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sábado, 10 de julio de 2021

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera lectura: Am 7, 12-15
Salmo Responsorial: Salmo 84
Segunda lectura: Ef 1, 3-14
Evangelio: Mc 6, 7-13


El precioso tesoro del Reino de Dios está confiado a nuestras frágiles manos, como en frágiles macetas de barro. Y esto todavía suscita nuestro asombro, como la incredulidad asombrada de los conciudadanos de Jesús, que no reconocían en el hijo de José al mesías esperado, y el asombro del Maestro ante de la dureza de los suyos y de nuestros corazones.

Como Amós, cada uno de nosotros hemos sido arrancados de la cotidianidad para convertirnos en profetas, para contraponernos a los profetas de corte, como lo era Amasías, pagado para aplaudir las acciones del rey Jeroboam.

Como a los discípulos, Jesús nos envía a todos nosotros a prepararle el camino, a anunciar el evangelio. Somos enviados a preparar la llegada del Señor, no a reemplazarlo poniéndonos en su lugar, sino a testimoniar su presencia a partir de nuestra experiencia cristiana.

La Iglesia es, siempre y sólo, una preparación al encuentro con Dios. La Iglesia está al total servicio del Reino, al cual acoge y realiza en lo que puede. El Papa Francisco, al llegar al aeropuerto de Quito en su viaje sudamericano de hace unos años, en pocas y medidas palabras sugería a todos cuál es la naturaleza propia de la Iglesia, y cómo le conviene actuar: “Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna con la Iglesia, y la luna no tiene luz propia; y si la luna se esconde del sol, se vuelve oscura; el sol es Jesucristo, y si la Iglesia se aparta o se esconde de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que en estos días se nos haga más evidente a todos nosotros la cercanía del ‘sol que nace desde lo alto’, y que seamos reflejo de su luz, de su amor”.

Los cristianos no somos enviados a vender un producto, sino a anunciar y a suscitar nuestra salvación y la de los que nos rodean. Cuando nos vean viviendo como salvados, los hombres y mujeres que buscan respuestas y esperanza, se interrogarán y nos pedirán la razón de la esperanza que está dentro de nosotros.

Comunión

Marcos, en el evangelio que hemos escuchado, pone las condiciones para el anuncio, una síntesis que recuerda a los discípulos cuál es el estilo con que son llamados a anunciar el Reino.

Los discípulos son enviados de dos en dos a anunciar el Reino. No existen navegantes solitarios entre los creyentes; nos jugamos toda la credibilidad del anuncio en el desafío de poder construir comunidad.

Jesús prefiere el fatigoso recorrido del compartir, de la comunión de los ánimos, al de un gurú solitario por más genial que sea; el amor que nos tengamos entre nosotros es lo que va a provocar el anuncio, no así una dialéctica espectacular y deslumbrante.

Hablar de la comunidad en términos abstractos es muy bonito y poético;  vivir en la propia comunidad, la concreta, con aquel miembro del grupo, con aquellos curas, con aquel vecino, ya es otro asunto. Las mezquindades que todavía emergen en los ambientes vaticanos y eclesiásticos, y que el Papa Francisco quiere sanear, nos recuerdan que es la unión de ánimos la que va a dar testimonio de la verdad de nuestras palabras. No seamos hipócritas, no nos escandalicemos de las maniobras vaticanas, hasta que no logremos superar las de mi comunidad, de mi parroquia o de mi casa.

Jesús apuesta por la convivencia, hecha de amor al Evangelio; Jesús pone en aquél ir “de dos en dos” de los discípulos la condición prioritaria para la veracidad del anuncio.

Por encima de las simpatías o del carácter de cada uno, Jesús nos invita a ir a lo esencial, a no detenernos ante las sensaciones y sentimientos a flor de piel, a creer que el testimonio de la comunión es el que, a pesar de nosotros, puede abrir de verdad los corazones.

La Iglesia no es un club de buena gente, no somos nosotros los que hemos elegido al Señor, es Jesús el que nos ha elegido para que tengamos poder sobre los espíritus inmundos. La Palabra de Dios, que profesamos y vivimos, es la que expulsa la inmundicia de los corazones, e ilumina la parte tenebrosa que nos habita.

Hacer comunión entre nosotros pone un límite a las sombras que habitan en cada uno: sin eliminarlas, la luz que trae el evangelio las ilumina y, de ese modo, nos hace a nosotros luminosos, los unos para los otros.

Esencialidad

Jesús pide a los suyos que sean auténticos, porque la Iglesia no es una empresa que estudia estrategias ni técnicas de mercado, adaptadas a las necesidades de la población según las circunstancias; no es una multinacional de lo sagrado que busca mantener el poder. La Iglesia vive en relación con, y en función de, su Maestro y Señor; atenta en ocuparse de la tarea que le ha sido confiada: construir el Reino de Dios, a la espera de la vuelta del Resucitado.

La organización que se ha venido creando en estos siglos de historia está en función del anuncio del Reino, y para eso tiene que servir. Y si no es así debe ser abandonada y buscar otro sistema que sirva a ese anuncio. Habréis oído aquel dicho: “una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. Es lo que, con palabras de hoy, el Papa Francisco llama la “Iglesia autorreferencial”, a la que hay que combatir, porque “cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia, se hace autorreferencial y entonces se enferma”.

La historia nos ha mostrado demasiadas veces que los compromisos y apaños, pactados por la Iglesia para auto-defenderse, han sido la muerte del anuncio del Evangelio de Jesús.

Cómo Amós, como Jesús, estamos llamados a ser libres. Libres de las estructuras y del pasado. Lo que falta a nuestra Iglesia occidental y del primer mundo, triste y preocupada, es soñar el futuro, la capacidad de atreverse a proyectar el futuro del Reino de Dios.

El cristianismo lleva en si una escandalosa fragilidad (los cristianos somos frágiles) que testimonia la fuerza de Dios. A pesar de todas las limitaciones, Dios actúa en nuestras pobrezas, en nuestras fragilidades…, eso sí, si dejamos de ser auto-referenciales y salimos a vivir y anunciar el Evangelio.

Vivir

La última indicación de Jesús en el evangelio de hoy se refiere a permanecer unidos y a compartir.

El cristiano no es alguien apartado, especial, elitista, sino que vive las mismas alegrías y los mismos dolores de cualquier persona. Únicamente, que estamos habitados en el corazón por una esperanza incorruptible. El cristiano es ante todo una persona de una humanidad plena y desbordante, inquieta y profunda.

Jesús pide a los discípulos estar en el mundo, vivir con la gente, pertenecer a este mundo, fecundándolo y haciéndolo crecer como hace la levadura con la masa.

Pero, ¿qué es lo que tenemos que anunciar?

En el evangelio de Marcos, antes de la resurrección, los discípulos son llamados a invitar a la conversión. El Señor necesita que nosotros, los primeros, pasemos por el crisol de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, antes de poder comunicar la plenitud del Evangelio.

Hasta a entonces, podemos invitar a la conversión, convirtiendo primero nuestros corazones, es decir dirigiéndolos obstinadamente hacia la Palabra de Dios. En ella está contenido el Reino. La Palabra nos entrega el anuncio que debemos hacer: dejémosla emerger en nuestras comunidades, en nuestras asociaciones, en nuestras actividades, y preguntémonos simplemente y con sencillez cómo el Señor nos pide que vivamos.

¿Quién mire a la Iglesia, a través de nosotros y de nuestras comunidades, encontrarán de verdad el evangelio? A partir de esta pregunta repensemos nuestra fe, nuestra evangelización y nuestra postura en la Iglesia.

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