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martes, 9 de abril de 2013

Anuario S.J. 2013 - RELACIONES INTERRELIGIOSAS Y ECUMÉNICAS: DIÁLOGO CON LAS IGLESIAS ORIENTALES


  


"La reanudación de las relaciones fraternas con las antiguas
Iglesias Orientales, testigos de la fe cristiana
en situaciones a menudo hostiles y trágicas,
es una señal concreta de cómo Cristo nos une
a pesar de las barreras históricas, políticas, sociales
y culturales" (Juan Pablo II: "Ut unum sint", n. 62).

Una de las divisiones más escandalosas es precisamente la que se da entre los mismos cristianos: ya que nuestro Señor Jesucristo ha venido para unir el género humano, mientras nosotros, que nos llamamos sus discípulos, estamos divididos y seguimos dividiéndonos. Por otra parte ésta es solo una prueba más de que necesitamos mucho a Cristo, de que su misión de reconciliación continúa siendo muy actual. 


Los primeros conflictos entre cristianos ya eran conocidos en tiempo de Cristo y de la Iglesia primitiva. El "enemigo del género humano", como diría San Ignacio refiriéndose al diablo, ha buscado desde el principio contrarresstar la obra de Cristo y su acción divisoria continúa hasta hoy. Por eso el Señor, que derribó el muro de separación, oraba al Padre "para que todos sean uno” (cf Jn 17,21) y encargó a sus primeros discípulos empeñarse en la reconciliación y la comunión, sin la que no hay la verdadera vida. Esta es hoy también, o al menos debería ser, la primera tarea de los pastores, sean obispos o sacerdotes. 

La base de la comunión de Cristo con los primeros discípulos fue su amor por ellos, la confianza en sus relaciones, expresada hasta el sacrificio en la cruz, cuando todos lo han abandonado. Gracias a este amor incondicional los primeros discípulos experimentaron el perdón, se reunieron después de su resurrección y atrajeron a otros muchos a su seguimiento. Este fuerte amor entre Cristo y sus discípulos los mantuvo juntos a pesar de la gran diversidad de procedencias y culturas.  

Justamente a causa de esta variedad se crearon, sobre todo en Oriente, muchas Iglesias con su propia lengua, rituales y modos de expresión de las mismas verdades de fe. Mientras la base fue el amor de Cristo y la confianza recíproca, las diferencias no causaron división. Con el tiempo, en cambio, por los diversos influjos políticos e intereses egoístas, las Iglesias se fueron alejando una de otra, hasta producir divisiones reales. Las así llamadas Iglesias ortodoxas orientales ya se habían  dividido de las demás en el siglo V, después del Concilio de Calcedonia (451), mientras que la división de las otras Iglesias ortodoxas, de tradición bizantina, tiene su origen en el "gran cisma" del 1054. En el curso de la historia ha habido muchas tentativas por ambas partes para la superación de estos cismas, pero sin un verdadero éxito. Es verdad que durante el segundo milenio alguna parte de las Iglesias orientales se unieron con la Iglesia de Roma (Iglesias católicas de rito oriental), pero esto creó nuevas heridas y un ulterior motivo de conflicto con los que quedaron de la otra parte. 

Actualmente hay 14 Iglesias Ortodoxas Autocéfalas o independientes, que se mantienen en comunión entre ellas: los Patriarcados de Constantinopla, Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Moscú, Serbia, Rumanía, Bulgaria y Georgia y las Iglesias ortodoxas de Chipre, Grecia, Polonia, República Checa, Eslovaquia y Albania. Entre las Iglesias Ortodoxas Orientales, en cambio, están el Patriarcado Copto de Egipto, el Patriarcado de Etiopía, el  Patriarcado Siríaco de Antioquía, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Ortodoxa Siríaca Malankara y la Iglesia de Eritrea. Un puesto especial ocupa la Iglesia Asiria del Oriente. 

Como ya se dijo, el empeño por la unidad de los cristianos siempre ha estado presente, aunque en modos diferentes. Sin embargo, el paso más significativo en este sentido lo dio la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II, sobre todo con el Decreto Unitatis Redintegratio y con la creación del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (Pontificio Consejo desde 1988). El primer presidente de este Secretariado fue el cardenal Augustín Bea, jesuita; además, sucesivamente hasta a hoy, siempre ha habido en su interior algún colaborador de la Compañía de Jesús. 

En los últimos años se han dado pasos significativos desde las diversas partes, tanto desde la católica como por parte de las varias Iglesias Ortodoxas y Ortodoxas Orientales. Además de gestos particulares como los encuentros de los jefes de las Iglesias, sobre todo el encuentro en Jerusalén del Papa Pablo VI con el Patriarca ecuménico Atenágoras en 1964, ha habido otros muchos encuentras a diversos niveles. Hace más de 30 años que existe un diálogo teológico con la Iglesia Ortodoxa en su conjunto, y desde algunos años también con las Iglesias Ortodoxas Orientales y con la Iglesia Asiria de Oriente. La producción de muchos documentos comunes demuestra un cierto progreso. 

Por el contrario, al mismo tiempo se habla a menudo de un enfriamiento de las relaciones, de cierto cansancio en el diálogo, y también de nuevos conflictos, originados tanto por una como por otra parte. 

A pesar de todo, en lo que logro seguir la situación actual, puedo decir que el diálogo está progresando aunque muy lentamente. Esto es comprensible, porque después de muchos siglos de división es difícil llegar en breve tiempo a la reconciliación. Muchas han sido las heridas que unos han padecido de los otros, la memoria está llena de experiencias negativas. Todo esto ha creado muchos prejuicios que todavía están arraigados en la conciencia de los fieles y de sus pastores. Y aunque las verdaderas cuestiones teológicas que nos dividen sean pocas, a causa de estos prejuicios y de la falta de confianza cada diferencia parece un problema y obstaculiza la recíproca comprensión.

Un aspecto esencial en este camino hacia la comunión en Cristo, cada vez más plena, es el empeño en el conocimiento recíproco, sobre todo en la búsqueda de ocasiones diversas para encontrarse. Es necesario dar un primer paso hacia el otro, y sólo amándolo se le puede encontrar verdaderamente y conocer. Ofreciendo confianza al otro se le conoce mejor y las expresiones diferentes son, cada vez menos, un obstáculo. Al contrario, lo que es diverso se vuelve cada vez más una riqueza para el otro, abre nuevos horizontes. Sin tener que renunciar a la propia tradición, se puede aprender mucho de los otros y enriquecerla con sus tesoros, mediante un "intercambio de regalos”, como nos invita a hacer Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint

La renovada confianza que se crea con estos encuentros, se convierte también en fundamento del diálogo teológico. De un modo cada vez más sereno se pueden afrontar hoy las cuestiones más delicadas como, por ejemplo, la del conciliarismo y el primado, que es actualmente objeto de estudio de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa. Este diálogo no es fácil a causa de una larga división y un desarrollo muy diferente del primado en las dos tradiciones. A pesar de esto, creo que será posible encontrar una solución, si se sigue conociéndose mejor y respetándose más, si la confianza recíproca continúa siendo alimentada por encuentros a muchos niveles. 

Es muy importante buscar la colaboración en los diversos campos, sobre todo en el social y cultural, trabajando juntos en la promoción y defensa de los valores cristianos en el mundo de hoy. Un mayor empeño común, una mayor visibilidad de lo que ya podemos hacer juntos, estimulará la confianza recíproca, lo que permitirá después un diálogo teológico más fructuoso con vistas a la plena comunión en Cristo. Es difícil decir si esto ocurrirá y cuando, pero es más importante hacer hoy todo lo posible, sin forzar. Imponer lo que el otro no está preparado a aceptar pone en riesgo no sólo el progreso, sino que también puede bloquear el diálogo.  

Nosotros jesuitas, que estamos presentes en muchas partes del mundo, incluso en casi todos los países de mayoría ortodoxa, podemos contribuir de modo importante a este camino de mayor comunión con las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales. Muchos de nosotros estamos implicados en las relaciones con los ortodoxos de diferentes modos. No hay espacio para presentarlos todos, pero podemos detenernos al menos en algunos ejemplos. 

En Roma existen sobre todo tres instituciones que, cada una a su modo, sustentan este diálogo. El Pontificio Instituto Oriental, dónde muchos estudiantes ortodoxos estudian y donde se da alguna colaboración con ciertas instituciones ortodoxas, es un lugar privilegiado para el encuentro y el recíproco conocimiento. En el Pontificio Colegio Ruso viven juntos seminaristas y sacerdotes católicos latinos, griego-católicos y ortodoxos. Está también al Centro de Estudios e Investigaciones "Ezio Aletti", dónde vivo y trabajo desde hace 12 años, en él se hospedan y trabajan estudiosos y artistas griego-católicos y ortodoxos junto con los católicos latinos. 

Luego hay diferentes lugares de encuentro y colaboración también en otros sitios. En Moscú, por ejemplo, en el Instituto Santo Tomás de Filosofía, Teología e Historia, los jesuitas trabajan junto a los ortodoxos, y también la mayor parte de los estudiantes son ortodoxos. Otro ejemplo está en Beirut, en nuestra Universidad de San José, dónde hay buenas relaciones con varias Iglesias ortodoxas locales, a través de la revista Proche Orient Chrétien. Y se podrían poner otros muchos ejemplos (en Ucrania, República Checa, Eslovaquia, países del Próximo Oriente, etc.).

En mi trabajo me ayudó, entre muchos otros, el buen ejemplo del cardenal Tomáš Špidlík S.J, con el que viví diez años en la comunidad del Centro Aletti, y dónde he podido encontrar y vivir con numerosos ortodoxos. La vida pasa por los encuentros, nos enseñaba el Padre Špidlík, y de esto él daba testimonio más con su ejemplo que con las palabras. Eso vale todavía más para el diálogo ecuménico. 

Concluyendo quisiera recordar que Cristo no impuso la unidad a sus discípulos, pero testimonió con la propia vida la comunión con ellos y con el Padre, y a Él rogó para que todos fuesen uno. Ojalá la oración y los encuentros precedan a las enseñanzas y a las discusiones y crezca así la conciencia de que la comunión no es producto de nuestro esfuerzo, sino un regalo, que puede ser redescubierto de nuevo. Si estamos realmente con Cristo, ya estamos unidos en Él, y cuanto más crezca la comunión de cada uno con Cristo, tanto más real y visible será también la comunión entre los cristianos. 

Milan Žust, S.J.
Traducción: Juan Ignacio García Velasco, S.J.  

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