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martes, 31 de diciembre de 2024

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS (1 de enero)


Primera Lectura: Num 6, 22-27
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16 -21


         La Navidad es un misterio que puede colmar nuestras más hondas aspiraciones o quedarse en una mera celebración pasajera que nos deja un sabor amargo. Todo depende de nuestra disposición ante este don supremo. El Señor, en su infinita misericordia, nos ofrece un oportunidad excepcional con el regalo más preciado: su propio Hijo. ¿Cómo respondemos nosotros ante tal muestra de amor? En el Evangelio de hoy, encontramos tres respuestas distintas a esta manifestación divina.

Primero están los pastores, que acogen con sencillez el mensaje angélico y reconocen en el Niño a su Salvador. Ellos aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía en esta mañana de Año Nuevo.  Sabemos que el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Sin embargo, ¡cuán frágil es nuestra fe! Pronto nos dejamos vencer por la impaciencia ante un conductor que va despacio o nos irritamos con la joven madre que va con prisa del trabajo a casa.

El segundo grupo lo forman aquellos que, al igual que los pastores, comparten lo que han presenciado. Se maravillan, sí, pero su asombro es superficial. El Evangelio nos habla de muchos que se admiraban de los milagros del Señor, mas no todos perseveraron en su seguimiento. Su fe es como la de quienes celebran las festividades sin profundidad, Reconocen el regalo del tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan del objetivo que es conocer, amar y servir a Dios, como Ignacio de Loyola nos recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

En el tercer grupo encontramos sólo a una persona: María, la Madre de Dios, que comprende plenamente el misterio que se desarrolla ante sus ojos. Ella "guardaba todas estas cosas en su corazón". Es el modelo perfecto del cristiano que no solo escucha la Palabra, sino que la medita para vivirla. A través de la Encarnación que María hizo posible, Dios, haciéndose hombre, santifica cada fragmento de nuestra existencia: desde un trapo para fregar el suelo hasta la mano grasienta de un mecánico, o al esfuerzo repetitivo de un obrero en la fábrica.

La maternidad divina de María nos revela que ya no hay tiempos ni espacios sagrados separados de lo profano. Sólo existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de cada uno, en la que Dios elige habitar. Para percibir esta transformación necesitamos, como la bella María, el silencio y la oración. Ella contemplaba cada acontecimiento: el bullicio del nacimiento, la sorprendente visita de los pastores, las exigencias cotidianas de cuidar a un bebé que, siendo Dios mismo, hay amamantarlo y cambiarle los pañales como a cualquier recién nacido del mundo.

PAZ

Hoy también conmemoramos la Jornada Mundial de la Paz. ¡Cuánta necesidad tenemos de ella en nuestro mundo actual! Si acogemos a Jesús en nuestros corazones, como lo hizo María, nos encaminamos hacia la paz verdadera. No olvidemos que "la paz esté con vosotros" fueron las primeras palabras que nuestro Señor dirigió a sus discípulos reunidos en el cenáculo la tarde de la Resurrección. Jesús es, según la cita del profeta Isaías, "el Príncipe de la paz". Y no solo él sino todos los profetas han contemplado con gozo la era mesiánica como tiempo de abundancia y paz. Los ángeles en Belén proclamaron "paz a los hombres que ama el Señor". El mismo Jesús envió a sus apóstoles como mensajeros de paz, cumpliendo la profecía de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!". Y después de resucitar, Cristo legó a sus apóstoles este don precioso: "La paz os dejo, mi paz os doy". Verdaderamente, el Evangelio de nuestro Señor es un mensaje de paz.

sábado, 28 de diciembre de 2024

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo C)


Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 42-52


Hoy la liturgia nos presenta la Fiesta de la Familia. No de una familia idealizada, sino de la familia real y concreta - la que cada uno de nosotros tiene, ha formado o anhela formar. En estos tiempos convulsos, esta celebración puede parecer casi provocadora, elevándose por encima de nuestras controversias sociales y políticas, pero precisamente por ello infunde nueva vida a nuestra cotidianidad y da densidad a esta Navidad que el mundo ha vaciado tanto de contenido.

Queramos reconocerlo o no, la familia permanece en el centro de nuestra existencia. Es el núcleo vital de nuestra educación, y aunque a veces sea fuente de dolor y desilusiones, por la gracia de Dios también nos trae inmensas alegrías.

¡Qué maravilloso misterio que Dios mismo haya querido vivir la experiencia familiar! Y aún más, qué significativo es que eligiera una familia tan complicada y llena de dificultades. Algunos podrían sorprenderse de que la Iglesia proponga como modelo esta familia tan peculiar - con una pareja que vive en castidad, un hijo que es el Verbo Encarnado, y unos padres que deben huir por la notoriedad de aquel recién nacido.

Pero no es en estas circunstancias extraordinarias donde queremos imitar a María y José, sino en su fidelidad como pareja cuyas vidas fueron transformadas por la acción de Dios y las circunstancias humanas. En su capacidad de entregarse completamente, sin condiciones ni angustias, a un plan divino que los sobrepasaba.

Contemplemos a María estrechando contra su pecho al Niño Jesús, sintiendo su calor y su fragancia. Veamos a José, más sereno ahora después del agitado nacimiento lejos del hogar. Después de aquella noche extraordinaria llena de señales divinas, el joven carpintero mira el futuro con renovada confianza. Ya han presentado al Niño en el Templo, como mandaba la Ley, donde el anciano Simeón lo tomó en sus brazos y profetizó sobre Él. Tras el doloroso exilio en Egipto, la Sagrada Familia regresa a Nazaret, donde Jesús crece.

Y es en Jerusalén donde, como nos narra el Evangelio de hoy, el adolescente Jesús se separa de sus padres para dialogar con los doctores de la Ley. ¡Qué consuelo para los padres de hoy ver que hasta María y José experimentaron las dificultades de la adolescencia!

Dura realidad

Podríamos llenar páginas enteras narrando las vicisitudes de la familia de Nazaret. Pero a veces, envueltos en la emoción navideña, corremos el riesgo de olvidar el peso real que María y José, como toda familia, tuvieron que sobrellevar.

martes, 24 de diciembre de 2024

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (C)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18

Contemplación

En esta santa Navidad, permitidme compartir una contemplación del misterio del Nacimiento de nuestro Señor.

Ved conmigo a ese Niño en Belén, que llora y gime, hipa y grita como cualquier cachorro humano recién nacido. Sus diminutas manos cerradas, su rostro arrugado buscando el calor maternal. Como todos los bebés, entreabre sus ojitos para luego volver al sueño.

Contemplad a María, nuestra Madre, en su dulce inexperiencia, mojando su dedo meñique en leche de cabra para alimentar a su pequeño. El frío del desierto se cuela en Belén mientras ella, con amor maternal, arropa al Niño desnudo. Y ahí está su esposo José, sentado sobre la paja, agotado también por el viaje y las emociones vividas.

Como nos enseña San Ignacio en la Contemplación del Nacimiento de sus Ejercicios Espirituales, os invito a contemplar las personas: a nuestra Señora, a José y al niño Jesús, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia…

En estos tiempos difíciles que vivimos, cuando el mundo parece sumido en crisis y temores, me sitúo sin molestar en un rincón del establo, en silencio orante. Y pienso en las dificultades que afrontaron María y José, aquella joven pareja. Y sin embargo, ahí mismo está Dios.

¡Qué misterio tan grande, hermanos! Veinte siglos después seguimos maravillándonos: Dios está aquí, en un pesebre. ¡Qué diferente de la espantosa imagen que nos habíamos forjado! Dios es así: un niño indefenso, divinamente frágil, vulnerable por elección propia. Un recién nacido que despierta ternura infinita, que dan ganas de cogerlo en brazos y acariciarlo.

Aquí está Dios… y también el hombre…

MISA DEL GALLO EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 9,1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda Lectura: Tit2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14


Pastores

En esta Noche Santa contemplamos el misterio del Emmanuel, Dios-con-nosotros. Pero Su presencia no siempre corresponde a nuestras expectativas... Aunque dos milenios de tradición navideña nos hayan familiarizado con este prodigio.

Si hemos perseverado en el camino del Adviento, por breve que haya sido, quizás nuestros corazones se conmuevan al contemplar a esa joven Madre que estrecha contra su pecho al Niño Dios.

La Encarnación del Verbo aconteció en un momento preciso de la historia, en aquella pequeña aldea de Judea que las Escrituras nos señalan: Belén. Este acontecimiento histórico, del cual somos herederos y testigos, marcó el inicio de nuestra salvación. Y nosotros, sus discípulos, proclamamos con fe que el Señor Jesús volverá en la plenitud de los tiempos para dar sentido pleno a nuestra existencia temporal.

Pero esta noche, amados hermanos, Cristo desea nacer de nuevo en cada uno de nuestros corazones, invitándonos a renacer con Él a una vida nueva. Solo necesitamos el valor de abrirle las puertas de nuestra alma.

Es cierto que vivimos tiempos difíciles: las crisis que nos agobian, el clima sociopolítico, las crisis humanitarias, la guerra y los enfrentamientos de todo tipo, el vacío existencial que caracteriza nuestra época, todo ello podría desalentarnos. Nuestra propia patria, sumida en divisiones y amarguras, especialmente por la responsabilidad de quienes deberían guiarla para bien, no facilita la esperanza.

¡Qué actualidad cobra el relato evangélico que hemos proclamado esta noche! ¡Cuánto nos parecemos a aquellos pastores que buscaban calor en la gélida noche de Judea! Sus corazones, como los nuestros, estaban marcados por la ira, la resignación, el desencanto – sentimientos propios de quienes han agotado sus fuerzas en la mera supervivencia, muchas veces sin éxito.

sábado, 21 de diciembre de 2024

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Miq 5, 1-4
Salmo Responsorial: Salmo 79
Segunda Lectura Heb 10, 5-10
Evangelio: Lc 1, 39-45


Quedan pocos días para celebrar lo más inaudito de Dios.

Nos encontramos a las puertas de un misterio inefable, a pocos días de celebrar lo más extraordinario que Dios ha dispuesto para la humanidad. No estamos ante una mera conmemoración ritual o una representación teatral del nacimiento de Jesús. No, porque el Señor ya ha nacido, ha muerto, ha resucitado y vive glorioso a la diestra del Padre. Y nosotros, en este tiempo que Dios misericordiosamente nos concede, en esta vida que a veces nos parece mezquina o incompleta, tenemos una misión sagrada: dejar nacer a Dios en nuestros corazones.

Cada Navidad no es un simple aniversario, sino un acontecimiento estrepitoso, extraordinario y único. Hoy estamos llamados a renacer, a permitir que la gracia divina transforme nuestra existencia.

Contemplemos nuestro mundo, tan herido, convulso y violento. Un mundo sacudido por crisis económicas que ahogan el espíritu, por un declive moral que parece consumirnos, un mundo donde el miedo al futuro nos hace más pequeños y vulnerables. Precisamente en medio de esta oscuridad, estamos llamados a renacer, a dejar que Dios nazca en nuestros corazones. No como cuando éramos jóvenes e ingenuos, no como hace un año o tres, sino ahora mismo, en las circunstancias concretas de nuestra vida presente.

Elevemos nuestra mirada más allá de lo inmediato, más arriba de nuestras mezquindades. Miremos al otro y dentro de nosotros mismos. Dios viene. Se hace pequeño, elige nacer entre la miseria, entre el estiércol, en el aire acre de un humilde establo.

María

Fijémonos en María, aquella joven que nos enseña el misterio de la fe. Siente crecer en su regazo algo indescriptible, con aquella intuición poética que Dios regala a las mujeres, sus más perfectas criaturas. El Verbo de Dios crece dentro de ella, y con la Palabra haciéndose carne crecen también sus dudas y sus titubeos.

María busca consuelo en su prima Isabel: ttal vez ella sabrá darle una respuesta definitiva a sus inquietudes, quizás ella sabrá decirle que sí, que todo lo que le pasa es verdad. Y así sucede.

Isabel, con la sabiduría de quien ha experimentado ya lo milagroso, la recibe. Se seca las manos en el mandil y se acerca sonriendo a su pequeña prima María, que ya se ha hecho mujer. "¿Cómo has hecho para creer tanto?", le dice. Sólo una adolescente puede tener el coraje de la fe radical. Sólo quien se atreve puede hacer realidad los milagros.

Recordémoslo en este momento oscuro de la historia, en este inhumano y catastrófico año. Precisamente cuando todo parece perdido, cuando la desesperanza amenaza con consumirnos, estamos llamados a redescubrir una fe que hace bailar, que celebra aún en medio de la adversidad.

Danzas

Isabel lo confirma: todo lo anunciado es verdad. No es una alucinación, no es un espejismo pasajero. Lo incontenible se hace presente. Y María, sacudida por lo extraordinario, comienza a danzar con su divertida prima, bendiciendo a Dios que la salva a ella y nos salva a todos nosotros. En sus palabras advertimos la tensión y el estupor ante lo inaudito que va tomando forma en su vientre.

Es verdad. Dios ha elegido venir y hacerse presente. El Dios de Israel está aquí, en el vientre de aquella pequeña Hija de Sión.

sábado, 14 de diciembre de 2024

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo C)

Compartid, no robéis, no seáis violentos, vivid alegres...

Primera Lectura: Sof 3, 14-18
Salmo Responsorial: Is 12, 2-6
Segunda Lectura: Flp 4, 4-7
Evangelio: Lc 3, 10-18


Todos somos buscadores de felicidad. Nuestra vida se consume en pos de una afanada búsqueda de la alegría y podemos leer nuestras vidas conforme al deseo, que llevamos dentro de nosotros, de vivir en la alegría que buscamos. Todos, para bien o para mal, buscamos la felicidad pero no sabemos bien dónde ni a quién hacer caso.

La Sagrada Escritura no es ajena a este anhelo. No en vano encontramos más de veinticinco expresiones que nos hablan de la felicidad. Desmentimos así aquellas voces que presentan nuestra fe como un camino de tristeza y dolor. La religión no es una carga insoportable, hermanos, sino una fuente de alegría desbordante.

En este tercer domingo de Adviento en la espera del Señor, la alegría es la protagonista de la liturgia. El profeta Sofonías nos muestra un Dios que, ante nuestra infidelidad, no responde con castigo, sino con amor y una nueva alianza. San Pablo nos exhorta a regocijarnos por la presencia del Señor, que viene a visitarnos continuamente allá donde estemos, y Juan el Bautista nos sacude con su mensaje ardiente.

¿Qué debemos hacer?

La gente que había bajado desde Jerusalén hasta las cercanías de Jericó para ver al Bautista quedaba turbada, inquieta, y sacudida. ¿Y si Juan tuviera razón? ¿Y si, de verdad, la vida no fuera ese caos enmarañado que nos da más penas que alegrías? Juan, ¿qué debemos hacer?", le preguntaban. Es la misma pregunta que late en nuestro corazón cuando la vida nos desafía, cuando buscamos una Navidad que no sea mero sentimentalismo, sino auténtica conversión a la luz y al paz, tan necesitada en estos tiempos.

La respuesta de Juan es sorprendentemente sencilla. Incluso banal, en apariencia. Juan responde con pequeños consejos muy distintos de las grandes y solemnes proclamas que esperaríamos. Él responde simplemente: compartid, sed honestos, no robéis, no seáis violentos. Uno se queda asombrado con esto… y hasta un poco decepcionado, la verdad.

Al pueblo creyente y devoto, Juan le pide que comparta, que no permita que la fe se reduzca sólo a oración, o a una vaga pertenencia a un movimiento, sino que haga vibrar esa fe en la vida, que ella contagie nuestras vidas y nuestras opciones concretas. Sin dicotomías. la santidad no está en heroísmos inalcanzables, sino en hacer bien lo cotidiano.

sábado, 7 de diciembre de 2024

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Dom. 2º de Adviento)




Primera Lectura: Gen 3, 9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: De Adviento (Rom 15, 4-9)
Evangelio: Lc 1, 26-38

Hay dos personajes principales en el Adviento, María y Juan, que nos enseñan la actitud correcta para esperar.

La Navidad llega rápidamente y corremos el riesgo de no prepararnos de verdad, de no abrir el corazón para dar la bienvenida al Mesías que viene. Es un riesgo real y siempre presente, aún más evidente en estos tiempos de profunda crisis en la que la esperanza parece extinguirse día a día.

Por eso, debemos mirar más allá de lo concreto, levantar la mirada, atrevernos a creer, encontrar nuestra verdadera dimensión en el alma. La confianza es el único gesto que nos ayuda a permanecer anclados en la vida, a no huir.

Necesitamos urgentemente personas que se conviertan en signos, que sean profecías vivientes. Como María, como Isaías, como Pablo, como Juan, el loco de Dios.

Espera

Nos preparamos a la Navidad para ser acogidos, no abandonados.

Cogidos por la noticia desconcertante de un Dios que se convierte en hombre, de un Dios que arriesga todo convirtiéndose en un niño frágil e indefenso.

Hombres y mujeres nos anuncian la venida de Cristo en gloria, y a nosotros nos toca darle la bienvenida en la historia personal de cada uno.

Isaías, profeta inmenso, sueña con un mundo en el que el Mesías trae la armonía que hemos perdido por el camino. Pablo, al final de su carrera apostólica, escribe a los cristianos de Roma invitándoles a mantener viva la esperanza, comenzando por el consuelo que proviene de escuchar las Escrituras, escritas especialmente para nosotros.

Es cierto que la gran historia está por encima, y más allá, de nuestra capacidad de comprensión. Pero en nuestro camino hacia la total plenitud, la Palabra y la Profecía nos ayudan a mantener la esperanza, esperando la venida del Señor de la gloria.

La bella María y el rudo Juan

La bella María, la niña adolescente de Nazaret nos enseña a permanecer día a día en la fe. María nos sugiere que estemos listos, porque Dios viene cuando menos lo esperas, aunque sea en el escondite de un agujero de un país como Nazaret, desconocido, a las afueras del Imperio.

Dios elige a Nazaret, pero nosotros huimos del Nazaret en el que vivimos. Al elegir a Nazaret como un lugar desde el que comienza la salvación del mundo, Dios está revocando la tabla de nuestras certezas y redefine la lógica del mundo. En la lógica de Dios, el totalmente Otro, es precisamente desde Nazaret donde comienza la historia. La mía también.

Y para nacer en nosotros, Cristo pide acogida, disponibilidad y un corazón transparente como el suyo. Un corazón que sepa cómo reconocer a los ángeles y a tantos anuncios que recibimos cada día. Así, María se convierte en la “ianua coeli”, la puerta del cielo que permite a Dios entrar en la historia. Si lo hacemos así, si, como ella, abrimos nuestro corazón, también nosotros nos convertiremos en un instrumento en las manos del Dios que busca al hombre.

Y el rudo Juan nos remueve con palabras que abofetean, en vez de acariciar.

El Bautista, con su vida, proclama la primacía de Dios en la Historia, llama a todos a salir de una visión estereotipada e inmovilista de la fe para poder encontrar lo inaudito de Dios.

Las personas notables y devotas, como los fariseos, son severamente criticadas porque su gran fe es arruinada por un ritualismo y un moralismo exasperado. Juan los sacude: no es suficiente hacer gestos audaces, cómo recibir el bautismo para convertirse, hay que cambiar la mirada, la perspectiva, el pensamiento y los hábitos. Es una seria advertencia dirigida a aquellos que ya son discípulos, entre los que nos encontramos nosotros. Estamos llamados a preguntarnos continuamente sobre el riesgo de una fe rutinaria, ya resabida y resabiada, por habitual.

Hasta la devoción más auténtica corre el riesgo de acabar en una pura exterioridad, vaciando la fe de lo más importante, que es el encuentro con Dios.

sábado, 30 de noviembre de 2024

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo C)

"Levantaos, alzad la cabeza" (Lc 21, 28)

Primera Lectura: Jer 33, 14-16
Salmo Responsorial: Salmo 24
Segunda Lectura: 1 Tes 3, 12–4, 2
Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36
   

Son las imágenes en tiempo real las que nos sacuden en profundidad. Las que andan rodando por internet, insoportables por su crudeza, tanto visual como de los profundos sentimientos de odio, violencia y venganza que anidan en el corazón humano. Como las noticias que cada mañana, antes de empezar el día, golpean de lleno en la cara al leer los periódicos nacionales e internacionales en línea.

Fotos que encuadran un cúmulo de ruinas de lo que queda de una casa destrozada por un cohete, asomando la cabeza de un niño de siete u ocho años, con el rostro acartonado en su última mirada de miedo, en medio de otros cadáveres de hombres y mujeres deshechos por la metralla. Daños colaterales, los llaman.

Y todo rodeado con explicaciones para justificar la necesidad de las intervenciones armadas, lo inevitable de tales daños -dicen-, y unos y otros alineándose en pro o en contra de éstos o aquéllos. Todos, discutiendo y acusándose; en definitiva, alimentando la violencia que critican, pero sin dar un paso por construir la paz.

 Las guerras conocidas y ocultadas, en Siria, África y en tantos otros lugares, los refugiados que huyen del horror del Estado Islámico y otras dictaduras, las caravanas de inmigrantes por doquier y los muertos en el mar, son sólo algunos de los muchos conflictos presentes en el mundo, y tantas veces olvidados porque a los poderosos no les interesa que tengan publicidad.

En esta situación, hoy, estrenamos un nuevo Adviento.

Navidades y sangre

¿Para qué sirve la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Para qué sirve comenzar un nuevo Adviento y prepararnos a celebrar una Navidad cada vez menos cristiana y más consumista, tratando de quitarnos de encima una crisis económica mundial y de valores que nos está llevado por delante? ¿Para qué sirve repetir y remachar las cosas, rebuscar y rezar, si la impresión que tenemos es de estar rodeados por una muerte que no acaba?

sábado, 23 de noviembre de 2024

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (Ciclo B)


Primera Lectura: Dn 7, 13-14
Salmo Responsorial: Salmo 92
Segunda Lectura: Ap 1, 5-8
Evangelio: Jn 18, 33-37

Hoy, al concluir nuestro año litúrgico, nos encontramos ante una celebración paradójica. Podríamos esperar un gran festival que proclame la realeza de Cristo con pompa y esplendor, quizás añorando aquellos tiempos en que la Iglesia se erguía frente al poder temporal, a veces por anhelo de autoridad, a veces por confrontación necesaria. Podríamos buscar una celebración triunfal que coronara nuestro año con la victoria definitiva de Cristo, más anhelada que comprendida.

Sin embargo, como tantas veces ocurre, el Evangelio nos desconcierta y nos invita a una reflexión más profunda.

Poderes

En la escena que contemplamos hoy, se enfrentan dos concepciones del poder: por un lado, la majestuosidad del Imperio Romano representada por Poncio Pilato; por otro, la aparente insignificancia de un carpintero de Nazaret. San Juan, con su profunda sabiduría teológica, nos presenta un diálogo magistral donde Pilato, creyéndose poderoso, desprecia a quien tiene delante. No ve más que a un judío más, uno de tantos que obstaculizan su ambición de alcanzar las más altas esferas del poder imperial.

Monstruos

La primera lectura del profeta Daniel nos ayuda a comprender esta dinámica del poder mundano. Las cuatro bestias que describe son signo de las dominaciones que Israel sufrió a lo largo de los siglos: - el león de Babilonia, el oso de los medos, el leopardo de los persas y aquella bestia terrible que representa el imperio de Alejandro y sus sucesores. Son los poderes que han oprimido al pueblo de Dios.

Pero ved, hermanos, cómo el profeta anuncia la venida del Hijo del hombre, que en el lenguaje semítico simplemente significa "el ser humano". ¡Qué contraste! Frente a las bestias del poder, la simple humanidad.

¡Qué poca humanidad, incluso hoy, encontramos en los que ostentan el poder! ¡Qué poca humanidad en el poder religioso del Sanedrín y en el poder político del águila romana!

Los saduceos y los sacerdotes del templo deben pedir permiso al odiado Pilato que tiene el ius gladii, el derecho a matar, para deshacerse de aquel engorroso Nazareno.

El Sanedrín quiere matar a Jesús, pero no puede. Pilato quiere salvar a Jesús, no por justicia, sino para humillar al Sanedrín, pero no puede.

Ambos van a hacer lo que no quieren. Las componendas, el miedo, el cálculo hacen que aquellos poderes se conviertan en marionetas de sus propias ambiciones.

Pilato, durante toda la entrevista, sólo hace preguntas. No se cuestiona nada, sólo pregunta. Y no escucha las respuestas.

Tú lo dices

“¿Tú eres rey?”; - “Tú lo dices” responde Jesús a Pilato.

sábado, 16 de noviembre de 2024

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Dn 12, 1-3
Salmo Responsorial: Sal 15
Segunda Lectura: Heb 10, 11-14.18
Evangelio: Mc 13, 24-32


Nos acercamos al final del año litúrgico, y pronto nos despediremos del evangelista Marcos para comenzar, de la mano de Lucas, nuestra preparación para la Navidad. Pero antes, Marcos nos propone una última reflexión, quizás incómoda, pero necesaria.

En estos tiempos en que todos estamos concentrados en sobrevivir día a día, nuestra Iglesia nos exhorta a elevar la mirada, a trascender una visión limitada y egocéntrica de nuestra existencia.

La Palabra de Dios hoy nos interpela nos invita a mirar más allá, con ojos nuevos y hacia horizontes más amplios.

Una Iglesia en Crisis

La comunidad a la que Marcos dirigía su evangelio atravesaba momentos difíciles. Corría la década de los 60 del siglo I, y contemplar aquella época nos ayuda a comprender mejor el mensaje de este domingo.

Permitidme que os recuerde algunos acontecimientos de aquel tiempo:

- Un devastador terremoto en Asia Menor el año 61
- Los seísmos de Pompeya y Herculano del 63
- El terrible incendio de Roma del 64, por el que Nerón culpó a nuestros hermanos en la fe
- La rebelión judía del 66, que culminaría con la destrucción del Templo
- Nuevos terremotos en Roma el 68
- Y una profunda crisis política el 69, con tres emperadores en un solo año

Para aquellos primeros cristianos, como para muchos hoy, estos signos parecían anunciar el fin de los tiempos. El gran Imperio Romano se tambaleaba, como hoy parece tambalearse nuestro mundo. Los estudiosos de las Escrituras nos dicen que Marcos posiblemente añadió el capítulo 13 de su evangelio precisamente para fortalecer la fe de los discípulos en aquellos momentos críticos.

El lenguaje empleado es el propio de la época de Jesús: rico en símbolos y metáforas que debemos interpretar con sabiduría. No es un mensaje de temor, sino de esperanza: cuando dice que caerán las estrellas, se refiere a los falsos dioses paganos. La pequeña grey de Cristo está bajo la protección de su Señor, el Buen Pastor.

¿Qué nos deparará el mañana? ¿Cuál será el final de la Historia? Algunas interpretaciones medievales y ciertas películas modernas nos presentan el fin del mundo como un espectáculo de destrucción y terror: como un delirio de llamas y destrucción, como un juicio final hecho de calima y de miedo. Pero nuestra fe nos enseña algo muy distinto: creemos que Cristo, glorioso junto al Padre, volverá para completar su Reino. Mientras tanto -y aquí está nuestro compromiso- nuestro simpático Dios nos ha confiado esta frágil Iglesia, con la tarea de hacer crecer su Reino en esta tierra.

sábado, 9 de noviembre de 2024

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

Verdadera pobreza = dar con el corazón
Primera Lectura: 1 Re 17, 10-16
Salmo Responsorial: Sal 145
Segunda Lectura: Heb 9, 24-28
Evangelio: Mc 12, 38-44


Al concluir este año litúrgico, mientras culminamos nuestra lectura del Evangelio según San Marcos, la liturgia nos presenta una serie de pasajes fundamentales que, aunque pueden resultarnos incómodos, son auténticas joyas para nuestra vida de fe. Son textos que quizás preferiríamos omitir de nuestro "cristianismo a la carta", pero que el Señor nos regala como oportunidades preciosas para renovar nuestro camino de fe.

El mensaje de Jesús hoy nos sacude profundamente. Pocas veces encontramos en el Evangelio una advertencia tan directa del Señor sobre el peligro que corremos los discípulos –sí, nosotros– de convertirnos en aquello que Él más criticó: los escribas. Esta preocupación del Maestro no era infundada, mis queridos hermanos.

Los escribas de ayer y de hoy

¿Quiénes eran estos escribas? Inicialmente, eran simples letrados que cumplían la importante función de transcribir documentos. Sin embargo, tras la reforma del piadoso rey Josías, su influencia creció desmesuradamente hasta convertirse en los custodios e intérpretes de la Ley, erigiéndose en jueces de quienes la transgredían.

Jesús los señala sin ambages, denunciando su vanidad y su desmedido afán de poder. Buscaban distinguirse por sus vestimentas, ansiaban el temor reverencial del pueblo, se deleitaban en su autoridad y no perdían ocasión de exhibirse en los eventos sociales.

No puedo dejar de recordar las frecuentes advertencias de nuestro Santo Padre Francisco contra el "carrerismo" dentro de la Iglesia. La búsqueda desenfrenada de posiciones, honores y reconocimientos sigue siendo una tentación que puede convertir a los pastores en un antitestimonio que aleja a las personas del Evangelio.

Y no nos engañemos, amados hermanos: esta tentación no es exclusiva del clero. En nuestros pequeños ámbitos, todos podemos caer en la trampa de buscar visibilidad y reconocimiento. Debemos examinarnos con sinceridad y rigor.

Las viudas ejemplares

El Evangelio nos presenta un contraste sobrecogedor: mientras los escribas "devoran los bienes de las viudas", son precisamente ellas, las más vulnerables de la sociedad, quienes protagonizan la Palabra de Dios hoy.

Recordemos: ser viuda en tiempos de Jesús significaba enfrentar una tragedia vital. Sin protección social ni apoyo familiar, muchas se veían forzadas a mendigar o incluso a prostituirse para sobrevivir. Eran las últimas, las despreciadas.

sábado, 2 de noviembre de 2024

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)




Primera Lectura: Dt 6, 2-6
Salmo Responsorial: Salmo 17
Segunda Lectura: Heb 7, 23-28
Evangelio: Mc 12, 28-34

Somos ciegos y mendigos. Podemos pasar el tiempo en los márgenes de la historia resignándonos o lamentándonos, como Bartimeo, gritando nuestro dolor, sin consuelo. “Pierdes el tiempo”, nos dice el mundo que nos rodea. En cambio, el Nazareno oye nuestro grito y nos manda a llamar. Sanados en lo profundo, iluminamos nuestra vida oscura, seguimos a Jesús por el camino y les decimos a los otros mendigos: “Ánimo, levántate, el Señor te llama”.

Esta es la Iglesia: un pueblo de ex ciegos, pero aún mendigantes, no prepotentes morales y doctrinarios que miran a los hijos de Dios por encima del hombro. Mendigos que se regocijan cuando comunican a cada persona el rostro compasivo de Dios.

¡Y cuánta luz necesitamos, una y otra vez, para comprender en profundidad la estupenda página del evangelio de hoy! Sobre todo en estos días de sufrimiento para tantos compatriotas y de duelo nacional por la catástrofe ocurrida.

Catecismo

¿Qué es lo más importante de la vida y de la fe? La pregunta del escriba es, después de todo, la única pregunta real que merece la pena formular y responder, la única.

La pregunta, para nuestro entusiasta amigo, trataba de desenredar una densa red de prohibiciones y trampas - más de seiscientas - que un israelita piadoso estaba llamado a vivir cada día. Para Jesús, sin embargo, la pregunta se convierte en una oportunidad de ir a lo esencial, de llegar a superar el síndrome de respuesta correcta del catecismo, para llegar a cuál es el significado de la vida para mí.

¿Para qué vale la pena vivir? Esta pregunta que todos llevamos en nuestros corazones y que, tarde o temprano, necesita una respuesta.

viernes, 1 de noviembre de 2024

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS (2 de noviembre)


Primera Lectura: Is. 25,6-10
Salmo Responsorial: Salmo22
Segunda Lectura: 1Tes 4,12-17
Evangelio: Lc  24, 13-35

En el año 998, el abad Odilón de Cluny prescribió que en todos los monasterios de su jurisdicción se celebrara la memoria de todos los difuntos el día 2 de noviembre. Luego la liturgia romana, en el siglo XIV, propone la celebración de los Fieles Difuntos al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos, para indicar una continuidad con ella y para dar una clave de interpretación de la muerte. Necesitamos fijarnos en la alegría de los Santos para entender el misterio de la muerte, para acoger la buena noticia que Dios nos ofrece también en el momento más crucial y misterioso de nuestro recorrido terrenal.

¿Qué hacer con la muerte?

Dos de noviembre, imágenes antiguas, recuerdos de niño: los cementerios llenos de gente, las tumbas limpias, las flores, la gente que se encuentra por los caminos, el silencio, el ambiente triste. Hoy día va desdibujándose esta tradición, lo que nos facilita ponernos a pelo ante el misterio de la muerte. Misterio teórico y un poco molesto para quien - joven y lleno de fuerza - mira con suficiencia a estos rituales fúnebres que percibe como lejanos y raídos, como gestos llenos de un sordo dolor para quien ha perdido a alguien querido, para quien se ha encontrado solo después de una vida hecha de hábitos consolidados.

Las personas, hoy, no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios, y volver de nuevo a nuestra vida de cada día para seguir olvidando.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas del alma? ¿Cómo afrontar el dolor desgarrador de unos padres que pierden un hijo?

Hoy es un día que nos obliga a reflexionar pero que, desgraciadamente, se ve cada vez más asechado por la destructora y alienante lógica del olvido, del “mejor no pensar”, que se nos impone ante el menor atisbo de sufrimiento en nuestra sociedad. Se habla poco y mal de la muerte, en este tiempo nuestro extraño y esquizofrénico: por una parte, cenamos delante del televisor que nos mete en casa matanzas y crónicas de sucesos, y por otra importamos tradiciones extrañas, como la fiesta de Hallowen, que intenta exorcizar la muerte cubriéndola con risas evasivas y bromas superficiales, tradiciones en definitiva alienantes para no enfrentarnos con la realidad de la vida, que es la muerte.

La buena noticia

Pero quien ha conocido la muerte, quien ha tenido una persona querida que se ha ido, toma muy en serio la muerte, más aún: la respuesta que demos al dilema de la muerte es lo que dará sentido a nuestra vida. La actitud que tengamos hacia la propia muerte, si es una actitud adulta, que no sea ni deprimente ni mágica, es lo que va a marcar la búsqueda más profunda del misterio de la vida de cada uno.

jueves, 31 de octubre de 2024

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Primera lectura: Ap 7,2-4.9-14
Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda lectura: 1Jn 3,1-3
Evangelio: Mt 5, 1-12a

Hoy celebramos en la Iglesia, en una única fiesta, la santidad que Dios derrama sobre las personas que confían en él. ¡Una fiesta extraordinaria, que hace crecer en nosotros el deseo de imitar a los santos en su amistad con Dios! 

  ¡Qué bonito convertirse en santo! Ciertamente no sólo por las imágenes que suscitan devoción, y por los devotos que encienden cirios a sus pies.... Sino porque llegar a ser santo significa realizar el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, significa convertirse en la obra maestra que él ha pensado para cada uno de nosotros. Dios cree en nosotros y nos ofrece todos los elementos necesarios para convertirnos en santos, como él es Santo.

Hoy es la fiesta de nuestro destino, de nuestra llamada. La Iglesia en camino, hecha de santos y pecadores, nos invita a fijarnos en la verdad profunda de cada persona: tras cada mirada, dentro de cada uno de nosotros, se esconde un santo en potencia. Cada uno de nosotros nace para realizar el sueño de Dios. El puesto y la misión que cada uno tiene es insustituible en este mundo.  

Santo es el que ha descubierto este destino y lo ha realizado plenamente; mejor aún: santo es quien se ha dejado hacer, ha dejado que Dios tome posesión de su vida para siempre.  

Santidad

La santidad que celebramos es la de Dios y, acercándonos a él, primero somos seducidos y después contagiados. La Biblia a menudo habla de Dios y de su santidad, de su amor perfecto, de equilibrio, de luz y de paz. Él es el Santo, el totalmente Otro, pero la Escritura nos revela que Dios desea apasionadamente compartir la santidad con nosotros que somos su pueblo. 

 El Papa Francisco nos dice que “antes que nada debemos tener muy presente que la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades”.

“La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo, nos reviste de sí mismo y nos hace como Él”.

La santidad “no es una prerrogativa solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano”. No consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias, como diría santa Teresa de Lisieux.

Dios ya nos ve santos, porque ve en nosotros la plenitud que podemos alcanzar y que ni siquiera nos atrevemos a imaginar cuando nos conformamos con nuestras mediocridades.  

No hay mayor tristeza que la de no ser santos. Porque lo santo es todo lo más bello y noble que existe en la naturaleza humana; en cada uno de nosotros existe la nostalgia de la santidad, de la divinidad, de lo que estamos llamados a ser. Escuchemos esa llamada, sintamos esa nostalgia.

sábado, 26 de octubre de 2024

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Jer 31, 7-9
Salmo Responsorial: Sal 125
Segunda Lectura: Heb 5, 1-6
Evangelio: Mc 10, 46-52

Jesús está a punto de subir a Jerusalén. Menos de treinta kilómetros lo separan de su muerte.

En las últimas semanas hemos leído los variados discursos que Jesús iba dirigiendo a sus discípulos, temas centrales como el matrimonio, el seguimiento, la pobreza. Pero los discípulos - todavía el domingo pasado - parecen no entender nada.

Bartimeo

Jericó era la última etapa para los romeros que subían a Jerusalén. Entre los muchos mendigos que esperaban limosna a las afueras de la ciudad, estaba Bartimeo. Su historia es un espejo del verdadero discipulado, en contraste con los apóstoles que, aún ciegos espiritualmente, soñaban con un reino terrenal minimizando y esquivando las profecías referidas a la muerte de Jesús.

Bartimeo está en la cuneta del camino, no puede hacer más que esperar como muchas personas que encontramos hoy, resignadas por la situación económica, por el desaliento existencial, con una perspectiva limitada y asfixiante de la vida. Como tantos mendigos, Bartimeo sólo vive de limosna.

Hasta que oye hablar de Jesús. No lo conoce, pero alguien le había contado cosas de él. Ahora, el deseo y la curiosidad toman la delantera.

Bartimeo empieza susurrando y termina gritando. Pide piedad.