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sábado, 28 de julio de 2018

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



 Primera Lectura: 2 Re 4, 42-44
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Ef 4, 1-6
Evangelio: Jn 6, 1-15

El Señor no pudo descansar mucho. Había mucha gente, tal vez demasiada, que lo buscaba cuando intentaba retirarse a un lugar tranquilo, y lo alcanzó. Pero no se irritó, sino que sintió compasión y, más aún, se partió y repartió, entregándose como comida.
Jesús termina sus breves vacaciones y vuelve a predicar, sin medida, entregándose como un regalo. Y la gente lo busca, como buscaría a cualquiera que la ayudase a soñar, a esperar, a creer.
Igual que Moisés en la montaña, Jesús habla con las palabras de Dios. Pasan las horas, la multitud sigue escuchando y no se levanta. Jesús está cansado, pero feliz, y se pregunta si, quizás, el Reino no esté aquí ya. Quizás haya llegado la hora. Quizás ahora la gente ya esté preparada.
Pero no, Jesús se equivoca clamorosamente.

El peor milagro
El milagro de los panes es narrado seis veces por los evangelistas; es el prodigio más llamativo, más dramático, pero es el que marca el principio del fin de Jesús, la apoteosis de la incomprensión, el delirio de una humanidad que prefiere la magia y la brujería a Cristo, el Señor. Que prefiere los prodigios y portentos a la entrega cotidiana del amor a los demás.
Juan elige intencionadamente este milagro para comenzar una compleja catequesis sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, y cuál debe ser la actitud correcta del discípulo hacia el Maestro. Durante casi un mes vamos a ir escuchando este duro discurso sobre el Pan de vida.
Jesús, en este momento, se encuentra en un punto de inflexión. El carpintero de Nazaret que había dejado su taller, ahora se mueve con un grupo de discípulos hablando de Dios y se ha hecho famoso. El rabino Jesús consiguió en pocos meses una fama inesperada; numerosas multitudes lo siguen atraídas por sus palabras y mucho más por su reputación como un poderoso sanador. Recordad como Marcos, el domingo pasado, señalaba que aquel grupo no conseguía siquiera comer en paz.
En Cafarnaúm es donde se consuma la tragedia y se produce la fractura, el final de aquella brillante y nueva carrera política, que muchos esperaban del Mesías. Jesús multiplica los panes… y la gente quiere hacerlo rey: ¿quién no coronaría a alguien que distribuye pan y pescado gratis? Pero Jesús no quiere ser coronado rey, sólo quiere hablar de Dios y de la lógica del regalo y entrega del amor; no quiere recibir unos aplausos, que no busca ni le gustan.


Detalles
Todos sabemos lo que allí sucedió: la multitud, el calor, Jesús hablando y la gente que va repitiendo lo que escucha a las personas que están detrás, las horas que corren oyendo lo que es la belleza de Dios… Pero Jesús se da cuenta de que ya es tarde y de que el hambre también alcanza a su estómago.
Sabemos también cómo les encarga a los Apóstoles que suministren la comida a la gente, y la respuesta realista y aleccionadora de éstos. Felipe señala que harían falta doscientos denarios (¡el equivalente a doscientos días de trabajo!) para dar un mísero pedazo de pan a las cinco mil familias presentes.
Juan añade un detalle: hay un niño que ofrece su merienda a Jesús para provocar el milagro. Un adolescente generoso que escucha la petición de Jesús dirigida a los discípulos y tira de la túnica más cercana que encuentra, la de Andrés, mostrándole las cosas que su previsora madre le había puesto en la bolsa. Unos pocos panes de cebada, el pan de los más pobres.
Jesús sonríe. ¿Cuándo comprenderemos los adultos que Dios necesita la inconsciencia dichosa de los adolescentes? ¿No fue elegido rey David cuando aún era un pastorcito? Y María, la madre, ¿no fue llamada cuando era una novia con trece o catorce años? El problema que tenemos los adultos es que perdemos los sueños; ser tan realistas que dejamos secar los ideales.
Y Dios, como un eterno adolescente, ama el gesto ingenuo y extraordinario de aquel niño… Y alimenta a la multitud.

¡Venga!
Hermanos, dejemos ya de recitar la letanía de nuestra fragilidad y de nuestra incapacidad para hacer frente a las tragedias del mundo, dejémonos de análisis pesimistas sobre la suerte del mundo y de la Iglesia. Un poco de ánimo y agilidad, por favor, que Dios necesita nuestra merienda para alimentar al mundo. Ya sabemos que eso no es suficiente, por supuesto, pero lo que falta lo pone el corazón amoroso de Dios. Jesús transforma la merienda de aquel muchacho en abundancia. Él fue el más sabio de todos.
El Señor es así: él no interviene en nuestro lugar, él sólo pide nuestra colaboración, pero no nos reemplaza. Exige que nos pongamos en juego, que demos nuestra parte para el bien común. Ante la tristeza y la devastación en que se encuentra nuestro mundo, el Señor se manifiesta como el más equilibrado y el más lógico de todos, pidiéndonos que intervengamos. “Dadles vosotros de comer”, dice Jesús en otra de las narraciones de este milagro (Mt 14, 16).
¿Realmente queremos un Dios así?

Disparates
La multitud atónita ve las canastas de pan que pasan, y come, repite, y come una vez más, mete pan en sus bolsas, pero el pan sigue sobrando y siguen comiendo; los estómagos están para explotar, pero sigue sobrando pan.
Unos momentos de silencio, luego el murmullo se convierte en un grito, la gente se va levantando… parece que ahora ya lo entienden. Pero no, no han entendido nada: han entendido justo lo contrario.
Con ese gesto que acaba de hacer, Jesús nos está diciendo: “Ante la dificultad, aunque no tengáis fuerza, poneos en juego, dad lo poco que tengáis y provocaréis el milagro del compartir”.
La gente, en cambio, entendió: “Jesús nos da comida, así que se acabaron los problemas. Hagámosle rey”. Justo lo contrario de lo que el Señor quiso transmitir con aquel signo. Y Jesús – claro - escapa, molesto.
También nosotros, tantas veces, entendemos al revés cuando vivimos nuestra fe cerrados en nosotros mismos y en nuestras devociones, muchas veces alienantes. Jesús nos dice también hoy a nosotros: “Dadles vosotros de comer”. Compartid vuestros bienes y posibilidades con los que no tienen.
¿Huirá también Jesús, molesto, de nosotros? ¿Por qué es tan difícil hacer comprender al ser humano que nuestro Dios es amor compartido y vida entregada a los demás? ¡Que el Señor permanezca entre nosotros para convertir nuestras vidas a su amor!

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