiliza aquí en relación a los períodos
difíciles, en particular a la citada cuestión de los jesuitas de origen judío.
Pero también expresa la feliz "fatalidad" que empuja a judíos y
jesuitas a entenderse.
Jean-Pierre Sonnet, S.J.
Traducción: Juan Ignacio García Velasco, S.J.
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