Salmo
Responsorial: Salmo 144
Segunda
Lectura: Ef 4, 1-6
Evangelio:
Jn 6, 1-15
El Señor no pudo descansar mucho. Había mucha
gente, tal vez demasiada, que lo buscaba cuando intentaba retirarse a un lugar
tranquilo, y lo alcanzó. Pero no se irritó, sino que sintió compasión y, más
aún, se partió y repartió, entregándose como comida.
Jesús termina sus breves vacaciones y vuelve a
predicar, sin medida, entregándose como un regalo. Y la gente lo busca, como
buscaría a cualquiera que la ayudase a soñar, a esperar, a creer.
Igual que Moisés en la montaña, Jesús habla con
las palabras de Dios. Pasan las horas, la multitud sigue escuchando y no se
levanta. Jesús está cansado, pero feliz, y se pregunta si, quizás, el Reino no esté
aquí ya. Quizás haya llegado la hora. Quizás ahora la gente ya esté preparada.
Pero no, Jesús se equivoca clamorosamente.
El peor
milagro
El milagro de los panes es narrado seis veces por
los evangelistas; es el prodigio más llamativo, más dramático, pero es el que
marca el principio del fin de Jesús, la apoteosis de la incomprensión, el
delirio de una humanidad que prefiere la magia y la brujería a Cristo, el
Señor. Que prefiere los prodigios y portentos a la entrega cotidiana del amor a
los demás.
Juan elige intencionadamente este milagro para
comenzar una compleja catequesis sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, y
cuál debe ser la actitud correcta del discípulo hacia el Maestro. Durante casi
un mes vamos a ir escuchando este duro discurso sobre el Pan de vida.
Jesús, en este momento, se encuentra en un punto
de inflexión. El carpintero de Nazaret que había dejado su taller, ahora se mueve
con un grupo de discípulos hablando de Dios y se ha hecho famoso. El rabino
Jesús consiguió en pocos meses una fama inesperada; numerosas multitudes lo
siguen atraídas por sus palabras y mucho más por su reputación como un poderoso
sanador. Recordad como Marcos, el domingo pasado, señalaba que aquel grupo no conseguía
siquiera comer en paz.
En Cafarnaúm es donde se consuma la tragedia y se
produce la fractura, el final de aquella brillante y nueva carrera política,
que muchos esperaban del Mesías. Jesús multiplica los panes… y la gente quiere
hacerlo rey: ¿quién no coronaría a alguien que distribuye pan y pescado gratis?
Pero Jesús no quiere ser coronado rey, sólo quiere hablar de Dios y de la
lógica del regalo y entrega del amor; no quiere recibir unos aplausos, que no
busca ni le gustan.
Detalles
Todos sabemos lo que allí sucedió: la multitud, el
calor, Jesús hablando y la gente que va repitiendo lo que escucha a las
personas que están detrás, las horas que corren oyendo lo que es la belleza de
Dios… Pero Jesús se da cuenta de que ya es tarde y de que el hambre también alcanza
a su estómago.
Sabemos también cómo les encarga a los Apóstoles
que suministren la comida a la gente, y la respuesta realista y aleccionadora
de éstos. Felipe señala que harían falta doscientos denarios (¡el equivalente a
doscientos días de trabajo!) para dar un mísero pedazo de pan a las cinco mil
familias presentes.
Juan añade un detalle: hay un niño que ofrece su
merienda a Jesús para provocar el milagro. Un adolescente generoso que escucha
la petición de Jesús dirigida a los discípulos y tira de la túnica más cercana
que encuentra, la de Andrés, mostrándole las cosas que su previsora madre le había
puesto en la bolsa. Unos pocos panes de cebada, el pan de los más pobres.
Jesús sonríe. ¿Cuándo comprenderemos los adultos
que Dios necesita la inconsciencia dichosa de los adolescentes? ¿No fue elegido
rey David cuando aún era un pastorcito? Y María, la madre, ¿no fue llamada cuando
era una novia con trece o catorce años? El problema que tenemos los adultos es que
perdemos los sueños; ser tan realistas que dejamos secar los ideales.
Y Dios, como un eterno adolescente, ama el gesto
ingenuo y extraordinario de aquel niño… Y alimenta a la multitud.
¡Venga!
Hermanos, dejemos ya de recitar la letanía de
nuestra fragilidad y de nuestra incapacidad para hacer frente a las tragedias
del mundo, dejémonos de análisis pesimistas sobre la suerte del mundo y de la
Iglesia. Un poco de ánimo y agilidad, por favor, que Dios necesita nuestra
merienda para alimentar al mundo. Ya sabemos que eso no es suficiente, por
supuesto, pero lo que falta lo pone el corazón amoroso de Dios. Jesús
transforma la merienda de aquel muchacho en abundancia. Él fue el más sabio de
todos.
El Señor es así: él no interviene en nuestro
lugar, él sólo pide nuestra colaboración, pero no nos reemplaza. Exige que nos
pongamos en juego, que demos nuestra parte para el bien común. Ante la tristeza
y la devastación en que se encuentra nuestro mundo, el Señor se manifiesta como
el más equilibrado y el más lógico de todos, pidiéndonos que intervengamos. “Dadles vosotros de comer”, dice Jesús
en otra de las narraciones de este milagro (Mt 14, 16).
¿Realmente queremos un Dios así?
Disparates
La multitud atónita ve las canastas de pan que pasan,
y come, repite, y come una vez más, mete pan en sus bolsas, pero el pan sigue sobrando
y siguen comiendo; los estómagos están para explotar, pero sigue sobrando pan.
Unos momentos de silencio, luego el murmullo se
convierte en un grito, la gente se va levantando… parece que ahora ya lo
entienden. Pero no, no han entendido nada: han entendido justo lo contrario.
Con ese gesto que acaba de hacer, Jesús nos está
diciendo: “Ante la dificultad, aunque no tengáis fuerza, poneos en juego, dad
lo poco que tengáis y provocaréis el milagro del compartir”.
La gente, en cambio, entendió: “Jesús nos da
comida, así que se acabaron los problemas. Hagámosle rey”. Justo lo contrario
de lo que el Señor quiso transmitir con aquel signo. Y Jesús – claro - escapa,
molesto.
También nosotros, tantas veces, entendemos al
revés cuando vivimos nuestra fe cerrados en nosotros mismos y en nuestras
devociones, muchas veces alienantes. Jesús nos dice también hoy a nosotros: “Dadles vosotros de comer”. Compartid
vuestros bienes y posibilidades con los que no tienen.
¿Huirá también Jesús, molesto, de nosotros? ¿Por
qué es tan difícil hacer comprender al ser humano que nuestro Dios es amor
compartido y vida entregada a los demás? ¡Que el Señor permanezca entre
nosotros para convertir nuestras vidas a su amor!
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